Descubra cómo esta emoción puede ayudarle a contemplar el pasado de manera crítica y a mejorar su relación con el ahora.
“Cuando yo era joven se podía salir a la calle sin miedo”; “Ya no hacen música como la de antes”; “Mi vida en la universidad era mucho mejor”. Sin importar nuestra edad, los recuerdos de lo que consideramos nuestros “años dorados” siempre vendrán acompañados de un cóctel de emociones. Y aunque para la mayoría de las personas estas reminiscencias son un motivo para sonreír, para otros pueden representar un lastre que obstaculiza su camino hacia el futuro. En estos casos, la solución radica en reconciliarnos con nuestro propio tiempo.
¿De dónde viene la nostalgia?
Es gracias a las guerras, o por culpa de ellas, que la nostalgia empezó a catalogarse como una enfermedad que infestaba los campos de batalla. Su primera mención nos lleva a 1688, a la Disertación sobre la nostalgia o mal de hogar, del médico suizo Johannes Hofer, donde se describen síntomas tanto fisiológicos como psicológicos que experimentaron los soldados suizos cuando iban a la guerra en países extranjeros. Tristeza, insomnio, ansiedad, palpitaciones y pérdida de apetito eran algunos de ellos.
“En la actualidad, se sabe que la nostalgia no es una enfermedad, sino una emoción, y más precisamente, una emoción secundaria que está relacionada con el anhelo por el pasado”, indica Claudia Carolina Botero, psicóloga clínica y profesora universitaria. A menudo, se experimenta cuando una persona recuerda momentos, lugares, personas o situaciones que fueron significativos y agradables en su vida. Este sentimiento puede estar asociado con un deseo de revivir esos tiempos pasados o de recuperar algo que se ha perdido.
“Los recuerdos no son una copia fiel de la realidad, sino más bien una reconstrucción de la misma”.
Hay que destacar que, a diferencia de las emociones básicas ―que son universales y provocan una reacción biológica involuntaria (alegría, tristeza, miedo, asco, ira y sorpresa)― las emociones secundarias se consideran más complejas al ser combinaciones de las primeras, y se desarrollan a través de procesos de aprendizaje. “En la nostalgia, que es un poco de tristeza y un poco de alegría, también intervienen las creencias personales, nuestra cultura y la relación con nuestros recuerdos”, añade Botero.
La carga de quedarse en el pasado
Por sí solas, las emociones no son ni negativas ni positivas, simplemente nos ayudan a adaptarnos a nuestro entorno, dirigiendo nuestra conducta en pro de la supervivencia. Sin embargo, advierte Ángela María Sierra ―neuropsicóloga adscrita a Colsanitas―, un exceso de nostalgia puede tener un efecto adverso: “Cuando la nostalgia es intensa y dura mucho tiempo, cuando nos impide seguir adelante y disfrutar el ahora, cuando nos produce problemas de sueño y desinterés, entonces ya se evalúa como algo patológico y debe ser evaluado y tratado por un psicólogo”.
Aunque la nostalgia no es necesariamente un síntoma de trastorno mental, sí puede ser un detonante: “A veces, la nostalgia está relacionada con el duelo. Entonces, se convierte en otra cosa, se vuelve una incapacidad de adaptarse a la rutina en otro país o a la pérdida de un ser amado, afectando nuestro bienestar”, señala Botero. Por supuesto, deben existir otros factores que, en conjunto, desencadenen en un trastorno depresivo. Estos pueden ser la predisposición genética, los traumas y la ausencia de redes de apoyo.
Recordar el tiempo inmediato
De acuerdo con Sierra, “una de las mejores formas de aplacar la nostalgia es posicionarnos en el presente, darnos cuenta de lo que tenemos en el presente. Esto puede parecer una obviedad, pero no es fácil, hay que recordárnoslo todo el tiempo”. De esta manera, debemos reconocer nuestras emociones actuales como simples emociones y diferenciarlas de las que ya pasaron y de las que vendrán.
“El ritmo de vida que llevamos es de las cosas que más ha afectado la salud mental de nuestra sociedad; todo se hace con afán, tenemos muchas tareas pendientes que hacemos al mismo tiempo. Incluso en nuestras actividades de descanso, ya estamos pensando en la siguiente actividad, sin detenernos a disfrutar”, dice la neuropsicóloga. Para Sierra, la meditación y el mindfulness son prácticas que tienen múltiples beneficios en cuanto permiten mantenernos enfocados y con la conciencia puesta en todo lo que hagamos, un paso a la vez.
Las dos caras de la nostalgia
De acuerdo con el libro El futuro de la nostalgia, de la escritora y teórica cultural Svetlana Boym, se puede clasificar esta emoción en dos categorías: la nostalgia reflexiva, en la que se realiza una meditación crítica del pasado; y la nostalgia restaurativa, que coloca los viejos tiempos en un pedestal. Mientras que en la primera se reconoce que existieron ventajas y desventajas en una época determinada, la segunda es una visión distorsionada de la realidad, lo que puede aumentar nuestra inconformidad con el hoy.
Se cree que la nostalgia restaurativa es provocada por un sesgo cognitivo llamado retrospección idílica. Como nuestro cerebro no puede recordarlo todo, tiende a priorizar los recuerdos más relevantes, decantándose a veces por los más placenteros y olvidando los momentos en los que las emociones eran reducidas. En conjunto, esto hace que el presente parezca aburrido e inconexo con el resto de nuestra cronología.
“Cabe añadir que los recuerdos no son una copia fiel de la realidad, sino más bien una reconstrucción de la misma, y pueden estar influenciados por otros recuerdos y las emociones que experimentamos en ese momento”, aclara Sierra.
“Una de las mejores formas de aplacar la nostalgia es posicionarnos en el presente, darnos cuenta de lo que tenemos en el presente”.
A diferencia de lo que sucede con la nostalgia restaurativa, la nostalgia reflexiva está ligada al autoconocimiento, lo que fomenta la resiliencia en cuanto puede ofrecer una perspectiva amplia de nuestro “historial de dificultades”, del que podemos aprender para enfrentar desafíos en la actualidad.
Según un artículo publicado en la revista Current Opinion in Psychology, se llevó a cabo un experimento utilizando resonancia magnética para escanear los cerebros de varios participantes mientras se les mostraban imágenes de su infancia y de la actualidad. El estudio, titulado Nostalgia in the Brain, reveló que aquellos sujetos que clasificaron las imágenes como nostálgicas mostraron actividad en áreas como el hipocampo y la corteza prefrontal, las cuales están asociadas con la autorreflexión y el sistema de recompensas en el cerebro. Esto podría demostrar las implicaciones positivas de la nostalgia en la regulación emocional, el análisis introspectivo y el procesamiento de estímulos.
En últimas, es imposible negar que la memoria está intrínsecamente ligada a nuestras emociones y es vital para la formación de la identidad. Por esta razón, en lugar de permitir que el pasado amargue nuestro presente con lo que ya no existe, debemos aceptar que nuestros recuerdos, aunque son parte integral de nuestra historia, no pueden ser la única fuente de nuestra felicidad.
Ya lo decía el filósofo danés Soren Kierkegaard: “La vida sólo puede ser comprendida mirando hacia atrás, pero debe ser vivida mirando hacia adelante".
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