Las letras de Ángela buscan tejer puentes que acerquen a los ciudadanos a la ciencia mediante un lenguaje que posibilite la imaginación de futuros exploradores. Entrevista con la primera mujer colombiana que logró pisar el Polo Sur geográfico.
En medio de la mar y en uno de esos tiempos muertos que trae la experiencia de vivir varios meses en un buque científico, una tripulante vislumbra sobre una de las mesas un libro llamado Hielo: bitácora de una expedicionaria antártica. En la portada, la fotografía de un liquen antártico (prácticamente la única familia de plantas que se da en todo el continente) y, sobre él, la pluma de un pingüino Adelia. La lectora se adentra en las páginas que dan vida a los misterios del Continente Blanco. El texto está firmado por la primera colombiana en pisar los 90 grados de latitud sur, el Polo Sur geográfico: Ángela Posada-Swafford.En el año 2006, a través del Programa Antártico de Estados Unidos, Ángela materializó un sueño que comenzó a gestar desde pequeña. Desde niña vislumbraba el continente a través de una fotografía pegada en la nevera junto a las imágenes de los exploradores europeos Ernest Shackleton y Robert Falcon Scott. A lo largo de su vida buscó la forma de ser expedicionaria, y esa aventura comenzó a través de los estudios en literatura e idiomas que realizó en la Universidad de los Andes, luego, con una maestría en periodismo en la Universidad de Kansas. Y, finalmente, durante la beca de la Knight Science Journalism Fellowship en el MIT y Harvard.
Para concretar el viaje hacia este misterioso continente tuvo que sortear los mares más peligrosos del mundo, no solo desde el ámbito geopolítico, social, ecológico y económico, sino también por el hecho de ser mujer investigadora en un medio dominado históricamente por hombres.
La Antártida forma parte de la imaginería popular de aventureros y exploradores atraídos por sus heladas profundidades. Es un continente que se encuentra en las fronteras de lo conocido, no le pertenece legalmente a nadie y está gobernada por el Sistema del Tratado Antártico con el fin de destinarlo solamente a la ciencia, la cooperación, el conocimiento humano y la conservación ambiental.
En varias ocasiones, Ángela ha afirmado que imaginar un viaje a la Antártida es como ir a Marte. Allí habitan criaturas misteriosas, como el pez de hielo que, en vez de tener glóbulos rojos, posee una sustancia anticongelante en las venas, una glicoproteína (proteína con moléculas de azúcar) que hace que no se congele. Las investigaciones alrededor de este animal están brindando luces acerca de cómo mantener congelado el corazón de un paciente que va a recibir un trasplante, por ejemplo.
Comunicar contextos tan ajenos a lo cotidiano y transmitir con precisión y claridad los conocimientos científicos han sido dos constantes en la carrera de Ángela. Sus palabras atraviesan latitudes y buscan tejer puentes que acerquen al ciudadano de a pie a la ciencia mediante un lenguaje que posibilite la imaginación de futuros exploradores, e involucren sus emociones. En su caso, las prácticas estéticas y literarias se valen de la ciencia para dotar su proceso creativo de un trasfondo simbólico y una suerte de activismo ambiental que responde a los intereses que se entretejen en el continente.
La Antártida tiene su propia temporalidad elongada y conservada en tubos de hielo que son extraídos por científicos de las distintas latitudes para comprender fenómenos y temas sensibles como el calentamiento global y los orígenes de la vida. Su entramado de relaciones establece puntos de encuentro inclusive con la Amazonia –otro territorio que ocupa interés en proyectos recientes de Ángela– y cuya deforestación impacta sobre la Antártida.
Para Ángela, adentrarse en el continente blanco es un ejercicio de comunicación y mediación cultural, y también de conciencia frente a lo desconocido. Por ello nos invita a imaginar futuros posibles en los que haya una mayor participación de las comunidades latinoamericanas en los proyectos que se están gestando desde las ciencias y las humanidades.
¿Cómo surgió el interés por visitar la Antártida?
Nunca supe qué fue lo primero que me atrajo. Si fue ese nombre, lleno de aliteraciones y sonidos bombásticos, resolutos. ‘Antártida’, ‘An-tár-tica’. O si fueron las fotografías de los témpanos azul cobalto y verde menta, sus antiquísimas moléculas comprimidas hasta ese punto con la fuerza de los años y el peso del agua. O la angustia que sentí cuando descubrí que, en el colegio, si bien algo efímero me habían mencionado sobre el continente, su concepto e historia aún eran tan lejanos en mi cabeza como las lunas menores de Júpiter o los anillos de Urano. Lo cierto es que, después de un tiempo, me juraba a mí misma que podía llegar hasta allá abajo.
Como periodista y como persona, ¿cómo la ha impactado la experiencia de conocer la Antártida?
En los últimos 15 años de explorarla, he visto a la Antártida tornarse en un lugar diferente: sus masas de hielo se derriten inexorablemente, sus criaturas están siendo sustituidas por otras. El cambio climático es real. Allá en el hielo me miró directamente a los ojos. Esa experiencia me marcó.
¿Cómo es un día en la Antártida?
Todo depende del tipo de viaje. Se puede ir como turista, por lo general en un buque destinado a estos fines que realiza visitas a partes de las islas y a la península del continente. Un crucero no baja de los 10.000 a 15.000 dólares. El barco se sitúa en los lugares donde hay ballenas y orcas; por lo general son muy curiosas y, según la época del año, uno las ve por docenas.
Para el investigador es completamente distinto. Un día en la Antártida acontece en un buque o en una base de investigaciones, que tienen horarios muy estrictos. Después del desayuno todos se van a trabajar; algunos salen en botes tipo Zodiac a estudiar las aves, tomar muestras de agua o extraer pedacitos de cuero a las ballenas con instrumentos especiales.
¿Qué buscan los investigadores que trabajan en la Antártida?
La investigación científica en la Antártida se basa en varios pilares: Definir el alcance global de la atmósfera y el océano Antártico; Entender la pérdida de hielo y su efecto en el aumento del nivel del mar; Revelar la historia geológica antártica; Aprender cómo la vida antártica evolucionó y sobrevivió; Observar el espacio y el universo, y Reconocer y mitigar las influencias humanas.
Una parte importante es tratar de contar la historia del cambio climático desde otros puntos de vista que toquen el corazón y la mente. De ahí el interés por el arte y esto lo han visto los programas de muchos países, pero no puede ser cualquier cosa, tiene que ser algo significativo y que deje huella.
Admiro a los científicos de todos los países que acuden, en condiciones difíciles, a continuar el estudio de la Antártida para darnos las herramientas políticas, basadas en evidencia, con las cuales podemos protegerla.
¿Qué investigación le gustaría cubrir?
Me gustaría rodear el continente en un crucero que le dé toda la vuelta estudiando lo que está pasando con la brutal Corriente Circumpolar Antártica y su hermana menor, la Convergencia Antártica, que gira en sentido contrario a la primera. Ambas tienen el secreto de lo que está sucediendo bajo el agua con el calentamiento del mar. Ellas dos son los cancerberos de la Antártida. Las que mantienen al continente prisionero del hielo. En partes, tienen “huecos” como un queso suizo, donde la corriente está algo debilitada por el asalto del calor del norte. Y quisiera ver, in situ, lo que dice la ciencia al respecto.
¿Después de las jornadas de investigación, cómo transcurre la cotidianidad en las bases?
En una base pequeña, donde hay alrededor de 35 personas, se suele jugar a las cartas, ver películas y leer. En las estaciones más grandes, como en la McMurdo, donde viven aproximadamente 1000 personas en el verano antártico, hay hasta discotecas. Hacen obras de teatro, banquetes, carreras en el hielo… Estas actividades son muy importantes porque las estaciones tienen que mantener de buen humor a la gente, pues trabajar en la Antártida es muy peligroso para el cuerpo y para la mente.
Por ejemplo, la base Amundsen-Scott se encuentra a 90 grados de latitud sur, punto geográfico en el que hay seis meses de día y seis meses de noche permanente. Allí las personas tienen que pasar un examen psiquiátrico muy fuerte porque se pueden deprimir o sufrir el síndrome polar T3, que afecta la tiroides. Durante el verano polar puede oscurecer a las 2 de la mañana, depende que tan lejos estés del polo sur. A la gente se le olvida y sigue trabajando o divirtiéndose. El no dormir presenta muchos problemas porque las personas pueden tener accidentes muy graves en la Antártida. Uno tiene que estar pilas todo el tiempo.
¿Por qué es importante la Antártida?
La Antártida es un lugar especial, una vez que lo visitas no se te olvida nunca, se mete en tu mente. Se queda alojado debajo de la piel. Es demasiado primitivo, frágil e importante cuando entiendes que sin este continente la tierra no existiría como tal. Si no fuera por la Antártida estaríamos cocinándonos. Y ahora que se derrita el hielo nos vamos a ver a gatas. La Antártida puede ser un asesino letal, con su derretimiento puede cambiar la civilización humana para siempre porque nos puede inundar todas las costas y volver inhabitable la mitad del mundo.
¿Qué se siente al estar en el continente?
Cuando uno se sienta a mirar el paisaje, la Antártida te hace sentir chiquito y responsable. Además, te hace entender la importancia de este continente como el aire acondicionado del planeta.
De los momentos mágicos es estar en una isla o en el puente del barco y escuchar en la quietud de la mañana o la tarde el sonido de la respiración de las ballenas, ellas exhalan muy duro con haciendo un ushhh que se replica en bahías en forma de medialuna, donde se hace un eco y es un regalo oírlas, porque uno se siente acompañado.
¿Cuál es su deseo al comunicar la ciencia antártica?
Que se comunique con la mente y el corazón. Que se comunique la ciencia con todo su rigor, pero bien escrita, con todas las herramientas de la buena literatura creativa.
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