¿Qué pasa cuando no volvemos a conectar con los amigos que iban a ser para siempre?, ¿qué es lo que sucede cuando crecemos, cambiamos, y las piezas que daban rienda suelta a la amistad cada vez son menos?, aquí algunas reflexiones sobre los retos que enfrentan las amistades a lo largo del tiempo y la importancia de saber despedirse.
Érase una vez una amistad adolescente
Un día de hace muchos años, Carmen y yo nos fuimos hasta el centro de la ciudad con dinero de nuestros papás para comprar cinco pares de aretes, que en realidad serían diez, para ir lo más parecidas que pudiéramos al colegio: nos pondríamos de acuerdo para usar uno cada día de la semana: los lunes los de cara feliz, los martes los rosados de perla, y así. Éramos las mejores amigas y seguiríamos siendo las mejores amigas aun cuando el camino se hiciera distante, pero todavía no lo sabíamos.
La amistad adolescente, de pijamadas con largas conversaciones sobre quienes éramos para entonces y sobre quienes seríamos después, abonaban el suelo para pararnos a defender un vínculo que estaba construyendo un fragmento enorme de nuestra identidad. En Prosas apátridas, Julio Ramón Ribeyro lo dice así: “Cada amigo es dueño de una gaveta escondida de nuestro ser, de la cual solo él tiene la llave e, ido el amigo, la gaveta queda para siempre cerrada”. Así, en esos años de búsqueda identitaria y desregulación emocional, empezábamos a sospechar un rumbo personal, un camino propio.
Un estudio del Centro Nacional de Consultoría encontró que en promedio en Colombia las personas tienden a tener un grupo de cuatro amigos, y de ellos dos son del colegio o de su barrio de la infancia. Para el doctor Leonardo Palacios, profesor emérito de neurología de la Universidad del Rosario, adscrito a Colsanitas, cultivar las amistades a lo largo de las etapas de la vida es fundamental para llevar el bienestar: “Yo tengo un grupo de amigos de hace 47 años, y cada año nos vemos una o dos veces, según nos funcione; hemos estado ahí para los duelos que enfrenta la adultez, las separaciones, los cambios de trabajo, todo. Ahí seguimos”.
Palacios además menciona que las interacciones afectivas y conversaciones con otras personas propician la estimulación mental y un ancla al presente que se puede desdibujar fácilmente en condiciones de soledad. El reporte Nuestra epidemia de soledad y aislamiento del Servicio de Salud Pública de Estados Unidos para 2023, reveló que la sensación de soledad puede ser tan perjudicial para la salud como fumar entre doce y quince cigarrillos, además de aumentar en un 30 % el riesgo de muerte prematura, y otros riesgos como la apoplejía y la enfermedad cardíaca.
El estudio muestra una significativa reducción en las interacciones personales en la población, y entre las razones aparece la pandemia de Covid-19 que, entre otras cosas, propició unas dinámicas de relacionamiento en las que nos adaptamos a la coyuntura pero que tal vez luego fueron difíciles de desinstalar; a su vez, mencionan las redes sociales como un dispositivo que crea la ficción de estar acompañados pero que en términos concretos también genera un aislamiento. El doctor Vivek Murthy, director de Salud Pública de Estados Unidos, dijo al presentar el informe a los medios de comunicación: “Según vamos utilizando la tecnología más y más para nuestra comunicación, perdemos en esa interacción en persona. ¿Cómo diseñamos tecnología que refuerce nuestras relaciones en lugar de debilitarlas?”.

El punto de quiebre
En la adolescencia nos hicimos cartas con amigas y amigos para decirnos que seríamos para siempre, que sus hijos e hijas tendrían nuestros nombres y que cuando tuviéramos la edad suficiente nos haríamos un tatuaje de la amistad. Todo sostenido en la adolescencia y la creencia voraz de que todo podía cambiar excepto nosotros, pero no fue así.
En el colegio parecía que nadie tenía una identidad muy marcada, éramos un montón de personas que querían aprender cosas y hacer cosas, pero todavía no muy conscientes de que en esas acciones se ocultaba algo inevitable: crecer, y con ello, cambiar.
Hubo un punto que nunca supimos marcar muy bien en la línea del tiempo, en el que los caminos que parecían todos iguales se fueron haciendo cada vez más diferentes. Entramos a la universidad y lo que vino con ello fue la exploración de universos por fuera de casa y de ese círculo homogéneo que es el colegio: el descubrimiento de que un mundo existe y algo hace parte de él. Hacen parte del mundo los cine clubes y las largas conversaciones sobre autores y autoras, sobre la obra artística experimental de no sé quién; hacen parte del mundo los revelados análogos y los documentales.
Los amigos cambian porque cambiamos nosotros, porque el síntoma natural de todo lo vivo es el cambio, el movimiento. Mientras ese descubrimiento del mundo como estudiante de periodismo sucedía y yo me maravillaba con él, Carmen estaba frente a un esqueleto aprendiendo anatomía humana: se abría ante ambas y ante tantos otros amigos y amigas el universo de todo lo posible, la esquina microscópica de ese nuevo espacio descubierto que se siente en el estómago como el centro del cosmos.
Son vitales los amigos, las redes de apoyo y los círculos de interacción para el bienestar integral, ¿pero es necesario que esos amigos que acompañan todas las etapas de la vida sean los de la infancia o la adolescencia?, para Nidia Yineth Preciado Duarte, Psicóloga clínica y de la salud, y docente de Unisanitas, el cultivo de la amistad es fundamental, pero también lo es aceptar el momento en el que ya no existen puntos de conexión: “Tenemos la creencia de que esos vínculos que forjamos a edades tempranas tienen que ser permanentes, y tenemos el deseo de que así sea, pero la vida real es que los amigos son las personas que pertenecen a tu entorno, con quienes sientes mucha afinidad, con quienes compartes elementos de tu vida y que están presentes para ser apoyo en cada etapa”.
Para Preciado, no funciona necesariamente así, pero lo usual es ir variando de amigos mientras crecemos: más cercanía con unos o con otros, lo que también pone sobre la mesa poder reencontrarnos con alguna amistad del pasado; en su caso, pudo conectarse de nuevo con una amiga de la adolescencia a través de la maternidad, de ese nuevo vínculo compartido a través de retos y experiencias en las que se acompañan y entienden.
El distanciamiento con amigos y amigas puede ocurrir por muchos factores, el estudio del Centro Nacional de Consultoría también concluyó que en Colombia las personas tenemos el 40 % de nuestros amigos en otra ciudad o en otro país, lo que hace que este sea uno de los factores más relevantes a la hora de relacionarnos con ellos. Según Preciado el distanciamiento también puede suceder por temas económicos o cambios radicales de vida; al final, saber cuál es el momento en que una amistad ya no tiene un punto de enlace que conecte, es vital para hacer un proceso de cierre.
Hubo un tiempo en que después del colegio o la universidad, algunas conversaciones con amigos y amigas se empezaron a sentir extrañas: el 80 % del tiempo estábamos enumerando uno por uno los momentos de esa época que nos habían hecho reír; la conversación toda se volcaba hacia allí, ¿cuándo es que nos damos cuenta de que una amistad ya no se está construyendo sino que se está recordando?
Los procesos de cierre con amigos y amigas con quienes en algún momento se compartió un vínculo fuerte, no son fáciles, pero según Preciado es importante tener la capacidad de recordar, honrar y atesorar las amistades con emociones positivas, pues cerrar también es darle lugar a esos vínculos en nuestras historias personales identitarias, y comprender que hay momentos en que esos puntos de contacto van a ser menos o van a ser más, y es normal.

Las nuevas viejas amigas
Hacer amigos y amigas en la adultez es más difícil, hay menos tiempo y somos más cerrados a conectar, sin embargo, Preciado dice que tendemos a pensar que las amistades deben ser transversales a todas las áreas de nuestra vida, y no es así: “Podemos tener los amigos del gimnasio, los amigos del club de lectura, los amigos del club de mamás, y así, según nuestros intereses”, sobre este punto, dice que es fundamental que las personas cultiven esos intereses adicionales a la vida en casa y la vida en el trabajo, un paso vital para conectar y estimular la mente en otros espacios: “¿Si no sacas tiempo para ti, cómo vas a tener tiempo de poder conectar con personas?”, dice.
Cuidar las redes cercanas, cultivar las amistades con el esfuerzo en tiempo y energía que ello implica; evaluar y cerrar los vínculos que, luego de no tener puntos de contacto, se convierten en encuentros con emociones negativas; explorar afuera el mundo de los nuevos amigos, afines a nuestros intereses y cercanos a nuestra realidad, y encontrar, en los viejos amigos puntos comunes que no parecen obvios pero que a veces se conectan sencillamente con el placer de la cotidianidad.
Aunque hablemos muy seguido, casi todo entre Carmen y yo es abismalmente diferente: la forma en que nos vestimos; el contenido y la manera en que nos gusta compartir en nuestras redes sociales; nuestros gustos de cine, libros y música; nuestra posición en cuanto a celebrar o no el 8M, nuestro gusto para decorar la casa, podría seguir. A veces siento que viviéramos dos versiones de la realidad diferentes, y pienso en lo que dice la escritora Elizabeth Gilbert sobre sus amigas radicalmente distintas a ella: “Las personas realmente viven realidades diferentes, consumen noticias de fuentes distintas, aprenden informaciones completamente diferentes, allí creo que la curiosidad por ser un turista, un visitante del mundo del otro, es muy útil. Tengo tanto amor y tan poco control por los mundos de los demás, que prefiero enfocarme en ese amor y no en ese control”.
En Un vaso de agua bajo mi cama, la autora Daisy Hernández cuenta una escena en la que vio bailar a su madre, una escena en la que también tiene sentido pensar sobre las amigas para siempre, las amigas de la infancia y la adolescencia que vimos y nos vieron cambiar, y veremos y nos verán cambiar tantas otras veces: “Ella baila, la miro y pienso: ¿Quién es esta mujer? Y entonces siento que el hilo que nos une se revienta y ella es una mujer separada de mí, una que tiene su propia vida, hasta un país distinto, si se quiere. Su brazo se alza al cielo como el signo que abre una exclamación. Su mano derecha no llama a nadie; en vez de eso, es un anuncio de sí misma”.



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