Ecohuerta La Caleruna alquila pequeños lotes de tierra para que personas que viven en la ciudad siembren y cosechen sus propios alimentos orgánicos.
Mario González, un hombre de más de setenta años, recoge en una canasta los rábanos y la lechuga morada que acaba de cosechar. Antes de llevar al carro el fruto de su trabajo, Mario me muestra con orgullo los seis rábanos más rojos que he visto.
Tiene las manos llenas de tierra y una enorme sonrisa de satisfacción: el baúl de su carro está repleto de vegetales que acaba de sacar de su huerta.
Rábanos, zanahorias, moras, cebollín y otros vegetales que no podríamos conseguir en el supermercado como lechuga mostaza, kale, col rizada, zanahorias de colores, chuguas y ruibarbo son algunos de los alimentos que cultivan quienes, como Mario y su hija, tienen un pequeño espacio de tierra arrendado en Ecohuerta La Caleruna, una iniciativa que busca concientizar sobre el consumo responsable, la agricultura y la buena alimentación.
Poco más de un kilómetro después del peaje Los Patios, que conecta a Bogotá con La Calera, llego al punto de referencia: el restaurante El Chorote. Unos metros de caminata y encuentro Ecohuerta. Me recibe Omar Ayala, un contador y especialista en gerencia ambiental, que trabajó durante una década en Colsanitas hasta que sintió el llamado de la tierra. Así, junto a su esposa, la ingeniera ambiental Lesly Rubiano, se fue a trabajar el campo y a buscar el silencio que la ciudad no le brindaba.
Omar y Lesly comenzaron Ecohuerta La Caleruna hace tres años. Inicialmente alquilaban espacios de veinte metros cuadrados para que las personas pudieran cultivar sus propios alimentos. Pero pronto se dieron cuenta de que los clientes no tenían el conocimiento necesario para hacerse cargo de una huerta, justamente por la escasa relación que tienen con la tierra quienes vivimos en las ciudades. Entonces decidieron asesorarse con un ingeniero agrónomo que semanalmente hace recomendaciones, sugerencias, tareas y comentarios sobre los cultivos a cada uno de los arrendatarios.
Omar me cuenta cómo funciona Ecohuerta: una persona puede arrendar el espacio de 20, 50 o 100 metros cuadrados, por un mínimo de tres meses o hasta un año. Si arrienda la huerta por tres meses tiene quince opciones de producto para empezar; si lo hace por seis, treinta productos, y si lo hace por un año, cuarenta y cinco productos.
De acuerdo al tiempo y a las preferencias, se puede decidir qué cosechar. No tiene que sembrar todo de una vez, puede hacerlo paulatinamente y según la dieta de la familia. El alquiler incluye las semillas para la primera plantación o la opción de comprarlas ya germinadas, para ahorrar un poco de tiempo.
Antes de meter las manos en la tierra, Omar dicta un taller con la intención de sensibilizar a los asistentes sobre los beneficios de sembrar y cosechar su propia comida. Además, hace recomendaciones generales para la actividad como el uso de bloqueador solar, botas de caucho o calzado cómodo y gorra. Pero lo más importante, dice, son las ganas de untarse de tierra, perder el miedo a cultivar y sacar la propia comida.
Omar Ayala, contador y especialista en gerencial ambiental, y su esposa, la ingeniera ambiental Lesly Rubiano, se fueron a trabajar el campo y a buscar el silencio que la ciudad no les brinda.
—¡Omar, quiero que veas esta coliflor tan hermosa! —dice una de las dueñas de una huerta mientras revisa con maternal cuidado sus hortalizas.
Omar me guía por el terreno, me explica qué es el kale, la lechuga mostaza; me muestra el gallinero que se alquila para que los interesados lleven su gallina y recojan los huevos cada vez que visiten la huerta. Los encargados de Ecohuerta la cuidan durante la ausencia del dueño.
Siento curiosidad por una construcción en madera con un letrero: “hotel de bichos”. Como los niños son muy importantes en este proceso de aprender a cultivar y cosechar, Omar y su esposa diseñaron este lugar para que ellos puedan ver de cerca y se familiaricen con especies que se encontrarán en la huerta y para que no crean que los vegetales salen limpios y perfectos como se ven en el supermercado. En el “hotel de bichos” tienen “hospedados” babosas, zancudos y lombrices.
Recorriendo el terreno me encuentro con una pareja de biólogos que están a punto de empezar su propia finca en Villa de Leyva: la huerta fue el primer paso y ahora quieren vivir tiempo completo en el campo.
Lesly me lleva al mini market para vivir la experiencia de la huerta express, un recorrido de medio día para quienes, como yo, estamos conociendo el lugar. Mientras caminamos por toda la propiedad, Lesly y Omar explican qué hay sembrado, cómo funciona el lugar, recuerda experiencias felices y nos invita a meter la mano en la tierra para sacar algún alimento.
Zanahorias, kale, acelga, cebollín, coliflor, brócoli, realmente coseché hasta que no cupo más en la canasta. Todo con la asesoría de Lesly, quien me explicó la importancia de reconectarnos con la tierra, de saber de dónde viene lo que comemos y no sólo comprar, consumir y desperdiciar sin conciencia alguna.
Después de tener mi primera cosecha entre las manos, ver a la tierra dar los frutos que diariamente consumo sin saber de dónde vienen, sentí una inmensa tranquilidad. El día anterior Omar había cosechado mazorcas, así que probé una mazorca jugosa, tierna y llena de sabor en compañía de personas amables, de esas que no se ven entre las calles bogotanas por el afán y el estrés.
Omar dice que otro de los beneficios de visitar Ecohuerta es la manera como niños, abuelos y padres se conectan con su entorno. Sin wifi, sin televisor o computadores cerca y con una intermitente señal de celular, la conversación, las risas y el intercambio de conocimiento llenan el tiempo. Es casi imposible no decir algo, preguntar sobre aquella mata, sobre esa flor, el sabor de esa otra hortaliza o el origen de aquel otro vegetal. Todos los agricultores que conocí están encantados con su pequeño pedazo de tierra, lo cuidan, adornan y trabajan con interés. Incluso hay quienes se empeñan en cultivar, por ejemplo, tomate, un producto difícil en el clima de La Calera.
En época seca activan un sistema de riego, y cuando hay plagas, Omar, Lesly y un ayudante se encargan de cuidar la tierra mientras los dueños de las huertas vuelven, todo para que no se propague una plaga que los afecte a todos.
Consumir vegetales libres de químicos, dejar de comprar zanahorias o los tomates gigantes y empezar a reencontrarse con los cubios, la remolacha o la lavanda no es algo que a corto plazo se vaya a ver como un ahorro. Pero el ser conscientes de qué es lo que consumimos, de dónde viene y cuánto trabajo hay detrás de su siembra y cosecha nos ayuda a mejorar nuestra relación con el planeta Tierra, con la comida y, sobre todo, con nosotros mismos.
Debo reconocer que jamás disfruté tanto una ensalada de brócoli, zanahoria, kale y acelga como aquella que preparé con los alimentos que saqué de la tierra con mis manos. Su sabor era directamente proporcional al trabajo de todas las personas que hicieron posible que dichos vegetales crecieran. No venían en una bandeja de plástico, forrados en papel film y no se dañaron a los tres días, aunque sí tuve que lavarlos muy bien, ya que la tierra cubría sus hojas.
En la entrada de Ecohuerta se lee en un trozo de madera la frase del novelista inglés Charles Reade: “Siembra un acto y cosecharás un hábito. Siembra un hábito y cosecharás un carácter. Siembra un carácter y cosecharás un destino”. Quizá es momento de empezar a sembrar para poder recoger y no solo consumir sin saber.
Dejar un comentario