La negociación entre pescadores artesanales de Bahía Solano y representantes de la industria pesquera es un ejemplo de cómo la concertación y el trabajo conjunto son esenciales para recuperar ecosistemas en peligro.
La situación
En 1997, para llegar desde el interior del país hasta Bahía Solano, en la costa pacífica chocoana, solo había un vuelo semanal. También para salir de esa localidad se debía tomar el mismo vuelo, y el aeropuerto era conocido en esa época con el nombre de “Salsipuedes”. La otra manera de llegar hasta ese municipio en el norte del Chocó era por barco desde el puerto de Buenaventura, en un recorrido que duraba 12 horas y a veces más.
Desde que llegaron a Bahía Solano los primeros afrodescendientes aventureros del Atrato y del sur del Pacífico, ejercieron su actividad pesquera principalmente para la subsistencia: recogían lo que comían ellos y sus familias y vendían lo poco que les sobraba para comprar sal, ropa y otros artículos necesarios. Por esos años, desde Buenaventura, la flota industrial de arrastre enfocada en el camarón comenzó a expandir su área de pesca hacia el norte, llegando a las aguas del norte del Chocó.
Lo que comenzó como una convivencia sin roces entre la pesca artesanal y la industrial empezó a presentar dificultades cuando los barcos camaroneros atropellaban o arrastraban las redes que los pescadores artesanales calaban en sus sitios tradicionales de pesca. Los conflictos se hicieron cada vez más frecuentes, por supuesto con un marcado desequilibrio en favor de los pescadores industriales. Estos recibían subsidios a la actividad y participaban como un solo agente en los conflictos, mientras que los pescadores artesanales no tenían ninguna organización ni agremiación que les permitiera ser escuchados y ejercer presión.
Mientras la pesca de arrastre de camarón y atún solo aprovechaba una décima parte de lo que sacaba y descartaba el resto de la biomasa, constituida por peces de muchas especies y otros organismos que cumplen su función en las cadenas alimenticias, los pescadores artesanales utilizaban redes de pesca poco selectivas, con las cuales capturaban peces inmaduros. La situación se fue complicando con el tiempo, y la afectación sobre las poblaciones de peces se hacía cada vez más extrema.
En aguas externas, la pesca industrial con buques factorías, de gran capacidad y autonomía, tan bien equipados que poseen helicópteros para ubicar los cardúmenes, capturaban en una semana lo que podría capturar toda la flota artesanal de la zona en un año.
Los actores
La Fundación Natura comenzó a analizar el problema ambiental de Bahía Solano, que estaba incluso presentando implicaciones sociales. Esta ONG se puso en la tarea de organizar varias reuniones entre los pescadores artesanales y representantes de la industria pesquera, a las que se unieron otras ONG con presencia en la zona como la Fundación Eduardoño y algunos grupos de pescadores que apenas se estaban organizando. El apoyo local vino del Consejo Comunitario General de la Costa Pacífica Norte Los Delfines y las alcaldías de Bahía Solano y Juradó, en Chocó. Del orden nacional se hicieron presentes en las conversaciones el entonces Instituto Nacional de Pesca y Acuicultura (INPA) y Parques Nacionales Naturales con los funcionarios del Parque Nacional Natural Utría.
La diversidad fue una de las fortalezas del grupo. Durante las conversaciones compartían mesa los pescadores artesanales con los representantes de la industria pesquera y los funcionarios de entidades estatales. Las ONG —Natura, Eduardoño y las otras que se fueron involucrando— actuaron como mediadores entre las partes.
Fue así como en 1998 se creó el Grupo Interinstitucional y Comunitario de Pesca Artesanal del Pacífico Chocoano. Se comenzó a hablar de ordenamiento pesquero y acciones dirigidas desarrollo sostenible de la actividad en la costa norte del Chocó.
El acuerdo
Una de las primeras labores del grupo fue levantar mapas hechos a mano, donde los pescadores artesanales ubicaban sus sitios de pesca, y estos coincidían con las rutas de los barcos de arrastre. Esto generó muchas discusiones acaloradas y desencuentros entre las partes.
En 1998, en medio de las conversaciones y los primeros acuerdos, se suspendieron las reuniones y mesas de trabajo entre las partes, cuando se agotaron los recursos destinados a las actividades de encuentro. Como no se había llegado a acuerdos claros ni compromisos, continuaron las prácticas no responsables de pesca tanto por parte de los barcos industriales como de los pescadores artesanales.
Hasta que en 2006 se reabrieron las reuniones. Aparecieron en esa ocasión nuevos actores: el Instituto Colombiano Agropecuario (ICA), la Fundación Mar Viva y la Fundación Conservación Internacional (CI). Reaparecieron también las alcaldías de Bahía Solano y Juradó, a las que se sumó la de Nuquí, más ONG como la Fundación Eduardoño. Este nuevo impulso permitió que hubiera mayor continuidad en la periodicidad de las asambleas y reuniones del Grupo Interinstitucional y Comunitario de Pesca Artesanal del Pacífico Chocoano, GICPA.
En este nuevo ciclo de conversaciones y reuniones de trabajo se planteó la necesidad de crear un área especial de ordenamiento pesquero, y de esta manera en 2008 nació la ZEPA: Zona Exclusiva de Pesca Artesanal del norte del Chocó. La Resolución N° 2650 demarcó la zona y prohibió la pesca industrial en ella. En un principio la resolución tuvo un carácter temporal a un año, que se iba renovando a medida que se avanzaba en el proceso.
Durante las conversaciones compartían mesa los pescadores artesanales con la industria pesquera y los funcionarios de entidades estatales”.
Se hicieron varios estudios para cuantificar la composición de las capturas de los barcos camaroneros de arrastre, evidenciando que había un impacto negativo sobre los peces que eran objeto de la pesca artesanal. Con estos estudios se estableció la cantidad de desperdicio de biomasa capturada por las redes de los barcos industriales.
Las asociaciones locales de pescadores, al ver que carecían de una representación legal como grupo y buscando una mejor capacidad de gestión, se organizaron en 2010 en la asociación Fedepesca.
Finalmente, la ZEPA fue establecida de manera permanente el 29 de julio de 2013 mediante la Resolución N° 899. Dicha resolución estableció un área destinada exclusivamente a la pesca artesanal que se extendía desde la frontera con Panamá al norte, y al sur hasta el límite norte del Parque Nacional Natural Utría, con un ancho de 2,5 millas náuticas a partir de la orilla de la costa, y 129,69 millas de largo.
En esta área solo se permite la pesca de subsistencia y la pesca deportiva. Se prohíbe expresamente la pesca comercial industrial (pesca de arrastre de camarón) y la pesca comercial exploratoria. En cuanto a las artes de pesca artesanal, se prohíbe el uso de redes de enmalle y chinchorros.
Después de las 2,5 millas náuticas, mar adentro, se establece otra zona denominada ZEMP (Zona Especial de Manejo Pesquero), que va hasta las 12 millas náuticas. En la ZEMP se prohíbe la pesca industrial del atún, con restricciones en el tamaño de las naves.
Los resultados
Los pescadores artesanales han respetado el compromiso de no utilizar redes dentro de la ZEPA-ZEMP. Con la participación de la AUNAP y las organizaciones de pescadores artesanales, se han sustituido las artes de pesca no selectivas como las redes y se reemplazaron por anzuelos, utilizados en líneas de mano, palangres y espineles, que como dicen los mismos pescadores: “son selectivos porque un pez solo se mete en la boca lo que le cabe”, lo que significa que para peces grandes anzuelos grandes y para cada talla el suyo. Por su parte, las flotas de pesca industrial conocen bien estas zonas demarcadas en el decreto y en general las respetan.
En 2014, en un convenio entre la ONG Conservación Internacional y la AUNAP, se realizó el “proceso de línea base para la formulación participativa del plan de ordenamiento pesquero de la ZEPA”, con la intervención de todos los actores del GICPA. Allí se consolidó la responsabilidad de cada uno de los actores para respetar los compromisos de zonificaciones para la pesca artesanal y se incorporaron otros temas, como respetar las tallas mínimas de captura y no comercializar ni dirigir el esfuerzo pesquero a especies amenazadas.
Se han venido realizando estudios de monitoreo pesquero que demuestran que las tallas de captura y los volúmenes de pesca han aumentado, en algunas especies más del 10 %, lo cual es un indicio de que la ordenación pesquera y el compromiso de los pescadores artesanales, así como las restricciones al accionar de la pesca industrial, sí funcionan en un mundo donde las estadísticas sobre pesca no son muy halagüeñas.
Es indudable que la pesca artesanal nunca podrá tener el impacto sobre las poblaciones de peces y los ecosistemas marinos que tiene la pesca industrial. Con las restricciones a la pesca de arrastre y a la de atún industrial, los ecosistemas continuaron su ciclo natural, ofreciendo un recurso para ser aprovechado con la moderación que han demostrado los pescadores artesanales.
La ZEPA es un ejemplo de manejo participativo y de compromisos cumplidos, cuyos resultados se ven reflejados en el mejoramiento del nivel de vida de la población, gracias a la organización y disciplina de los actores, principalmente de los pescadores artesanales. Una pesca artesanal realizada con responsabilidad, con artes selectivas, y con el respeto a las zonas por parte de la industria pesquera, permite que sean posibles los ciclos naturales de renovación de las poblaciones de peces.
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