La autora aplaude los 30 años de La Casa del Teatro Nacional, en Bogotá. El espacio fundado por Fanny Mikey celebra su aniversario con Relatos obscenos, una conmovedora obra escrita y dirigida por Johan Velandia que estará en temporada hasta el 14 de diciembre
“Buen viaje” fue lo último que escuché antes de que iniciara el estreno de Relatos obscenos, la obra escrita y dirigida por Johan Velandia, con la que La Casa del Teatro Nacional celebra sus 30 años. El augurio, pronunciado por Carmenza Gómez, mi compañera de silla, expandió mi idea del teatro, que durante años he concebido como un templo, un santuario de narrativas en el que “la poesía se levanta del libro y se hace humana”, como alguna vez definió García Lorca.
El legado de La Casa del Teatro Nacional
En 1994, en la localidad de Teusaquillo, en Bogotá, Fanny Mikey fundó La Casa del Teatro Nacional como un espacio destinado a propuestas innovadoras, experimentales y de vanguardia de jóvenes artistas. Inauguró su sede con la obra Amores simultáneos, de Fabio Rubiano, y desde entonces, esas jóvenes generaciones se han convertido en maestros. Por sus tablas han pasado directores de amplia trayectoria como Sandro Romero Rey y Pedro Salazar.
En esta sala conocí textos de Fernando Pessoa, Piedad Bonnett, Henrik Ibsen y August Strindberg puestos en escena. También tuve mi primer encuentro con el teatro físico en una creación de La Casa de Silencio y hace un par de meses, en una adaptación de La gaviota de Chéjov, escuché una contundente frase de Borges que tuve que anotar: “El teatro es el arte en el que alguien finge lo que no es y hay otro, que es el espectador, que finge que se lo cree”.
La Casa del Teatro Nacional ha sido una escuela que me ha curtido como espectadora. Noventa minutos después del augurio de Carmenza, que se cumplió tras haber transitado por una montaña rusa de emociones construida por Velandia, y luego de una ovación en la que todo el público aplaudió de pie y Pamela Hernández, directora artística del Teatro Nacional, conmemoró la labor y la memoria de Fanny, se me aguaron los ojos. No sabía exactamente qué me conmovía, pero fue la misma sensación que experimenté el día que volví al teatro después de la cuarentena.
Indagué en Facebook las recientes publicaciones de mi amigo Sandro buscando sus comentarios sobre la obra, y ahí encontré la respuesta: “No pensé que me fuera a suceder, pero me dio un ligero ataque de nostalgia, esa peligrosa enfermedad que a veces nos ataca”. En sus líneas, dedicadas a Johan, cuenta cómo Velandia “ha conseguido consolidar un mundo propio y allí se mantiene, estrenando tres y cuatro montajes al año, regalándole al teatro colombiano una nueva manera de ser urgente”.
Conocí el trabajo de Johan en 2017, cuando adaptó Tratado de culinaria para mujeres tristes, de Héctor Abad Faciolince, y dirigió la obra que estuvo durante una larga temporada en el Teatro Nacional de la Calle 71 con boletería agotada. Su propuesta me cautivó entonces y desde ese momento he seguido con juicio las puestas en escena que se van sumando a su repertorio como dramaturgo y director, una suculenta lista de títulos en la que se acaba de escribir Relatos obscenos.
La obra: un relato desde las heridas
La génesis de Relatos obscenos surgió de una idea de las actrices María Adelaida Puerta, Sandra Beltrán, Jenny Osorio, Margarita Muñoz y Marilyn Patiño, quienes trabajaron en la serie Sin tetas no hay paraíso. Las cinco buscaron a Velandia y le plantearon hacer un proyecto teatral en el que se le diera la vuelta a la premisa que tituló la producción televisiva. La propuesta surgió de una experiencia común: tres de las actrices se habían puesto implantes mamarios que derivaron en el síndrome de Asia, una enfermedad autoinmune que genera reacciones inflamatorias a las prótesis de silicona.
Para escribir el texto de la obra, Johan entrevistó a 30 mujeres entre familiares, vecinas, amigas, prostitutas, personas trans y conocidas de diferentes edades, procedencias y niveles educativos, a las que les preguntó: ¿Cuál es la historia que más recuerdas de tus tetas?
“Después de transcribir los testimonios, me di cuenta de que no estaba hablando de las tetas, sino de una sociedad enferma, del juicio a la vejez, de la explotación del cuerpo femenino en un sistema capitalista en el que todo se vende y tiene filas de gente que quiere comprar, y del mercado estétic, que en nuestro país es tan fuerte”, explica Velandia.
Sin pretender usurpar un tema femenino y respetando las revelaciones —a las que se sumaron casos otorgados por la organización Asia Recovery, fundada por Angelly Moncayo, quien apoya con su causa la realización de Relatos obscenos— la dramaturgia se estructuró en el marco de la ficción en una secuencia de trece cuadros.
Un viaje teatral por los géneros
Los primeros 15 minutos de la obra establecen el código, que consiste en girar por diferentes géneros dramáticos. Todo empieza en una vertiginosa coreografía, pasa a una divertida pieza didáctica introductoria y en adelante recorre un trayecto de curvas por la comedia, el drama, la farsa y el melodrama. “Creo que los géneros dramáticos hace rato dejaron de existir. Ya los superamos, por eso los combino. Hay una fuerte tensión entre la ternura y la crueldad que atraviesa todo mi teatro, y en ella aparecen el humor, las lágrimas y las reflexiones profundas sobre una sociedad enferma, sobre unos seres humanos que necesitan un abrazo, porque al final lo único que nos falta es que en momentos muy delicados alguien nos diga que sigamos adelante”, añade Velandia.
Para llevar a cabo esta exploración escénica, que incluye elementos de autoficción, danza contemporánea y música en vivo, se necesitaba un elenco versátil. Sandra Beltrán, María Cecelia Sánchez, Jenny Osorio, José Luis Díaz, Jenny Lara, Natalia Coca y Ed Bernal trabajaron con Velandia en una creación colaborativa durante el montaje. “Soy partidario de que el actor proponga, que no sea una máquina de interpretar y de formular marcas, sino que pueda crear”, apunta el director.
Velandia asegura que el arte debe incomodar para construir pensamiento. Lo ha hecho en su teatro estrellando al público con una ficción muy cercana a la realidad que apabulla y que a veces genera terror. En Relatos obscenos hay una denuncia punzante que radica en historias oscuras que evaden la moral. Pone sobre la mesa temas como el inclemente cáncer, el dolor y la gloria de la lactancia, el placer, el sexo, las cirugías estéticas, el sufrimiento devastador del síndrome de Asia y la desigualdad de género en ejemplos tan puntuales como avisar que llegamos a casa sanas y salvas porque cogimos un taxi en la calle: “¡Los hombres nunca hacemos eso!”, dice Velandia con desparpajo.
Aunque hunde el dedo en la llaga, esta obra presenta una decisiva renuncia a los estereotipos y un imprescindible acto de reconciliación con el cuerpo, como lo escribió mi colega Manuela Lopera en Las tetas victoriosas, un precioso artículo al que regresé después de ver la obra.
Sandro Romero Rey, en su libro ¿Qué pasó con Seki Sano?, escribió: “Hay que hacer esfuerzos sobrehumanos para que aquel que se sienta al frente de una experiencia escénica de una hora o más sea capturado, sea hipnotizado, sea entusiasmado, sea un cómplice de lo que se presenta”. Corriendo el riego sobre las tablas, al igual que su maestro Sandro, Velandia sabe conmover con temas inherentes al alma humana creando mundos posibles para que el espectador diseñe una realidad mejor que la que vivimos.
En temporada hasta el 14 de diciembre
La Casa del Teatro Nacional
Carrera 20 No. 37-54, Bogotá
Funciones:
Jueves y viernes 8 p.m.
Sábados 5:30 p.m. y 8 p.m.
Puede conseguir sus entradas aquí.
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