Como promotora de la cohesión social y la colaboración, la empatía ha jugado un rol muy importante para el desarrollo humano y su supervivencia.
En la década de los 50, un equipo de arqueólogos liderado por el estadounidense Ralph Solecki desenterró un esqueleto de neandertal que cambiaría nuestra comprensión sobre las sociedades prehistóricas. Conocido como Shanidar 1, este primo del Homo sapiens vivió en las montañas de lo que hoy es Irak durante la Edad de Piedra y murió a una edad avanzada para la época ―entre 40 y 60 años― en medio de un entorno hostil y desafiando todos los pronósticos.
Como lo demostraron los investigadores, los restos de Shanidar 1 narran una historia fascinante, pero también accidentada: había sufrido varias lesiones a lo largo de su vida, entre ellas una fractura en el cráneo, pérdida parcial de la visión y la amputación de uno de sus brazos. Esto, combinado con un padecimiento degenerativo que le dificultaba el movimiento, no solo le habría impedido buscar recursos vitales, sino que además lo habría convertido en una presa fácil para los depredadores. En ese sentido, su supervivencia hubiera parecido un milagro si no fuera por un análisis detallado de sus huesos, que indicaron que sus heridas habían sanado.
Para Solecki, la conclusión era clara. Alguien había cuidado de Shanidar 1 durante un largo proceso de curación y hasta sus últimos días. Así, este hallazgo se convirtió en algo más grande que simples restos óseos. Era el primer indicio de que incluso nuestros parientes prehistóricos tenían estructuras sociales complejas y la capacidad de comprender el sufrimiento ajeno, motivándolos a reaccionar a favor de la comunidad.
45 mil años después, podemos reconocer este comportamiento como un concepto clave para nuestra evolución: la empatía.
“La empatía, que no es exclusiva de los seres humanos, es una función mental que poseemos para percibir y responder a los estados mentales de otros miembros de nuestra especie”, explica Leonardo Palacios, neurólogo adscrito a Colsanitas y profesor de la Universidad del Rosario. Pero esta capacidad va más allá de entender la información que nos brindan las acciones de nuestros iguales. Desde una perspectiva biológica se trata, literalmente, de sentir lo mismo que está sintiendo el otro, y esto solo es posible gracias a las neuronas espejo.
La empatía está en el cerebro
Las neuronas espejo se definen como un conjunto de células especializadas que se activan cuando realizamos una acción o cuando vemos a alguien realizarla, lo que nos permite aprender una habilidad “simulándola” en el cerebro, sin realizarla físicamente. Esto es muy importante durante la primera infancia, pues nos permite adquirir funciones esenciales del ser humano como caminar y hablar.
Por supuesto, esta capacidad de simulación también es extrapolable a las emociones.
Cuando alguien está triste o feliz, y lo demuestra con expresiones como la sonrisa o el llanto, nuestras neuronas espejo activan áreas del cerebro relacionadas con dichas emociones, contagiándonos de tristeza o alegría. “Estas neuronas empiezan a funcionar 60 minutos después de que nacemos, por lo que es posible afirmar que la empatía es algo innato en nuestra biología”, indica Palacios.
Cabe destacar que otras especies, especialmente las más sociales como los mamíferos, también poseen neuronas espejo, y aunque están menos desarrolladas que las de los humanos, cumplen funciones similares. Por ejemplo, permiten a los delfines coordinar grupos de caza, facilitan la interacción social entre primates y promueven comportamientos colaborativos esenciales.
“En las aves, las neuronas espejo están relacionadas con el canto como medio que permite comunicar una amplia variedad de mensajes, desde señales de alarma hasta comportamientos de cortejo”, añade el neurólogo.
Cómo funciona la empatía humana: emoción y razón unidas
A diferencia de los animales, los seres humanos podemos experimentar formas de empatía mucho más complejas, puesto que llegamos a percibir las actitudes de otros no solo desde la emoción, sino también desde el pensamiento. Como señala un estudio publicado en la revista Behavioral and Cognitive Neuroscience Reviews, la empatía humana no se limita solo a la activación emocional espontánea del observador (empatía afectiva), sino que también es el entendimiento de la emoción de manera lógica a través de circunstancias y escenarios posibles (empatía cognitiva).
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