La ginecóloga Claudia Zambrano reparte su vida entre su familia y su profesión, la que dedica, en buena medida, a tratar el dolor pélvico crónico y la endometriosis.
Claudia Zambrano habla con profundidad sobre el dolor porque lo conoce de cerca. Es médica de la Universidad Javeriana de Bogotá, ginecóloga de la Fundación Universitaria Sanitas, con fellowship en Cirugía Ginecológica Mínimamente Invasiva de la Asociación Americana Ginecología Laparoscópica (AAGL).
Mientras terminaba su pregrado de medicina, se inclinó por diversas áreas de la salud, como ginecología, urología, neurocirugía y psiquiatría. “Yo sé que es algo súper variado, pero me gustaba todo”, cuenta. En ese entonces no anticipaba que estos intereses tan diversos tendrían sentido al elegir su especialización.
Después de pasar por los quirófanos y terminar la práctica académica, decidió dedicar su carrera a abordar uno de los problemas más invisibilizados de la salud femenina: el dolor pélvico crónico (y la endometriosis). Una tarea que la desafía no solo como cirujana, sino como especialista en la salud de la mujer. La doctora Zambrano ha impulsado el enfoque multidisciplinario para tratar esta dolencia femenina, que abarca desde la cirugía mínimamente invasiva hasta las terapias psicológicas y físicas.
La experiencia le ha permitido reconocer que el dolor pélvico crónico es un desafío médico que no recibe la suficiente atención en los círculos ginecológicos tradicionales. "Al principio, este tema me daba pereza como a muchos otros médicos", cuenta refiriéndose a la falta de formación en esta área específica. Sin embargo, su experiencia de entrenamiento en dolor pélvico crónico en la Unidad de laparoscopia ginecológica y dolor pélvico, de Pereira, cambió su perspectiva y despertó su interés en la condición.
Actualmente es la encargada del manejo de las pacientes con dolor pélvico crónico y endometriosis en el Hospital Universitario San Ignacio y tiene su consultorio privado en Bogotá.
¿Cómo llegó a interesarse por el tratamiento del dolor pélvico crónico?
En la carrera de medicina la mayoría de las rotaciones en ginecología están más enfocadas en la obstetricia, los partos, las urgencias ginecológicas, pero no en la cirugía ginecológica, que incluye la pelvis, el útero, los ovarios, una zona muy compleja que tiene muchísimas estructuras, que abarca múltiples órganos, y me pareció cada vez más interesante. Busqué una electiva que se dedicara a la cirugía mínimamente invasiva, que, en este caso, es la laparoscopia e histeroscopia. Fui a hacer la electiva dos meses en una unidad médica en Pereira y me pareció interesante el tema porque vi que abordaban el dolor de las pacientes desde un punto de vista distinto; hasta la consulta era diferente. El tratamiento tenía diferentes enfoques, no solo se trataba de la cirugía ginecológica, sino que incluían otro tipo de terapias y, finalmente, las pacientes mejoraban.
¿Por qué las pacientes con dolor pélvico crónico no despertaban el interés de los médicos?
Existen varias razones, pero una de las más frecuentes es por desconocimiento, porque son pacientes más complicadas que llevan años de dolor o que muchas veces no mejoran con los tratamientos convencionales. Sin embargo, pienso que esa visión ha ido cambiando con los resultados de los tratamientos integrales que tenemos hoy y los resultados que vemos en las pacientes.
¿Por qué piensa que sus intereses diversos tuvieron sentido al elegir su especialización?
Atender pacientes con dolor pélvico abarca distintas áreas de la medicina porque los síntomas pueden ser de origen neurológico, urológico, gastrointestinal, ginecológico, del sistema nervioso, psiquiátrico o psicológico. Finalmente, no estaba tan perdida. Me di cuenta de que la vida se encarga de encaminarlo todo y lo que parecía tan loco tuvo sentido al momento de atender a las mujeres y buscar junto a ellas el origen de su dolencia.
¿Cree que nos hace falta mirar el dolor de las mujeres con mayor compasión?
Afortunadamente ha ido aumentando la empatía hacia el dolor de las mujeres, así como el estudio y el interés por el tema por parte de los profesionales y las pacientes. Y aunque falta mucho por investigar y socializar, cada vez somos más conscientes de que tener dolor no es normal. Ahora muchas pacientes dicen “a mí me han dicho que es normal, pero yo sé que esto no es normal” y hay muchos profesionales que investigan un poco más a fondo o las remiten a otra especialidad para averiguar el origen de su dolor. Eso también ha hecho que haya mayor sensibilización con respecto al dolor pélvico crónico.
¿Que las mujeres reconozcan que su dolor no es normal tiene un impacto social?
Yo creo que tiene un impacto social positivo, pero toma tiempo. Todavía no se ha concientizado toda la sociedad, incluyendo a las empresas, que no se han dado cuenta de la repercusiones que el dolor pélvico crónico tiene en la salud y el rendimiento profesional de una mujer. Creo y espero que el impacto crezca, haciéndonos más conscientes de que la persona que tiene dolor a veces también tiene dificultades para dormir, por ejemplo. Entonces, una persona que no duerme bien, al otro día está irritable, tiene dificultades para concentrarse, puede tener fatiga crónica, problemas familiares o en sus relaciones de pareja, experimentar dolor durante las relaciones sexuales o disminución del deseo sexual, y todo esto genera una serie de complicaciones que se expresan en todos los ámbitos de la vida de una mujer.
¿Hay algún caso que recuerde especialmente?
Tengo varias pacientes a las que les ha ido muy bien con el manejo del dolor. Eso sí, hay que entender que esta es una condición crónica que necesita diferentes tipos de manejo a lo largo del tiempo. Afortunadamente, muchas pacientes son muy juiciosas con el tratamiento, siguen todas las recomendaciones y hacen las terapias necesarias. Por eso pueden volver a disfrutar de la sexualidad, a tener una vida laboral productiva, y uno ve que les está yendo bien porque llegan con otra cara a la consulta, muy diferente a la imagen de las primeras citas, a las que llegan con los ojos tristes, con cara de desesperanza. Cuando ya les está funcionando el tratamiento, llegan más arregladas o los ojos les brillan. He tenido pacientes que han pasado por intentos de suicidio a causa del dolor, pero ninguna mujer debería llegar a ese punto de la desesperanza por falta de atención. Afortunadamente, hemos logrado ayudarlas y han estado muchísimo mejor gracias al acompañamiento.
“Es un reto y un aprendizaje constante saber que no todas las mujeres son iguales, que todas tienen expectativas diferentes, metas diferentes y objetivos de manejo de su propio dolor”.
¿Alguna vez pensó que su trabajo pudiera salvar vidas de esa manera?
Cuando uno decide ser médico empieza pensando que quiere salvar el mundo, pero no se da cuenta de qué formas puede salvarlo. Nunca te imaginas que eso pueda estar relacionado, por ejemplo, con la menstruación; que cada mes no tengas un dolor terrible. Una paciente me escribía “ya llegó el monstruo otra vez”, entonces saber que uno les puede ayudar a aliviar esos dolores y que las pacientes van a volver a disfrutar de la vida con la familia, volver a viajar, eso también es salvar la vida.
¿Piensa que su profesión ha transformado su vida personal?
Sí, claro, de muchas formas. Empecé a ver a las mujeres de manera diferente. Ahora entiendo la forma de ser de algunas de ellas, puedo entender que hay otro punto de vista en cada situación. Además, es muy bonito reconocer que las mujeres somos muy distintas. Por ejemplo, algunas no quieren nada de medicina tradicional: pastillas, anticonceptivos, cirugías. Entonces es un reto y un aprendizaje constante saber que no todas las mujeres son iguales, que todas tienen expectativas diferentes, metas diferentes y objetivos de manejo de su propio dolor.
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