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Sinfonía para una ciudad sitiada

Ilustración
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El sitio de Leningrado durante la Segunda Guerra Mundial ha sido uno de los más largos y destructivos de la historia. Y en medio del dolor, el frío y el hambre, una pieza musical se levantó por encima de la barbarie y entró en la memoria de la humanidad.

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El 22 de junio de 1941 cayó en domingo. En la tranquila mañana de verano, el joven compositor ruso Dimitri Shostakovich se disponía a ir al estadio de su amada ciudad natal, San Petersburgo, rebautizada en aquella era soviética como Leningrado. Había sido invitado a ver un partido de fútbol.

Disfrutaba de la caminata cuando, de improviso, el dispositivo de altavoces públicos difundió por toda la ciudad un grave anuncio en la voz del ministro de Asuntos Exteriores, el camarada Viacheslav Molotov: la Alemania de Hitler acababa de invadir la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Los alemanes lanzaron no menos de 150 divisiones, entre ellas 19 de las temidas Panzer. Hablamos de 3.000 tanques, 7.000 piezas de artillería y 2.500 aeronaves de guerra. En total, unos tres millones de hombres. Aquella fue, en efecto, la más grande y poderosa fuerza invasora registrada hasta entonces en los anales de la historia humana.

Shostakovich recordaba, años después, cómo todo el mundo echó a correr rumbo a sus casas, a esperar noticias más precisas y las instrucciones para la movilización general que con seguridad impartiría en breve el gobierno. “Nuestras vidas, muchas de ellas modestas, fructíferas otras, pero construidas todas sin excepción con gran trabajo en el curso de años muy duros, saltaron de pronto por los aires”, escribió.

En aquel entonces, Shostakovich dirigía el Departamento de Piano del Conservatorio de Leningrado. Tenía 35 años. Como ejecutante había descollado desde su primera juventud, pero su vocación más avasallante siempre fue la composición. Y aunque de personalidad tímida y retraída, la originalidad de sus obras y su independencia creadora lo habían metido siempre, desde muy joven, en problemas serios con la censura del régimen totalitario del dictador Iósif Stalin. 

Sin embargo, el patriotismo, la sensación de ultraje colectivo por el artero ataque y la matanza de pacíficos civiles hizo arder en él un insospechado fuego patriótico.

Comenzó a trabajar en su Séptima Sinfonía con los primeros calores de julio. “Ni las salvajes, interminables incursiones aéreas, ni el infernal ruido de los aviones atacantes ni la lúgubre atmósfera de la ciudad bajo asedio menguaban el flujo de las ideas musicales”, recordaría muchos años después.

“Trabajé con una inhumana intensidad que nunca antes había experimentado”. Y lo hizo mientras, a su alrededor, la ciudad de casi dos millones de habitantes sucumbía bajo un sitio que habría de durar más de dos años y provocar la muerte a más de un millón de personas. El hambre fue la causa de muerte más común.

Durante el asedio, que se prolongó durante los dos inviernos más crudos registrados en un siglo, la gente, famélica, llegó a sacrificar y devorar a sus mascotas y, luego, a cuanta alimaña se puso a su alcance. Se registraron estremecedoras historias de canibalismo. Pese a todo ello, Shostakovich continuó componiendo un segundo y tercer movimiento de la sinfonía que dedicaría a la heroica población de la ciudad. Para entonces, ya en toda Rusia se sabía que su más grande compositor vivo escribía una sinfonía en apoyo a la heroica resistencia de Leningrado.

CiudadSitiada CUERPOTEXTO

Años después, al recordar aquella época atroz, Shostakovich afirmó su aborrecimiento por todas las formas de totalitarismo; también dijo que Stalin había sido tan criminal como Hitler. Nunca olvidó los terribles años de preguerra, ya bajo la tiranía genocida de Stalin.

“Nunca tuve inconveniente en que llamasen a mi obra Sinfonía de Leningrado”, recordaba al final de su vida. “En mi interior, no fue dedicada a la Leningrado sitiada sino la San Petersburgo culta y civilizada cuyo espíritu Stalin destruyó. Hitler y sus hordas solo terminaron la tarea”.

La reacción inmediata de Shostakovich a la guerra fue alistarse en el Ejército Rojo, pero su corta vista lo incapacitaba para el servicio activo y fue asignado a una unidad de bomberos auxiliares. Esto le permitió, felizmente para nosotros, poder continuar en la composición de su sinfonía. Completó el colosal primer movimiento en tan solo seis semanas.

Shostakovich comenzó a componer el segundo movimiento el 4 de septiembre, el mismo día en que se cerró definitivamente el círculo de asedio en torno a la ciudad. El compositor rehusó dejar Leningrado y, más bien, brindó un recital a un reducido grupo de colegas músicos, interpretando al piano el primer movimiento. Una incursión aérea interrumpió la velada y las autoridades militares soviéticas, temiendo por su vida, le ordenaron evacuar la ciudad a comienzos de octubre. Los dos últimos movimientos fueron compuestos en la relativamente segura población de Kuibyshev.

Una orquesta famélica estrena la obra bajo fuego artillero

En el verano de 1942 Leningrado cumplió un año bajo asedio. Las personas caían muertas en las calles bombardeadas, desvanecidas por la inanición. Sin embargo, una vez la sinfonía estuvo lista, se hizo imperioso el deber patriótico estrenarla a cualquier precio en la ciudad que llevaba su nombre.

Cuando el director, Karl Elliasberg, recibió instrucciones de comenzar a ensayar, la única orquesta sinfónica que quedaba en Leningrado había casi desaparecido. La Orquesta de la Radio de la ciudad, que había llegado a tener 70 músicos del más alto nivel, contaba para entonces con apenas 15 músicos, todos tambaleantes y aturdidos por el hambre.

Elliasberg impuso una estricta disciplina, a pesar de las deplorables condiciones físicas de sus músicos y de él mismo. Los ejecutantes de vientos y metales eran quienes peor lo pasaban: muchos se desmayaban sin lograr emitir una sola nota.

El severo Elliasberg reducía la ración de pan a quien llegase tarde o fallase en la ejecución. Trabajaron seis días a la semana, en jornadas agotadoras, ensayando la obra de 58 minutos, fragmento a fragmento, compás por compás, deteniéndose a cada rato para recuperarse. El día del estreno —9 de agosto de 1942— fue la primera vez que la obra fue interpretada de arriba abajo, sin interrupciones.

pciones. El esfuerzo bélico de los aliados logró sacar por vía aérea una copia microfilmada de la partitura. Luego de hacer escala en Teheràn y El Cairo, la partitura llegó a Londres y Nueva York, ciudades donde “la Leningrado” fue estrenada casi simultáneamente con la velada de la ciudad sitiada por las tropas del ejército nazi.

Justo antes de comenzar, el Ejército Rojo lanzó un devastador ataque artillero sobre las posiciones enemigas, logrando silenciar sus baterías. Así se aseguraron de que no hubiese interrupciones. La obra fue difundida no solo por radio sino por todo el vasto sistema de altavoces desplegado por toda la ciudad, incluso en el perímetro defensivo, a escasos metros de las tropas alemanas.

Después del último compás, se hizo un largo y sobrecogedor silencio en el Gran Salón Sinfónico de la ciudad. Y luego estalló un interminable aplauso al tiempo que músicos y parte del público, integrado por dignatarios civiles y militares, caían desmayados.

Un alto oficial alemán, melómano y secreto admirador de Shostakovich, escuchó la sinfonía desde la torreta de un tanque, en la primera línea de asedio. Cuenta en sus memorias que vio llorar a soldados alemanes, conmovidos, pero él no hizo nada por reprenderlos.

“Al escuchar aquella obra incomparable escapar del sistema de altavoces de Leningrado, supe que jamás podríamos conquistarla. Nadie podría nunca someter una población capaz de hacer aquello”, escribió años después.

El sitio de Leningrado fue levantado, al fin, en enero de 1944. Dimitri Shostakovich siguió siendo hostilizado y censurado por el régimen estalinista hasta el fin de sus días, en 1975.

Para el gobierno soviético, cuya censura ideológica había hostigado a Shostakovich antes de la guerra, se hizo urgente cuestión propagandística el estreno de la sinfonía que ya todos llamaban “Leningrado”.

 

 

*Escritora y periodista.

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