A 74 kilómetros de Riohacha, la capital de La Guajira, se localiza este reservorio mineral con potencial para producir un millón de toneladas de sal marina al año. Entérese del proceso y anímese a visitar este territorio ancestral.
La sal que aglutina
El territorio en relación con la sal
Las salinas de Manaure forman parte del territorio tradicional de las comunidades indígenas de la etnia wayuu, ocupadas por sus ancestros desde antes de la colonización. Las crónicas de Indias del siglo XVI hablan de que los coanaos, que era el grupo que ocupaba el área comprendida entre el Cabo de la Vela y Valle de Upar, trasladaban a lomo de mula la sal de esa zona hasta orillas del río Magdalena, y ahí la entregaban a cambio de oro, textiles, tabaco, conchas y ornamentos.
El antropólogo wayuu del Clan Uriana, Weidler Guerra Curvelo, confirma que “la sal se usaba como forma de pago a jornaleros y para el comercio entre aborígenes y europeos. Especialmente sirvió para crear un puente de comunicación, a través del intercambio de productos, entre lo que se conoce hoy como la Media y Alta Guajira, el interior del país y al resto de las Américas”. Cuentan los historiadores que la Corona española quiso echar mano de las riquezas que generaba el mineral a través de una ordenanza del año 1599, pero la medida de la Real Hacienda no abarcó la producción que se daba en las lagunas naturales de la costa Caribe, sino la de las minas localizadas en el altiplano cundiboyacense (Zipaquirá, Nemocón y Tausa). La explotación comercial de la sal marina, cosechada de forma manual, siguió en manos de los nativos, de forma autónoma, un tiempo más.
La economista María Aguilera Díaz, actual jefa regional de estudios económicos del Banco de la República, detalla, en un valioso documento sobre el tema, que en 1824 todas las salinas del país pasaron a ser administradas por la nación y en 1912 fueron reconocidas como bienes fiscales del Estado.
Este lugar es el preferido por flamencos rosados, garzas, cari-caris y águilas carroñeras para vivir y alimentarse.
Fue ese el punto de partida para que en 1932 comenzara la explotación industrial en las salinas de Manaure, administrada en ese entonces por el Ministerio de Hacienda. Y nueve años después, la responsabilidad quedó específicamente en manos del Banco de la República, que en 30 años las convirtió en la principal fuente de provisión de sal de Colombia, con una producción por encima de las 550.000 toneladas de sal al año, más del doble que hoy.
Los wayuu más jóvenes, hijos y nietos de quienes habían sido dueños del negocio y de la tierra, se convirtieron en operarios de la industria y en constructores de la infraestructura que servía para explotar sal a gran escala. Hay registro de protestas de indígenas, en los años 60, inconformes con la situación.
Algunas familias de la etnia, declaradas en rebeldía contra el Estado, delimitaron sus propias charcas a orillas del mar para explotar y vender de manera artesanal el mineral.
“No es sino hasta 1991 cuando la ley les reconoce completamente los derechos para la producción, explotación y comercialización a los wayuu. Pero de nada servía ese reconocimiento si no se asumían políticas económicas que beneficiaran la producción local por encima de la importación. Así empezó el declive de una actividad cuyo potencial podía convertir a Manaure en el principal proveedor de sal del continente”, advierte Guerra Curvelo.
La sal que alimenta
La producción artesanal e industrial
Lo que hace que Manaure sea una fuente inagotable de sal marina, con potencial para producir un millón toneladas al año, son sus condiciones geográficas y climáticas: la temperatura promedio oscila entre los 28º C y los 38º C, pero el calor no es asfixiante, gracias a la fuerza de los vientos alisios que soplan en dirección Este-Noroeste. Además, las precipitaciones son muy bajas, el suelo árido y la vegetación escasa. Todo esto permite que la sal se separe del agua por evaporación y quede el mineral puro.
“El proceso de cosecha artesanal consiste en impulsar el agua marina a través de bombeo artificial hasta las charcas y esperar que el sol y los vientos hagan lo suyo. Para acelerarlo, colocamos bombas de achique de tal manera que el agua fluya y deje el sedimento. Aquello se vuelve, poco a poco, un ambiente en el que pocos organismos pueden sobrevivir. Y ahí es cuando la artemia salina (una especie de crustáceo diminuto resistente a la alta salinidad) transforma el agua cristalina en fantásticas piscinas rosadas. En cuanto se asienta, empieza a brotar el cristal. En esa etapa pueden pasar de cuatro a seis semanas. Luego, se lava el sedimento para eliminar las impurezas. Se apila, se empaca y se vende una sal que tiene entre 92 y 93 % de pureza”, relata Yeison Villalobos, propietario de dos unidades de producción minera (UPM), que es como se le denomina formalmente a las charcas.
La mejor época del año para visitar las Salinas de Manaure es entre febrero y mayo, porque es cuando hay menos lluvias y las montañas de sal son inmensas.
En el sector funcionan unas 200 UPM pertenecientes a 140 familias wayuu que extraen la sal con ese sistema y la venden directamente a los clientes en bultos de 50 kilos, no para consumo humano sino para la industria química y veterinaria. El bulto se lo pagan en 2.500 pesos, con lo cual los productores reciben 50 pesos por cada kilo de sal.
Así funciona el negocio del lado artesanal, pero del lado industrial el proceso y la historia son mucho más complejos, aunque la esencia es la misma.
En 1991, cuando el Estado le otorgó a los indígenas los derechos sobre el territorio y sus recursos, se conformó la Empresa Salinas Marítimas de Manaure (Sama), de tipo mixto. Como no dio los réditos esperados, en 2004 el Estado cedió el 51 % de sus acciones y el 76 % de la propiedad quedó en manos de las asociaciones wayuu, distribuidas así: Sumain Ichi (36 %), Waya Wayuu 30 % y Asocharma. El otro 24 % de las acciones las tiene la alcaldía de Manaure.
Carlos Fernández, jefe de mantenimiento de Sama y vicepresidente del Sindicato Nacional de la Sal y sus Derivados, explica que el proceso industrial es similar al artesanal, sólo que la empresa tiene una estación de bombeo para llevar el agua salada hasta los depósitos, distribuidos en una extensión que supera las 3.000 hectáreas cuadradas. Después de varios ciclos en los que pasa de un depósito a otro de manera serpenteante, el agua se evapora, los sedimentos se consolidan, brotan los cristales, se lavan y apilan con maquinaria, y se consigue una sal marina con 99 % de pureza, apta para consumo humano, y para los más de 8.000 usos que puede tener este mineral.
“Es un negocio muy rentable aun cuando el verdadero provecho lo sacan los intermediarios. Usted paga un kilo de sal marina en un supermercado a 2.000 pesos, mientras que los intermediarios le pagan a la empresa 60 pesos por kilo (sí, usted leyó bien: 60 pesos). Entonces, la diferencia es tan grande que queda muy claro que la verdadera rentabilidad está en venderle directamente al consumidor final, pero eso no lo hemos logrado todavía”, dice el ingeniero Fernández.
Las condiciones geográficas y climáticas de Manaure hacen que sea una fuente inagotable de sal marina.
En otros tiempos, las Salinas de Manaure tenían un muelle que les permitía cargar la sal directamente a las barcazas, para llevarla a donde estaba su principal cliente en Cartagena. Eso abarataba costos y lo hacía competitivo para abastecer el mercado nacional en un 70 %, y soñar con la exportación. Fue la época de oro, a finales de los años 60. Pero una cadena de decisiones erradas fue haciendo cada vez más ineficiente las operaciones, el muelle se desbarató, hubo incumplimiento de contratos, huelgas intermitentes desde 2014, una empresa concesionaria que no cumplió con su plan de inversión y una comunidad engañada y empobrecida. Para que la eficiente empresa de la sal de Manaure deje de ser una estampa de añoranza, Fernández calcula que Sama requiere una inversión de 800.000.000 de pesos, que permita modernizar los equipos, ponerse al día con los pasivos laborales, recuperar mercados y traspasar fronteras. “En este momento, por lo menos, ya está operativa después de dos años de parálisis absoluta, con una extracción promedio de 700 toneladas por día”, apunta el ingeniero.
La sal que corroe
El impacto ambiental de la explotación
El área cercana a los depósitos de las Salinas de Manaure es por un lado desértica, en la zona más cercana al mar, y por el otro estaba repleta de manglares y matorrales espinosos, en el corregimiento de Musichi. Pero para hacer más eficiente la industria, en 1940 hubo que desviar el paso del arroyo El Limón, que alimentaba esos manglares. Y cuando se creó la empresa Sama, se construyeron unos diques que impiden que el agua de mar los bañe con intensidad. “Los han asfixiado lentamente”, se queja un indígena del sector.
Un informe de Corpoguajira elaborado para sustentar la declaración de Musichi como Área Natural Protegida, destaca sus valores bióticos por el hecho de que sea vivienda y sitio de alimentación para flamencos rosados, garzas, cari-cari y águila carroñera. Todavía uno pasa por ahí a ciertas horas y los ve. Y fue declarado en 1984 Resguardo Indígena de la Alta y Media Guajira, con cerca de 200 rancherías.
Otros estudios ambientales reconocen que cambiar la salinidad de los suelos deteriora otros humedales costeros, ocupar grandes terrenos convertidos en depósitos priva de su hábitat a especies nativas. Los informes también consideran la emisión de partículas de sal, que son muy corrosivas y destacan que los involucrados no realizan el tratamiento necesario de las aguas marinas que se desechan en el proceso.
La recomendación de los expertos es que en esta nueva etapa de la empresa Salinas de Manaure se incorporen medidas e instrumentos que minimicen los impactos ambientales generados por la explotación de la sal marina, sin necesidad, en un principio, de hacer grandes inversiones.
“Después de dos años de parálisis absoluta, las Salinas tienen una extracción promedio de 700 toneladas por día”.
Los atractivos turísticos
-La mejor época del año para visitar las Salinas de Manaure es entre febrero y mayo, porque es cuando hay menos lluvias y las montañas de sal son inmensas. La época de producción más baja es entre septiembre y noviembre, porque es cuando se presentan aguaceros intermitentes y es posible que las charcas permanezcan anegadas.
-Sin embargo, el cielo siempre mostrará unos contrastes irrepetibles, el mar unos degradé de verde y azul impresionantes, con sus arenas blancas y sus aguas calmadas. La brisa impregna la piel de sal y los nativos que prestan servicios turísticos son especialmente amables.
-La vía desde Riohacha hasta Manaure está en muy buen estado para viajar en vehículo liviano, salvo unos 10 kilómetros, cerca de la entrada de Mayapo, aunque nada grave. Pero para transitar en el desierto sí es recomendable un vehículo de doble tracción y un guía nativo. Es fácil desorientarse o atascarse en los barriales.
-Teresita Ramírez Epiayú es una emprendedora wayuu con un restaurante a orilla de la playa con un columpio hermoso en el que todas las parejas se quieren fotografiar. Ella dice que lo mejor de Manaure es el paisaje, la temperatura del agua y la gastronomía, porque todo en ese lugar tiene un saborizante natural.
-Viviana Zúñiga Pushaina, es también una promotora de turismo indígena, dueña de la agencia AnviTours, quien junto con su hermano ofrece el servicio para visitar las Salinas de Manaure con comodidad. Resaltan la posibilidad de recorrer las rancherías wayuu, avistar aves, caminar alrededor de las piscinas rosadas y conocer el proceso de la producción de sal, por supuesto.
-Los paquetes turísticos para hacer estos recorridos oscilan entre 600.000 y 1.000.000 de pesos, por persona, contando la estadía, la alimentación, el transporte y la guianza, durante tres días y dos noches. Saque sus cuentas.
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