En la Clínica Sebastián de Belalcázar de Cali, la lectura se ha convertido en un bálsamo para los pacientes oncológicos. Gracias al programa Lectura Cura, voluntarias formadas en biblioterapia llevan cuentos e historias que alivian el dolor, reducen la ansiedad y crean espacios de conexión y esperanza en medio del tratamiento.
A las tres en punto, en medio de una tarde calurosa en la que aún no se asoma la brisa caleña, Sofía Herrera llega a la sala de oncología de la clínica Sebastián de Belalcázar. Con mucha prudencia, le pregunta a cada una de las personas que están recibiendo quimioterapia si le apetece unos minutos de lectura. Todos responden “sí”, y Sofía abre las páginas de Letras al carbón, un cuento ilustrado de la escritora Irene Vasco, y empieza a leer en voz alta. Los pacientes se concentran en la entonación de Sofía, en las imágenes y en el relato. Cuando termina la lectura, aplauden al unísono.
“Siempre había querido involucrarme con una labor de servicio, poder entregarle un poco de cuidado a quien lo necesitara. Pero no solo yo entrego una ayuda, los pacientes me enseñan sobre resistencia y optimismo”, explica Sofía. Según un estudio publicado por la Universidad de Sussex, en Inglaterra, seis minutos de lectura diaria pueden ayudar a reducir los niveles de estrés en un 68%, pues la mente se concentra en el relato y esta distracción alivia la tensión muscular y reduce el ritmo cardíaco.
Para formarse como biblioterapeuta, Sofía hizo un curso en la Biblioteca Departamental Jorge Garcés Borrero, bajo el liderazgo de José Luis Giraldo, coordinador del programa Lectura Cura. La formación duró cuatro meses, y entre los módulos que debían atender se encontraban: “Historia de la biblioterapia”, “Biblioterapia preventiva correctiva para el desarrollo personal y clínico”, “Promoción y animación a la lectura”, “Expresión corporal”, “Respiración”, “Matiz de voz”, “Perfil del paciente hospitalizado” y “Selección del material para la lectura”.
El trabajo de cada jornada se ve recompensado siempre. Las reacciones de quienes aceptan compartir este espacio de lectura son diversas. A algunos el relato les despierta memorias de su vida y sus seres queridos, y las comentan con sus compañeros. Otros analizan el mensaje detrás de la historia y comparten una reflexión o una moraleja. Y hay otros más que se paran junto a Sofía para observar las imágenes y no perderse ningún detalle.

Cuando las biblioterapeutas finalizan la lectura, algunos comparten memorias de su vida y de sus seres queridos, otros una frase del relato que les llamó la atención.
“Recuerdo a Mauricio, de 33 años, un joven con cáncer de huesos. Llegó a la sala, no estaba programado para lectura, pero yo sentí que la necesitaba. Entonces le pedí permiso, aceptó y empezó a emocionarse a medida que yo iba leyendo. Me hacía comentarios sobre los personajes; se notaba que quería disfrutar cada segundo de esta actividad, de la vida”, cuenta Sofía.
Jessica Salas es la coordinadora de Servicio y Experiencia al Usuario de la clínica Sebastián de Belalcázar. Es quien se encarga de gestionar la vinculación de voluntariados, establecer convenios y diseñar planes de trabajo colaborativos que contribuyan al bienestar de los pacientes. Gracias a estas alianzas, han podido crear espacios de conexión emocional muy valiosos. Han trabajado, por ejemplo, con voluntarios de la Fundación 8 Abrazos y Hope Human, que desarrollan actividades lúdicas con los usuarios. A través de otros convenios han logrado incorporar sesiones de reiki, intervenciones asistidas con animales y un programa de musicoterapia.
Lectura Cura empezó hace un año y medio, y Jessica la considera una actividad esencial para cultivar la calma y la tranquilidad de los pacientes: “El programa les brinda a los pacientes una experiencia sanadora. A través de la lectura, se abre un espacio de disfrute y reflexión que les permite despejar la mente y, por instantes, liberarse del dolor y la ansiedad que suele acompañar una enfermedad”, dice.


La selección de pacientes para participar en el programa se hace con el acompañamiento del equipo de Trabajo Social y los gestores de Atención de la clínica. Durante el protocolo de bienvenida diario, se les informa a los usuarios sobre el programa y se les consulta si quieren participar. “Es una actividad que no solo impacta al paciente, sino también a su familia y cuidador primario. Tenemos que pensar en todo el círculo de cuidado alrededor de un paciente, no solo en quien padece la enfermedad”, explica Jessica.
La curaduría de los libros es trascendental para las biblioterapeutas. Los libros ilustrados son los de mayor aceptación entre los pacientes, pues las imágenes resultan un recurso propicio para no perder la atención en la narración. La contratapa de Letras al carbón, el libro que Sofía eligió para esta calurosa tarde en Cali, dice:
En el pueblo de Palenque casi nadie sabe leer. El señor Velandia, el dueño de la tienda, es uno de los pocos que sabe. Cuando Gina empieza a recibir cartas, que ella imagina de amor, su hermana pequeña decide aprender para poder leer esas misteriosas cartas.
A uno de los pacientes que reposa en la cama el cuento le recuerda los árboles que trepaba en su infancia, en Palmira, Valle. Le trae a la mente el rostro de su abuela suplicando que bajara de una vez por todas de una rama endeble. El recuerdo se convierte en otro relato compartido, uno real anclado en el tiempo. Con mucha atención, Sofía sigue preguntando por el pasado del paciente, por los detalles que se han activado en su mente y que en ese momento se convierten en una sonrisa.
El relato compartido no es solo un regalo para quienes escuchan atentos una historia que los saca de la rutina; es también un aprendizaje de resiliencia para las biblioterapeutas, quienes con cada página entregan una palabra y reciben una enseñanza de fortaleza.


Dejar un comentario