Si su hijo escupe, vomita o rechaza ciertos alimentos probablemente no lo hace por capricho sino porque tiene alguna de estas tres condiciones que debe diagnosticar un especialista.
Cree que su hijo es malcriado porque no come todo lo que le sirven, lo escupe, lo vomita o hace reacciones a algunos alimentos?
La verdad es que los niños no dejan de comer, escupen o vomitan por gusto o capricho; más allá de esta creencia existen circunstancias como la intolerancia a ciertos alimentos, la aversión por razones sensoriales y las alergias por circunstancias del sistema inmune, que desencadenan eventos incómodos y, en ciertos casos graves.
Lo importante es identificar cuál es el problema a la hora de comer, por qué está pasando y cuál es la solución, con el apoyo del médico especialista, la nutricionista y terapeutas, dependiendo del caso.
Como lo explica el gastroenterólogo pediatra adscrito a Colsantias, Juan Pablo Riveros, “la intolerancia, la aversión y las alergias son tres cosas distintas y se pueden identificar claramente con base en los criterios clínicos”.
¿Qué son y de donde provienen las alergias?
Las alergias, dice la doctora Laura Bustacara, nutricionista-dietista, especializada en enfermedades digestivas, son una reacción adversa que tiene un componente inmunológico y que desencadena problemas digestivos, respiratorios o en la piel.
Cuando la alergia origina problemas digestivos en el niño, pueden llegar a ser eventos muy severos, que causan diarrea con sangre y moco, vómito en proyectil (en chorro), cólicos y problemas respiratorios que pueden afectar seriamente la vida del niño.
Estos síntomas son muy claros, incluso puede existir (aunque en pocos casos) alergia a la proteína de la leche materna.
Por ello, identificar el origen de una alergia es fundamental. “Las alergias alimentarias se presentan porque hay una alteración en el sistema inmune del pequeño y aunque comparten síntomas similares con la intolerancia, tiene unos signos evidentes: urticaria en la piel, diarreas profusas, problemas respiratorios”, dice el doctor Riveros.
En este caso es indispensable consultar al pediatra o al gastroenterólogo pediatra para determinar cuál es el origen y qué desencadena la alergia. Para ello los especialistas investigan la historia clínica de los padres, si hay antecedentes familiares de alergias y se ordenan exámenes especializados para comprobarlo.
Una vez se conoce el origen y los alimentos que la producen, el especialista determina el manejo que, por lo general, indica el doctor Riveros, “consiste en eliminar de la dieta del pequeño el alimento que desencadena la alergia”.
En muchas ocasiones, los niños no escupen o vomitan por capricho.
Diferenciar la intolerancia de la alergia
En cambio, explica la doctora Bustacara, “la intolerancia a un alimento no tiene que ver con una reacción inmune, sino con la falta de enzimas que ayudan a descomponer ciertos productos (como la proteína de la leche), por ejemplo”.
La intolerancia no tiene síntomas como los de la alergia, es decir, no hay reacción en la piel ni problemas respiratorios. Por lo general, la intolerancia desencadena distensión abdominal, náuseas o diarreas (sin moco ni sangre).
Además, explica el doctor Riveros, hay una manera clara de diferenciar si es una alergia o intolerancia: “Cuando el niño tiene intolerancia a un alimento puede desarrollarlo un día, pero cuando se le vuelve a dar la misma comida otro día, es posible que no pase nada. En cambio, una alergia se desencadena siempre que se consume el mismo alimento”, explica el doctor Riveros.
Por ejemplo, si un café con leche le hizo daño hoy, es posible que en unos días no le cause distensión abdominal o gases. En cambio, si es alérgico a las fresas, cada vez que las coma va a causar la reacción.
Otra cosa importante para entender la intolerancia es que, durante el primer año de vida, cuando comienza la alimentación complementaria alrededor de los seis meses, los bebés pueden tener un cierto grado de intolerancia por inmadurez de su sistema gastrointestinal. En la medida en que vaya alcanzando la madurez de su sistema gástrico, desarrollará las enzimas que facilitan los procesos y desaparecerán los problemas.
“Para detectarlo, se realizan análisis clínicos. En el caso de intolerancia a la lactosa o la fructosa y sacarosa, se hacen pruebas de aliento cuando se les administra el alimento. Esto ayuda a medir el grado de intolerancia a los componentes del producto”, explica el doctor Riveros.
En el caso de la intolerancia a la lactosa (una de las más comunes), la solución depende de la disponibilidad de tabletas de lactasa. Si no se tienen, se elimina el alimento de la dieta del niño o se le dan productos libres de ella.
Cuando la intolerancia es a ciertas frutas, porque ocasionan distensión abdominal y gases, se realizan las pruebas clínicas para establecer el tipo de frutas y cómo será su consumo. Para ello es indispensable que el pediatra o el especialista en gastroenterología realice el diagnóstico y se establezca un manejo con la nutricionista.
Las intolerancias a ciertos alimentos ocasionan que el niño, a pesar de que no es consciente de ello, rechace el alimento, pues sabe que cuando lo come le puede doler la barriga o le dan gases. Sin embargo, no es capricho o pataleta. Por pequeño que sea, aprende a distinguir los alimentos que le caen pesados o su organismo no tolera. Por ello la importancia de determinar lo que pasa y darle tratamiento médico. Insistir en darle esos mismos alimentos en cada comida solo empeora los síntomas y hace más complejo el manejo en casa.
Aversión a ciertos alimentos
Ahora bien, además de las alergias o la intolerancia a algunos alimentos, existe otra posibilidad por la cual el niño los rechaza.
En el caso de la aversión, el niño lo rechaza porque le genera un estímulo desagradable. Como explica la doctora Luisa Dueñas, terapeuta ocupacional especialista en integración sensorial: “Hay aversión a cierto tipo de texturas que el niño no tolera en la boca, porque tiene dificultades sensoriales”.
Este tipo de casos son más complejos, pues por lo general los padres creen que el niño los vomita o escupe por capricho y son más difíciles de detectar.
Como se ha demostrado con investigaciones científicas, hay niños (y adultos) que tienen dificultades de integración sensorial. “Cuando se presentan, hay una mayor sensibilidad oral y ciertas texturas o sabores resultan muy desagradables en la boca, pero no son de origen psicológico”, comenta la doctora Dueñas.
Pacientes con estas sensibilidades desarrollan aversión a las pepas de la mora, la textura del coco o la mandarina, entre muchas frutas. Cuando el niño no los tolera, los guarda en la boca, los escupe o los vomita, y esto afecta la calidad de vida del pequeño y causa problemas familiares.
Para detectar esta situación es indispensable hacer un seguimiento y consultar. Los especialistas en terapia de integración sensorial y terapistas ocupacionales hacen, junto con el equipo médico, un análisis del caso y determinan si hay o no dificultades sensoriales, para hacer un plan de manejo.
“Algunos niños tienen aversiones o situaciones leves que no afectan su calidad de vida, a diferencia de las alergias o intolerancias, que se pueden superar con terapia o tratamiento”, explica el doctor Riveros.
Finalmente, bien sea por alergia, intolerancia o aversión, es necesario que se haga un seguimiento de los alimentos que el niño rechaza, vomita, le causan urticaria, diarrea, distensión. No insista en darlo a la fuerza porque podría complicar la situación. Recuerde, la recomendación es comprender, vigilar y consultar.
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