La marchista pereirana de 28 años fue medalla de plata en Tokio 2020. Es la número uno de Colombia y de Latinoamérica, pero para llegar hasta donde está le ha tocado sortear todo tipo de dificultades.
l día que Lorena Arenas compitió en el Mundial de Doha, Catar, en 2019, no podía caminar bien debido a una lesión en el músculo tibial derecho. Aunque le dolía hasta las lágrimas, no era suficiente para sacarla de la pista. Empecinada, mostró lo que estaba dispuesta a hacer para lograrlo. Los médicos y la fisioterapeuta pensaron que le sería imposible hacer los primeros kilómetros, y le advirtieron que lo mejor era volver a Colombia. Pero la marchista no solo cruzó la meta al final de los 20 kilómetros, sino que llegó en el quinto lugar. Para ella fue como ganar el oro.
Hoy llora al recordar lo duro que ha sido el camino para subir al podio en los recientes Juegos Olímpicos de Tokio, donde obtuvo una medalla de plata: sobreponerse al dolor físico, superar las barreras mentales, imponerse ante las decepciones, vivir lejos de su familia. Continuar, no importa cuánto cueste.
En el camino ha conseguido seis récords nacionales en la categoría Mayores, seis para la categoría Sub-23 y tres en la Juvenil. En 2012 fue medalla de bronce en el Mundial de Barcelona y de oro en la Copa Mundo Saransk, Rusia. En 2013 ganó plata en los Bolivarianos de Perú. En 2014, oro en los Juegos Suramericanos de Chile y plata en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de México. En 2015 impuso un récord en el Suramericano de Lima; en 2017 fue oro en los Juegos Bolivarianos de Santa Marta. En 2019, récord en los Juegos Panamericanos de Lima. Hay solo una categoría en donde Lorena Arenas no tiene medallas: la infantil, porque nunca compitió.
Lorena entró al deporte por casualidad, en plena adolescencia, cuando llegó entre las tres primeras en una competencia colegial en Calarcá. El sacerdote Jhonatan Darío García, aficionado al deporte y con estudios en educación física, notó que Lorena tenía madera para el atletismo. Aunque ella estaba decepcionada por no haber ganado, el párroco le hizo ver que aún sin entrenar había estado entre las primeras, y podía tener un futuro allí.
En el Instituto de Deportes y Recreación de Medellín (Inder), la deportista conoció al que sería su mentor: Libardo Hoyos. Un día Lorena imitó a un compañero que hacía marcha atlética porque le parecía chistoso. El entrenador le propuso desempeñarse en esa especialidad. No le gustaba al principio, pero con el tiempo se dio cuenta de que destacaba frente a sus rivales.
En el 2012, Lorena Arenas fue medalla de bronce en el Mundial de Barcelona y de oro en la Copa Mundo Saransk, Rusia.
¿Qué tanto le afectó que los Olímpicos de 2020 se realizaran en 2021?
Me benefició, porque en 2019 tenía una lesión del isquion desde hacía tres años, y los médicos no sabían qué era. Me vieron muchos especialistas. Es una lesión poco común y era complicada la recuperación. Si no se hubieran aplazado los Olímpicos me habría tocado competir con la lesión, como lo había hecho ya antes. Al posponerse tuvieron tiempo de hacer la cirugía y de recuperarme plenamente. Mi mamá es muy creyente y yo le decía: “Mami, haga las promesas que tenga que hacer pero que este dolor se me quite”. Ella le pidió al Señor de Los Milagros de Buga que me curara del dolor y me diera la fuerza y la voluntad para poder lograr esa medalla.
¿Por qué decidió no seguir las recomendaciones médicas de retirarse del Mundial de Doha?
Yo tenía un sueño: de esa competencia dependía mi desempeño en los Juegos Olímpicos, tenía que saber si me adaptaba bien al calor. En mi cabeza solo había un objetivo: saber qué era competir en altas temperaturas.
¿Qué opera en el cerebro de un atleta de alta competencia para que cualquier cosa esté por encima del dolor y el sufrimiento?
El deporte a este nivel ya no es saludable y uno lo sabe. Una vez una doctora me preguntó si era consciente de lo que me podía pasar cuando me retirara, y le dije que sí. Dependiendo de las lesiones, en el futuro podría no caminar bien, tener dolores de columna. Porque siempre uno está llevando su cuerpo al límite, es una lucha con uno mismo: el cuerpo tiene que resistir hasta donde uno lo lleve. El rival más fuerte es uno mismo. Es como la persona que fuma: sabe que si sigue fumando le va a dar cáncer; lo mismo en el deporte de alto rendimiento: uno es consciente de eso, pero insiste.
Por la época del Mundial de Doha no podía caminar pero sí competir. ¿Cómo es eso?
Soy una persona que siempre piensa en el ahora. Yo me decía “tengo que hacerlo porque es lo que hay ahora, después no sabemos. No voy a llegar a los Juegos Olímpicos a improvisar”. No me gusta estar diciendo que voy a ser medallista o a ganar, nunca me he comprometido con nadie, solo conmigo. Quería ir a los Olímpicos y ganar una medalla. Antes de la competencia fui a calentar y casi no podía caminar, pero estaba mentalizada: “Ya llegué hasta acá, tengo que hacer todo lo que pueda”. Solo había una persona que yo esperaba que me felicitara: mi entrenador. Pero solo dijo “Pudo haber sido mejor. Nos habíamos preparado para que fuera medallista”. Eso me dio durísimo.
Es muy duro recuperarse de esas lesiones…
Sí, pero eso es un deportista de alto rendimiento: alguien capaz de soportar todo ese tipo de lesiones. A un deportista de alto rendimiento siempre le va doler algo. Y su trabajo es seguir adelante, aunque le duela.
¿Así es en todo?
Sí, así es la vida. Hay momentos y cosas que duelen, pero hay que seguir. Como lo que dijo mi entrenador al final de la competencia de Doha, que me dio tan duro. Yo no soy de guardarme las cosas, cuando hay una injusticia lo digo, soy clara y directa. Digo lo que no me gusta. La medalla olímpica en Tokio es la recompensa a todo eso. Si no hubiera sido por el apoyo psicológico me habría devuelto a Medellín. No hubiera aguantado tanto.
Cuando le dijeron que servía para marcha primero dijo que no. Pero lo intentó y enseguida empezó a destacar en esa modalidad.
¿Es más dura la presión física que la psicológica?
En el deporte no puedes ser una persona débil. Además de resistir el dolor físico tengo que resistir en todo lo demás, por ejemplo los comentarios: “Usted todavía no es”, “usted no puede”, “hay otra mejor que usted”. Hay que ser muy fuerte física, emocional y psicológicamente. Eso es lo que caracteriza y diferencia a un medallista olímpico de uno que gana un mundial o un suramericano.
¿Cómo es ese trabajo psicológico?
Uno ve a deportistas entrenando muy duro que en el momento de la competencia no son capaces de dar todo lo que tienen, dudan de sus capacidades, no creen en ellos mismos. Eso es lo bonito del deporte: que lo forma a uno en muchos aspectos. Uno piensa, si fui capaz de aguantar esto en el deporte por qué no voy a ser capaz de superar esto en mi vida.
¿Incluyendo las penas de amor?
Da duro, pero te ayuda a que sea más llevadero. Uno piensa: la vida sigue. He tenido pocas relaciones, pero han sido largas y me ha dado duro cuando se terminan. Evito enamorarme porque me pasa que cuando quiero a alguien, entrego lo mejor de mí y uno a veces espera que la otra persona también haga lo mismo, y no siempre se puede. Uno no debe esperar nada de nadie para no decepcionarse. Y lo primero es amarse uno mismo.
Usted tiene fama de mal genio, pero yo la veo muy dulce y sonriente…
Sí, soy de un temperamento fuerte, y más cuando sé que las cosas se están haciendo mal o cuando le quieren hacer daño a alguien, no permito eso. Las cosas hay que ganárselas. El que ha trabajado por algo entonces se merece el reconocimiento.
¿Valió la pena tanto sacrificio?
Sí. Desde que inicié estaba en mi pensamiento que lo iba a lograr. No hubo ni un segundo que pensara que no lo iba a lograr. Cuando faltaban 600 metros, que iba segunda, casi sola, en un momento me quise emocionar, pero me calmé porque no había pasado la meta y siempre pueden pasar muchas cosas. Usted empezó tarde en el deporte, al menos para los estándares de los atletas de alto rendimiento… Sí, empecé a los 14 o 15 años, pero qué tal que hubiera empezado más joven y no hubiera llegado, o que me hubiera aburrido. El tiempo de Dios es perfecto y usted tiene que estar cuando él lo diga.
¿Es muy religiosa?
Soy muy religiosa, no fanática. No voy a la iglesia cada ocho días, pero creo que hay alguien superior a mí. Así sea ficticio, le digo a las personas que crean en algo superior, eso ayuda. Hay momentos en los que pienso “no voy a ser capaz”. Ahí es cuando llega ese motivo, esa energía, ese impulso. “Dios, dame fuerzas para soportarlo”. Y llega esa energía que te hace fuerte.
¿Habla con Dios mientras compite?
En todas las competencias hablo con Dios. Le pido tranquilidad, fuerzas. En estos cinco años que fueron tan duros para mí, yo le decía: si esto es lo que tengo que soportar para lo que me quiera dar, lo voy a hacer. Y así fue.
¿Antes de ser deportista qué quería hacer?
Siempre quise ser médico, pero llegó el deporte. Luego con el tiempo me di cuenta de que no tengo el talento ni la convicción para esa profesión. Yo veo que alguien se lastima y siento el dolor que esa persona siente. Soy muy sensible y no puedo ver heridas o sangre.
¿En qué momento toma la decisión de vivir del deporte?
Nunca pensé que iba a vivir del deporte o que el deporte iba a ser todo en mi vida. En 2009 entré a un colegio de monjas que era muy estricto y no tenía tiempo para entrenar. Camilo Calderón, el que me enseñó a marchar, me ayudaba a hacer las tareas. Libardo Hoyos era mi entrenador y me sugirió cambiar de colegio para poder tener el entrenamiento como prioridad.
Arenas mantiene desde 2012 el récord nacional juvenil de los 10 kilómetros con un tiempo de 45:11.46.
El entrenador es una figura fundamental para un deportista de alto rendimiento...
Sigo diciendo que Libardo Hoyos es mi entrenador porque es la persona a la que más tengo que agradecerle. Mi ascenso fue muy rápido, apenas empecé a entrenar ganaba en todo, pasé a ser selección Antioquia, a los dos años selección Colombia, a los tres años medallista mundial juvenil. Fueron resultados muy rápidos. Era como que la vida me decía que me dedicara a eso. Sin embargo, Libardo siempre me decía que siguiera estudiando porque un deportista nunca sabe cuánto va a durar su carrera. Le hice caso y entré a estudiar en 2011 licenciatura en Educación Física.
¿Ha seguido estudiando?
Paré de estudiar dos años. Pero pensé en las palabras de Libardo, “no voy a ser deportista toda la vida, tengo que terminar mi carrera”. No tengo afán, tomo una o dos asignaturas por semestre. Algún día me voy a graduar, mi prioridad ahorita es el deporte. Así sea viejita puedo ir a estudiar, pero a entrenar no.
Las personas que se dedican al deporte deben sacrificar mucho, estudios, diversión, vacaciones, vida familiar. ¿Hay alguno que le pese más?
La alimentación no me cuesta. No me gusta lo dulce. Lo de las fiestas tampoco es un sacrificio, porque nunca supe qué era estar en una fiesta: mi papá siempre nos iba a buscar a las nueve de la noche. Para mí es más difícil no estar en las fechas especiales de mi familia: el cumpleaños de mis padres, el nacimiento de mi sobrina, cosas así. Siempre hemos sido una familia muy unida. Me da duro estar lejos de ellos. Eso sí, paso todo el día hablando con mi mamá.
¿Qué hace cuando no está entrenando? ¿Cómo se relaja?
Me encanta escuchar música, me hace recordar e imaginar cosas. Antes de entrenar, en el calentamiento, escucho música. De todo: vallenato, reggaetón, salsa. Me gusta compartir con mis amigos, hablar bobadas con mis amigos, reírme, me encanta reírme. Casi no salgo. A veces voy a un centro comercial con mi mamá pero eso me cansa muchísimo, más que el entrenamiento.
¿A quién admira?
A mí. Jajaja. Mentira. Siempre he admirado a muchos deportistas colombianos que son muy tesos en mi modalidad. Pero que diga que quiero ser como tal persona, no. Admiro a mis compañeros y a todos los que son deportistas. El deporte permite conocer la dimensión humana de mucha gente: los rivales, los entrenadores… Sí. Hay más rivalidad en el mismo grupo de uno que con las competidoras de otros países. Si tengo que pasarle agua a la china lo hago porque me gusta que todas estemos en las mismas condiciones. Que nadie diga que Lorena ganó porque la otra no pudo tomar agua. Con la italiana casi nunca hablo pero mira que cuando me levantó, nos abrazamos, ella tiene una buena técnica y hay que reconocer el trabajo de los otros.
¿Qué sigue para usted?
Uno es muy ambicioso. Siempre hay una meta más. Ojalá Dios me permita estar en dos juegos olímpicos más, todavía creo que podría dar más.
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