Con el podcast Los hombres sí lloran, el actor Juan Pablo Raba presenta conversaciones sinceras en torno al cuidado de la salud mental y el bienestar emocional. Esta serie de episodios, disponibles en Spotify y YouTube, resalta la importancia de levantar la mano y buscar ayuda en momentos de crisis.
“La depresión no existe” y “ser feliz es una decisión” fueron dos premisas con las que creció el actor Juan Pablo Raba y que dio por certeras hasta que en la investigación y en el proceso de creación de uno de sus personajes se encontró con cifras alarmantes de casos de suicidio en hombres militares en los Estados Unidos. Las estadísticas lo hicieron dudar de lo que tantas veces le escuchó decir a su padre: que la depresión era un invento de los psiquiatras y que quienes decían padecerla no tenían oficio ni necesidades para ocupar el tiempo.
Juan Pablo nació en Bogotá en 1977, pensó en ser piloto e, incluso, en hacer parte de la Armada Nacional, pero fue en un ejercicio frente al maestro Edgardo Román, en su escuela actoral, cuando descubrió su vocación. Sin ningún tipo de conocimiento previo, desde la intuición, manifestó de manera intrínseca uno de los principios básicos de la actuación: dejar a un lado el ego y hacer brillar al compañero de escena con generosidad. Estudió en el instituto que fundó Lee Strasberg en Nueva York, ha trabajado en películas con grandes estrellas como Liam Neeson, Juliette Binoche y Antonio Banderas, y a través del oficio de la actuación ha conocido el mundo, a la naturaleza humana y a sí mismo.
A los 42 años, recién nacida su hija menor, Josefina, mientras conducía por la calle Sunset Boulevard, en Los Ángeles, y ya había cumplido la fantasía de Hollywood, comenzó a cuestionarse qué sentido tenía lo que había hecho en su camino. La crisis de la mediana edad tocó su puerta y el llamado lo recibió sentado frente timón escuchando la letra de Sirens, una canción de la banda norteamericana Pearl Jam que reflexiona sobre la fragilidad de la vida y la conciencia de la mortalidad. Le aterraba pensar que cuando Josefina cumpliera 20 años él iba a tener 62, se anticipaba al futuro con ansiedad y miraba el pasado con remordimiento de lo que debió haber hecho.
En el agobio identificó dos opciones: maquillar el panorama, divorciarse y salir de fiesta o asumir la vulnerabilidad, levantar la mano y buscar ayuda profesional. Se fue por la segunda, recordó los índices de suicidio en las fuerzas militares e identificó la necesidad de un espacio para que los hombres pudieran desarmarse. Con la idea original de su esposa, Mónica Fonseca, surgió Los hombres sí lloran, un podcast disponible en Spotify y en YouTube que comenzó en junio del 2024 y que todos los miércoles presenta un episodio con un nuevo invitado. De la mano de Selia, una plataforma latinoamericana para el cuidado de la salud mental y el bienestar emocional, y con la producción de Dani Posada, el actor conduce conversaciones que generan empatía y que nos llevan a reconocernos como seres humanos en nuestros problemas, dolores, angustias y miedos. Los retratos que acompañan esta entrevista fueron capturados por el artista Karim Estefan, con quien Raba construyó una de las charlas más emotivas y conmovedoras de esta serie.
“La salud mental es tan importante que me cuesta entender por qué no es una rutina y una práctica obligatoria en los colegios, en los trabajos y en las instituciones de salud”.
Después de vivir con su padre, en España, y terminar el colegio, regresó a Colombia para entrar a la Armada Nacional. ¿Qué lo hizo cambiar de planes?
El tema militar siempre me ha llamado la atención. No por la guerra ni por las armas. Me genera curiosidad la disciplina y la capacidad de sacrificio. La marina era un tema emocionante. Tenía un tío que en ese momento era el comandante de la división de submarinos de la armada. Hacía 10 años que no venía a Colombia. Llegué a los 18 años, me reencontré con los amigos y estuve 10 días en Cartagena rumbeando sin parar. Por eso mi tío me dijo que la marina no era para mí. Me fui a Bogotá y estuve nueve meses de fiesta sin tener idea de qué hacer. Como no estaba haciendo nada, regresé a España a hacer un curso de orientación universitaria.
Un curso que resultó crucial en su camino…
Si bien en ese momento no había empezado mi búsqueda espiritual, sí empezó una búsqueda intelectual. Ese año fue muy importante para mí. Llegué a España después de estar perdido en el universo y caí en una institución dirigida por un filósofo. Éramos una parranda de desadaptados que a los seis meses estaban analizando obras de arte de Marcel Duchamp, debatiendo sobre filosofía y escribiendo y declamando poesía. Ese curso me cambió la vida, despertó una serie de intereses que jamás imaginé que tenía. Despertó en mí al lector y al amante del arte y la filosofía.
¿Qué lo condujo a la actuación?
En ese momento había regresado a Bogotá con la idea de ser piloto. No tenía cómo pagar la carrera, pero estaba esperando la respuesta de dos aerolíneas a las que me había presentado para ocupar un puesto de auxiliar de vuelo. En esas, una chica con la que estaba saliendo me pidió que la acompañara a la escuela de Edgardo Román a preparar un casting para una película. El actor con el que iba a hacer la escena no estaba, entonces lo reemplacé. Mi primer pensamiento fue “si me concentro y hago bien esto, le ayudo a ella”. Fue instintivo y hoy en día lo entiendo como un gran llamado, porque hay una tendencia a pensar que es un trabajo muy egoísta. Al terminar el ejercicio, Edgardo me dijo: “Usted no sabe lo que está haciendo, pero veo algo en usted”. En la ansiedad de recibir una llamada y con la angustia de no tener trabajo, me metí a la escuela y un día en un ejercicio de memoria emotiva, sin saber cómo hacerlo y sin conocimiento de las reglas, conecté con la emoción. Entendí que a través de ese cuerpo, de ese corazón y de ese cerebro había una forma de proyectar una información. Se me abrió un espacio en el cielo y me conectó con la tierra. Encontré un propósito.
¿Cómo comenzó la búsqueda espiritual?
Estudiaba en el taller de Edgardo y había quedado seleccionado para el proyecto de una gran telenovela. De repente me bajaron del bus, y ahí vi el cielo y el infierno en un día. Me sentía solo y quería pertenecer a algo. Buscando respuestas pasé por iglesias cristianas y grupos de oración, pero no encontraba nada con lo que resonara porque veía muchos intereses detrás, aunque hoy en día pienso que a quien le funcione y le dé paz: bienvenido sea. En ese camino estaba tras un sensei de taekwondo, que era el arte marcial que había practicado en España, pero no lo conseguía. Finalmente, llegué al aikido, y con él a la meditación. Ahí empecé a encontrar calma y sosiego, una búsqueda que no va hacia afuera, sino hacia adentro.
Uno de sus trabajos más impactantes ha sido el personaje de Jhon Jeiver, un exguerrillero que intenta reinsertarse a la sociedad en Distrito salvaje, una serie que abrió una importante conversación en el público.
Una conversación que debemos seguir. Uno puede crecer odiando una ideología, pero si eres capaz de olvidarte de esa ideología y humanizar el conflicto, llevarlo a un niño que se robaron de su casa ―como ha sucedido miles de veces en este país― y que pasó de tener un balón de fútbol al día siguiente tener un fusil, sí podemos crear esos puentes de empatía para que nos veamos y nos reconozcamos como seres humanos, por lo menos tenemos una base. Los hombres sí lloran pretende eso: crear empatía con un principio básico y humano en el que nuestros problemas, dolores, angustias y miedos son muy parecidos, por muy diferentes que sean nuestros orígenes. Hay un núcleo de valores y de sentimientos que es muy similar en todos. Si logramos quitar todas esas capas de ideologías y de odios, los traumas ancestrales y las informaciones, y podemos sentarnos a hablar de persona a persona, vamos a reconocernos mucho más de lo que pensamos. Eso es lo que hacemos en el podcast.
Incluso la raíz del podcast surgió en la creación del personaje de un militar de una fuerza de operaciones especiales estadounidense para una serie de History Channel.
Recibimos un entrenamiento militar salvaje. Me metí mucho en ese mundo para encontrar credibilidad y estando ahí empecé a colaborar con fundaciones militares. Una de esas fundaciones se dedicaba a recaudar fondos para las familias de los militares que se habían suicidado. La media de ese momento (2016) era de 21 hombres al día solo en los Estados Unidos. Eso me puso a pensar. Yo, que siempre había dicho que ser feliz es una decisión y que crecí con mi papá, que decía que la depresión no existe, me alarmé con esas cifras y me llamó la atención que estos individuos de las fuerzas especiales, que es gente sumamente inteligente, con capacidades mentales extraordinarias y con propósito, además, estuvieran acabando con sus vidas.
Y esa curiosidad se despierta cuando comienza a vivir una crisis de mediana edad…
Tenía 42 años. De repente, iba en el carro manejando y lloraba de buenas a primeras sin saber por qué. Venía con una tristeza honda, con mucha angustia. En ese momento me estaba yendo muy bien, acababa de presentar una película en Hollywood con Jennifer Garner, mis hijos estaban sanos, había encontrado el hobby de la bicicleta… Pensaba que no tenía derecho a sentirme así ni a quejarme. Y empecé a callar y a meterme en un hueco. Mi alarma fue que, en una de esas manejadas, en esos pensamientos, se me ocurrió “tal vez esto sería más fácil si no estoy. Se acabaría la angustia”. Ahí levanté la mano y le dije a Mónica, mi esposa, que necesitaba ayuda. Fue cuando comencé a ir a terapia con la psicóloga María Antonieta Solórzano.
En el primer episodio del podcast tuvo como invitado a Juan Carlos Rincón, autor del libro La depresión (no) existe. En los siguientes capítulos lo han acompañado psicólogos como la doctora María Antonieta Solórzano y Efrén Martínez, periodistas como Alejandro Marín y Yamid Amat Serna, actores como Andrés Parra y Alejandro Riaño y compositores como Santiago Cruz y Pedro Capó. ¿A quién quisiera invitar a la próxima conversación?
Sueño con que llegue un momento en el que sea más importante el tema que el invitado, y que podamos hablar con cualquier persona de cualquier contexto y que la gente se quede a escuchar. La belleza de eso es que nació como una iniciativa muy personal que se le ocurrió a mi esposa y después mi amigo Dani Posada se volvió mi socio y productor para sacarlo adelante. Y la iniciativa se volvió prácticamente social. Yo no soy un profesional de la salud ni un periodista. Soy una persona equis que a través de contar su historia y de la voz de unos invitados quiere encontrar herramientas para navegar su propia crisis y que ojalá esas herramientas también les sirvan a otras personas para manejar lo que sea que estén viviendo o para que se den cuenta de que, de pronto, les vendría bien ir a terapia o para sentir que no son los únicos en el mundo que están pasando por una angustia.
Aunque el nombre del podcast se refiere a un ámbito masculino, hablar de salud mental termina permeando a todo el mundo, a cualquier género. ¿Cómo ha sido la respuesta del público?
El mensaje que más me impresiona de los hombres siempre es “yo pensé que era el único que pasaba por esto”. Muchas mujeres también han opinado. El público se ha ido balanceando. En principio teníamos un 65 por ciento de audiencia femenina, y ya estamos en 55% mujeres y 45% hombres. Las mujeres me han hecho comentarios como “he aprendido a ver a mi marido con otros ojos”, “me doy cuenta de que he sido muy dura con él”, “me di cuenta de que nunca había permitido darle este espacio” o “le estoy mandado el podcast a mi papá y a mi hermano”. Hace poco una mujer me escribió “llevaba años tratando de que mi esposo fuera a terapia, y acaba de pedir su primera cita”. Lo vale todo. Esto es todo lo que está bien.
“La montaña es, quizá, donde más alegría encuentro: en el olor de la tierra, de los pinos, de los árboles… La alegría está en todas partes y en cosas que parecerían ser muy cotidianas, pero ahí está”.
En varios episodios del podcast ha mencionado la importancia que tiene el ejercicio en su cotidianidad.
La bicicleta me ayuda mucho y la forma en la que monto es diferente para unas cosas y para otras. A veces lo hago porque quiero llorar, y sé cómo hacerlo. Si tengo que soltar o estoy trancado con algo, sé cómo subir la montaña y cómo exigirme para llegar arriba y llorar de agotamiento. Ese momento es de lo más bello que existe. Con el tiempo empecé a hacer una trasmutación de las lecciones que iba teniendo en la bicicleta a mi día a día. Como el sufrimiento de la subida y después ese goce de la bajada, de darse cuenta de que uno se caía y después de alguna forma se levantaba. Comencé a hacer esas analogías en mi vida y la bicicleta empezó a abrir un camino completamente diferente. Dejó de ser solamente recreativa.
¿Escucha música mientras sube la montaña?
La música es fantástica, pero te transporta. ¿Por qué quisieras estar en otro lado si estás en el lugar más mágico que Dios ha creado, que es la naturaleza? Estás en la creación, ¿por qué quisieras no estar ahí? Quiero oír a los pájaros y quiero estar presente.
¿En medio de su crisis vivió la depresión?
Fueron momentos de profunda tristeza con ataques de ansiedad, con un dolor de mundo profundo, mas no de depresión clínica. Si no hubiera estado con la mujer con la que estoy casado, si no amara tanto ser padre y si no tuviera la bicicleta… algo en esa combinación hizo que yo nunca realmente pensara en hacer planes con esa idea que me surgió manejando.
¿Dónde encuentra la alegría?
En despertar a mis hijos en la mañana, hacerles el desayuno y mandarlos al colegio. En llegar a tiempo, en organizar, en las plantas de mi casa, en el sol, en la luna, en ver los atardeceres. La montaña es, quizá, donde más alegría encuentro: en el olor de la tierra, de los pinos, de los árboles… La alegría está en todas partes y en cosas que pueden parecer muy cotidianas, pero ahí está.
¿Qué necesidad considera urgente en términos de salud mental?
La salud mental es tan importante que me cuesta entender por qué no es una rutina y una práctica obligatoria en los colegios, en los trabajos y en las instituciones de salud. Creo que entre todos debemos conseguir que la salud mental sea un objetivo y una necesidad, no solamente de los ciudadanos y de las instituciones, sino de los gobiernos. Debemos de alguna forma asegurarnos de que hacia un futuro las leyes incluyan la salud mental como un derecho fundamental de los seres humanos.
Producción: Soraya Yamhure
Maquillaje y peinado: Jennifer Quiroga
Vestuario: A New Cross
- Este artículo hace parte de la edición 197 de nuestra revista impresa. Encuéntrela completa aquí.
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