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Jiu-jitsu

Jiu-jitsu brasileño: el arte suave

En un mundo en el que es común que el bienestar físico y mental vayan por caminos separados, el jiu-jitsu brasileño surge como una práctica transformadora que unifica el cuerpo y la mente a través del arte del combate adaptativo.

El jiu-jitsu brasileño (BJJ, por su sigla en inglés) se hizo popular por ser un arte marcial que se adapta a las características físicas y al aprendizaje de cada individuo. Esto lo hace asequible para todo tipo de cuerpos y niveles de condición física, y lo convierte en un camino hacia el bienestar integral.

En este deporte no se usan golpes. Se trata de someter al rival con técnicas como luxaciones y bloqueos respiratorios controlados. El objetivo es hacerlo tapear, término que viene del inglés to tap y significa ‘tocar para aceptar la rendición en una lucha’. El entrenamiento requiere fuerza de agarre, en particular en las manos y los antebrazos, una capacidad que se desarrolla con la práctica sostenida.

Un estudio publicado en 2014 en la revista International Journal of Fundamental and Applied Kinesiology señala que, en las sesiones de BJJ, los deportistas alternan acciones de alta y baja intensidad, lo que contribuye a desarrollar resistencia de corta y larga duración. El entrenamiento promueve la salud cardiovascular y mejora la potencia muscular, la flexibilidad, el equilibrio y la coordinación.

Además del cuerpo, en el jiu-jitsu brasileño se entrena la mente. Carlos Quintero, director de la academia Affinity Studios, de Bogotá, asegura que lo que se trabaja durante la práctica “es mucho más mental”. Estar expuesto a simulaciones de adversidad controlada exige resiliencia, manejo del estrés y una capacidad táctica para resolver problemas bajo presión. La flexibilidad cognitiva necesaria para escapar de inmovilizaciones o anticipar estrangulaciones le ha merecido a este deporte el rótulo de “ajedrez físico”.

Para muchos, esta es una escuela de humildad. “Todos arrancamos tapeando un millón de veces, y eso lo que hace es que te rompe el ego, te hace humilde. Yo sigo tapeando y voy a seguir tapeando, y ese es el camino de todos”, explica Quintero, quien es cinturón negro segundo grado, un nivel que requiere al menos seis años adicionales de experiencia después de alcanzar el más alto nivel de maestría técnica.

Entre los numerosos beneficios que trae la práctica para el bienestar emocional destacan el aumento de la confianza, el autoestima y la capacidad de autorregulación. “Mucha gente llega aquí porque es como una terapia”, cuenta el director de Affinity Studios. “Fuera de sudar, en la clase grupal está esa sensación del ambiente colectivo donde uno está asumiendo riesgos con un amigo, y eso construye mucha confianza”.

En la comunidad del BJJ se construyen vínculos fuertes. El entrenamiento fomenta el apoyo mutuo entre los participantes, y es habitual que los más experimentados compartan sus conocimientos con quienes están apenas comenzando. “Yo estoy muy orgulloso de que en la academia tengamos un ambiente muy familiar. Aquí todos somos muy amigos”, señala el director de Affinity Studios.

El foco en la técnica y la adaptabilidad favorecen un entorno en el que las barreras de género, edad y condición física se disuelven. Personas con cuerpos muy diferentes pueden entrenar juntas. Como dice Quintero, “el jiu-jitsu se adapta al jiu-jitero y no al revés. Uno puede llegar alto y flaco o bajito y gordito, puede ser poco flexible, muy flexible… El jiu-jitsu se adapta a ese biotipo, a ese cuerpo. Incluso si alguien tiene una lesión, el jiu-jitsu se puede adaptar a ella”.

Los orígenes del BJJ

Es improbable que Jigoro Kano, el creador del judo, dimensionara lo que ocurriría al enviar a uno de sus estudiantes, Mitsuyo Maeda, a principios del siglo XX a Estados Unidos para promover la entonces joven disciplina. Una áspera recepción antiasiática en Norteamérica llevaría al judoka japonés a navegar hasta la puerta del Amazonas para instalarse en Belém, Brasil, y establecerse en su sociedad intercambiando instrucción en artes marciales por favores políticos de las élites locales.

Este intercambio cultural daría inicio a la tradición que cambió la historia de los deportes de combate. En la década de 1920, Brasil sufría por las jerarquías raciales posteriores a la esclavitud y una modernización centrada en los modelos europeos. Había un claro paralelo entre la capoeira, un arte marcial afrobrasileño centrado en la danza, criminalizada por sus vínculos con comunidades marginadas, y el jiu-jitsu, que se ganó el padrinazgo y la promoción de la élite. La familia Gracie, aristócratas escoceses-brasileños, posicionó el BJJ como un sistema “científico” que le daba más peso a la técnica que a la fuerza bruta y, además, se encargó de adaptar las técnicas para convertir la disciplina en un deporte competitivo. Aquella narrativa atrajo a una nación que apenas empezaba a definir su identidad.

La victoria de Japón en 1905 en la guerra Ruso-Japonesa le dio al jiu-jitsu un aura de modernidad, distanciándolo de la capoeira y sus raíces en la periferia. En un golpe de lucidez de marketing, Carlos Gracie enmarcó el BJJ como una herramienta para que “los débiles derroten a los fuertes”, criticando sutilmente el clasismo de Brasil. Las academias de Río de Janeiro y São Paulo se convirtieron en microcosmos de la aspiracional clase media brasileña. Los dojos formales del BJJ atrajeron a abogados, trabajadores e inmigrantes, ofreciendo movilización social a través del combate meritocrático.

Una práctica transformadora

En todo el mundo le apuestan al jiu-jitsu brasileño como herramienta de transformación social. En Colombia, por ejemplo, Quintero está convencido de que es muy efectivo para combatir el machismo arraigado en nuestra cultura. “El machismo de Colombia es bastante fuerte, pero si uno entra y pasa por el filtro del jiu-jitsu, eso desaparece”, dice. En el tatami se demuestra que la técnica supera a la fuerza, y poco a poco se derriban las jerarquías basadas en la dominación física. Además, academias como la de Quintero se enfocan tanto en la práctica deportiva como en entregar herramientas de autoprotección a mujeres, construyendo comunidades más equitativas y seguras.

En Affinity Studios la semilla del cambio se siembra desde la infancia. Han adaptado la enseñanza del BJJ para que los niños desarrollen resiliencia emocional y aprendan a resolver conflictos de manera pacífica. Durante los entrenamientos, los niños trabajan la autoconfianza y descubren que pueden defenderse sin violencia.

Para Quintero, lo más valioso es que “el niño tenga la forma de aceptar que no va a ganar siempre en la vida, y que no entre en pánico o llore cuando esto suceda. Necesitamos un poco de lo duro, de lo complicado, para sentir lo bueno después. En jiu-jitsu, si lo manejo bien, nunca le doy un golpe a nadie”.

El jiu-jitsu brasileño es un motor de cambio social único que trasciende las barreras del deporte convencional. Como disciplina, demuestra que la salud no tiene una sola forma: se moldea a cada cuerpo, respeta cada limitación y celebra cada pequeño progreso, cultivando personas más conscientes, humildes y resilientes.

Catalina Porras Suárez

Periodista enfocada en la línea de bienestar y de salud mental. Disfruta conocer y escribir nuevas historias. La realización audiovisual, el cine y la función social del periodismo están dentro de sus intereses.