Una invitación a conocer el universo de uno de los grandes escritores de todos los tiempos. Jorge Luis Borges, un clásico universal.
a memoria, el olvido, el tiempo, los arrabales de Buenos Aires, los cuchillos, el coraje, los laberintos, los tigres, los espejos, la ceguera, los libros y las bibliotecas son ahora símbolos de un universo inagotable que se llama Jorge Luis Borges.
A la edad de 62 años, en 1961, Borges era leído en el mundo por unos cuantos y felices lectores, que conformaban una suerte de cofradía de iniciados. Pero ese año ganó el Premio Internacional de Literatura Formentor por su obra Ficciones, junto con el dramaturgo irlandés Samuel Becket, y su nombre comenzó a ganar reconocimiento universal. Después de ganar el premio, Borges, que alguna vez se había vanagloriado de tener pocos lectores, porque decía que esos pocos eran personas y no una cifra abstracta, comentó: “como consecuencia de ese premio, mis libros se multiplicaron de la noche a la mañana en todo el mundo occidental”.
Pero la fama no siempre revela en su real dimensión a un autor, y en el caso de Borges, le trajo reconocimiento como autor de cuentos fantásticos. Fueron muy pocos los lectores que llegaron hasta sus ensayos y sus versos.
Al leer los cuentos de Borges nos deslumbra su imaginación, su erudición y el vigor y precisión de su lenguaje. Cuentos como “El atroz redentor Lazarus Morell”, “El Aleph”, “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, “El inmortal”, “Funes el memorioso” y “Pierre Menard, autor del Quijote” cambian por completo nuestra percepción de la literatura y el mundo.
Sus ensayos son tan sorprendentes como sus cuentos. Basta leer “Kafka y sus precursores” para obligarnos a ver de una manera distinta a un autor, y la manera en que transforma nuestra lectura de la literatura del pasado. El ensayo “El idioma analítico de John Wilkins” puede depararnos el asombro, como cuando cita a un imaginario doctor Franz Huhn, autor de cierta enciclopedia china que se titula Emporio celestial de conocimientos benévolos, en la que está escrito que los animales se dividen en: (a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (l) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas.
Pero es en su poesía donde encontramos a un Borges transparente, humilde e insospechado.
Me gustaría invitar al lector a descubrir la poesía de Jorge Luis Borges y, como parte de esta iniciación, traer a estas líneas, que son un homenaje, una presencia modesta y cotidiana, que brilla en muchos de sus poemas y no solemos identificar con el poeta. Me refiero a la Luna.
En un poema titulado “La Luna”, que hace parte de su libro El Hacedor, dice el poeta en uno de sus versos:
Cuando, en Ginebra o Zürich, la fortuna
Quiso que yo también fuera poeta,
Me impuse, como todos, la secreta
Obligación de definir la Luna.
Pensaba que el poeta es aquel hombre
Que, como el rojo Adán del Paraíso,
Impone a cada cosa su preciso
Y verdadero y no sabido nombre.
A juzgar por sus versos, Borges fue fiel a su “secreta obligación”, y miró la Luna muchas veces y la nombró de mil y una maneras diferentes, tal vez para insinuar su carácter inasible y su cambiante identidad. Y también denunció a los poetas que escriben poemas a la Luna pero no son capaces de dedicarle un tiempo a contemplarla.
Podemos sentir que la Luna de sus versos no es una Luna ajena o de papel, y que para él la más preciada era la luna que en la calle se asomaba:
Ahí estaba, a la vuelta de la esquina,
la luna celestial de cada día.
Sé que entre todas las palabras,una
hay para recordarla o figurarla.
El secreto, a mi ver, está en usarla
con humildad. Es la palabra Luna.
Borges, admirado por muchos lectores y escritores por hacer uso de adjetivos únicos y deslumbrantes, nombró a la luna con amor y humildad, y tituló uno de sus primeros libros de poemas, Luna de enfrente. En sus versos, la Luna es tan elemental como “el claro círculo”, “la frágil Luna nueva”, “Luna perdida en el frío”, “clara Luna volvedora”, “Luna de mi soledad”, “una Luna del color de la miel”, “Amarilla Luna”, “La encorvada Luna”, “Las Lunas que serán y las que han sido”, “Esa cosa blanca, la Luna” y “La Luna íntima”.
Esa misma humildad lo llevó a usar en varios poemas una misma rima elemental formada por las palabras luna y una, que una vez oída suena inevitable, como si la palabra luna tuviera el destino singular de ser como ninguna.
Ya no es mágico el mundo. Te han dejado.
Ya no compartirás la clara luna
Ni los lentos jardines. Ya no hay una
Luna que no sea espejo del pasado.
Cristal de soledad, sol de agonías.
Aquí el poeta lleva la magia hasta el extremo de definir la Luna como un “Sol de agonías”, a nombrar la Luna por su contrario.
En “Tankas”, el escritor sugiere que hay algo más hermoso que la Luna, incluso que la Luna más hermosa de todas, y en cinco versos que suman 34 sílabas, hace que los tres primeros suban (hay que oírlos) hasta el firmamento en una sucesión de imágenes sonoras, claras y transparentes, en donde brilla la Luna en todo su esplendor, y los dos últimos desciendan hasta lo más oscuro y bello y perturbador.
Alto en la cumbre
Todo el jardín es luna,
luna de oro.
Más hermoso es el roce
De tu boca en la sombra.
La Luna, que siempre vemos de una manera distinta, y una noche parecía ser el ojo de un dragón hecho de nubes, no parece ser la misma que vimos otra noche desde la ventanilla de un avión, y por supuesto, no tiene relación alguna con el cachito que adornó un amanecer a orillas del mar hace muchos años, y difiere también de esa Luna de oro que relumbra para siempre en el poema de Borges.
Todas esas lunas diversas se convierten en una sola luna en el siguiente poema, que trae una invitación y una advertencia.
La cifra
La amistad silenciosa de la luna
(cito mal a Virgilio) te acompaña
desde aquella perdida hoy en el tiempo
noche o atardecer en que tus vagos
ojos la descifraron para siempre
en un jardín o un patio que son polvo.
¿Para siempre? Yo sé que alguien, un día,
podrá decirte verdaderamente:
No volverás a ver la clara luna,
Has agotado ya la inalterable
suma de veces que te da el destino.
Inútil abrir todas las ventanas
del mundo. Es tarde. No darás con ella.
Vivimos descubriendo y olvidando
esa dulce costumbre de la noche.
Hay que mirarla bien. Puede ser la última.
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