Bogotá tiene su primera área arqueológica protegida en la localidad de Usme. Esto ha sido posible gracias a la larga lucha de los habitantes de esta zona por preservar su memoria y defender su derecho a ser campesinos en plena ciudad.
Bogotá es una ciudad que se precia de ser urbana y cosmopolita, llena de edificios, avenidas, ruido y contaminación. Una buena parte de la capital lo es, pero Bogotá es también rural, en ella viven campesinos que cultivan la tierra, que reclaman ser reconocidos como bogotanos rurales y que gracias a la protección irrestricta de su territorio le entregaron a la ciudad su primer parque arqueológico y del patrimonio, un espacio para conocer nuestro pasado.
Ubicado en el sur oriente de la ciudad, muy cerca de la plaza principal del antiguo municipio de Usme, este parque de 30 hectáreas, que hace parte de los predios de la Hacienda El Carmen, representa la lucha de las comunidades rurales del borde sur de Bogotá por preservar la memoria de sus ancestros y por ser escuchados.
18 años defendiendo la ruralidad de Bogotá
En el año 2006 se diseñó un plan urbanístico para organizar y controlar el crecimiento en el borde sur de la ciudad que incluía la construcción de una ciudadela de apartamentos, pero esta medida nunca se consultó con los habitantes de la zona que eran principalmente campesinos que llevaban décadas viviendo en las veredas La Requilina, Corinto, Los Soches, El Uval, Chiguaza y Olarte. Aun así, la obra siguió adelante y comenzaron las intervenciones en el terreno en 2007.
Sobre lo que ocurrió después hay diferentes versiones, pero la más extendida la cuenta Carolina Díaz, habitante de Usme, que desde muy joven estuvo vinculada a organizaciones defensoras del territorio, y quien además fue hasta hace poco la coordinadora del parque arqueológico y del patrimonio cultural de Usme.
Según el relato, los vecinos de las veredas cercanas solían estar muy atentos a lo que ocurría cuando comenzaron las obras, pues sentían que su territorio y su estilo de vida se vería afectado con la urbanización. Un día notaron que los obreros escarbaban entre la tierra que ya habían retirado y sacaban de allí restos de objetos. Varios vecinos ingresaron a la obra para buscar eso que llamó la atención de los obreros y encontraron trozos de huesos y de cerámica; los guardaron en un costal y se los llevaron al reconocido líder campesino Jaime Beltrán.
En un principio creyeron que se trataba de una fosa común por la cantidad de huesos que encontraron y por eso avisaron a las autoridades que, a su vez, decidieron consultar al Instituto Colombiano de Antropología e Historia –ICANH–. Esta entidad determinó que lo que encontraron obreros y campesinos en la Hacienda El Carmen no era un enterramiento reciente, sino algo mucho más antiguo que ameritaba una investigación. Este acontecimiento cambió los planes tanto de la constructora como de la comunidad del borde rural de Usme porque se ordenó detener la obra, y entre 2007 y 2010, arqueólogos de la Universidad Nacional realizaron excavaciones para rescatar los restos del lugar y determinar la importancia del yacimiento.
Un asentamiento muisca
Los primeros estudios se hicieron en un área de ocho hectáreas donde se excavaron 400 m2, cuenta Liliana Buitrago, líder del equipo que coordina el parque arqueológico y del patrimonio cultural de Usme. En esos años se concluyó que solo esta área tenía alto potencial arqueológico, pero hoy se sabe que la totalidad del parque –30 hectáreas– es de interés arqueológico. De acuerdo con las primeras excavaciones, se encontraron 119 individuos, 60 tumbas y 36 piezas como vasijas, copas y múcuras de cerámica que hicieron parte del ajuar funerario muisca, en el que son característicos las representaciones de animales y los diseños geométricos.
Uno de los objetos más llamativos es una pieza antropomorfa de cerámica con piedras en su interior que genera sonidos y que fue catalogada por los investigadores como un sonajero. Esta pieza se encontró dentro de la tumba de un individuo infantil –se denomina de esta forma porque su nivel de desarrollo óseo no permite determinar si era niño o niña–. El sonajero fue la inspiración para crear la escultura de varios metros de altura que se encuentra en la parte más alta del parque.
La investigación sobre el material arqueológico debe continuar, dice Liliana Buitrago, pero hasta el momento se ha podido determinar que en el borde rural de Usme existió un asentamiento muisca entre los siglos VIII a XVI. Este hallazgo revela cómo nuestros ancestros enterraban a sus muertos debajo de sus propias viviendas o alrededor de ellas. El yacimiento también muestra la variedad en las prácticas funerarias de los muiscas como los enterramientos múltiples y sencillos, diferentes tipos de estructura de las tumbas y la disposición anatómica de los individuos.
Estas evidencias han sido la oportunidad para que las comunidades científicas y locales reflexionen sobre la relación e interacción entre la vida y la muerte de los pueblos prehispánicos que habitaron en Usme. Sin embargo, para llegar a conclusiones más robustas es necesario continuar con la investigación. Actualmente, el material se encuentra resguardado en el laboratorio de arqueología de la Universidad Nacional, mientras en el parque se construye un espacio idóneo para su cuidado.
A partir del hallazgo la comunidad del borde rural de Usme se dio a la tarea de preservar este lugar, de impedir que se realizara cualquier tipo de construcción y, sobre todo, se encargó de garantizar para sí misma que ninguna decisión sobre los predios de la Hacienda El Carmen sea tomada sin tenerlos en cuenta.
El nacimiento del parque
Durante los años siguientes los campesinos de las veredas El Uval, La Requilina, Los Soches, Chiguaza, Corinto y Olarte hicieron parte de mesas de trabajo, convocaron cabildos abiertos, lograron la protección de un área más grande que el espacio donde se encontraron los enterramientos, que eran apenas ocho hectáreas, y promovieron la firma del Pacto ciudadano por el patrimonio arqueológico y ancestral de la Hacienda El Carmen, entre muchas otras acciones. Finalmente, luego de años en defensa de su territorio, el ICANH declaró en 2014 que las 30 hectáreas de la Hacienda El Carmen son un área arqueológica protegida de la nación.
A partir de ese momento la comunidad y algunos colegios de Usme trabajaron para hacer del nuevo parque un espacio de investigación, memoria e historia en la que el conocimiento se construye con los vecinos a través de las preguntas que ellos mismos se hacen sobre su pasado, su familia y su estilo de vida, todo ligado directamente a los hallazgos arqueológicos.
Carolina Díaz, habitante de Usme y antigua coordinadora del parque, explica que esa es la principal apuesta de la arqueología comunitaria. Esta metodología apuesta por construir una lectura del pasado utilizando herramientas de la arqueología, pero no solamente desde la experticia de los arqueólogos, sino desde las preguntas y los conocimientos que puedan tener las comunidades que también tienen derecho a pensar e interpretar su pasado.
Este enfoque se puede ver, por ejemplo, en las señaléticas del parque que además de incluir información básica del lugar tienen ilustraciones de las aves y los diferentes árboles que se han plantado, hechas por niños, niñas y adolescentes de Usme.
Igualmente, la creación de conocimiento de la mano de los habitantes se ve en la restauración ecológica de las cuatro quebradas que bordean el parque donde se han plantado casi 10.600 árboles nativos, gracias al convenio entre el Instituto Distrital de Patrimonio Cultural –IDPC–, entidad del distrito que gestiona y custodia el parque desde 2021, con apoyo del Jardín Botánico. Hasta el momento en los recorridos de sensibilización ambiental se han identificado cerca de 46 especies de aves, tres de anfibios y reptiles e infinidad de insectos, cuenta Ángel Humberto Gutiérrez, mediador del IDPC y encargado del componente ambiental del parque. Desde 2022 el IDPC también está encargado de ejecutar el Plan de Manejo Arqueológico de la Hacienda el Carmen. El parque se puede visitar solicitando un permiso previo ([email protected]). Aún se necesitan recursos para seguir investigando esta parte del pasado de la ciudad. Mientras eso ocurre el patrimonio arqueológico y cultural de Bogotá seguirá protegido por los campesinos de Usme, sus principales defensores.
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