El cine regala a los espectadores todas las emociones posibles sin moverse de una sala. Aquí el autor, crítico y guionista, recuerda algunas películas que lo hacen sentir bien.
o se me ocurre otro oficio, con excepción del boxeo o la lucha libre, en que el ceño fruncido y la amargura tengan mejor reputación que en la crítica de cine. En todas las profesiones, por horribles que puedan ser (recaudador de impuestos, candidato presidencial), se respeta a aquel que manifiesta amar lo que hace y decir que su labor le regala bienestar. En mi actividad no. Es como si el crítico que dijera que disfruta de las películas que ve perdiera toda credibilidad ante el espectador que lo lee.
Exponiéndome entonces a la expulsión de mi gremio y al destierro, vengo a decir que el cine no se hizo para sufrir. O al menos no se hizo sólo para sufrir. Que divertirse con una película, sentir placer y alegría y salir con el corazón henchido de felicidad, o con una tranquilidad en el alma próxima al nirvana, es también una de las mejores cosas que le puede pasar a uno en una sala de cine.
Otra cosa es que confundamos películas que dan alegría con películas bobas, que abundan. O que creamos que en esas películas inspiradoras no puede pasar nada malo, como si fuéramos bebés indefensos y necesitáramos que el cine nos proteja de cualquier asomo de tristeza, cuando lo que en verdad debería ser un deber del séptimo arte es prepararnos contra la pesada carga de la humanidad. Como hace por ejemplo In the name of the father (1993), recordándonos a través de la historia real de Gerry Conlon, que pasó décadas junto a su papá en una cárcel británica, injustamente inculpados como terroristas del IRA, que lo único con lo que uno puede contar en la vida, cuando todo lo demás falle, es con sus valores, con su honestidad. Tal vez no sea En el nombre del padre la película que un “entrenador” use para fomentar el compañerismo, porque hay violencia y consumo de alucinógenos, pero a mí el final de esa película me hace creer en la justicia y en el mundo. Si ese sentimiento no aporta al bienestar, no sé qué otro pueda hacerlo mejor.
La indispensable levedad del ser
No hay mayor aporte del cine al descanso anímico del ser humano que regalarnos películas que nos arreglen la jornada después de un día agotador. Por supuesto, también entre la levedad hay niveles, y una cosa son las buenas comedias, que admiten que somos gente inteligente, y otra muy distinta las que creen que no debemos usar nuestras neuronas al descansar. Por fortuna hay tipos como Woody Allen y Roger Michell para facilitarnos la delimitación de estas fronteras. Allen, con Midnight in Paris (2011), nos da esperanzas a todos los feos del mundo, diciéndonos que un tipo como Owen Wilson puede enamorar tanto a Rachel McAdams como a Marion Cotillard, ¡en décadas distintas! Pero el mayor aporte de esta historia sobre un escritor que viaja en el tiempo al momento en que caminaban por la capital francesa sus ídolos artísticos, es recordarnos que ese sentimiento de no vivir en la década correcta es más común de lo que imaginamos, y que esa desazón con el presente es tal vez el impulso creativo que necesitamos para cambiar la realidad. O al menos para comprarnos un pasaje a París.
O un pasaje a Londres, donde Roger Michell vuelve a contarnos en Notting Hill (1999) la historia de la plebeya que enamora al príncipe pero al revés, con Hugh Grant convertido en pobre dueño de librería de viajes y Julia Roberts con la sonrisa enorme que la hizo estrella de cine haciendo esta vez de... estrella de cine. Toda alma buena necesita ver una historia de amor imposible que termina funcionando para volver a creer en ese sentimiento que los chocolates y la mala poesía han acercado tanto a la diabetes. Aquí el amor es lo que es: esa simpatía compartida por un par de libros y unas cuantas películas, la posibilidad de que el cuerpo amado inspire deseo y ternura incluso recién levantado. Y todo con el sostén indispensable de unos amigos con vidas tan duras e irracionales como las de uno, que son el colchón siempre disponible en las malas noches.
"Divertirse con una película, sentir placer y alegría y salir con el corazón henchido de felicidad, o con una tranquilidad en el alma próxima al nirvana, es también una de las mejores cosas que le puede pasar a uno en una sala de cine".
Bienestar para niños y adultos
Un capítulo aparte merecerían las películas de Pixar en ese posible tratado de películas que producen bienestar. Entre sus infinitas posibilidades yo me quedo con Up (2009), no sólo porque las grandes aventuras del viejo Carl Fredricksen en una selva suramericana ponen a latir más rápido al corazón, sino porque todo ese “cardio” emocional se construye sobre un guión maravilloso que de infantil sólo tiene el empaque. En él hay un elogio a la vida compartida, a la bienvenida tranquilidad de la rutina, pero también a las posibilidades inagotables de la vida: ¿quién dijo que ya de adultos no podemos hacer nuevos amigos? ¿A quién se le ocurrió que ser viejo equivale a convertirse en un trasto inservible? Cuando vemos el hogar de Carl convertido en casa voladora nuestro espíritu se eleva con él y los globos de helio que lo impulsan. Cuando esa misma casa se pierde entre la bruma, sentimos que el hogar es aquel lugar donde están los afectos, aunque no tenga puertas ni ventanas.
Para no dejar la sensación de que tomé el camino fácil del cine para todo público, dejo para el final otra de esas películas con imágenes para adultos, con muerte y dolor y miedo —todas esas emociones inevitables en la vida de la gente—, que a pesar de todo son capaces de mejorarnos el ánimo. En El secreto de sus ojos (2009), un hombre maduro, Benjamín Espósito, recuerda el caso judicial más duro que tuvo que cubrir durante su carrera, y nosotros lo acompañaremos en las pesquisas de su memoria. Sufriremos con él, lloraremos incluso, pero al final nos quedaremos con que el amor puede estar todavía donde no nos atrevimos a buscar hace años y con aquellas palabras que Juan José Campanella, guionista y director, pone en la voz del borrachín Pablo Sandoval, ese discurso sobre la pasión como lo único que no podemos cambiar en esta vida. La lucha apasionada por lo que amamos, por lo que nos gusta, por lo que nos da tranquilidad y alegría, es otra forma de nombrar el bienestar. No sé si la mejor. Pero sí la que a ayuda a todos, incluso a los críticos de cine, a vivir la vida sin fruncir el ceño.
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