El desarrollo emocional permite que los niños puedan comunicarse antes de aprender a hablar. Un psiquiatra infantil menciona las claves a tener en cuenta.
Pocas cosas impactan tanto en la vida de una persona como sus emociones. De ellas depende cómo se siente, como aprende, cómo se relaciona con los demás y, en general, cómo reacciona ante diferentes situaciones. Por eso, cada vez más padres e instituciones educativas se interesan por la educación emocional de los niños, un proceso complejo que, según el doctor Christian Muñoz, psiquiatra infantil adscrito a Colsanitas, debería iniciar incluso antes del embarazo.
Según él, la relación con un hijo empieza a construirse desde antes de la concepción. “El vínculo no se hace cuando sale del vientre, o cuando comienza a caminar o a hablar, sino desde el momento de la preconcepción, con el deseo de ser padres”. Un bebé deseado, explica, no recibe la misma impronta emocional que uno que no lo fue, este último, “no va a recibir los mismos estímulos ni las mismas palabras, y probablemente en la etapa de infancia o más adelante podría tener trastornos emocionales por esa falta de afecto, de apego, que es tan importante”.
El apego es ese vínculo emocional que desarrolla el niño con sus padres o cuidadores, que le ofrece la seguridad que necesita para construir su identidad y autoestima. De ahí que la afectividad sea especialmente importante, sobre todo antes de que aparezca el lenguaje verbal, pues es el único medio al alcance del adulto para ayudarle al bebé a organizar y orientar sus experiencias. Además, es determinante en la configuración de su estructura cerebral, que en los primeros años es como una arcilla que se moldea a partir de las experiencias vividas.
Las primeras emociones
De acuerdo con Paul Ekman, destacado psicólogo estadounidense y pionero en el estudio de las emociones, los humanos nacemos con cinco emociones básicas: alegría, tristeza, miedo, asco y enfado (como lo muestra la película Intensa-mente), que, como si de los colores primarios se tratara, se van mezclando y complejizando para crear otras emociones.
Antes de que aparezca el lenguaje verbal, esas emociones se expresan a través del lenguaje corporal y del llamado paralenguaje, que se compone de sonidos como el llanto o la risa, los gorjeos o balbuceos, así como de los elementos no verbales de la voz, como el volumen, el timbre o la duración.
Esa comunicación no verbal es la que le permite al bebé manifestar sus necesidades fisiológicas como comer o dormir, pero también las afectivas o emocionales, igual de importantes para él, como los abrazos y las caricias. La lactancia materna también juega un papel importante, pues “cuando el bebé se pone en el seno, inmediatamente hay una producción de neurotransmisores como la oxitocina, que hacen que ese bebé se conecte. Esa conexión es el afecto y es una experiencia agradable”, comenta el doctor Muñoz.
No en vano el Plan Canguro, que consiste en lactancia materna y contacto piel a piel entre el bebé y la madre o el padre, ha demostrado ser una de las prácticas más efectivas para que los niños prematuros salgan adelante.
Ahora bien, durante el primer año de vida, un bebé pasa de producir llanto o gritos como una descarga, a usarlos con intenciones claras, pero además desarrolla la sonrisa social, el miedo ante extraños o la ansiedad de separación cuando no ve a sus padres. También siente rabia cuando no tiene sus necesidades satisfechas y alegría cuando sí las tiene. Es capaz de expresar todo esto sin que haya mediado una palabra.
Según Begoña Ibarrola, psicóloga, escritora y musicóloga española, hay un factor determinante en esta etapa: el estado emocional de los papás. Los bebés lo utilizan para entender y reaccionar al mundo que los rodea, y por tanto eso influye en su conducta exploratoria y social. “Los bebés juegan más cuando las caras de los cuidadores expresan alegría; cuando expresan tristeza no juguetean tanto y apartan la mirada”, dice la psicóloga.
El doctor Muñoz se refiere a ello como “aprendizaje social”, en el sentido de que las emociones se aprenden a través de la interacción, especialmente con los papás, quienes le hacen al bebé una especie de trasplante emocional. Por ejemplo, hay estudios que demuestran la implicación en los niños de tener padres con depresión: apego inseguro, más agresividad, menor rendimiento académico, vulnerabilidad a la depresión, mayor negativismo, pobre capacidad de respuesta al estrés, entre otros.
Consejos prácticos
Diversos estudios han demostrado que una buena educación emocional previene el bullying, la ansiedad y la depresión, despierta la curiosidad, mejora la autoestima, genera relaciones interpersonales positivas y estables, desarrolla la empatía, la solidaridad y la resiliencia, produce bienestar mental y potencia el rendimiento académico, entre otras.
- Los padres deben ser conscientes de que ellos son líderes emocionales de sus hijos
El doctor Muñoz pone como ejemplo un vuelo de avión en el que los papás son los pilotos y los hijos los pasajeros; ante una turbulencia que genera miedo e incertidumbre, los pilotos son los encargados de explicarles a los pasajeros lo que sucede para tranquilizarlos. Si el capitán se asusta, el pasajero entra en pánico; si el capitán está tranquilo, su tripulación se relaja.
Por eso, el primer consejo para los padres es gestionar sus propias emociones, de otro modo será muy difícil que los hijos puedan hacerlo con las suyas, pues ellos aprenden al ver cómo lo hacen los demás.
Hacia los dos años, cuando aparece el lenguaje verbal, es clave enseñarles a los niños a nombrar las emociones, pues cuando lo hacen, comienzan a apropiarse de ellas. “Un niño no sabe qué es lo que está sintiendo, es el adulto el que tiene que ponerle nombre a esas sensaciones”, dice el psiquiatra.
El expresidente Barack Obama tiene una forma didáctica de hacerlo con su familia. Se trata del juego “rosas y espinas” que consiste en que, al finalizar el día y mientras comparten la comida, cada uno cuenta lo mejor y lo peor que le pasó en la jornada y cómo lo hizo sentir. Eso no solo permite a los niños expresar sus emociones, sino que los padres se ponen en sintonía con sus hijos.
Esa sintonía, dice el doctor Muñoz, significa “fijarnos en su lenguaje corporal, escuchar lo que dicen, observar su comportamiento y descubrir lo que sienten”, pues si no estamos atentos a eso, tampoco vamos a poder ayudarles a entender y gestionar sus emociones.
- Una vez en sintonía, se debe validar lo que sienten y nunca minimizar o burlarse de sus emociones
Por ejemplo, en vez de ridiculizar un miedo, resulta mejor decirle al niño que estamos seguros de que tiene todas las capacidades para enfrentarlo y que valiente no es el que no siente miedo sino el que es capaz de enfrentarlo. Seguramente eso le dará más confianza para superarlo.
- Leer cuentos para entrenar las emociones
Por un lado, se trata de un encuentro que permite reforzar los vínculos afectivos, pero además, “en este tipo de relatos aparecen emociones de todo tipo como alegría, miedo, enfado, sorpresa, envidia… y los niños se ven arrastrados por estas experiencias emocionales, pero desde una distancia de seguridad que les permite sentir pero sin riesgos. Sin embargo, por empatía, sienten con los personajes e incorporan vivencias a través de la imaginación que les van a servir de soporte para ir interpretando el mundo que les rodea y su propio mundo interior, incluso antes de que puedan poner nombre a sus emociones y sentimientos”, dice Begoña Ibarrola en esta entrevista.
- Entender que hay etapas normales
Hay etapas en el desarrollo de los niños que pueden ser un reto para los papás. Por ejemplo, a los dos años suelen ser oposicionales: dicen que no a todo, se enfurecen y pueden hacer pataletas cuando no consiguen lo que quieren. Si un padre no entiende que se trata de una etapa normal y reacciona mal, con gritos o castigos, lo que hace es perder el liderazgo emocional, que es el que le permitiría contener al niño en una situación así.
- Las rutinas también un papel importante en el desarrollo emocional
Las rutinas permiten que los niños puedan anticipar lo que va a pasar. Esa predictibilidad les da seguridad y tranquilidad, todo lo opuesto al estrés, que es el principal enemigo de la regulación emocional.
- Nunca está de más pedir ayuda
Aunque cada vez menos, los psiquiatras y psicólogos suelen estar estigmatizados, más si se trata de niños, “no nos asocian con bienestar sino con enfermedad mental”, dice el doctor Muñoz, y agrega que eso debe cambiar porque no hay mejor medicina que la prevención.
Ser padres no es tarea fácil, y tal vez una de sus asignaturas más difíciles es la de poner límites. Si a eso sumamos la empatía, el cariño, el respeto y la asesoría de profesionales cuando así se requiera, ese proyecto de vida que se llama hijos será, sin duda, un gran éxito.
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