La música y el baile nos conectan directamente con las emociones y los recuerdos que nos hacen sentir vivos. La primera vez que nos sacaron a bailar, la canción con la que superamos un despecho. Conozcamos un lugar donde el goce y la alegría es el máximo propósito y se disfrutan de los beneficios de conservar el saludable hábito de bailar.
Son las dos y media de la tarde. Mi amiga y yo (que pasamos los cuarenta) nos encontramos en una zona residencial justo al frente del estadio El Campín, en Bogotá. Es una esquina de pequeños edificios inundada con el olor de la panadería cercana. Nos sentimos un poco desorientadas, pero pronto el sonido nítido de un pasodoble que sale por la ventanas de un tercer piso nos confirma que estamos en el lugar correcto. Fuimos invitadas a este matiné de ritmos tropicales que promete estar abierto hasta las ocho y media de la noche. Un horario bastante atractivo para quienes ya estamos “sentando cabeza” en cuestiones de fiesta.
Apenas entramos se nos desencaja la quijada del asombro. Uno no puede imaginar que en un lugar tan central pero tan oculto de la ciudad, aparentemente tranquilo, exista este enorme espacio dedicado al baile para personas mayores. Hay casi 150 bailarines. Más adelante, alguien comenta que en la fiesta de diciembre se reunieron 340 participantes y apenas podían moverse.
El origen de la Viejoteca Plenitud
Nancy Acevedo es dueña de la casa Plenitud. Es una maestra de Artes Plásticas que inició su trabajo con adultos mayores dictando clases en una caja de compensación familiar. Luego se unió al proyecto de su hermano, quien facilitaba seminarios sobre retiro laboral en empresas: “Él se encargaba de enseñar los procedimientos administrativos (la Ley 100 de ese entonces) y yo daba clases de pintura y cerámica con la intención de incentivar nuevos oficios o alternativas a aquellos que sentían que al terminar su ‘etapa productiva’ ya no quedaba más que hacer”, cuenta Nancy.
A partir de ese momento, Nancy sintió que ese sería su proyecto de vida y, junto a su esposo, acondicionaron esta casa. Reúnen a un equipo de profesores y ofrecen clases de música, tango, rumba, manualidades, yoga y mantenimiento físico dirigidas a los mayores.
En un principio se organizaban cuatro fiestas al año: Día del Amor y la Amistad, Día de la Madre, Día del Padre y el Día de las Brujas. Se hacía un almuerzo que luego se extendía cuando se ponían a bailar. Los asistentes pidieron más ocasiones para seguir bailando y, con el profesor de rumba, empezaron a reunirse una vez al mes. Pero la espera siguió sintiéndose muy larga y decidieron aumentar la frecuencia a cada 15 días. Después de la pandemia, con tanto encierro, tristeza y soledad, los más fieles a estos viernes de baile exigieron “recuperar el tiempo perdido” y, desde ese momento, la cita es fija todas las semanas a partir de las dos de la tarde.
Desempolvar y sacar los pasos prohibidos
Para cualquier melómano, la Viejoteca Plenitud es un contenedor infinito de sabiduría musical. Es común que el experto compañero de baile enseñe a los novatos la historia detrás de cada canción, el origen de la orquesta, por qué ese disco marcó una época. Es una delicia ser todo oídos y pareja danzante en este lugar.
Wilson Ariza, coleccionista de todos los géneros, cuenta: “Del 2000 para abajo: salsa, merengue, vallenato clásico, tropical, lo que la gente llama vulgarmente ‘chucu-chucu’ y toda la música que está por desaparecer”. Lleva nueve años siendo el DJ de Plenitud: “Lo que más me gusta es que la gente que llega recupera la alegría que perdió hace mucho tiempo. A mí me traen regalos y me dicen: ‘Señor, ¡usted me devolvió 30, 40 años!’. Acá no hay extraños, hay conocidos y cualquiera baila con cualquiera. Se vuelve una comunión de amigos y familia”.
Melida Jiménez lleva 15 años viniendo. Le gusta porque es un ambiente seguro, donde rara vez se han visto peleas o problemas por alcohol: “Acá tengo muchos amigos de años. No vengo a buscar una relación afectiva. Solo vengo a bailar y he bailado con casi todos”.
Esperanza Latorre, psicóloga imponente con maracas en mano, cuenta que viene hace 10 años: “Para mí esto es una recarga y para ellos igual. Uno no sabe con qué problemas llegan las personas. A veces me siento a hablar con cuatro o cinco personas que tienen ganas de conversar”.
Es la diva de la fiesta. Siempre asiste con un atuendo espectacular y una cadencia única: “Brinco como quiero y hago lo que quiero. Yo rompo los estereotipos y eso es un ejemplo para mucha gente acá. Al verme, a la gente se le olvidan las preocupaciones. Para mí eso es vida, mujer. ¡No es más!”.
Cuando mi amiga y yo salimos del recinto encontramos un grupo amontonado, dándose abrazos sin prisa. La palabra que más escuché durante esta velada fue: “Alegría”. Sorprende y es refrescante que para tantas personas esta sea la prioridad después de un largo recorrido por la vida: celebrar, ponerse la mejor pinta, sentirse a gusto en sus propias pieles.
Música, emociones y memoria ¿qué dice la ciencia?
Según un estudio publicado en Neuroscience News, las áreas del cerebro relacionadas con la memoria musical a largo plazo son las únicas que permanecen casi intactas ante enfermedades degenerativas como el Alzheimer.
Un ejemplo es el famoso Tony Bennett, quien padecía Alzheimer y cantó hasta su muerte a los 96 años. Según sus familiares, lejos del escenario parecía bastante desorientado, pero durante sus shows se mostraba muy lúcido cantando sus clásicos de décadas. Para los especialistas, pareciera que esta zona del cerebro trata de preservar la esencia propia de las personas, la construcción de su identidad a través de su “banda sonora autobiográfica”.
Si acompañamos la música con baile, los beneficios pueden aumentar:
• Mejora el estado de ánimo y la conexión con el entorno
• Reduce el estrés y la angustia
• Ejercita el equilibrio, la coordinación y la memoria muscular
• Activa la circulación y fortalece el corazón
• Genera endorfinas
• Refuerza la autoestima
• Desarrolla habilidades sociales
- Este artículo hace parte de la edición 193 de nuestra revista impresa. Encuéntrela completa aquí.
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