Alfredo “Rabanito” Rodríguez tiene 70 años y es futbolista. Asume el deporte con el mismo rigor y disciplina que cuando tenía 20, porque para él la edad es solo un número.
na de las preocupaciones de Alfredo “Rabanito” Rodríguez, ahora que cumplió 70 años, es no saber con certeza si podrá seguir jugando fútbol en la categoría de adultos que acoge deportistas entre los 65 y los 69 años o si deberá avanzar a la siguiente. “Como en el equipo hay algunos que apenas tienen 66, de pronto me dejan quedar”, dice con esperanza. Entre futbolistas y exfutbolistas, envejecer es ir prestándole atención a los números.
Por ejemplo, cumplir 70 años de edad puede significar haber jugado partidos semanales oficiales durante 60 años, algo así como 3.360 enfrentamientos, o 302.400 minutos jugados. Estos números, al final, se traducen en una vejez más que saludable. Rabanito lo demuestra. Su cara y su cuerpo parecen estancados en el tiempo, por lo menos veinte años atrás: físicamente está entero y su organismo trabaja a velocidades envidiables incluso para una persona de cuarenta o cincuenta años.
—De acuerdo con la edad de las personas con las que estoy jugando, yo me siento bien: ni me hace falta nada ni me sobra nada —explica—. Para muchos de ellos, el fútbol es cosa de cambiar la rutina el fin de semana, pero no se preparan para ir a jugar. Vea, yo puedo hacer una carrera en pleno partido y ganarle al rival sin problema.
Desde que tiene memoria, el fútbol es un asunto de todos los días para Rodríguez. Entre los álbumes de fotos y recortes de periódicos que guarda en su pequeño museo personal, hay una imagen que suele recordar con picardía: él, a los dos años, sosteniendo un balón frente al patio de su casa en Ibagué.
—Esto es para mostrarle desde cuándo me gusta el fútbol: el balón era más grande que yo —dice, y enseguida ríe.
Hace cinco años se pensionó y desde entonces ha podido dedicarse de lleno a preparar el partido de cada sábado. Madruga todas las mañanas a entrenar antes de que el sol se alce en el cielo. Trota distancias cercanas a los diez kilómetros, siempre eligiendo rutas diferentes para hacer de la repetición también una novedad, hasta volver a algún parque cercano a su casa donde se dedica a hacer estiramientos y uno que otro ejercicio con el balón. Cuando el día laboral de la mayoría está comenzando, el de Rabanito ya está llegando a su fin.
Ya no es futbolista profesional, eso lo tiene claro, pero asume el deporte como si aún lo fuera. Es posible que ser un deportista profesional sea mucho más que competir en algún torneo de alto rendimiento. Rabanito entrena a diario con la exigencia que su cuerpo le permite, tal como lo hacía cuando apenas iba a cumplir 20 y se alistaba para su debut oficial con el equipo de su ciudad.
—Con el Deportes Tolima el entrenamiento era mañana y tarde todos los días. En esa época era muy diferente porque no había psicólogos, nutricionistas, gimnasios, ni nada de eso —cuenta—. Las sesiones eran muy normales: corra y corra y haga ejercicios y brinque y salte. Casi todo se hacía en la cancha.
El entrenador solía hacerlos subir y bajar el cerro Martinica en Ibagué. Y solo aquellos que realmente sudaban la gota gorda merecían representar al equipo en el estadio el domingo siguiente. Rabanito debutó en 1968 en un juego frente al Unión Magdalena que terminó en empate 4 - 4.—
Eso fue mucho susto. Yo tenía 19 años, y en esa época solían darle la oportunidad a uno después de los 21 —recuerda haciendo un guiño a cómo ha evolucionado la competencia, con adolescentes que debutan oficialmente desde los 16 años—. En esa época a los niños que se colaban en el estadio los llamaban Gorriones, y la foto que tengo de ese día es con todos ellos. ¡Y eran todos igual de altos a mí! —y vuelve a reír.
No sé hasta cuándo pueda jugar. Claro que el cuerpo no responde igual a cuando era joven, por eso cada vez sé mejor dónde ubicarme: calcular las distancias para ahorrar energía”.
Aunque no mide más de 1,60 metros de estatura, por debajo del promedio para un futbolista de la actualidad, a Rabanito le bastó la disciplina y la entrega para tener una carrera corta pero envidiable para cualquier futbolista. Además del Deportes Tolima, jugó para la selección del departamento en los campeonatos nacionales e interdepartamentales, e hizo parte de la Selección Colombia juvenil que visitó Guatemala, Costa Rica, Panamá y Honduras antes de los Juegos Olímpicos de México en 1968.
Durante su época como profesional jugó de carrilero o lateral derecho, una posición de mucha exigencia física porque obliga al deportista a subir al ataque y volver a la defensa constantemente. Hoy en día, y desde hace varios años, ocupa la posición de volante de marca, aún más exigente porque abarca prácticamente toda la mitad de la cancha.
—Ahora juego ahí porque así puedo ayudarles a los compañeros en cualquier parte del campo.
Rabanito tuvo que dejar el fútbol profesional por cuestión de números: el Deportes Tolima le pagaba 200 pesos de la época por cada partido jugado, pero no cubría la salud, ni le daba prima o pensión. Como Rabanito respondía por la manutención de sus padres, no podía darse el lujo de andar por la vida sin un seguro médico ni ahorros para el futuro.
—Entonces fui a hablar con el presidente del club y le pedí un contrato. Me respondió: “Si le gusta así, Rábano, bien; si no, se puede ir”. Era un viernes por la tarde. Cuando salí, me encontre con un amigo que me invitó a ver un partido del Banco del Comercio al día siguiente. El lunes ya estaba trabajando ahí.
Durante 39 años trabajó en seis bancos diferentes. Empezó como mensajero y terminó como revisor fiscal, y en cada uno de sus trabajos siguió jugando fútbol sin falta, primero solo y luego siempre en compañía de Amparito, su esposa. Vive en Bogotá, pero viaja a Ibagué cada fin de semana para disputar los partidos oficiales del campeonato: 90 minutos de duración bajo el sol picante de la capital del Tolima.
—Yo al fútbol le debo mucho. Del fútbol he aprendido detodo, empezando por el respeto y el compañerismo. Uno al jugar no piensa en la raza o la religión o si es alto o chiquito; en mi teléfono tengo como 600 contactos de todas las personas que he conocido, y vea que yo intento llamarlos a todos cada que me acuerdo de ellos.
Rabanito comienza a recordar nombres y apodos, porque hace parte de la generación que conocía a los ídolos del deporte con sobrenombres: Óscar “Moño” Muñoz, “Tucho” Ortiz, “Picapiedra” Castillo o “Guaracha” Mosquera, personas con las que aún hoy habla y juega en los encuentros entre futbolistas retirados.
—No sé hasta cuándo pueda seguir jugando. Claro que el cuerpo no responde igual a cuando era joven, por eso cada vez sé mejor dónde ubicarme: calcular las distancias para ahorrar energía. Porque entre futbolistas y exfutbolistas, el deporte es un asunto de números.
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