Para la autora de esta columna, el baile liberó sus emociones reprimidas. La ayudó a conectar con su verdadero yo y a experimentar el mundo de manera más plena a través del autodescubrimiento. Aquí su testimonio.
De pequeña tenía una visión diseccionada de mi cuerpo: lo racional por un lado y lo emocional por otro. Mi cuerpo era algo inerte y científico. Era sangre, carne y huesos.
Todo lo que no era racional, era inferior. Las emociones me hacían débil y expresarlas no estaba bien visto. ''No llore, no se ría, madure, niña'' .
Reprimía todas mis emociones para encajar en un molde de perfección, un molde que también condicionaba mi cuerpo para cumplir con los estándares de una ''mujer'': delgada, recatada, seria, perfecta.
Mucho después, comencé a bailar y algo se movió dentro de mí. Encontré un espacio en donde podía expresarme sin buscar perfección. A través del movimiento descubrí mi cuerpo y el de otres.
Todas esas emociones que reprimía encontraron una manera de salir, de danzar junto a mí.
Al bailar soy consciente de mi cuerpo, de las emociones que guardo y del entorno que estoy habitando.
Es ahí cuando me permito sentir. Me permito ser más que carne y huesos.
No estoy dividida entre mente, emociones y cuerpo. Yo experimento el mundo a través de mi cuerpo que siente, expresa y puede danzar igual que el viento, las hojas y el mar.
¿Y si abrazo todo lo que soy?
¿Y si lo danzo?
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