La 24 veces campeona del mundo en patinaje es hoy una empresaria consagrada a una gran misión: usar su voz para inspirar, transformar vidas, defender los derechos humanos en el deporte y promover el liderazgo de las mujeres.
Antes de que Caterine Ibargüen, Mariana Pajón o Linda Caicedo nos hicieran gritar a todo pulmón ante sus proezas deportivas, Cecilia Baena, con solo 13 años, se abría paso en las pistas de patinaje y le avisaba al mundo que con ella venía una campeona inigualable de talla mundial.
Chechy no solo puso el patinaje en la mira de los atletas nacionales e internacionales, fue 24 veces campeona del mundo en competencias de pista y ruta, 10 veces campeona en los Juegos Centroamericanos y del Caribe y dos veces en los Juegos Panamericanos; durante tres años consecutivos ganó el World Cup de maratones y recibió el título de Deportista del Año en el año 2001.
De todos los premios y medallas que pueda tener, lo que realmente hace orgullosa a Chechy es saberse un ídolo que inspira a las niñas y niños del país. La cartagenera se probó a sí misma y al mundo entero que en la vida “los sueños se cumplen, siempre y cuando se construyan con determinación, método, propósito y constancia”.
Empezó a patinar con cinco años, porque el patinaje hacía parte del pénsum de su colegio. Pero desde el primer día soñó con ser campeona del mundo. Para entonces, no tenía talento ni el biotipo adecuado: “Era bajita, barrigona y muy mala”, recuerda. Sin embargo, en su casa siempre se respiraron aires de triunfo, pues su padre, el periodista deportivo Eugenio Baena, era íntimo amigo del Happy Lora, del Pibe Valderrama, de Pambelé y de otras grandes glorias. Y difícilmente podría encontrar a alguien con las ganas que tenía Chechy: “Al principio me orinaba del susto, pero si decían que había que hacer 10 vueltas, yo hacía 14. Era siempre la primera en llegar al entrenamiento y la última en irme”.
Ver tal determinación hizo que su familia entera se volcara en la carrera de Cecilia. Y los frutos no tardaron en llegar. En el año 2000, con 13 años, participó en su primer mundial de patinaje en Barrancabermeja y ganó. “Creí en mí a pesar de todo” y lo siguió haciendo hasta que cumplió 26 años y entendió que era hora de cerrar el ciclo. Pero ¡cuántas alegrías nos dio!
Tras su salida de las competencias en el 2012, creó una escuela de patinaje, en Bogotá y Cartagena. ¿Cuál fue el sueño que se propuso en ese momento?
Pasar a otras generaciones el mensaje de lo que el deporte hizo en mí. El deporte trasciende a las medallas y al podio. Invertir en deporte es invertir en niños emocional y físicamente saludables, niños que saben manejar la frustración, que aprenden a ser personas resilientes.
Gracias a su trabajo el patinaje es importante a nivel nacional e internacional. ¿En su momento encontró apoyo?
El apoyo era muy escaso, los escenarios muy precarios, no había acompañamiento a los atletas. A los 15 años tuve que irme a vivir a Bogotá porque allí era la única manera de progresar en la disciplina. Eso ha ido cambiando, por supuesto, pero aún falta mucho camino por recorrer. Necesitamos que la empresa privada se vincule más y que el deporte se convierta en una política de Estado.
“Moverse es un privilegio. Por tanto, voy al gimnasio y mantengo un estilo de vida muy saludable. Como bien, pero ahora sin restricciones, porque conozco mi cuerpo”.
¿Cómo fue el proceso en su familia, que entendió, desde que usted era muy niña, que tenía un sueño y que debía apoyarla?
A mí me decían la “tortuga veloz” porque era chiquita, gordita y movía muy rápido los patines. Eso no quiere decir que fuera rápida, en realidad, era siempre la última. Pero mis papás vieron que estaba dispuesta a hacer todo lo necesario para conseguir mi sueño. Entrenaba ocho horas diarias. Vimos que la constancia y la práctica me hacían mejorar. Entonces, mi hermano Juan Carlos se propuso acompañarme a todos los entrenamientos y campeonatos y mi mamá dejó su trabajo para dedicarse a hacer rifas, freír buñuelos y hacer todo lo necesario para que yo pudiera seguir avanzando en mi carrera. Mi mamá solía decir que, cuando yo me ponía los patines, sonreía y ella solo quería que yo fuera feliz.
Campeona del mundo 24 veces, pero sin medalla olímpica. ¿Ese es su sueño no cumplido?
Sí. Desde el año 2000 el patinaje colombiano se convirtió en el mejor del mundo y ha mantenido su hegemonía. Eso ha permitido que se consolide la Federación y que sigamos teniendo generaciones de grandes patinadores. Sin embargo, esa misma hegemonía ha hecho que otras potencias se desinflen y lleven a sus patinadores hacia el patinaje en hielo. Necesitamos que más países apoyen el patinaje para que pueda ser un deporte olímpico.
¿Hoy sigue manteniendo una rutina muy exigente?
Bueno, moverse es un privilegio. Por tanto, voy al gimnasio y mantengo un estilo de vida muy saludable. Como bien, pero ahora sin restricciones, porque conozco mi cuerpo.
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