¿Cómo es el camino que deben transitar los jóvenes que aspiran a la gloria profesional? ¿Cuáles son los obstáculos más empinados cuando el talento no es uno de ellos? El autor reunió testimonios que reflejan el trabajo, esfuerzo, frustración, pérdida y alegría detrás de la carrera de un deportista.
Antes de ser la presidenta de la Liga de Pesas del Chocó, Carmen Elena Moreno jugaba baloncesto. Era alera, fanática de los Chicago Bulls, del talento inagotable de Michael Jordan y la mentalidad de Kobe Bryant. Nació en 1982 en Andagoya, un corregimiento de clima estático en la línea del Ecuador, bañado en igual medida por sol y noches lluviosas. Sin embargo, se mudó las suficientes veces como para llegar al municipio de Tadó antes de terminar la adolescencia. Fue allí en donde el sonido del drible se hizo rutina. Entrenaba a diario y seguía los juegos que incendiaban multitudes en todo el mundo; los que enamoraron a millones de personas con el splash de una malla atravesada por un balón que jugaba a ser gota.
Luego de verla entrenar, un cura reconoció el talento de Carmen y le insistió en presentarse en la Escuela Nacional del Deporte, en Cali. Al poco tiempo vivía en un deportel dentro de la universidad gracias a una beca que le permitió graduarse como profesional en Deporte y Actividad Física en 2007 y luego especializarse en Dirección y Gestión Deportiva en 2010. Entremedio, rebotes, canastas, faltas, disciplina y nuevos ángulos de la práctica deportiva.
- Uno cree que acá en el Chocó juega baloncesto, pero cuando llegué allá me di cuenta de que había personas mejores que uno.
De esa época recuerda a sus entrenadores: Iván Todoró y un búlgaro que le enseñó el gen social del baloncesto. Carmen está convencida de que se pueden transformar vidas a través del deporte, lo vivió en Cali y fue por eso que años después se interesaría en replicar el modelo que le permitió estudiar, pero a través de otra disciplina: la halterofilia.
El proyecto comenzó con seis niños del barrio Monserrate, en Quibdó. Carmen los invitó a levantar pesas luego de ver que muchos perdían el tiempo y estaban expuestos a la delincuencia, bandas criminales y prostitución. Se apoyó en los profesores de educación física de la región y a medida que el grupo crecía, comenzó a hacer exhibiciones que aumentaron el interés en el deporte. Y paulatinamente se sumaron unos por aquí y otros por allá con la curiosidad a flor de piel.
Todos llegaban al coliseo con ganas de entender qué era eso de las pesas. El proceso de vinculación a la liga fue gratis desde el comienzo, lo que aumentó la necesidad de contar con patrocinadores, ya que el ritmo de crecimiento del equipo superó con creces el de las instalaciones.
- No tenemos recursos, pero tenemos ganas. Si tuviéramos un empujoncito esperamos que algún día uno de nuestros niños pueda estar en unos Juegos Olímpicos.
Actualmente son setenta los deportistas que dependen de la ayuda que llega desde la gobernación. Muchos van a entrenar o a competir a pie, sin importar la distancia que los separe del deporte que disfrutan, con el estómago vacío y uniformes prestados. A pesar de que cosechan títulos nacionales e internacionales, además de protagonismo en programas como El Desafío, sus entrenadores trabajan gratis, pues la liga no tiene cómo costear sueldos y el Instituto de Deportes del Chocó solo hace contrataciones cuando se trata de juegos nacionales.
Sin embargo, el calor que despiertan las pasiones les permite completar sus estudios gracias a las becas que consiguen y sostienen entre cal y hierro. Es el caso de Yovany Berrio Córdoba, un estudiante de contaduría de veintidós años que llegó a la Liga de Levantamiento de Pesas en 2018. Lo hizo después de que un entrenador oriundo de Apartadó fuera a su colegio y le insistiera un par de veces en practicar halterofilia.
Antes de eso Yovany jugaba micro en el barrio, aunque confiesa que para el fútbol era más o menos. Encarnaba el papel de un defensa férreo que admiraba a Messi y al Barcelona de Guardiola. Enamorado del tiquitaca que se tomó el mundo sin permiso. No obstante, ante la insistencia del entrenador se acercó al coliseo con más curiosidad que certeza. Pesaba sesenta y nueve kilos, medía poco más de metro sesenta y nunca había levantado pesas.
Un par de meses después viajó a Manizales para su primera competencia sub 17. Obtuvo una medalla de plata y entendió que entre barras y discos se escondía una oportunidad a simple vista. Quizás fue el sabor que queda en la piel tras acariciar un podio; el hambre de gloria que se erige entre pitos y banderas; o simplemente el peso de la medalla sobre su pecho, pero ese día Yovany entendió que quería seguir compitiendo.
Hoy en día se levanta a las seis de la mañana, se alista y va a entrenar. Es una hora y media, a veces dos horas, en las que realiza ejercicios de intensidad y fortalecimiento muscular. Todo comienza con el estiramiento, luego trota de cinco a diez minutos y se dispone a calentar con la barra. Sube el peso progresivamente, como quien acumula granos de arena para construir una montaña. Su récord en snatch es de 125 kilos y 165 en clean and jerk. Al finalizar la rutina, vuelve a estirar y regresa a casa para continuar con sus estudios. En la tarde se le puede encontrar en el coliseo entrenando por segunda vez al ritmo de 105F, de Chencho Corleone con Farruko o Condenado al éxito, de Blessd.
Aunque su ídolo deportivo era Óscar Figueroa, ahora no quiere parecerse a nadie. Sueña con ser el primero en su disciplina. En 2023 vivió su mayor gloria deportiva hasta el momento. Lo hizo al ganar una medalla de plata en un clasificatorio nacional después de enfrentarse a atletas olímpicos.
- No es fácil montarse en una plataforma. Los nervios pueden traicionarlo a uno. Necesité mucha motivación y apoyo de mis entrenadores y compañeros.
- ¿Y celebró?
- Más que una fiesta, recibí muchas palabras de aliento de mi familia; mi madre y mis hermanos.
Sin embargo, la historia de Yovany no suele ser regla. Para Ashanty Lawhier, narrador comunitario palenquero, uno de los problemas para acceder a becas y otro tipo de recursos radica en el modelo educativo existente. El sistema nacional del ICFES desconoce los modelos etnoeducativos y deja en desventaja a los estudiantes que son evaluados al igual que jóvenes de colegios públicos o privados de grandes ciudades. Esos medidores que marcan la pauta para ingresar a la educación superior, se convierten en grandes taras a la hora de continuar estudiando.
- Cuando logramos acceder no encontramos espacios que permitan la permanencia. El estudiante afro palenquero que sale de un territorio rural no tiene herramientas para defenderse y lo que termina es desertando.
Ante la falta de posibilidades, el sueño de comprar una moto y devengar lo suficiente para vivir se convierte en oración. Ashanty reconoce el papel del deporte como facilitador y opción viable para acceder a un sistema que, muchas veces, es injusto desde su misma concepción. Es por eso que hace hincapié en la necesidad de apoyarlo y financiarlo como transformador social. Pues a pesar de que exista talento y esfuerzo, sin presupuesto las historias no siempre tienen un final feliz.
Luis Martínez García nació el 25 de mayo de 1998, en un hospital en Cartagena bajo un cielo techado y una llovizna que no alcanzó a hacerse aguacero. Es el menor de cuatro hermanos y antes de que su cuerpo se moldeara bajo el calor del ejercicio diario, fue un niño más de la comunidad de San Basilio de Palenque apodado como Luismar.
Al crecer, mientras que en las calles todos se decantaban con el unodos de Antonio Cervantes Reyes, mejor conocido como Kid Pambelé, Luismar encendía la radio para escuchar sobre el jogo bonito brasileño. Fue gracias a Ronaldinho y la magia que imprimía a pases y desbordes que retaban cualquier lógica que comenzó a soñar con ser profesional. Cultivar el talento. Debutar en primera. Comprarle la casa a la mamá. Cambiar su suerte.
- Me enamoró la oportunidad de salir adelante a través del fútbol porque era un medio en donde si los pobres se esforzaban podrían cambiar su humilde condición de vida.
Arrancó en la calle levantando polvo y gritos febriles entre regates y goles. Al poco tiempo lo reclutó una escuela de fútbol de San Basilio y dedicó días y noches a perfeccionar su dominio de balón. Con la suma de camisetas sudadas, tenis desgastados y después de patear hasta entender la naturaleza caprichosa de una pelota que pretende la perfección, se convirtió en una de las promesas de la escuela. A los trece salió de la comunidad y se fue a Arjona, en Bolívar, a vivir en una casa hogar y acercarse al sueño de estadios llenos y arengas que resuenan más fuerte que el mar.
Gracias a que uno de sus entrenadores había sido profesional, los veedores iban a cazar talento con ojos abiertos y pulso firme. A Luismar lo reclutó un equipo del Carmen de Bolívar y jugó su primer torneo nacional con quince años. Hizo torneos sub 17 y sub 20 al tiempo y llegó al Real Cartagena. Sin embargo, cuando acarició la vida profesional, el empresario que lo patrocinaba empezó a entorpecer el proceso. Comenzaba en un equipo y salía de tajo por intereses cruzados y diferencias económicas.
A pesar de eso, llegó al Unión Magdalena. Jugó con plantillas profesionales en campeonatos sub 20, hizo microciclo de Selección Colombia y aunque tenía nivel para codearse con titulares, el empresario detrás de su carrera le cerró puertas sin siquiera haber tocado el picaporte.
- Ahorita para jugar hay que pagar. Es inevitable. Muchos chicos dejan de hacerlo porque tienen dieciocho años y no tienen un empresario detrás. Desisten porque ven muy difícil tener quién aporte ese dinero. Antes el talentoso era elegido, ahora no. El fútbol moderno es un deporte para ricos.
Comenta que, si viviera en Brasil o Argentina, podría jugar en tercera división y ganar bien, pero esto es Colombia. Actualmente se desempeña como guía de turismo de la Comunidad de San Basilio de Palenque y es estudiante de Administración de Empresas. Además, cuenta su historia a jugadores jóvenes, entrenadores y miembros de la comunidad con el afán de aportar desde la experiencia. Confiesa que es parte de una generación traumatizada por el deporte.
- ¿Todavía ve fútbol?
- Veo poco fútbol profesional. De la B no puedo porque a veces lloro. Los veo y digo… tienen menos de lo que teníamos nosotros y están jugando.
El duelo que Luismar le hizo a su carrera ha sido largo. Fueron quince años persiguiendo un sueño que alcanzó a rozar, pero se escapó caprichoso entre sus dedos. Ciclos y vacaciones dedicadas por completo al deporte. Sacrificios. Sueños. Frustración.
Aunque sigue jugando, Luismar entiende que la payola es regla y que por más talento que todavía cargue en sus piernas, el dinero marca el ritmo del picado. Vive de lo que hace y apoya a su familia. No siente que esté atrasado y aunque sabe que mucha gente ve su historia como un fracaso, él agradece lo aprendido y añora que las condiciones mejoren para todos los que vengan después a intentar conquistar el camino accidentado hacia el Olimpo.
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