Desde la ansiedad que provoca palpitaciones hasta la depresión que causa fatiga extrema, los trastornos mentales dejan huellas visibles en el cuerpo. En esta guía, exploramos cómo estos afectan físicamente a quienes los padecen.
Imagine despertar cada día con una sensación y una carga que no puede explicar: el corazón late con fuerza sin motivo aparente, los músculos están tensos aunque no recuerde haber hecho esfuerzo alguno, y el sueño ya no le da descanso. Muchas personas viven así sin saber que su cuerpo está gritando lo que su mente intenta callar. A pesar de los avances en la comprensión de la salud mental, todavía existe un vacío importante en el entendimiento de cómo los trastornos mentales afectan no solo el pensamiento, sino también el cuerpo.
Los trastornos mentales, definidos como alteraciones cognitivas o emocionales que impactan la calidad de vida de las personas, van más allá de lo que se percibe a simple vista. La ansiedad no solo genera preocupaciones constantes; también provoca sudoración y náuseas. La depresión no es sólo tristeza; también se siente como un peso insoportable sobre los hombros. Sin embargo, hablar de estas manifestaciones físicas sigue siendo un tema rodeado de desconocimiento y estigma.
En esta guía reunimos algunos testimonios publicados en las revistas Bacánika y Bienestar para entender de la mano de Abril Pulido, psicóloga de Colsanitas, cómo dejan huella en el cuerpo los trastornos como la depresión, la ansiedad, el trastorno bipolar, la esquizofrenia, el trastorno límite de la personalidad y el síndrome del impostor.
Depresión
Para quienes viven con depresión, el cuerpo puede convertirse en un peso que cuesta cargar día tras día. Este trastorno no solo llena la mente de pensamientos oscuros, sino que también impacta profundamente el bienestar físico. Las personas la describen como una pesadez constante, como si cada movimiento requiriera una energía que ya no tienen.
Señales físicas de la depresión
- Fatiga extrema. Cada tarea cotidiana se siente monumental, desde levantarse de la cama hasta caminar.
- Dolores musculares y articulares. Sin una razón física evidente, el cuerpo se resiente.
- Alteraciones del sueño. El insomnio y el exceso de sueño suelen ser dos caras de una misma moneda.
- Cambios en el apetito. Comer más o menos de lo habitual, a menudo sin placer.
Luz María Peña, en su testimonio La historia de mi depresión, publicado en revista Bienestar, describe el peso emocional de la depresión como algo que no solo se refleja en la mente, sino también en su cuerpo:
"Uno, dos, tres días. Casi siempre al atardecer sentía un hueco abriéndose en mi pecho, un roto oscuro, una angustia honda que se manifestaba en infinitas lágrimas". Este dolor profundo también se traduce en agotamiento físico, una carga que es difícil de poner en palabras, pero muy real en la experiencia del día a día.
La psicóloga Abril Pulido explica: “El cerebro y el cuerpo están conectados. La depresión desencadena respuestas inflamatorias que intensifican estas sensaciones físicas, haciendo que el agotamiento se sienta interminable”. El impacto en la calidad de vida es profundo, y la lucha por encontrar energía para las tareas más simples refleja la magnitud de lo que está sucediendo tanto mental como físicamente.
“El cuerpo es un mensajero poderoso. Aprender a escucharlo y actuar a tiempo puede transformar la manera en que enfrentamos nuestra salud mental”, Abril Pulido.
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Ansiedad
Vivir con ansiedad es como estar atrapado en un estado de alerta constante, como si el cuerpo estuviera listo para enfrentar un peligro que nunca termina de llegar. Este estado permanente de tensión mental tiene repercusiones claras en el cuerpo, dejando una huella de malestar físico y emocional.
Señales físicas de la ansiedad
- Palpitaciones aceleradas. El corazón late con fuerza, como si anticipara un desastre.
- Tensión muscular. Dolor persistente en el cuello, los hombros o la mandíbula.
- Problemas respiratorios. Respirar se vuelve difícil, con una sensación de opresión en el pecho.
- Molestias digestivas. Náuseas, dolor estomacal o incluso diarrea se vuelven frecuentes.
Este estado de alerta puede transformar situaciones cotidianas en auténticos escenarios de peligro, como lo describe Andrea Yepes en su artículo La ansiedad, mi centro de operaciones:
“... Un café sobre la mesa, de repente, no es un café, sino una taza que puede derramarse, quebrarse, cortarme y hacerme sangrar sin parar. Un título para un artículo se convierte en algo más que un simple título difícil y pasa a ser algo que me hará quedar en ridículo frente a mis editores que decidirán nunca volverme a llamar y yo tendré que abandonar la vida que tengo. Un corazón roto es rápidamente un dolor que va a matarme y que me tira en cama. Bajar la maleta pesada del compartimento superior del avión me da pavor porque pienso cada vez que voy a golpear a alguien duro y lo voy a mandar al hospital y jamás viajaré de nuevo”.
“El cuerpo interpreta la ansiedad como una amenaza constante”, explica Pulido. “Es su forma de pedirnos que detengamos el ciclo de preocupaciones antes de que nos consuma”.
Reconocer estos síntomas y prestar atención a las señales que envía el cuerpo es esencial para romper este ciclo. Vivir con ansiedad no significa conformarse con ella; buscar herramientas y apoyo es el primer paso hacia un mayor bienestar.
Trastorno bipolar
El trastorno bipolar arrastra a quien lo padece por una montaña rusa emocional y física, donde la estabilidad es efímera y los extremos gobiernan el cuerpo y la mente. Las oscilaciones entre una euforia desbordante y una tristeza paralizante afectan el sueño, el apetito, la energía y la capacidad de realizar actividades cotidianas. Cada episodio altera la percepción del mundo y la relación con uno mismo, convirtiendo la vida en un constante ajuste a los cambios impredecibles del ánimo.
Durante la fase maníaca, la energía es desbordante, casi incontrolable. El cuerpo parece no necesitar descanso, el sueño se vuelve innecesario y la mente se llena de pensamientos acelerados. La persona siente que puede con todo: habla más rápido, inicia proyectos ambiciosos, gasta sin medida, toma decisiones impulsivas sin considerar los riesgos. “Es como si estuvieras poseído por una energía imparable, como si fueras invencible, describen quienes han pasado por estos episodios”, explica la psicóloga Pulido. Sin embargo, lo que parece un impulso inagotable, tarde o temprano se quiebra.
Cuando llega la fase depresiva, el cuerpo y la mente se desploman. Todo lo que antes parecía posible se convierte en un esfuerzo titánico. Las actividades cotidianas se sienten abrumadoras, levantarse de la cama es una batalla y el mundo se percibe en tonos grises. La fatiga es extrema, los pensamientos se vuelven pesados y cualquier motivación desaparece. Para quienes viven con trastorno bipolar, el cuerpo refleja los extremos emocionales y la inestabilidad del estado de ánimo.
Señales físicas del trastorno bipolar
- Alteraciones en el sueño. La manía reduce la necesidad de dormir, mientras que la depresión causa insomnio o sueño excesivo.
- Fatiga extrema. Tras la euforia de la manía, el cuerpo colapsa; en la depresión, la falta de energía dificulta incluso moverse.
- Cambios en el apetito y el peso. Algunas personas olvidan comer en la manía, mientras que en la depresión el apetito puede aumentar o desaparecer.
- Aceleración o ralentización del cuerpo. Durante la manía, los movimientos son rápidos e impulsivos; en la depresión, todo se vuelve más lento y pesado.
Pulido explica que uno de los primeros aspectos en desequilibrarse es el ciclo sueño-vigilia, lo que agrava aún más los altibajos emocionales y físicos del trastorno. La falta de sueño en la fase maníaca intensifica la euforia y la impulsividad, mientras que el agotamiento en la fase depresiva profundiza la sensación de estancamiento. “El cuerpo responde a estos cambios como si estuviera en constante estado de alerta o en una caída libre. Es una lucha constante entre la aceleración y la parálisis, lo que deja a la persona exhausta, tanto mental como físicamente”, añade.
Para quienes viven con este trastorno, cada día es un intento por encontrar equilibrio en medio de una tormenta. Aceptar la naturaleza cíclica de la enfermedad, identificar los síntomas tempranos y establecer hábitos saludables puede hacer la diferencia en la forma en que se transita por estas fluctuaciones.
“Las personas con depresión la describen como una pesadez constante, como si cada movimiento requiriera una energía que ya no tienen”.
Trastorno Límite de la Personalidad (TLP)
El Trastorno Límite de la personalidad transforma las emociones en un torbellino que también sacude al cuerpo. Las personas que lo viven suelen describirlo como un estado de constante desgaste y de búsqueda de estímulos que les permita vivir al límite.
Señales físicas del Trastorno Límite de la Personalidad
- Dolor en el pecho. Una sensación opresiva que acompaña las crisis emocionales.
- Autolesiones. El dolor físico se convierte en una vía de escape para el dolor emocional.
- Cambios abruptos en los niveles de energía. Días de hiperactividad seguidos de agotamiento total.
“La intensidad emocional es característica del TLP: todo se vive en extremos, desde la felicidad más eufórica hasta la tristeza más profunda”, explica la psicóloga Pulido. Esta intensidad impacta directamente el cuerpo, pues las crisis emocionales severas pueden manifestarse como dificultad para respirar, cansancio extremo o incluso dolores físicos, como en el pecho. Según Pulido, “es un reflejo de la forma en que las emociones polarizadas se trasladan al cuerpo”.
En el artículo Trastorno límite de la personalidad o el fin del mundo, publicado en Bacánika, Robin, un cartagenero de 25 años diagnosticado con TLP, describe su experiencia como un vaivén emocional que atraviesa cada aspecto de su vida, desde su relación con su persona favorita hasta la sensación de no encajar en el mundo.
Las personas con TLP suelen experimentar vínculos intensos y cambiantes. La idealización y el miedo al abandono son constantes, especialmente con figuras cercanas que les brindan seguridad. En palabras de Robin:
Luz María Peña, en su testimonio La historia de mi depresión, publicado en revista Bienestar, describe el peso emocional de la depresión como algo que no solo se refleja en la mente, sino también en su cuerpo:
“Ese es el TLP: es un trastorno en donde tus emociones están apoderándose de ti. Son tan vividas, gigantes, monstruosas que tú no puedes controlarlas incluso cuando sabes que se deben a situaciones ridículas. Se sienten tan reales que no puedes evitar reaccionar ante ellas”.
Robin sentía que dependía de su amigo para funcionar, y ese apego, sumado al dolor emocional y la inestabilidad de de sentimientos que presencian frecuentemente las personas que viven con este trastorno, les afecta también físicamente.
Comprender el Trastorno Límite de la Personalidad es un reto tanto para quienes lo experimentan como para quienes los acompañan. No se trata solo de sentir con intensidad, sino de enfrentar emociones que pueden desbordarse sin previo aviso. Sin embargo, con el acompañamiento adecuado, la terapia y herramientas de regulación emocional, es posible construir un equilibrio que permita transitar la vida con mayor estabilidad.
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Esquizofrenia
La esquizofrenia es un trastorno mental que distorsiona la percepción de la realidad y afecta el pensamiento, la conducta y las emociones. Se manifiesta a través de alucinaciones, delirios, dificultades para organizar las ideas y una disminución en la expresión emocional y la motivación. “Hay días en los que el cuerpo se siente agotado, como si la persona hubiera corrido una maratón sin moverse del lugar. No es solo la mente, es todo el cuerpo el que se resiente”, explica la psicóloga Pulido.
Señales físicas de la esquizofrenia
- Fatiga severa. El esfuerzo mental para lidiar con alucinaciones o delirios desgasta el cuerpo.
- Movimientos involuntarios. A veces causados por medicamentos, pueden dificultar las actividades diarias.
- Dificultades motoras. Actividades simples, como caminar o sostener objetos, pueden volverse desafiantes.
La hiperactividad neuronal, detectada en resonancias magnéticas, demuestra que el cerebro de una persona con esquizofrenia trabaja a un ritmo intenso durante los brotes. “Es como si hubiera una sobrecarga eléctrica constante. Luchar contra una alucinación o contra pensamientos invasivos que repiten ‘hazte daño, tírate por la ventana’ consume una cantidad enorme de energía”, explica la especialista.
Algunas personas sienten que las alucinaciones les golpean físicamente, que algo les arrebata el control de su cuerpo o que una fuerza invisible los sujeta. Para el cerebro, estas sensaciones son reales: “Las áreas corticales se activan de la misma manera que si estuviera ocurriendo en la realidad”, señala Pulido. “El cerebro trabaja a un ritmo intenso durante los brotes psicóticos, lo que deja al cuerpo exhausto y vulnerable”, explica la psicóloga Pulido.
Síndrome del impostor
Quienes padecen el síndrome del impostor sienten que su éxito es inmerecido y temen ser descubiertos como “fraudulentos”. Esta tensión interna afecta al cuerpo de maneras sutiles pero persistentes. Aunque la investigación sobre este fenómeno es relativamente reciente, se ha logrado identificar cómo el síndrome desvincula la conexión entre los logros reales y la autopercepción. Esto lleva a las personas a ignorar sus propias capacidades, perpetuando una sensación de insuficiencia que impacta tanto a nivel emocional como físico.
Señales físicas del Síndrome del impostor
- Tensión muscular acumulada en el cuello y la espalda, producto del estrés constante.
- Insomnio. Las noches se llenan de preocupaciones por no estar “a la altura”.
- Problemas digestivos. Las náuseas y el malestar estomacal son comunes en situaciones de alto desempeño.
Como lo describe Estefanía Piñeres en la columna Soy una impostora:
“Para mí, esta sensación viene en oleadas. A veces pequeñas, que apenas rozan los talones. Otras, de veinticuatro metros de altura con lluvia de huracán. Me ha pasado con cada nuevo reto: cuando me escogen para un proyecto, cuando alguien reconoce mi trabajo, cuando me dicen que lo hice bien. ¿Cuándo se darán cuenta de que se equivocaron? ¿De que no pertenezco aquí? ¿De que no soy suficiente?”.
La psicóloga Pulido explica: “El cuerpo vive en un estado de alerta constante, reflejando el miedo de ser expuesto como un fraude”. Además, destaca que esta sensación de insuficiencia no surge en el vacío, sino que se moldea a partir del contexto en el que crecemos.
Frases como “debes ser el o la mejor” o “no puedes cometer errores”, transmitidas desde la familia u otros entornos, pueden convertirse en exigencias internas que refuerzan la desconexión entre lo que somos y lo que creemos que deberíamos ser. Estas expectativas generan una presión constante, alimentando la sensación de no estar a la altura, incluso cuando los logros son evidentes.
Para muchas personas, el síndrome del impostor no desaparece con el tiempo, sino que se transforma. Por eso aprender a reconocerlo, hablar de él y compartirlo puede ser un primer paso para disminuir su impacto.
Este artículo hace parte de la edición 198 de nuestra revista impresa.
Encuéntrela completa aquí.
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