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miedo

Otra forma de ver el miedo

Ilustración
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Algunas aproximaciones al miedo consideran que es una respuesta defensiva ante estímulos que nos generan la sensación de estar en peligro. Y que, por tanto, es una reacción que puede modularse de manera consciente bajo ciertas condiciones.

Las aproximaciones a las emociones por parte de la neurociencia permiten pensarlas desde su funcionamiento a nivel cerebral. Su objetivo ha sido entender cuáles son y cómo funcionan los circuitos cerebrales involucrados en la percepción de emociones como el miedo. Lo interesante de algunos hallazgos específicos es que, por un lado, sustentan la posibilidad de que el miedo opere simultáneamente en distintos frentes, por ejemplo, siendo irreflexivo y al mismo tiempo autorreflexivo; y, por el otro, que el miedo pueda aprenderse y desaprenderse, esto es, que responda a la lógica de la plasticidad neuronal. 

Para investigadores como Joseph LeDoux, el procesamiento del miedo en el cerebro ocurre a través de una vía rápida, que transmite señales de amenaza de manera automática a la amígdala, y de una vía lenta, que posibilita un análisis más detallado de la amenaza antes de llegar a la amígdala. En esa medida, el miedo es lo que los especialistas llaman anoético, lo que quiere decir que no siempre está mediado por una conciencia de los estímulos que lo provocan; y, al mismo tiempo, es autonóetico y, por ende, sucede a partir de una conciencia de los estímulos, pero mediada por nuestras propias experiencias de peligro pasadas. Eso explica nuestras reacciones ante situaciones de amenaza directa, bien sea un grito o un ruido fuerte o una calle oscura: ante los primeros reaccionamos instantánea e inconscientemente, mientras que ante el último lo hacemos con un poco más de cautela. 

Muchas de las aproximaciones neurobiológicas al miedo consideran que los circuitos que involucran la amígdala y el hipotálamo configuran un “circuito del miedo”. LeDoux prefiere llamarlo “circuito defensivo de supervivencia”, precisamente porque el miedo no es un producto sino una respuesta ante una amenaza. En su último libro señala: “El sentimiento de miedo, en mi opinión, es una experiencia autonoética que resulta de la interpretación cognitiva de que estás en una situación de peligro basada en la presencia de un estímulo que, a partir de una experiencia semántica o episódica, has llegado a conocer como peligroso”.

Al vernos en una situación de amenaza, la interpretación que hacemos de esta pasa por tres esquemas íntimamente relacionados: 1) un esquema de emoción, que incluye información sobre el peligro en sí; 2) un autoesquema, que acarrea información sobre nosotros mismos en relación con dicho peligro; y 3) un esquema cultural, que contiene información de dicho peligro en nuestro entorno social. De ahí que el estímulo de amenaza surja a partir de una experiencia semántica o episódica: hemos aprendido a temerle a las calles oscuras por las historias que hemos visto, oído o vivido en ellas. 

Pensemos que tal estímulo forma parte de nuestro esquema cultural como colombianos, incluso como latinoamericanos. Los índices de inseguridad a los que estamos habituados nos llevan a sentirnos en peligro en una calle oscura o incluso ante señales más difusas, por ejemplo, el sonido de una moto de alto cilindraje. Los latinoamericanos en Europa bromean con esto en redes sociales subiendo videos que dicen cosas similares a “Cuando estás en Europa y te dicen que tengas cuidado, pero no saben que eres de Latinoamérica y que el peligro eres tú”. La sensación de amenaza con la que se vive en las capitales del continente ha configurado un miedo sumamente autorreflexivo: reconocemos las señales aun antes de que aparezca el estímulo, estamos atentos a ellas, como si viviéramos en un estado de alerta indefinido.

No obstante, probablemente hemos visto que, así como hay personas ultratemerosas al caminar por la calle, hay otras que viven su vida en la calle sin miedo alguno. Esto se debe a que su autoesquema los lleva a relacionarse de manera distinta con la amenaza, sea porque crecieron en un barrio peligroso o porque nunca los han robado, a pesar de que comparten el mismo esquema cultural en el que la inseguridad es vista como un peligro latente. 

Las amenazas configuradas por el esquema cultural son las que han explorado a lo largo de su obra expertos del terror como Stephen King, Mariana Enríquez y Jordan Peele. En Nuestra parte de noche, Mariana Enríquez construye la ficción de una secta que, en la búsqueda de la inmortalidad de las almas, tortura y desaparece personas con el marco de la dictadura argentina de fondo. Alguna vez señaló que para las personas de su generación el mayor miedo era ser desaparecidas. 

Y es precisamente ese nivel de consciencia el que lleva a investigadores como LeDoux o Stephen Maren a notar que el miedo se aprende y desaprende a nivel neuronal. Sus estudios han sugerido que la amígdala puede cambiar su estructura y función en respuesta a una experiencia. Así nace el miedo: ciertos estímulos asociados con la sensación de peligro configuran redes neuronales que despiertan respuestas de miedo ante ellos.

Pero el proceso también sucede a la inversa. La “extinción del miedo” es el proceso con el cual puede reducirse la respuesta de miedo condicionado a determinado estímulo, normalmente a través de la exposición repetida a este. Tal repetición puede generar cambios neuronales suprimiendo o disminuyendo la actividad de las neuronas que estaban involucradas en la sensación de miedo. Esto quiere decir dos cosas: que podemos aprender a ignorar los estímulos que nos producían temor y que la memoria original del miedo no desaparece, sino que se crea una nueva que la inhibe temporalmente.

Por ejemplo, una persona que es asaltada en la calle desarrollará miedo de ser asaltada nuevamente, y cada vez que pase por esa calle o por una calle parecida o, incluso, por cualquier calle de la ciudad sentirá la amenaza, a pesar de que la calle en sí misma no sea peligrosa. Dicha asociación es la que puede aplacarse: podemos desaprender el miedo al caminar repetidamente por la misma calle y darnos cuenta de que pasar por ella no significa que seremos atracados en cada ocasión.

No obstante, el proceso es complejo. El miedo suele generar ansiedad, que no es otra cosa que una emoción difusa anticipatoria: la persona atracada creerá que siempre que salga a la calle será atracada. Cuando la ansiedad se mantiene anclada con el evento original, la extinción del miedo podría ayudar a disminuir la ansiedad, pero cuando la ansiedad se alimenta de otros estímulos (escuchar más historias sobre robos, ver informes de inseguridad en los noticieros) es mucho más difícil de atajar. Aunque técnicamente controlar el miedo y la ansiedad resulta posible, es necesario el acompañamiento terapéutico.

“Lo interesante de pensar el miedo bajo la óptica de la conciencia es que nos permite ver que tenemos un grado importante de control sobre él”.

Lo interesante de pensar el miedo bajo esta óptica de la conciencia es que nos permite ver que tenemos un grado importante de control sobre él. A pesar de que algunos de los procedimientos suceden de manera espontánea, hay otros que pasan por esquemas consolidados de manera consciente por nosotros mismos. Podemos preguntarnos en realidad cuál ha sido nuestra relación con los estímulos de amenaza y, sobre todo, recordar que el miedo es una respuesta defensiva ante situaciones de peligro. Podemos tomar consciencia, en la medida de lo posible, de nuestros estímulos de amenaza, de cómo están configurados, de las relaciones personales y sociales por las que están mediados. 

Los psicólogos Chris y Uta Frith enfatizan en que las interacciones sociales deliberadas están atravesadas por una autoconciencia reflexiva, por ejemplo, sobre las emociones, y que tal conciencia evoluciona en conexión con las interacciones sociales humanas. Se trata de un proceso bidireccional en el que jugamos un rol activo. La manera en la que percibimos el mundo es dinámica y así como podemos sostener pensamientos y creencias contradictorias de manera inconsciente, podemos alternar entre ellos de manera consciente, podemos modificarlos, podemos cambiarlos.

Cinco curiosidades sobre el miedo

1. Existe una condición conocida como "fobofobia", que es el miedo a experimentar miedo. 2. El miedo potencia la memoria. Las experiencias que involucran miedo suelen ser recordadas más vívidamente. 

2. El miedo puede ser un motor creativo. Superar miedos fomenta la resiliencia y la innovación en las personas. 

3. El miedo fomenta la cohesión social. Ante situaciones de riesgo, los seres humanos tienden a buscar apoyo más fácilmente en otros. 

4. El miedo juega un rol fundamental en los deportes de alto riesgo al mejorar el rendimiento físico del deportista gracias a la liberación de adrenalina.

- Este artículo hace parte de la edición 195 de nuestra revista impresa. Encuéntrela completa aquí.

Brian Lara

Periodista. Colaborador frecuente de Bienestar Colsanitas y de Bacánika.