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crianza respetuosa

En contra y a favor de la crianza respetuosa

Ilustración
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La crianza respetuosa promete una relación más amorosa y libre de violencia con la infancia, pero su aplicación en un mundo que no prioriza los cuidados puede generar culpa y frustración. ¿Es un ideal inalcanzable o una transformación necesaria?

Mi mamá suele decir que mi crianza es muy intensa. Para ella es super exótico que yo haya dado teta 27 meses —aun cuando, supuestamente, nuestra estirpe no es lechera—, que cargara al bebé apenas llorara, que haya porteado, que haya sido cuidadora principal por más de dos años, y que haya tomado decisiones que, para ella y muchísimas personas de su generación, se ven como “malcriadez”.

Mi mamá no me lo dice de mala; simplemente ella nos crió distinto: fue madre en los noventa, cuando se valoraba que se volviera rápido al trabajo, se hiciera como si nada hubiera pasado (no es que la situación haya cambiado mucho, pero por lo menos en la actualidad hablamos más de puerperio y toda la transformación física y emocional que conlleva) y se demostrara que los hijos no eran una carga para las mujeres libres y modernas de la época.

crianza respetuosa

Ese era mi referente de madre. Por eso, cuando quedé embarazada, nunca pensé que me enfrentaría a la pregunta: ¿cómo quiero criar? Es una pregunta nueva. Ni mi mamá ni mi abuela tenían tiempo para hacérsela. Se trataba de otro momento: la crianza —aún con lo solitaria porque ya estaba institucionalizada la familia nuclear— era más colectiva: confiaban en lo que otras mujeres, generalmente mayores, enseñaban sobre el cuidado. Además, tenían claro que sus vidas no se detendrían.

Mi abuela entró a la universidad el mismo día que mi mamá empezó el jardín de infantes. Y mi mamá sabía que no iba a parar su trabajo, ni siquiera en mis primeros meses de vida: a los ocho días volvió “como si nada” a su práctica universitaria. Ellas de forma casi automática optaron por un tipo de crianza en el que se valoraba la independencia y que las infancias se acomodaran a la vida de los adultos y no al revés. Pero la época en la que yo crío, esto sí ha cambiado, al menos un poco. 

Fui madre en 2019, un momento en el que internet y la sobreinformación han condicionado la forma en la que materno. Blogs, post de Instagram, apps de maternidad, toda duda ha tenido su solución en línea. ¿Para qué preguntarle a mi mamá o a mi abuela si tengo la respuesta a un clic? ¿Para qué acudir a ellas si lo que me dirán va a ser desmentido y catalogado como “mito” en internet? La crianza de hoy, esa que mi mamá llama “intensa” —que más formalmente se llama “crianza respetuosa”, “crianza con apego” o “crianza positiva”—, está construida en oposición a la “crianza tradicional” o “crianza autoritaria”, con la que, estoy segura, la mayoría de personas fuimos criadas.

Es, quizá, la primera vez en la historia que los infantes son realmente escuchados y validados, la primera vez que “la mano dura” no es una ley de crianza y que, incluso, está prohibida legalmente.

Esta nueva forma de crianza se caracteriza por construir una relación más horizontal con el niño o la niña, buscando formas más amorosas y no violentas de criar. Se trata de una crianza menos impositiva que entiende los procesos biológicos de la infancia y aboga para que los adultos nos acomodemos más a las necesidades de las y los niños y no al revés. Es, sin duda, toda una transformación.

Es, quizá, la primera vez en la historia que los infantes son realmente escuchados y validados, la primera vez que “la mano dura” no es una ley de crianza y que, incluso, está prohibida legalmente. Pero también, históricamente hablando, es toda una anomalía que las madres actuales nos entreguemos tanto a la crianza de los hijos.

Así lo escribe la filósofa feminista española Beatriz Gimeno: “A lo largo de la historia occidental, en contra de lo que habitualmente se piensa, las mujeres no han sido necesariamente esas madres abnegadas que conocemos ahora”. Sin embargo, cuando pensamos en una madre se nos viene una imagen universal de la madre que ama sin grietas, entrega todo por sus crías y se anula a sí misma.

Esa imagen es más bien nueva (es una herencia de quienes construyeron las bases ideológicas de la sociedad moderna, en especial de Rousseau, que en El Emilio dijo que el rol natural de las mujeres es dar de mamar y criar a los futuros ciudadanos), pero ha sido tan poderosa que se ha universalizado, convirtiendo la idea que tenemos de lo que debe ser una madre en un mandato que ha estado siempre. Y no es así.

Personalmente, me acerco mucho a los principios de la crianza respetuosa, el problema es que, en muchas ocasiones, genera mucha frustración, culpa y soledad porque nuestra sociedad no está construida para sostener en torno a los cuidados.

Por ejemplo, en la Edad Media, en Occidente, las mujeres siervas no tenían hijos por deseo o amor, sino porque necesitaban quién trabajara la tierra, y las mujeres de clase alta entregaban a sus hijos a nodrizas para que ellas las alimentaran (muchos niños eran devueltos, como si se trataran de cosas, a los seis años, cuando ya estuvieran crecidos y alimentados). Incluso en las comunidades originarias, que se suelen alabar desde la crianza natural (un estilo de crianza que dialoga con la crianza respetuosa, aunque no son lo mismo), las madres no necesariamente eran principales cuidadoras; muchas veces el cuidado recaía en los hermanos mayores o los más jóvenes de la comunidad, mientras que las mujeres se dedicaban a otras labores, como la agricultura. 

Y más allá de lo bueno o lo malo de esas formas de la crianza, lo interesante es constatar que la crianza es una práctica social que depende de la cultura y el momento histórico. Es decir, es una construcción social y no un imperativo natural que se eleva a imperativo moral. Pero también tengo que decir que, personalmente, me acerco mucho a los principios de la crianza respetuosa, el problema es que, en muchas ocasiones, genera mucha frustración, culpa y soledad porque nuestra sociedad no está construida para sostener los cuidados.

crianza respetuosa

Responder siempre a las necesidades de la criatura, tener paciencia para gestionar con amor sus llantos y desbordes, estar disponible para dialogar y negociar para llegar a acuerdos, respetar todos los ritmos biológicos de los bebés y niños (como que no aprenden a dormir derecho hasta los seis años), fomentar el apego y la seguridad, entre otros principios que en teoría me parecen perfectos, pero ¿cómo seguir estos mandatos si se tiene que trabajar ocho horas (o a veces más) para mantener el hogar? ¿Cómo ser fiel a la crianza respetuosa si, además del trabajo remunerado, se tiene que cumplir con paciencia, agradecimiento y amor incondicional, el trabajo no remunerado del cuidado? ¿Cómo soportar los despertares nocturnos (que no son pocos) si no se valora el trabajo de cuidado, se está preocupada por cómo pagar las cuentas, se carece de red de apoyo y hay que levantarse temprano para preparar la lonchera, llevar al hijo al colegio y salir corriendo a la oficina?

Bajo estas circunstancias, que es el de la mayoría de cuidadores en países con licencias de maternidad de menos de seis meses y de paternidad de una semana, discriminación laboral a cuidadores, bajos sueldos y muchas horas de trabajo, cumplir a rajatabla las reglas de la crianza respetuosa se vuelve una fantasía bastante cruel.

La filósofa española Carolina del Olmo explica en ¿Dónde está mi tribu? que los expertos en la crianza respetuosa no tienen en cuenta que vivimos en una sociedad hostil a las infancias, las madres y, en general, a cualquier persona que necesite y brinde cuidados. Esa desconexión entre sus tips y la realidad social en la que vivimos crea una brecha grandísima entre lo que nos dicen que debemos hacer y lo que realmente podemos cumplir. Y por eso aparece la culpa.

Mi hijo Nicolás solo tenía un mes cuando me obsesioné con la crianza respetuosa. Leí decenas de posts sobre las bendiciones de esta crianza, leí manuales y libros de gurús como Carlos González y Laura Gutman, incluso creé un podcast (La Mala Mamá Podcast) donde en la primera temporada me dediqué a entrevistar a expertas en este tema y dije varias estupideces totalitarias—como que jamás entrenaría el sueño de mi hijo o que no usaría la tele para distraerlo y yo descansar un rato— que, con el tiempo, terminé desmintiendo con mi propia experiencia; mejor dicho: escupí para arriba y me cayó encima. 

El asunto fue que, cuando quise llevar todos los tips de la crianza respetuosa a la práctica, me golpeé durísimo con la realidad. Yo quise ser la mamá de manual y cuando no fue posible me sentí la peor madre del mundo. En ese momento, odié con todas mis fuerzas la crianza respetuosa: ya no era suficiente tener un hijo, poner el cuerpo de muchas formas, mantenerlo vivo, sino que había que hacerlo siguiendo todas las reglas de una crianza que, francamente, no era capaz de cumplir a cabalidad en mi contexto. 

Pero con el tiempo (mi hijo ya tiene más de cinco años), he ido comprendiendo más de la historia de la crianza respetuosa y de lo que yo puedo entregarle a mi hijo. Sí me parece preocupante que esa crianza se presente casi como una religión con un conjunto de mandatos que sí o sí se deben cumplir, a costa, incluso, de la salud mental de quien cuida, pero estoy totalmente de acuerdo en que es necesario repensarnos la relación no solo con nuestros hijos, sino con la infancia en general, porque esto es fundamental para la construcción de una sociedad más empática, más compasiva, más cuidadora, menos violenta.

¿Cómo lograrlo? Dice del Olmo —y estoy de acuerdo— que está muy bien que quienes saben mucho de crianza quieran lo mejor para las infancias, pero su enfoque necesita mirar más allá y entender que los niños no existen en el vacío: dependen de mapadres o cuidadores. Además, se necesita abandonar el individualismo que caracteriza su mirada (muchas veces parece que su único público son las madres y las familias) para abordar lo colectivo e incluir a la sociedad y al Estado en sus discursos y debates, pues es imposible la crianza respetuosa sin una comunidad comprometida y políticas públicas que la respalden.

Así, en lugar de exigirle a un cuidador que trabaja diez horas diarias que sea más presente, brinde más seguridad y nunca pierda la paciencia, le hable a la comunidad que le sostiene y le exija al Estado mayor protección a quienes cuidan. Y es que yo sí creo que el camino es el respeto a las infancias. Esto significa deconstruir muchas de las creencias que tenemos sobre los niños: que no saben, que no entienden, que no pueden, que necesitan “mano dura”. Aprender a vincularnos con ellos de una forma menos autoritaria, pero con límites claros. Y que criar de esta forma no signifique anularnos como personas, como mujeres, como madres, porque, es verdad, es una crianza que exige mucho más de las y los cuidadores.

La pareja, la familia y la comunidad son agentes fundamentales, ya que cuando la responsabilidad es compartida, la crianza —incluso la respetuosa con todas sus demandas— es más liviana, menos solitaria, más placentera, menos intensa.

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Al principio decía que mi mamá llamaba a mi crianza intensa, y no la culpo. Para mí ha sido muy importante poner a mi hijo y los cuidados en el centro de mi vida. Sin embargo, sé que no debería ser tan intensa, porque la razón de esa intensidad ha sido la soledad, la falta de red de apoyo, la ausencia de sostén social. 

Por eso mismo estoy en contra y a favor de la crianza respetuosa. En contra, cuando se presenta como un conjunto de reglas imposibles de cumplir en contextos diversos. A favor, cuando es un llamado a la comunidad a darle el valor a los cuidados y a los cuidadores que merecen, para de esa forma construir crianzas en las que tanto el bienestar de la infancia como de sus cuidadores esté en el centro. Pero ojo: cuidadores en plural.

Porque ya no podemos seguir aceptando que a las madres se nos exija darlo todo por nuestros hijos e hijas solo porque tenemos útero y tetas (o una supuesta energía femenina, para usar palabras que se han popularizado recientemente en redes sociales). La pareja, la familia y la comunidad son agentes fundamentales, ya que cuando la responsabilidad es compartida, la crianza —incluso la respetuosa con todas sus demandas— es más liviana, menos solitaria, más placentera, menos intensa. 

Nuestra forma de criar ha cambiado mucho en los últimos años. Ahora es un híbrido raro en el que es importante el respeto, pero que da lugar al error. No intentamos ser cuidadores perfectos; aceptamos la imperfección como parte intrínseca de la humanidad. Mi hijo, seguramente, tendrá heridas y grietas. Y por fin entendimos que nuestra función no es evitarlas. Nosotros lo acompañamos, le damos herramientas, nos equivocamos un montón, volvemos a empezar, estamos a su lado. Nos alejamos del exceso de información y ruido para construir nuestro propio relato de maternidad, paternidad y crianza.

María Fernanda Cardona Vásquez

María Fernanda Cardona Vásquez es socióloga, periodista, escritora y mamá. A través de su cuenta de Instagram, @mafercardonavasquez, comparte reflexiones sobre la maternidad, recomendaciones literarias y su experiencia en el oficio de la escritura. Es autora de "Maternidades imperfectas" (2024), un libro que invita a desmitificar la maternidad y la crianza, explorando sus múltiples facetas sin idealizaciones.