¿Qué preguntas surgen en la vida de una persona de más de 60 años que se embarca en un viaje en el que debe soltar el control? ¿Qué certezas van llegando con el transcurrir de los días?
De la misma manera que los románticos alemanes del siglo XIX pensaban que los jóvenes deberían hacer un viaje de iniciación para entrar en la edad adulta, yo pienso que quienes tenemos más de sesenta años también deberíamos hacer un viaje de esa naturaleza. No se trata de un viaje de iniciación, porque ya llevamos mucho tiempo en este planeta, sino de un viaje que nos ayude a afrontar y poner un poco en perspectiva, de una manera lúcida, la última etapa de nuestras vidas.
Un viaje que nos permita, más que ir a un lugar recóndito o vivir una aventura nunca antes experimentada, explorar aunque sea alguna parte de nosotros mismos mientras recorremos un lugar desconocido o poco habitual para nosotros. Un viaje a un sitio diferente. Pero no es el viaje de vacaciones de un fin de semana o una semana todo incluido para “recargar baterías” y llegar “renovados” a “ponernos la camiseta”. No. Es más bien un viaje que nos permita preguntarnos, sin angustias y sin afanes, si de verdad se justifica “seguir poniéndose la camiseta”.
Un viaje que nos permita cuestionar nuestra idea de cómo debe ser el futuro a través del contraste que genera adoptar, así sea por unas semanas, una rutina diferente en un entorno distinto al nuestro. No tiene que ser, necesariamente, el viaje por los ríos que bajan de norte a sur por la selva amazónica paralelos a la frontera con Brasil y que aparecen tan bien reseñados en El llamado del jaguar, el libro de memorias del antropólogo Martín von Hildebrand. O el viaje en bicicleta que realizó Alejandro López entre Atenas y Ámsterdam y que plasmó en un libro titulado Pedales, picos y posturas. Basta viajar a un lugar, cualquier lugar, que nos permita mirar con cierta perspectiva cuáles de todas esas angustias que sentimos tienen de verdad validez. Ver qué tan ciertas son esas verdades reveladas que marcan nuestro día a día y que repetimos, muchas veces, de manera automática.
En el momento en el que escribo esta columna estoy en un viaje de esa naturaleza. Hacerlo me obligó a desapegarme de muchos paradigmas de mi vida diaria, cambiar ciertas rutinas y, la verdad, aquí estoy. La vida ha seguido y hace varios días dejó de paralizarme la angustia incesante del deber ser. ¿Dónde estoy? Da igual. Esta no es una crónica de viaje, así que, si quieren, imaginen que estoy en una finca a 50 kilómetros de mi casa o en alguna de las lunas de Saturno. Eso es lo de menos. Es un viaje cuya finalidad no es alcanzar un destino o cumplir una meta, sino estar de viaje sin importar si aparecen cambios imprevistos que nos llevan a lugares no planeados.
Además de cambiar rutinas personales, un viaje también permite cambiar comportamientos que uno comparte a diario con su comunidad, con su entorno. En mi caso, las de alguien que vive en Bogotá, que ha vivido toda la vida en Bogotá. Qué bueno llevar ya una semana larga viendo cómo viven personas que me muestran a cada instante que se puede sobrevivir (y mucho más que eso) sin necesidad de someterse al ritmo frenético de una ciudad como Bogotá, la que nos obliga a vivir de afán, con el ceño fruncido; la que nos obliga a pensar todo el tiempo en lo que falta por hacer, en el deber ser.
Qué bueno me ha resultado verme en el espejo de otra comunidad. Qué bueno tratar de erradicar de mi cabeza algunas de esas tantas cucarachas que me angustian, que me agobian, que me hacen sentir culpable de esto y de lo otro. Así sea apenas por un rato.
Un viaje no resuelve los problemas. Muy seguramente cuando regrese a Bogotá retornarán esas angustias y agobios con los que he convivido durante tanto tiempo, pero, al menos, tendré el marco de referencia que me dejará este viaje para mirar las cosas con algo de distancia, con más calma, con más tranquilidad. Pienso que en los momentos de angustia e incertidumbre me servirá mucho poder aferrarme, por un instante, a esa pequeña ancla.
(Continuará)
- Este artículo hace parte de la edición 193 de nuestra revista impresa. Encuéntrela completa aquí.
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