Pasar al contenido principal
convertirse en deportistas

Vi a mis tías convertirse en deportistas

Fotografía
:

Alrededor de sus cuarenta años, dos hermanas se encontraron con el universo deportivo del running y el trail running, lo que abrió toda una conversación en sus entornos familiares, sociales e íntimos sobre lo que significa el bienestar físico y emocional.

Desde hace casi diez años, algunos domingos del mes se empezaron a atiborrar de fotos en el grupo de WhatsApp de la familia: mis tías, Adriana y Patricia, empezaron a correr, a inscribirse en carreras, a viajar a lugares y a explorar un universo deportivo que antes ni ellas mismas se hubieran imaginado.

Hay que decir, antes, que mis tías son mis amigas: han sido, en alguna medida, mis madres; hemos vivido juntas; me han visitado en mi nuevo hogar en otra ciudad; alguna vez hablamos hasta de hacernos un tatuaje juntas. Mientras crecíamos todas, las vi cambiar de estilo de cabello, de amigas, de trabajos y de placeres. Las vi mutar y transformar la pregunta sobre quiénes eran y qué querían.

El inicio de todo lo nuevo

Patricia tiene 54 años y empezó a correr hace ocho. Trabaja en el sector público y, además, es emprendedora. Sobre el origen de su vínculo con el deporte, dice: “Empecé a correr porque mi relación de ese entonces se había acabado y entré en una tristeza profunda, entonces tuve que buscar algo que me ocupara la mente. Con mi amiga Yolanda nos inscribimos a un gimnasio que queda en frente de una pista de atletismo y, cuando íbamos, nos encontrábamos con el hijo de ella, William, que justo estaba entrenando para correr su primera maratón. Entonces, de a poco, nos fuimos metiendo a la pista. En una distancia de 400 metros (m) yo corría 30 m y caminaba 50 (risas), y así hasta completar la vuelta”. 

Patricia cuenta que la primera carrera a la que se inscribió fue de la Edeq, la empresa de energía del Quindío, y la distancia más corta que se abrió al público en ese momento fue de 2 kilómetros (k) para niños: “Entonces, con Yolanda dijimos que nos fuéramos al lado de dos niños para que pensaran que eran de nosotras (risas), y así completé esa carrera y, luego, me inscribí a la de 5 kilómetros y así en adelante”. 

En la sala de su casa, Patricia tiene un perchero de medallas en el que cuelgan 44 (aunque ha corrido más) de carreras de 5 k, 10 k, 15 k, 21 k y 24 k, entre calle y montaña. Ha viajado por diferentes municipios del Quindío, como Salento, Buenavista, Pijao y Circasia; y también Medellín, Cali, Santa Marta y Lima, en Perú. También le dio la vuelta a la isla de San Andrés. Con sus medallas tiene una relación especial: “Yo hago una carrera y quisiera dejarme puesta la medalla toda la semana, no me la quiero quitar, la llevo en el bolso y se la muestro a la gente”. 

Adriana tiene 45 años y empezó a correr hace seis; es propietaria de un centro de salud y belleza en Armenia. Empezó a correr como la respuesta a muchas preguntas que vinieron atravesadas luego de un diagnóstico de cáncer de piel en el rostro: “Yo durante toda mi vida había tenido una relación complicada con la belleza, enfocada hacia donde no era, y la llegada de ese cáncer, que además fue un lunar de mi rostro que amaba, me cambió la vida y me obligó a buscar el bienestar de otras maneras”. Adriana se inscribió a un gimnasio de CrossFit y empezó a practicar actividad física, y, aunque nunca había corrido, Patricia la llamó un día para invitarla a correr la vuelta a la isla de San Andrés. Esa fue su primera carrera juntas. 

Adriana ha corrido 35 carreras oficiales, pero no tiene la cuenta de otras más frecuentes con su equipo TRQ (Trail Running Quindío), con el que salen casi todos los domingos y algunos jueves a correr a las montañas de diferentes municipios del departamento. Ha viajado con Patricia a múltiples carreras y, por su parte, también ha corrido en Ecuador y Panamá.

Según cifras de este año, la Organización Mundial de la Salud (OMS) confirmó que a nivel global tres de cada diez adultos no hace suficiente ejercicio, un máximo histórico en la inactividad física que, entre otras cosas, pone en perspectiva la relación del bienestar individual con el sistema de salud: el costo se calcula en unos 300.000 millones de dólares, con estimaciones a 2030 de que unas 500.000 personas tengan problemas de salud que podrían prevenirse con actividad física regular. 
Daniel Ossa, psicólogo, filósofo y director global del Programa de cuidado integral del adulto mayor, de Keralty, señala que, aunque la práctica deportiva a cualquier edad es una excelente forma de prevención de la enfermedad y promoción de la salud, los beneficios van mucho más allá: “Encontrar actividades físicas que impulsen la pasión, que además suelen estar acompañadas de buenos hábitos y de una comunidad, es una forma de crecimiento personal que va más allá de lo biológico y en donde lo psicoespiritual encuentra sentido. Algo a lo que desde el sistema de salud también se le está apuntando, a una forma del bienestar que abarque más puntos”.

El reto del camino

Cuando empezaron a correr, cada una tuvo retos diferentes al enfrentarse a una actividad completamente nueva y desde un punto del camino en el que se sentían más cercanas al sedentarismo: “Para mí fue la constancia. Uno se levanta dos días, cinco días, diez días, pero dejar de poner excusas para faltar a algún entrenamiento fue lo que más me costó, y ya cuando atravesé ese reto lo que empezó a pasar fue que me hacía falta y que sin darme cuenta ya tenía el hábito instalado”, dice Patricia. Adriana, por su parte, tuvo que batallar con la idea de ser la mejor: “En mi contexto he sido muy líder, entonces me costó entender que yo no iba a ser la mejor y que no me iba a dañar las rodillas por alcanzar un tiempo determinado. Internamente me decía con frecuencia que bajara el ritmo, que estaban bien esas ganas de competencia, pero que disfrutar el proceso y ser una voz líder dentro del grupo en verdad me traería mucho más bienestar”. 

Paradójicamente, lo que más admira la una de la otra como corredoras tiene que ver con lo que internamente batallan: “Yo a Paty le admiro la disciplina, es impresionante, así le esté doliendo el pie (tuvo una fractura este año), así esté cansada, lo que sea, ella es mucho más disciplinada que yo y me empuja a seguir haciéndolo”, dice Adriana. “A mí ese espíritu de competencia de Nana me encanta porque yo nunca pienso en eso, siempre pienso en llegar y ya, pero ese grado de competitividad con los tiempos y con uno mismo lo admiro muchísimo”, dice Patricia. 

Hoy cada una ha formado una comunidad diferente. Adriana es parte de un grupo de trail que recorre las montañas quindianas, y Patricia hace parte del colectivo Las correlonas, mujeres de diferentes quehaceres y edades que se reúnen en la pista y que, incluso, celebran fechas especiales juntas. Ambas destacan que lo más maravilloso que han encontrado en este deporte es la comunidad, la compañía y la motivación de personas que, como ellas, encuentran allí una forma de relacionamiento con otros y con ellas mismas desde el bienestar y la diversión de moverse. “Además, correr juntas refrescó el vínculo de hermanas porque, aunque siempre hemos sido muy unidas, esta pasión que compartimos nos llevó a sumarle otros temas a nuestras conversaciones”, dice Adriana. 

“La identidad es una cosa que se mueve, que se elige y se comparte con la misma alegría y sorpresa con la que se descubre un tesoro”

Aunque el encuentro emocional y espiritual que les ha dado practicar este deporte es lo que más destaca cada una, físicamente hablan de cambios tan extraordinarios que al día de hoy las han llevado a decir que se sienten en mejor forma que en cualquier otro momento de sus vidas: “La fuerza es algo que me asombró mucho; llegaba de correr y me daba por reorganizar la casa, tenía tanta energía que no sabía qué hacer con ella”, dice Patricia; a la par, cambios físicos que las motivaron muchísimo a seguir: “Yo empecé a correr y, al poquito tiempo, noté cambios en mi cuerpo que me emocionaron, me gustaba la forma en la que se me veía la ropa y, aunque es algo físico, es también muy importante a nivel emocional y mental”, concluye.

Por su parte, el cambio más significativo que notó Adriana fue la regulación de su sueño: “Yo me dañé el sueño hace muchos años tomando pastillas para adelgazar; no me hace sentir orgullosa decirlo, pero es la verdad. A raíz de eso, mi sueño se desreguló y tuve que empezar a tomar pastillas para dormir. Creo que me hice adicta a esas pastillas. Desde que empecé a correr mi sueño se reguló, tengo un descanso reparador todas las noches y físicamente me siento muy bien con mi cuerpo; el impacto que ha tenido esto en mi salud general me sigue sorprendiendo”.

La identidad es algo que muta

“El sabernos nuevos en algo, aprendiendo, abre una plasticidad cerebral que además está conectada emocionalmente con las preguntas sobre nuestro propósito; es supremamente valioso el proceso de encontrarnos con nuevas facetas de nuestra individualidad”, afirma Daniel Ossa, lo que me hizo pensar en la forma en que mis tías estructuran sus vidas alrededor de ese gusto.

Hoy Adriana y Patricia van juntas a centros comerciales a comprar ropa deportiva, buscan por internet calzado técnico para sus carreras, preparan su maletín desde el día anterior y organizan sus rutinas laborales y familiares alrededor de su práctica deportiva. El grupo de WhatsApp sigue atiborrándose de fotos cada tanto, a veces, con imágenes de ellas con sus medallas en la meta y el texto: “Otra vez llegamos de primeras, qué cosa”. 

Siguen enseñándome que la identidad es una cosa que se mueve, que se elige y se comparte con la misma alegría y sorpresa con la que se descubre un tesoro. Nos llevamos más de 15 años de diferencia y verlas existir me genera una emoción que se parece a la curiosidad por conocer quién seré más adelante, que todavía ni sospecho, y que ojalá se parezca a ellas.

Sara Juliana Zuluaga García

Periodista y editora con enfoque en narrativa, derechos humanos y naturaleza.