El burnout parental es un síndrome de desgaste físico y psicológico que puede surgir cuando tenemos problemas para equilibrar el trabajo con la crianza. Este puede tener consecuencias graves para la salud mental, por lo que es importante reconocer sus signos y herramientas para prevenirlo.
Para muchas personas, la crianza de los hijos es comparable a tener una segunda profesión. Implica invertir tiempo y dinero, adquirir conocimientos constantes y cultivar un profundo amor por el rol que hemos asumido. Sin embargo, esta dedicación exige un delicado equilibrio entre nuestra vida personal y la que compartimos con nuestros hijos, especialmente cuando también tenemos un empleo formal con el que debemos cumplir.
Este equilibrio no es tan fácil de conseguir, y tanto madres como padres suelen convertirse en malabaristas de su propias vidas, enfrentándose a muchas responsabilidades a la vez y descuidando aspectos tan importantes como su salud mental y autocuidado. En ese sentido, es importante conocer nuestros límites y hacernos la preguntarnos:
¿Soy una mamá o un papá “quemado”?
El concepto de burnout fue introducido en los años 70 por el psicólogo estadounidense Herbert Freudenberger, originalmente para describir los síntomas de agotamiento experimentados por los trabajadores de la salud en entornos de alta presión. Con el tiempo, el término se popularizó y extendió en la psicología y en la neurología, hasta abarcar el desgaste emocional y físico en el contexto laboral y el familiar, descrito por medio del síndrome del cuidador quemado.
El burnout parental se refiere específicamente a la fatiga física, mental y emocional que experimentan los cuidadores debido a las continuas exigencias de tener un infante o adolescente en casa. Esto, sumado a las presiones sociales, laborales o económicas, puede desencadenar en un estado de malestar permanente. Según Ángela María Sierra, la neuropsicóloga adscrita a Colsanitas, “el primer síntoma de estar quemado es el cansancio extremo: terminar el día y que el único deseo sea tirarse en la cama, no solo ocasionalmente, sino siempre, incluso desde que nos levantamos en la mañana”.
Otros signos que pueden sugerir un burnout parental son los trastornos de sueño, los cambios de humor e incluso diferentes problemas de salud física derivados del estrés crónico como cefaleas, dolores musculares y problemas digestivos. Si este estado persiste, las repercusiones más graves suelen aparecer en la salud mental.
“Cuando, además del burnout parental, tenemos otros conflictos en nuestra vida, y una predisposición genética, es más probable que todos estos factores desencadenen en un trastorno depresivo o de ansiedad. Al final, esta es la mayor consecuencia, y puede conducir a comportamientos autodestructivos o incluso ideas suicidas”, explica Sierra.
Una investigación publicada en la revista Clinical Psychological Science en 2018 señala que, “otro de los peligros que los padres con burnout parental enfrentan es la pérdida de la capacidad de disfrutar de la crianza y una reducción en la motivación para practicarla a conciencia”. Este síndrome genera un círculo vicioso: cuanto mayor es el malestar, peor es la percepción del propio desempeño como madre o padre, lo que incrementa el estrés y la frustración.
La escala del burnout parental
En 2017, las psicólogas Isabelle Roskam y Moïra Mikolajczak ―coautoras del artículo anterior― crearon la escala del burnout parental con base en los testimonios de 900 padres y madres de diferentes países de habla inglesa y francesa. Esta escala identifica cuatro condiciones principales que suelen sufrir los padres “quemados".
- Desgaste del rol parental. Sensaciones de incompetencia frente a las responsabilidades asociadas con el rol parental. Se tornan abrumadoras y difíciles de manejar.
- Contraste con el yo parental anterior. Comparación con el desempeño como padre o madre en el pasado, y sensación de no cumplir con las expectativas propias.
- Distancia emocional. Desconexión con los hijos, lo que impide disfrutar actividades con ellos y mostrar afecto.
- Sentimiento de estar harto. Incapacidad de soportar las circunstancias actuales.
Todos estos síntomas no solo afectan al padre que experimenta burnout, sino que también impactan a toda la familia, incluidos los hijos y la pareja, si la hay. “Cuando no dormimos bien, no comemos adecuadamente o tenemos estrés laboral y doméstico, reaccionamos mal a cualquier contratiempo familiar, perjudicando el vínculo con nuestros seres queridos”, afirma Sierra.
Las madres son las más “quemadas”
De acuerdo con un estudio publicado en la Revista Latinoamericana de Estudios de Familia, durante la Pandemia del COVID-19, y como consecuencia del teletrabajo masivo, muchas madres colombianas tuvieron una presión adicional al equilibrar sus horarios de trabajo formal con su trabajo maternal y doméstico. Según la investigación, “Las mujeres que participaron en la encuesta mostraron una mayor afectación en su salud mental y física, así como un aumento en la frustración, tristeza y fatiga”. Para Johanna Helena Esmeral, psicóloga clínica especializada en terapia familiar, esto se debe, en parte, a la persistente influencia de los roles de género en nuestra sociedad.
Aproximadamente el 80 % de las familias monoparentales están encabezadas por madres, mientras que solo el 20 % lo están por padres. Esta disparidad explica que el aumento de la carga sobre ellas y las hace más propensas a sufrir burnout.
“Hace unos años se acostumbraba a que los hombres tuvieran empleo y fueran los principales proveedores, mientras que las mujeres trabajaban los quehaceres domésticos y el cuidado de los hijos. En la actualidad, a pesar de que las mujeres son parte de la fuerza laboral en muchos más hogares, los roles de género aún prevalecen y significan que la gran parte del trabajo no remunerado del hogar, incluido la crianza, aún recaiga sobre ellas”, dice la psicóloga Esmeral. Este fenómeno, conocido como la “doble jornada”, agrava la presión social de ser “la mamá perfecta”.
¿Qué podemos hacer al respecto?
El primer paso para gestionar este estado de agotamiento es reconocer el conflicto, no solo con nosotros mismos, sino con las personas de nuestro hogar. Luego, debemos identificar las causas del burnout, que suelen cambiar en cada persona: ¿No estoy lo suficientemente presente para mis hijos? ¿El trabajo doméstico me recarga? ¿Trabajo demasiado? ¿No dedico tiempo para mí? Estas preguntas nos ayudarán a equilibrar nuestras fortalezas y debilidades.
La terapeuta Esmeral sugiere: “Algunas personas tienen las facilidades económicas para contratar ayuda doméstica; otras cuentan con la corresponsabilidad de su pareja, o red de apoyo, como vecinos o abuelos. Lo importante es organizar nuestro tiempo y no caer en la falsa creencia de que cuando tenemos hijos nos volvemos Superman o la Mujer maravilla”.
Otra ventaja a considerar es que los niños, dependiendo de su edad, pueden ser un apoyo fundamental a la hora de realizar las tareas diarias. Esto puede significar aliviar una pequeña parte de la carga. Por ejemplo, a los dos o tres años, un niño puede ordenar sus juguetes y su ropa; a los cinco, hacer la cama y recoger los platos; a los diez años, barrer o ayudar a cocinar bajo supervisión. Lo importante es asegurarnos de que sean tareas seguras que estén acordes a sus capacidades, con orientación y asistencia cuando sea necesario.
Por supuesto, si creemos que nuestras redes de apoyo son insuficientes o nuestro malestar continúa, lo mejor siempre será buscar ayuda con un profesional de la salud mental, quien nos dará herramientas para abordar el problema.
Es importante recordar que somos individuos con emociones, aspiraciones y sueños propios que van más allá de nuestra descendencia. “No nos volvemos malos padres si queremos ir al cine un día solo con nuestros amigos o pareja”, dice Esmeral ―quien además es madre de dos hijas― y añade, “al contrario de lo que muchos piensan, no podemos sacrificar la vida por ellos. Debemos vivirla a su lado, llenarla de momentos felices compartidos y, sobre todo, tener paciencia, que como sucede con cualquier otra profesión, se va volviendo más fácil con la práctica”.
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