Elegir el calzado adecuado es esencial para evitar lesiones. Los zapatos deben ajustarse al pie, no al revés. Una correcta elección, junto con una evaluación médica, previene problemas y asegura comodidad.
Nuestro pie tiene 26 huesos, 33 articulaciones y más de 100 tendones, músculos y ligamentos. Esta compleja estructura juega un papel crucial en el movimiento, balance y soporte del cuerpo. Sin embargo, se trata de una de las partes del cuerpo a la que menos le prestamos atención. Tardamos más tiempo escogiendo pantalones y camisas que buscando un par de zapatos. Y no solo eso, los escogemos por las razones equivocadas.
“La regla de oro es que el zapato se debe adaptar al pie y no al contrario”, dice Luis Guillermo Castro, ortopedista cirujano de pie y tobillo de Colsanitas. “Dada la flexibilidad de las articulaciones de los pies, es usual que estos se acomoden dentro del calzado, especialmente, en los zapatos estrechos y de puntas, pero no es lo más saludable. Si no se respeta la anatomía de los pies, tarde o temprano aparecerán lesiones y deformidades dolorosas y permanentes”.
En 2018, los podiatras australianos Andrew Buldt y Hylton Menz hicieron una revisión de 18 artículos académicos en el Journal of Foot and Ankle Research, y encontraron que entre el 63% y el 72% de los participantes usaban calzado de talla equivocada, lo que estaba relacionado con dolor y trastornos como deformidades y callosidades. En personas con síndrome de Down o diabetes el uso incorrecto alcanzaba el 81%.
Los especialistas en la salud del pie no se cansan de advertir que la selección del calzado debe estar guiada por un experto, nunca un vendedor. Pero, mientras llegamos a establecer una relación estable y duradera con el podólogo, hay prácticas a la hora de comprar zapatos que pueden reducir el rango de error. “Al momento de probar un zapato es mejor hacerlo en la tarde, pues el pie está más dilatado, caminarlos en la tienda y asegurarse de que tenga la amplitud suficiente (horma), es decir, la parte más amplia del antepié, y que quede justo al tamaño del pie (talla)”, recomienda el doctor Castro.
“Al momento de probar un zapato, es mejor hacerlo en la tarde, pues el pie está más dilatado”.
Un zapato nunca debe quedar ajustado; lo ideal es que sea entre 5 y 10 milímetros más largo que el pie. Un método sencillo para saberlo es poner la punta de un dedo de la mano en la parte delantera o trasera del zapato y comprobar que sobre un espacio del ancho del dedo.
En cuanto a la horma, el proceso es más complejo. El ancho del zapato varía entre personas, incluso de la misma talla, debido a la morfología del pie. “Uno de los mayores errores es que una persona con los pies anchos trate de adaptar el zapato cambiando de talla o que alguien con pies delgados use plantillas para ajustar el calzado. En estos casos lo más aconsejable es seguir buscando hasta encontrar la horma precisa”, explica Castro.
Pero elegir correctamente la talla y la horma es solo el inicio. También existe un movimiento, una biomecánica, al momento de caminar, apoyar y despegar el pie del piso. El movimiento al caminar se divide en dos fases: apoyo (60% del ciclo) y oscilación (40% del ciclo). Cuando el talón golpea el piso lo hace seis grados inclinado al exterior hasta que el pie se apoya en una posición neutra.
Sin embargo, no todos caminamos igual: algunos inclinan el tobillo hacia afuera ―supinadores―, mientras que otros lo inclinan hacia adentro ―hiperpronadores―, causando desequilibrio en la pisada. Esta inestabilidad sobrecarga músculos, ligamentos y tendones, provocando lesiones. Mientras que para los pronadores hay opciones en el mercado, para los supinadores, una condición más inusual, la oferta es casi nula.
“Los zapatos deportivos permiten una transpiración del pie y así reducen la humedad, causante de ampollas, y disminuyen la presencia de callos e infecciones micóticas por hongos”.
¿Todo por la moda?
Los investigadores polacos Jacek Lorkowsky y Mieczyslaw Pokorski analizaron en 2023 el calzado femenino desde la perspectiva de salud pública y encontraron que más de dos tercios de las mujeres usan tacones debido a presiones sociales, y el 59% están obligadas a usarlos en entornos corporativos por más de ocho horas diarias. Además, en 2013, la doctora Anniele Martins Silva publicó una revisión de base de datos en la Revista Paulista de Pediatría, y concluyó que si el uso de tacones altos comienza a temprana edad –entre los 10 y 19 años–, puede causar alteraciones posturales permanentes que, además del pie, afectan cabeza, espalda, pelvis y rodillas.
Uno de los principales problemas es que los tacones altos cambian la zona del pie que debe recibir el peso del cuerpo. Cuando estamos descalzos, el 75% del peso lo soporta el talón, y el 25%, el antepié. Con tacones de cuatro centímetros la proporción es 50% y 50%, y con tacones de 6 a 7 centímetros la carga se invierte a 25% y 75%. Más y más estudios confirman que su uso prolongado termina en fracturas por estrés, dolor, deformaciones en las uñas, esguinces y metatarsalgia.
La solución tampoco es pasarse a los planos. Las baletas son zapatos muy planos y “no tienen nada de estabilidad ni en el antepié ni en el talón. Además, el contrafuerte, la parte posterior que nos sujeta el talón, no tiene ningún tipo de estabilidad. Son zapatos muy livianos, muy ligeros, pueden ser cómodos, pero claramente no son los zapatos para un uso continuo”, dice Carolina Romero Cárdenas, ortopedista cirujana de pie y tobillo y podóloga de Colsanitas.
Con las chanclas pasa lo mismo: son excesivamente cómodas y frescas, pero están diseñadas para la piscina o la playa, no para un uso prolongado. Su talón es bajo, por lo que no amortigua lo suficiente. Las plataformas son mejores que las chanclas porque ofrecen un soporte al talón, pero es mejor elegir unas con una suela no tan rígida para permitir el movimiento natural del pie al caminar.
Los zuecos de goma han conquistado al público tras una agresiva campaña de publicidad, pero no son una opción aconsejable. “No dan ninguna estabilidad, no son recomendados para actividades diarias, y como el soporte depende enteramente de su material ligero, se sobrecarga el talón, lo que puede ser muy doloroso”, continúa Romero.
Superzapatos
Los zapatos deportivos son un mundo aparte, pues han ido evolucionando desde la década de los setenta para obtener más eficiencia, rendimiento y prevención de lesiones en ambientes altamente competitivos. Permiten la transpiración del pie y así reducen la humedad, causante de ampollas, y disminuyen la presencia de callos e infecciones micóticas por hongos.
La oferta es bastante amplia. Por ejemplo, hay tenis para trotar o correr; para entrenar y para competencia, para principiantes, intermedios y avanzados. La doctora Romero recomienda zapatos de drop elevado (diferencia entre la parte posterior y parte anterior del calzado) para deportistas que están iniciando: “Tienden a apoyar más el talón al correr y esto recarga más la rodilla y cadera”. Para los atletas con experiencia se usa un drop más bajo, menos elevado atrás, pues a medida que la práctica aumenta se tiende a apoyar más en el mediopié que en el talón.
Aunque muchos zapatos deportivos vienen con una “ficha técnica”, de nuevo, es mejor asesorarse de un especialista, pues las lesiones por un uso incorrecto son más graves y frecuentes. “Los deportistas que pronan y no corrigen su apoyo tienen un riesgo alto de fascitis, tendinitis aquiliana y de los peroneros”, advierte el doctor Castro. “Los supinadores, por su parte, tienen mayor riesgo de fracturas por estrés, sobre todo en la base del cuarto y quinto metatarsiano, además de la presencia de tendinitis insercional del peronero corto, que genera mucho dolor en la parte lateral del pie”.
El futuro augura zapatos personalizados, con polímeros para cada actividad, placas y barras de metal en la media suela, con sistemas 3D que evaluarán si el zapato mejora o altera el movimiento del pie y evaluaciones de presión plantar para hacerlos más cómodos. Algo así ya se implementa. Entretanto, podemos prestarle más atención a un producto que usamos todos los días y tener presentes las frases recurrentes de la doctora Romero: “Los pies también existen”; “Los pies también importan”.
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