Hoy más que nunca, las redes sociales están llenas de información sobre salud mental. Entre listas de síntomas y tests virales, es fácil creer que tenemos un diagnóstico en minutos. Pero, ¿qué pasa cuando nos identificamos demasiado con lo que vemos en pantalla?¿Hasta dónde confiar en un diagnóstico hecho en un reel o un Tik Tok?
Cuando miro sin parpadear toda la cruda verdad que puedo asimilar, tengo más de mí.
Vivian Gornick
Carlos Gutiérrez, profesor y realizador audiovisual, se fue a vivir solo a mediados de la pandemia, en un momento donde el trabajo era mucho y el ruido también. Pudo, por fin, después de años de compartir con otros, tener silencio para ver quién era, cómo es que prefería habitar su espacio, en qué quería invertir el tiempo. En ese proceso, empezó a ver con más claridad ciertos patrones a los que él no podía darles un sentido: largos periodos de aislamiento, ansiedad social y solo cada tanto breves episodios de energía para explorar el mundo, salir, ver a sus amigos, tener ideas. Pero, inevitablemente volvía al aislamiento y a la sensación de no poder compartir.
Siempre ha sido curioso, un gran consumidor de Youtube y de otras redes sociales, y alguien que se hace muchas preguntas. Su decisión fue, entonces, documentarse. Vio todos los videos, todas las entrevistas, todas las herramientas: “Pasé por todos los temas de trastornos mentales, lo que te quieras imaginar: estudiaba, leía, veía vídeos, hacía tests, escuchaba charlas de expertos y seminarios para psiquiatras”. Tenía su algoritmo entrenado para que sus redes sociales le mostraran todo el contenido posible sobre salud mental.
Esta no es una tarea compleja. En ningún otro momento de la historia hemos tenido tanto acceso a información, vocabulario, experiencias y herramientas sobre estos temas. Basta con abrir Instagram o Tik Tok para encontrar influenciadores, terapeutas, académicos, pacientes y hasta poetas explicando, narrando sus vivencias con algún trastorno, mostrando cuáles herramientas pueden ser útiles y contando qué significa TDAH o cuáles son los tipos de autismo. Gran parte de esos contenidos, sin embargo, se alejan de la alfabetización o la anécdota y pasan con rapidez al espectro del autodiagnóstico.
Entre “10 señales físicas de que tienes ansiedad”, “Si estás pensando en *estas cosas* es posible que tengas trastorno obsesivo compulsivo” o “Test para saber si tiene depresión”, es cada vez más común encontrar contenido que enumera la supuesta sintomatología de un problema de salud mental y que pretende, al final o en el caption, entregar una respuesta, un nombre con el cual identificarse y con el cual buscar una solución. Pero ¿qué pasa si le hacemos demasiado caso?, ¿si tomamos ese autodiagnóstico hecho en lo que dura un Reel o un tik tok como una realidad?
Lina Gómez, psicóloga de Versania Cuidado y Vida, explica que algunos de los riesgos de asumir este tipo de contenidos como un diagnóstico es generar una expectativa innecesaria de la condición o de la emoción por la que se está atravesando, además de reforzar estereotipos alrededor de los trastornos. “Te encasillas tanto que asumes que todo es igual, que todas las depresiones y ansiedades son iguales, entonces no hay cabida para contemplar caminos de intervención diversos”, añade.
Por otro lado, Lina Correa, magíster en Psicología Clínica, cree que uno de los riesgos es la simplificación: “Para que el contenido de redes sociales se viralice, debe ser corto, puntual, conciso. Esto puede llevar a un reduccionismo, a creer que basta un check list para diagnosticarse, y a no dar la importancia que tiene una condición o un episodio”. También, señala que estar constantemente evaluando posibles síntomas alrededor de nuestros hábitos y malestares puede llevar a una caracterización o identificación excesiva, que a su vez se traduce en cambios en el comportamiento o apropiación de síntomas que inicialmente no se experimentaban.
Sin embargo, ambas especialistas recalcan que el principal y mayor riesgo es la automedicación, tanto con medicamentos de venta libre, como con sustancias psicoactivas. Cuando Carlos se mudó, se fue a una zona donde a pocas cuadras tenía acceso a expendios de droga y empezó a fumar marihuana para estar más tranquilo. “Era un plan perfecto para estar solo, porque no tenía que preocuparme por nada ni por nadie. El problema fue que me empezó a dar demasiado sueño cuando consumía, demasiada pereza, falta de voluntad, y esto empeoró un montón de síntomas”.
En un punto, notó que en los momentos que tenía más energía, ya no quería relacionarse con su entorno y comenzó a recurrir al sexo para sentirse de alguna manera conectado. “Ya estaba súper aislado, lo que quería eran simplemente relaciones efímeras, sin profundizar demasiado. Con el sexo sentía un alivio muy grande, entonces creo que fue la forma en la que socialicé por ese tiempo; me gastaba la energía en eso”.
Carlos, sin embargo, seguía intentando estar bien. Consultaba diversos contenidos y llevaba una vida más o menos alineada con las recomendaciones y herramientas que encontraba sobre su malestar, que para ese momento no tenía nombre definitivo, pero se identificaba con la ansiedad social. “Yo hacía ejercicio, me alimentaba bien, hacía todo lo que me pedían, pero en algún punto ya no me daba para mantener esa rutina con regularidad y volvía a caer en esos estados de falta de energía y consumo”.
Decidió, entonces, consultar a un par de terapeutas. Tras revisar el listado de síntomas que él había construido, le confirmaban lo que él ya intuía: ansiedad con ciertos atenuantes propios de su realidad social y personal. Sin embargo, ninguna de las herramientas o tratamientos parecía ayudarle.
“Desde la consulta profesional se evita asumir diagnósticos inicialmente. Uno reconoce el diagnóstico como una herramienta para facilitar el proceso de intervención”, cuenta Gómez. Esto, en parte, porque llegar a un diagnóstico de salud mental no trata solo sobre los síntomas. Para determinar qué está afectando a una persona y definir un tratamiento, se tienen en cuenta el contexto sociocultural, el entorno familiar, las pautas de crianza, los roles de género, la edad, la educación, afectaciones políticas, predisposiciones genéticas o biológicas. Incluso el acceso o no a redes sociales es un factor a considerar.
Gómez añade que, en regiones como Latinoamérica, donde las desigualdades impactan tanto sobre la salud mental, si no es que la definen, el contexto socioeconómico es primordial para evitar encasillar a un paciente.
Determinar un diagnóstico o establecer un punto de partida para un tratamiento toma tiempo; sin duda, mucho más que los segundos que dura un reel. Carlos tuvo que consultar a una tercera terapeuta, quien por fin le dio más claridad sobre su situación. Descubrieron que tenía un perfil altamente neurodivergente y bipolaridad tipo 2, una condición que a menudo es diagnosticada como depresión, porque el estado de hipomanía, que es cuando el paciente está más “arriba”, es un estado de felicidad y productividad común.
Encontrar un diagnóstico con su terapeuta ha sido un alivio para él: “Me ha servido ser consciente de que vivo con esos ciclos, porque como que me piloteo mejor yo mismo”.
Eso era lo que buscaba cuando pasaba horas en redes sociales y páginas web buscando síntomas y posibles diagnósticos. Ahora reconoce que es una práctica compleja: “Es de doble filo, sobre todo para alguien tan ansioso como yo. Estuve atrapado en un bucle muy pesado, porque mis burbujas de contenido en redes sociales tenían que ver con salud mental todo el tiempo. En ese momento, no podría haber dicho si eso me hacía mantenerme triste o yo me mantenía triste y seguía consumiendo ese contenido por eso”.
Sin embargo, la posibilidad de contrastar la información que se consume en redes con un especialista no es una posibilidad para toda la población. Hay quienes por falta de acceso o conocimiento difícilmente llegan al consultorio médico. Correa señala que “los altos costos pueden ser una barrera, al igual que la demora en algunas citas también, pero hoy hay servicios en universidades, colegios o trabajos que brindan un servicio gratuito o con aportes muy bajos, ajustados a las necesidades de cada persona”. También menciona líneas de atención como la Línea Calma en Bogotá, El Poder de Ser Escuchados, que brinda orientación telefónica las 24 horas con profesionales en psicología. “Además, se puede acudir al médico general o incluso recibir apoyo a través de la ARL”, añade.Además, ambas especialistas sugieren ser más conscientes del impacto que tienen las redes sociales en nuestras decisiones. Preguntarse: ¿quién me está hablando al otro lado?, ¿esto será verdad?, ¿será confiable? Gómez explica que “son preguntas muy básicas que al comienzo pueden costar, pero que vale la pena incluir para formar un criterio cuando estamos navegando” y así hacer una pausa antes de recurrir al autodiagnóstico. Incluso si todos los síntomas enlistados en un tik tok parecen coincidir, la invitación es a dudar.
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