Esta columna gráfica explora la soledad desde otra perspectiva: no como ausencia, sino como un espacio propio. Aprender a habitarla puede transformar la soledad en libertad.
Antes, la soledad me incomodaba.
Sentía que tenía que llenarla con ruido, con gente, con distracciones.

Hasta que un día me pregunté:
¿Qué pasaría si en vez de huir… me quedo?

Y poco a poco, dejé de buscar compañía para todo Caminar sin audífonos.
Ir a un café sin el celular.
Ir al cine sola.
Cocinar solo para mí.
Disfrutar el silencio sin sentir que algo falta.

Descubrí que la soledad no es vacío. Es un espacio propio.
Un lugar donde solo estoy yo, sin expectativas ni ruido.

No es tristeza, ni abandono.
Es libertad. Es aprender a ser mi mejor compañía.

Desde entonces, la soledad ya no me pesa.
Me abraza. Me recuerda quién soy.

Abrazar la soledad me enseñó a escucharme, a estar presente.
No llena vacíos, pero da claridad. No reemplaza a nadie, pero me conecta conmigo.


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