En 1996, Purdue Pharma, una empresa familiar, lanzó al mercado una pastilla efectiva para tratar dolores crónicos llamada OxyContin. Todo parece indicar que éste fue el origen de una epidemia que está matando a más de cien mil personas por año en Estados Unidos.
El templo de Dendur estuvo 3.000 años a la orilla del río Nilo, hasta que en 1963 se vio amenazado por la construcción de la represa de Asuán. La ONU hizo un llamado a todas las naciones para que ayudaran a preservar esta obra de la Antigüedad, así como otras que se verían afectadas por la construcción de la inmensa represa.
Al otro lado del mundo, un psiquiatra y filántropo llamado Arthur Sackler se enteró de la noticia y decidió traer a América, piedra por piedra, el templo de Dendur. Pagó diez millones de dólares de la época, y en retribución el Museo Metropolitano de Nueva York le puso su nombre a la sala donde fue instalado el templo egipcio salvado de las aguas.
En 2020, sesenta años después del traslado del templo, el Museo Metropolitano de Nueva York borró el apellido Sackler de la sala que alberga el templo de Dendur. No fue el único museo en el mundo que tomó tal decisión: el Museo Judío de Berlín y el Museo Británico también quitaron de sus paredes el nombre de esta familia, discreta y comprometida con obras filantrópicas alrededor del mundo. Su fortuna se estimaba en 18.000 millones de dólares, buena parte ganada con las ventas de OxyContin, un medicamento derivado del opio, que solo en Estados Unidos había matado de sobredosis a cerca de 400.000 personas desde su lanzamiento en 1996.
La diferencia de Purdue Pharma, la empresa de la familia Sackler, frente a otros laboratorios farmacéuticos fue la implementación de una agresiva estrategia de ventas. Para esto contrató a dos centenares de visitadores médicos entrenados para convencer a los doctores de que recetaran el OxyContin, en la mayoría de ocasiones con técnicas poco éticas, y siempre basados en informes amañados.
Hasta entonces, la comunidad médica tenía numerosas objeciones y precauciones antes de recetar opioides a pacientes con dolor crónico, debido al peligro de generar adicción. La apabullante campaña comercial y publicitaria de Purdue fue derribando todas las barreras. El medicamento incluso contaba con el respaldo de la FDA, que viene siendo el Invima de los Estados Unidos. En uno de los sellos que llevaban los frascos de las pastillas, emitidos por la FDA, se anunciaba que la adicción al producto era del 1 %. Con el tiempo se comprobó que esta agencia federal fue engañada con informes falsos, y en otros casos sus directivos fueron comprados con jugosos contratos en la farmacéutica de los Sackler.
La promesa de que con la pastilla de 10 miligramos se podía conseguir un alivio constante de 12 horas, resultó una mentira oculta en informes de investigación amañados, o en cifras de estudios patrocinados por la misma farmacéutica. Al cabo de siete horas los pacientes necesitaban otra dosis. El cuerpo, el cerebro, que tiene memoria, se iba acostumbrando a la cantidad y cada vez necesitaba una dosis más alta del medicamento, como sucede con todos los opiáceos.
En 1996, el primer año que Purdue Pharma sacó al mercado el OxyContin, la empresa ganó 26 millones de dólares. En 2001, apenas cinco años después, la suma subía a los 1.600 millones. Los opiáceos para tratar dolores crónicos estaban por todo el país: OxyContin, Vicodine, Percocet. Una invasión que se hacía muy a pesar de las quejas que comenzaron a llegar desde finales de los noventa y comienzos de este siglo, de todas partes en los Estados Unidos.
En los estados más pobres eran constantes los casos de muerte por sobredosis, o por el tráfico de recetas que se vendían entre adictos o comercializaban doctores adictos ellos mismos, o comprados con regalos de lujo desde Purdue Pharma y los otros laboratorios que comercializaban opioides. Uno a uno los casos que llegaban a los tribunales eran desestimados gracias a un ejército de abogados, que culpaban a los adictos por el mal uso del medicamento.
Sin embargo, los abogados de la farmacéutica y de la familia Sackler poco a poco fueron perdiendo la batalla contra los fiscales federales, ante la evidencia que se acumulaba por todas partes. En 2019 Purdue Pharma se declaró en bancarrota, aplastada por más de dos mil demandas estatales y federales y numerosas multas impuestas en diferentes juzgados de Estados Unidos.
Hoy la familia Sackler, que llegó a ser más rica que los Rockefeller y cuyo nombre ha sido borrado de las instituciones a las que apoyó en algún momento, es considerada la causante de la epidemia de opiáceos en Estados Unidos, y nadie quiere saber de ella. A comienzos de 2022 llegó a un acuerdo con un grupo de fiscales, que obliga a la familia a pagar 6.000 millones de dólares, que serán destinados a programas para tratar la adicción a los medicamentos. Una historia de codicia, ambición y mentiras que todavía no termina, y que le ha costado la vida a cerca de medio millón de personas.
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