Ha sido una de las actrices más importantes del país. La hemos visto en producciones como Francisco, el matemático y en obras de teatro tan taquilleras como Mujeres a la plancha. Su conciencia activista la llevó a luchar por sacar adelante la Ley de los Actores y dar otras peleas en el ámbito público.
Diana Ángel vivió la época dorada de la televisión colombiana. Aquella, anterior a la oferta infinita de las plataformas de streaming, en la que sentarse en familia a ver las producciones de los canales nacionales era un ritual casi sagrado. El país se enamoraba de aquellos personajes entrañables. Por eso, aunque hayan pasado 25 años, a Diana la gente la sigue recordando por su participación en Francisco, el matemático. Después vinieron decenas de papeles más; para televisión, cine, pero, sobre todo, para teatro. Durante siete años seguidos y más de 700 funciones, la bogotana se subió al escenario todas las noches, en compañía de su gran amiga Verónica Orozco y otras actrices, para cantar y bailar en el musical Mujeres a la plancha, del Teatro Nacional.
Su sangre activista y su vozarrón le han servido para gritar lo que esconden su alma y su conciencia. Lideró, junto a varios colegas, el sindicato de autores con el que logró la Ley de los Actores de 2019, que otorgó varios derechos a un oficio que hasta entonces tenía muy pocos.
Y, así mismo, enfrentó sin miedo alguno a gobiernos con los que no estaba de acuerdo. Por su honestidad tuvo que pagar un precio muy caro: un veto tácito –y doloroso especialmente para sus fans– de mantenerla alejada de las producciones de televisión nacional.
Soy espiritual, creo en la astrología y en la astronomía, pero trato de mantenerme alejada de cualquier deidad. Hago ayuno intermitente, subo a Monserrate tres veces por semana, tomo mucha agua, uso muchas cremas para la piel, hago yoga facial, me mantengo alejada de todos los tratamientos invasivos (liposucciones, biopolímeros, etc). Me río hasta morir y hago todo lo posible por no madurar.
Sin embargo, ella siempre ha encontrado caminos para estar activa: protagonizó la serie A grito herido, de Prime Video; hace solo un par de meses la vimos despedirse del reality La casa de los famosos, del canal RCN, que volvió a poner los reflectores sobre ella; y en 2023 interpretó a Irina Arkadina en la obra de teatro Hay que matar a Treplev, adaptación de La Gaviota, de Chéjov, un personaje con el que sintió una gran complicidad
¿Qué le da felicidad?
Tener tiempo de calidad con mi hijo, dormir, alimentarme bien y hacer running. Llevo 15 años corriendo maratones. También me gusta estar en un escenario o frente a las cámaras, ya sea cantando o actuando. Hace un tiempo estoy alejada de la actuación audiovisual, así que sueño con volver a trabajar allí
¿Qué ha aprendido de la fama?
Que se puede recibir 50% de amor y 50% de odio, así que hay que saber convivir con ella, darle valor a lo importante y nunca engancharse con lo que no vale la pena. Muchas veces, saberme objeto de comentarios me ha hecho sentir muy insegura, pero he trabajado mucho para entender que es una reacción de mi ego y he aprendido a superarlo rápidamente.
Una de sus facetas más importantes es la de activista. Gracias a la creación de la Asociación Colombiana de Actores, usted y otros colegas lograron la aprobación de la Ley de los Actores en 2019. ¿Qué significó para usted?
Muchas cosas, por ejemplo, el lograr jornadas reguladas de 12 horas. Hubo un tiempo en que teníamos que grabar domingos y festivos. Terminábamos de grabar 30 escenas, salíamos a las 12 de la noche y a las siete de la mañana teníamos nuevamente llamado. Parecíamos máquinas, sin derecho a descanso. También logramos el Registro Nacional de Actores, que promueve la profesionalización, entre otras cosas.
¿A qué le teme?
A llegar a la vejez sin poderme valer por mí misma. No quiero ser una carga para nadie.
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