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La dispersión digital

La dispersión digital

Vivimos en una época en la que nos cuesta concentrarnos. Nos volcamos a las “tareas” que nos demanda el celular, saltando de una aplicación a otra, olvidando la tarea inicial.

¿No les ha pasado muchas veces que toman cualquier dispositivo de la era digital para realizar una tarea específica y 20 segundos después están completamente sumergidos en cualquier otro asunto y ya ni recuerdan cuál fue el motivo que los llevó a utilizarlo?

Pongamos un ejemplo inventado acá sobre la marcha. Debo consignar una plata. Entro al celular. Hago clic en la aplicación del banco. Escribo mi clave. Entra una notificación de X (antes Twitter). La abro. Me llama la atención. La retuiteo o reposteo, como debe decirse ahora. Al hacerlo, veo que tengo en X cuatro mensajes sin leer. Entro a mirar de qué se trata. Alguien que no conozco (por decir cualquier cosa: Allison Berk) me ha escrito: “Hi! Where do you live? How old are you?”. Le respondo que en Colombia y que tengo 65 años de edad para que el intercambio epistolar muera de inmediato, como en efecto siempre ocurre.

En ese momento entra un llamado de WhatsApp. Es del grupo de la universidad. Alguien está cumpliendo años. Antes de que se me olvide, le escribo un mensaje con texto y emojisal homenajeado o busco entre mis favoritos algún sticker con un ponqué. Al salir del grupo veo que tengo tres mensajes sin responder en WhatsApp. Entro a uno de ellos, que me lleva a una conversación (por escrito) inesperada. En ella me comparten un video de YouTube de una canción. Que si por favor le doy un like. Abro la canción, oigo unos 45 segundos y le pongo el like. A manera de agradecimiento, entro a YouTube, busco una canción relacionada con la que recibí y la comparto con esa persona. Comienza un intercambio de temas musicales que se prolonga por un tiempo indefinido… Una alerta de Yahoo me indica que he recibido un mensaje que debo atender enseguida.

Ni para qué seguir. 45 minutos después de estar yendo de una aplicación a otra, de una plataforma a otra, de una cuenta de correo electrónico a otra, recuerdo la consignación que debía haber hecho en el primer minuto a partir de momento en que saqué el teléfono del bolsillo o que encendí el computador. Vuelvo a la aplicación del banco pero la sesión ya ha caducado, así que vuelva y empiece. Por fin hago la consignación, pero eso no significa que yo apague el dispositivo. Como si se tratara del estado mayor del ejército alemán en el otoño de 1944, hoy día yo debo atender el frente ruso de WhatsApp, el frente occidental de Yahoo y el frente italiano y de los Balcanes de Gmail. Y eso que no tengo Facebook y ahora le presto más bien poca atención a X (antes Twitter) y casi ninguna a Instagram
Conozco personas que atienden por lo menos seis frentes. Y así se pasan las horas y los días en estos tiempos en que el exceso de información, como el de alcohol, es muy perjudicial para la salud. Si alguien me pidiera definir esta época de novedades tecnológicas que han caído en cascada y de manera inclemente y avasalladora en los últimos, digamos, 15 años, la llamaría la era de la dispersión. Dicen que los niños y jóvenes de hoy no se concentran casi porque su atención desaparece a los pocos segundos.

Yo agregaría a ese grupo a gran parte de la población humana, sin importar su rango de edad. Algunos afortunados tienen una determinación de hierro que les ha permitido vivir sin teléfono celular. Otros lo han logrado por circunstancias por lo general ajenas a su

voluntad como, por ejemplo, vivir en zonas de baja conectividad. El consejo que uno siempre recibe es: Desconéctese. Guarde ese celular. Fácil decirlo. Pero resulta que el mundo, tal como funciona ahora, obliga a una abrumadora mayoría de personas a estar

conectadas todo el tiempo.

Me explico. Antes (hablo de los remotos tiempos anteriores a 1994 o 1995) uno escribía una carta, conseguía un sobre, le ponía una estampilla y la enviaba. La respuesta podía tardar días, semanas, incluso, meses. Si no llegaba, uno escribía una nueva carta que, de

pronto, sí tendría respuestas. Y en aquel entonces la vida estaba en la casa, el barrio, la ciudad, el departamento, el país, el mundo. No en la pantalla de un teléfono, una tableta o un computador.

Eduardo Arias

Periodista y escritor. Miembro del consejo editorial de Bienestar Colsanitas.