¿Es felicidad o solo dopamina? En la era digital, las redes sociales nos venden una felicidad inmediata, pero ¿qué sucede en nuestro cerebro cuando buscamos cada vez más validación? Leonardo Palacios, neurólogo adscrito a Colsanitas, explica cómo esta trampa química nos atrapa y cómo podemos salir de ella.
El espejismo de la felicidad digital
En el mundo contemporáneo, la idea de lo que significa ser feliz se ha redefinido bajo parámetros superficiales y efímeros, convirtiéndose en una ilusión que prioriza la validación externa sobre la conexión con nuestras emociones y experiencias. Esta "falsa felicidad" surge como una distorsión impulsada por el uso constante de dispositivos digitales, en la que lo auténtico cede su lugar a lo artificial. Un concepto que contrasta con la visión de Leonardo Palacios, neurólogo adscrito a Colsanitas y profesor de la Universidad del Rosario, sobre la verdadera felicidad: “un estado emocional que implica un sentimiento profundo de bienestar, en el cual nos sentimos en paz con nosotros mismos y en armonía con los demás. Una satisfacción con las cosas que nos rodean, con nuestros logros y con lo que acontece en la vida de nuestros seres queridos”.

Cómo las redes sociales programan el cerebro
El fenómeno de la falsa felicidad está profundamente relacionado con el funcionamiento del cerebro humano y su tendencia a buscar gratificación o validación instantánea. Cada interacción en redes sociales, desde un “me gusta" hasta un comentario positivo, desencadena la reacción de dos sustancias químicas en el cuerpo: la dopamina y la oxitocina.
La dopamina se traduce como una sensación momentánea de placer que se desea prolongar y refuerza el deseo de repetir la experiencia. “Cuando observamos una foto o un video corto que dura entre 30 segundos y 2 minutos, la estimulación es constante. Esto nos lleva al hábito del scrolling, en el que seguimos deslizando el dedo hacia abajo sin parar en busca de más y más estímulos", explica el doctor Palacios. Así se crea un ciclo interminable de gratificación inmediata, pues los dispositivos ofrecen una sensación placentera, que resulta tan efímera como la duración de los contenidos que se consumen. Esto se debe a que el algoritmo de las redes sociales personaliza el contenido según sus gustos, para que cada usuario pueda aumentar su tiempo de consumo en pantalla y prefiera obtener esta clase de estímulos sobre otras experiencias más duraderas.
Por su parte, la oxitocina, conocida como la “hormona del amor”, es una sustancia producida en el hipotálamo y con un papel clave en las conexiones sociales. Según Palacios, aunque se asocia principalmente con vínculos profundos como el amor filial o las relaciones a largo plazo, también se libera en contextos de satisfacción instantánea, al recibir interacciones en redes sociales en forma de un pulgar hacia arriba o un corazón. Es decir, que un like puede llegar a activar la misma respuesta química que un abrazo o una conversación significativa.
MAPA o FOMO: el miedo a perderse algo
Una de las consecuencias más comunes de esta dinámica de gratificación y validación es el miedo a perderse algo (MAPA), más conocido como FOMO (Fear Of Missing Out). El doctor Palacios emplea este término para describir la ansiedad que genera la conexión constante a las redes sociales, impulsada por la necesidad de estar al tanto de cada novedad para no quedar excluido de conversaciones o tendencias. Esta sensación se ha vuelto tan frecuente que el término FOMO ya forma parte del vocabulario de algunas generaciones, para explicar cómo su sentido de pertenencia social depende, cada vez más, de cuán actualizados estén en el mundo digital.
El MAPA también fomenta la comparación constante con las vidas aparentemente perfectas y exitosas que otros muestran en redes sociales, lo que distorsiona la percepción de la felicidad genuina. "Cuando ves que todo el mundo parece feliz, puede surgir el riesgo de que uno no se sienta tan feliz", señala Palacios.
Consecuencias de la hiperconectividad
El uso constante de dispositivos electrónicos influye en diferentes aspectos de la vida diaria, incluido el bienestar emocional y la calidad del sueño. Dormir, un pilar fundamental de la salud, se ha visto afectado en la era digital.
El uso prolongado de pantallas durante la noche expone a las personas a la luz azul, lo que puede alterar los ritmos naturales del descanso. Además, las notificaciones y vibraciones constantes generan interrupciones que dificultan la desconexión antes de dormir. “Cuando activan la pantalla, esta impacta severamente el cerebro y disminuye la producción de una hormona esencial para el buen descanso, llamada melatonina”, explica el doctor Palacios.

Por otro lado, la hiperconectividad también tiene efectos en la salud visual y las capacidades cognitivas. Según Palacios, “estar conectado mucho tiempo produce un estímulo visual intenso que reduce el ritmo de parpadeo, lo que puede derivar en una condición conocida como ojo seco”. Además, la costumbre de revisar constantemente notificaciones e interacciones en redes sociales puede afectar la concentración y la atención en las actividades diarias.
Esta realidad no solo afecta a los adultos; las generaciones más jóvenes, que han crecido en un entorno digital, construyen parte de su autoestima en función de la validación en línea. El doctor Palacios recalca sobre la importancia de supervisar el acceso de los menores a redes sociales y plataformas digitales. Como medida preventiva, recomienda acciones sencillas como ubicar el computador en un espacio común para monitorear su uso y las páginas que visitan.
La tecnología no es un impedimento para ser felices
A pesar de las preocupaciones sobre la vida digital, el doctor Palacios no condena la tecnología; por el contrario, promueve su uso consciente y equilibrado. “Es una herramienta maravillosa que nos cambió la vida. Nos permite hacer más cosas, pero el peligro está en utilizarla en exceso”, explica. Como ejemplo, comparte la historia de un amigo cuyo hijo único vivía en Nueva York mientras él y su esposa estaban en Colombia. “Lo mejor es cuando comemos todos los miércoles juntos. Él se conecta, pone la pantalla, nosotros ponemos la nuestra, nos muestra qué está comiendo. A todos les gusta cocinar, entonces hablan de la comida. Comen en línea y eso es una belleza”, relata Palacios. Un hecho que demuestra que la tecnología, bien empleada, puede ser un camino para ser feliz auténticamente.
Para contrarrestar los efectos negativos de la hiperconectividad, el doctor Palacios sugiere estrategias prácticas como la desconexión digital y la promoción de actividades presenciales. Deportes en equipo, caminatas al aire libre o espacios sin pantallas en reuniones familiares y entre amigos pueden ayudar a equilibrar el uso de la tecnología y reforzar las conexiones reales.
Este proceso, aunque desafiante, permite recuperar el bienestar y la claridad mental. La felicidad no está en los números de seguidores ni en los filtros que usamos, sino en la capacidad de disfrutar cada momento con autenticidad.
Al final, en un mundo donde las pantallas son protagonistas, quizás el verdadero desafío no sea desconectarnos del todo para ser felices, sino aprender a utilizar responsablemente la tecnología y conectar de manera genuina con lo esencial: con quienes somos, con los otros y con la riqueza de los momentos sencillos que nos rodean. La felicidad, lejos de ser un espectáculo público, es un viaje individual, una búsqueda constante de equilibrio y autenticidad. En esta era de estímulos infinitos, reconquistar lo humano podría ser nuestro mayor acto de rebeldía.


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