La psicóloga caleña Verónica Estrada comparte su cotidianidad con estudiantes con necesidades especiales. Así es la riqueza y los retos que viven a diario las maestras de apoyo, indispensables para una sociedad que permanece con la inclusión como materia pendiente.
Maestras sombra, acompañantes educativos o profesoras de apoyo son diferentes formas de referirse a este trabajo de profundo y silencioso valor, tanto para los colegios como para las familias. En entornos donde la inclusión de personas neurodiversas suele pasar desapercibida, profesionales como Verónica Estrada no solo se enfrentan a la falta de información de una sociedad, sino a los desafíos positivos que las transforman a diario: los estudiantes con necesidades especiales.
Las maestras de educación especial son profesionales que se dedican a apoyar a niños neurodiversos y con necesidades especiales en su proceso educativo, ayudándolos a cerrar brechas en su aprendizaje y desarrollo emocional. “Como profesoras de apoyo en el ámbito de la educación especial, nuestra misión es acompañar a cada niño en su camino hacia alcanzar el máximo nivel de funcionalidad dentro del entorno académico. Este logro no es un esfuerzo aislado, sino el resultado de un trabajo colaborativo en el que convergen diversas disciplinas. Detrás de cada avance está la dedicación conjunta de psicólogos, terapeutas ocupacionales, especialistas en lenguaje y otros profesionales que, con amor y compromiso, buscan potenciar las capacidades únicas de cada estudiante”, explica Verónica.
Sin embargo, son comunes las creencias erróneas sobre sus funciones, pues hay quienes las ven como un acompañante o una niñera, sin conocer la compleja red de apoyo que se teje entre el colegio, los padres y ellas. Las poblaciones neurodiversas incluyen individuos con variaciones neurológicas como el autismo, el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) y la dislexia, quienes presentan diferencias en el procesamiento cognitivo y pueden tener habilidades únicas. Por otro lado, las personas con necesidades especiales abarcan a aquellos que requieren apoyo adicional debido a discapacidades físicas, mentales o emocionales, que pueden afectar su desarrollo y funcionamiento diario. Ambas poblaciones demandan entornos inclusivos y adaptaciones educativas que reconozcan y respeten sus necesidades específicas.
El proceso de crecimiento de un niño con necesidades especiales tiene que navegar un equilibrio delicado entre la educación estandarizada y las particularidades de cada caso. "El primer paso en nuestra labor como profesores de apoyo es observar cuidadosamente en qué momentos del día el niño necesita acompañamiento”, dice Verónica. Se trata de un recorrido que puede abarcar desde el primer año escolar hasta la graduación, pero el involucramiento de la maestra de apoyo varía de niño a niño.
En Colombia, la falta de cifras oficiales sobre la población con Síndrome de Down o el trastorno de espectro autista (TEA) y otras condiciones neurodiversas genera un gran desconocimiento sobre estas comunidades. Según la Fundación Iberoamericana de Down, se estima que aproximadamente 1 de cada 650 niños nacen con Síndrome de Down, lo que representa entre 900 y 1000 niños anualmente. La dificultad para obtener datos específicos sobre condiciones como el autismo o la dislexia se agrava por el hecho de que las estadísticas suelen agrupar diferentes tipos de discapacidades, lo que complica la comprensión de las necesidades especiales en el país.
La maestra sombra se encarga de adaptar el currículo escolar a las necesidades específicas de cada niño, asegurándose de que puedan participar plenamente en el entorno académico. Esto implica no solo trabajar en habilidades académicas, sino también en aspectos sociales y emocionales, lo cual es fundamental para el bienestar integral del niño. Cada avance es particular en cada estudiante y tiene un significado inmenso, independientemente del progreso frente al resto de estudiantes:
“Ser testigo del esfuerzo de nuestros estudiantes es uno de los mayores privilegios de nuestra labor. Ver cómo, después de dedicar un año entero a aprender a escribir la letra 'A', finalmente lo logran, es un proceso que trasciende el aula. Este pequeño gran avance no solo refleja la perseverancia del niño, sino también el compromiso de un equipo multidisciplinario que trabaja incansablemente para apoyar su desarrollo. Como profesores, somos una parte de ese engranaje y cada progreso es una celebración compartida de dedicación, paciencia y amor por la educación”, cuenta la psicóloga caleña.
Además del acompañamiento académico, estas profesionales también se encargan del desarrollo emocional de los niños, regulando sus emociones y apoyándolos en la gestión de su comportamiento. “En ocasiones los niños llegan al colegio cargando situaciones emocionales provenientes del hogar, lo que puede influir y retrasar su progreso académico. Como educadores, entendemos que estos aspectos emocionales son una parte esencial en su desarrollo y trabajamos con empatía y sensibilidad para brindarles el apoyo que necesitan. Nuestro objetivo es ayudarlos a superar estos desafíos, ofreciéndoles un espacio seguro donde puedan crecer tanto emocional como académicamente”, afirma. El equilibrio entre lo académico, lo emocional y lo social es más frágil y notorio que en los estudiantes neurotípicos, pues también deben fomentar habilidades sociales y enseñar a los niños cómo interactuar adecuadamente con sus compañeros. Todo esto envuelto en un manto de comunicación asertiva y constante con los padres, informando sobre el progreso del niño y abordando sus preocupaciones.
Las habilidades necesarias para este trabajo son específicas y no muy comunes en una sociedad que todavía está aprendiendo a ser incluyente con las personas de necesidades especiales. “En este trabajo, la flexibilidad es clave. Cada día nos reta a salir de nuestra zona cómoda y a adaptarnos a situaciones nuevas y únicas. Aunque llegamos con una mentalidad definida, pronto aprendemos que, así como cada persona neurotípica es diferente, todos los niños neurodiversos también lo son, incluso si comparten una misma condición de base. Cada niño tiene su propio ritmo, sus fortalezas y necesidades y nuestra labor es ajustar nuestras estrategias para apoyarlos de manera individualizada, siempre con paciencia, empatía y respeto por su singularidad.”, señala Verónica. Cada día puede presentar nuevos desafíos y es necesario estar preparada.
Una comunicación efectiva también tiene un papel central, pues es necesario comunicarse claramente tanto con los niños como con sus padres, siendo sensible al lenguaje utilizado. “En nuestra labor es fundamental ser cuidadosos y profundamente empáticos, especialmente al interactuar con las familias. Muchos padres aún están atravesando un proceso emocional complejo respecto al diagnóstico de su hijo, y cada palabra, gesto o acción de nuestra parte puede marcar una gran diferencia. Brindarles apoyo, comprensión y un espacio seguro en el que puedan expresar sus inquietudes es tan importante como el trabajo que realizamos con los niños. Acompañar a las familias con sensibilidad y respeto es esencial para construir una relación de confianza que beneficie el desarrollo integral del estudiante”, señala Estrada.
Estas responsabilidades reflejan los profundos retos que esconde este trabajo. A nivel personal, uno de esos es el manejo del estrés emocional, porque acompañar niños con necesidades especiales puede ser emocionalmente agotador. Eso hace indispensable que las maestras de apoyo cuiden su propio bienestar emocional para ayudar efectivamente a los demás. Esto incluye adoptar prácticas de autocuidado y buscar apoyo profesional. A nivel interpersonal, la resistencia al cambio puede ser un obstáculo importante, ya que tanto los niños como sus familias pueden mostrarse reacios a nuevas estrategias educativas; en esos casos, la única alternativa es ser paciente y persistente. Por último, a nivel sistémico, la falta de recursos en algunas instituciones educativas puede dificultar la implementación de programas efectivos, pues muchas veces no hay suficientes materiales o personal especializado para atender adecuadamente las necesidades de todos los estudiantes.
Lo que pueden hacer las maestras de apoyo a nivel individual no deja de ser limitado, pero es una contribución cuyo valor es difícilmente igualable en el marco de la educación inclusiva en Colombia. Y eso significa educar a todos sobre la diversidad y la inclusión, tanto con los pares que rodean al estudiante como con sus padres.
Al educar a los entornos neurotípicos en la interacción, empatía y comprensión de las necesidades especiales, los niños neurotípicos comienzan a desarrollar herramientas para comunicarse de manera efectiva. “Cuando comprendes el porqué de las cosas, desarrollas una empatía más profunda hacia lo que cada niño está viviendo. Es un privilegio ser testigo de cómo, con el tiempo, ellos mismos comienzan a adaptarse, a crear sus propias estrategias y a adquirir herramientas que incluso inventan por sí mismos para comunicarse y apoyarse mutuamente. Ver este crecimiento y colaboración es una experiencia profundamente gratificante, que nos recuerda la capacidad innata de los niños para superar desafíos y encontrar formas únicas de conectarse y ayudarse unos a otros”, narra Estrada.
Un trabajo que requiere compromiso, empatía y paciencia, pues los avances son paulatinos. Por eso cada pequeño logro en sus estudiantes es celebrado como una victoria personal, reflejando el esfuerzo colectivo de un equipo. Esta conexión emocional con su trabajo no solo trae una profunda gratificación, sino que también refleja su convicción de que cada niño merece la oportunidad de crecer y desarrollarse en un entorno solidario.
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