No hay nada más riesgoso que ventilar desacuerdos con el mundo. E igual, presiento que vamos a estar de acuerdo en varios puntos que dejo acá.
No soy una persona amargada, cascarrabias, que se queja por todo. Sin embargo, hay varias cosas que me molestan y quiero desahogarme. Sé que aunque estemos en una época en la que no se nos permite estar tristes ni de mal humor, alguien tiene que estarlo. Entonces yo, que con los años me he vuelto más intolerante y por eso me importa menos lo que piensen los demás, estoy dispuesta a hacerlo. En esta época de cancelación, invito a la indignación.
Las Gretas
Desde hace años reciclo lo mejor que puedo. Separo la basura, estoy pendiente de los horarios de los camiones y saco mis bolsas blancas y negras. A pesar del sistema de aseo de la capital del país del Sagrado Corazón, sigo en mi terquedad de reciclar y digo que lo hago lo mejor que puedo, porque siempre me entero de que algo estoy haciendo mal: que si el cartón está untado, ya no es reciclable; que si a una botella le echo papeles, ya me tiré todo el ciclo de reciclaje. ¿Y por qué me entero de todo esto? Porque siempre hay una Greta –o un Greto, después hablamos del lenguaje incluyente– que critica todas las buenas acciones ambientales que uno trata de hacer.
Lo admito, me ha costado esto del reciclaje, creo que nunca voy a terminar de entenderlo. A veces me siento como en “Sleeper”, esa película de Woody Allen en la que el protagonista se despierta en el futuro y todo lo que era malo en su época, es bueno 200 años después... pero trato de separar mi basura de acuerdo a mis limitadas capacidades medioambientales. Y entonces, las Gretas de este mundo – sí, por Greta Thunberg – todo lo juzgan. Son igual de radicales que la original (soy consciente del peligro que corro con esa frase). Los Gretos y Gretas se dedican a juzgar y a mirarme como a una salvaje, incivilizada, que daña el planeta sin pensar en las consecuencias… pero no proponen alternativas. Me regañan como Greta regaña en sus discursos, pero no dicen qué es lo que hay que hacer. Así que mientras no tengan soluciones, no propongan alternativas, déjenme con mi reciclado desactualizado. Yo veré. Total, en Bogotá todo va a Doña Juana.
Un mundo, munda, para, paro todos y todas
Como alguien que se dedica a leer y a escribir, puedo decir que no considero necesario el lenguaje incluyente y, como mujer, no me siento excluida en la mayoría de contextos. Quiero decir, me molesta encontrar palabras como ‘lideresa’ o ‘jueza’. En realidad la palabra ‘líder’ y ‘juez’ no son masculinas, si no, tendría que usarse ‘lidereso’ y ‘juezo’. Ya sé, para algunos, tal vez es una bobada, algo que no tiene relevancia, pero a mí me molesta encontrar esto en un escrito.
Lo que quiero decir es que, muchas veces, y esto lo digo como mujer, ya no se sabe cómo escribir. Lo mismo me pasa con el ‘elles’ o el ‘todes’. Francamente, me siento hablando en jerigonza. Creo que nuestro idioma está lleno de palabras neutras que podemos usar, como líder y juez, sólo hay que cambiarle el artículo: el juez, la juez, el líder o la líder. También creo que los pronombres se pueden usar de acuerdo a la persona. Y vuelvo al ejemplo de las mujeres: para mí, no es necesario que me incluyan a la fuerza en una frase diciendo todos y todas. Cuando dicen todos, ya me siento incluida, tranquilos. Y creo que todos le deberíamos bajar un poco al fanatismo con esto del lenguaje, principalmente, porque la mayoría de gente, en este momento, no sabe escribir y ahora le agregan un lenguaje incluyente que no van a saber incorporar al básico, porque no saben el básico.
Dediquémonos a aprender a escribir y después sí nos ponemos a inventar, a ser creativos. Sí, nuevas generaciones, es con ustedes: primero aprendan a escribir y después sí traten de ser incluyentes.
La mediocridad hecha medio
Hace algunos años, la llegada de las páginas web abrió un mundo de posibilidades: artículos con contexto, videos, referencias a notas viejas, galerías… Sin embargo, en lugar de llevar a los medios a otro nivel, en lugar de evolucionar, lo que hicieron fue involucionar. Ahora las redacciones están llenas de periodistas que se dedican a replicar notas de otros medios, pero no son capaces de ver más allá de Twitter, de salir a la calle a buscar historias y, mucho menos, de contarlas. Es como si tuvieran toda la información, todos los medios para conseguirla, pero no les interesa ir a las fuentes, salir a la calle. Creen que ser periodistas es hacer versiones de las notas de otros medios. Toda una cadena de mediocridad. Tal vez todo sea culpa de la lucha por conseguir clics, pero no se justifica.
Como lo veo, estas maquilas de notas sin importancia no tienen un fin cercano, sobre todo, porque en las universidades no están formando buenos profesionales, con los mínimos de ortografía, redacción y creatividad. Así que seguiremos viendo páginas web llenas de notas de realities, en lugar de investigaciones y denuncias, porque en un país como Colombia, los periodistas no encuentran temas. Claro, es que como nos parecemos tanto a Suiza…
El planeta de los perros
No hay nada más tierno que un perro. Es divino que uno llegue a una casa y se le lance el perrito a saludarlo. En mi caso, nunca he tenido una mascota. Alguna vez unos pájaros para una clase en el colegio, pero me daba miedo cada vez que tenía que meter la mano en la jaula. De pronto vi Pájaros de Hitchcock muchas veces o, simplemente, me sentía metiéndomeles al rancho, que la verdad sí lo estaba haciendo. Además estaban encerrados… pobres.
No he considerado seriamente la idea de tener un perro o un gato, porque me da pesar dejarlos solos. Sobre todo al perro, que sé que necesita afecto y que lo saquen a ciertas horas para hacer sus cositas. Además, no estoy para recogerle el popó a nadie. Todavía me acuerdo de un capítulo de Seinfeld en el que Jerry dice que si los extraterrestres vinieran y vieran que los humanos recogemos el popó de los perros, ¿quién pensarían que es el que manda? Estoy por pensar que es un complot, que es un plan, sobre todo canino, para tomar el control. Bueno, y no los culpo, la verdad es que los humanos lo estamos haciendo bastante mal. Si es un plan, les está saliendo bien, pues los perros se volvieron más importantes que los humanos. En redes sociales se indignan más si se pierde un perro o si se muere, que si hay una masacre en un pueblo de Colombia. Y no me malinterpreten, también me da tristeza que le pase algo a un animal, sobre todo porque no tiene la culpa, pero no puede ser que eso sea más importante o que cree más indignación que la muerte de un niño o de todo un pueblo.
Ya no se puede decir nada de los perros, porque un ejército de defensores le cae encima al que lo haga. Ahora, incluso, pueden viajar en cabina en los aviones. Otra vez, no quiero que me malinterpreten, someter a un animal a un viaje en avión me parece cruel y más en bodega, pero que un perro tenga tres sillas mientras uno lucha para que le quepan las piernas – y eso que yo mido 1,58 cm –, me parece que algo no está bien. Si ahora, además, van a poner una zona en los aviones especial para niños, para que no molesten a los demás pasajeros, mientras los perros viajan a sus anchas con sus ladridos, me parece que estamos exagerando. Yo que le tengo miedo a los aviones, me niego a viajar con un perro al lado (perro que, seguramente, está igual de asustado que yo).
Felicidad a la fuerza
Uno de los objetivos del ser humano siempre ha sido ser feliz. Todo lo que hacemos es para estar cómodos y vivir lo mejor que podamos, a pesar de los obstáculos que se puedan presentar en el camino. Sin embargo, últimamente hay un afán por estar bien y hay un grupo de personas que creen tener todas las respuestas.
Por ejemplo, eso de “manifestar”, que no es otra cosa que ponerse objetivos y metas, se trata como algo sobrenatural. Ahora todo el mundo manifiesta en redes sociales, en la vida diaria, incluso, personas que uno cree normales y que quiere mucho terminan manifestando, en lugar de moverse. Es más, muchos hacen un gran esfuerzo para conseguir las cosas y cuando las logran dicen: “Es que yo lo manifesté”. ¡No es cierto! ¡Trabajaste hasta el cansancio para hacerlo! Es como cuando un jugador de fútbol hace un doblete en un partido y termina diciendo que todo fue gracias a Dios, que Dios lo quiso así. ¡No! ¡No es Dios, fuiste tú, crack! Sí, si se es creyente está bien agradecerle a Dios – no quiero problemas religiosos –, pero hay que reconocer el esfuerzo propio.
Hay una cultura de estar felices, y no tiene nada de malo, pero esto no se logra a la fuerza, ni manifestando, ni sonriéndole falsamente a los problemas, sino trabajándolos. Tampoco se logra con herramientas de coaching. Creo que el coaching funciona como herramienta, pero acompañada de una terapia. Hay pequeños problemas que se pueden arreglar con un coach, pero hay personas que necesitan un trabajo más profundo, que sólo lo puede tratar un psicólogo o un psiquiatra, acompañado de un esfuerzo de la persona que busque la ayuda.
Cada vez que veo a alguien en redes sociales diciendo lo feliz que se siente, lo tranquila que es su vida, pienso en el infierno que debe ser su casa. Tanta felicidad es sospechosa, nadie es tan feliz, nadie es tan tranquilo y condescendiente con los demás, siempre hay algo malo alrededor. Si no, esta columna no tendría sentido. Tal vez sí soy más amargada de lo que pensé.
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