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Bienestar Colsanitas

Nuevo orden paranóico

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A un científico le toma meses o años confirmar el origen de un virus, a un conspiranoico puede tomarle un segundo.

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n los últimos meses, con cierta frecuencia, una amiga me ha estado enviando al celular información sobre el “Nuevo Orden Mundial”, ese presunto plan diseñado por una élite plutócrata para instaurar un gobierno único que dominará a la raza humana. Mi amiga no profesa ideología ni religión alguna, tiene algo más de sesenta años y cultiva un apetito insaciable por las teorías conspirativas, es decir, esas que pretenden explicar hechos del mundo basadas siempre en una fuerza oscura, en un movimiento secreto, en una agenda malévola orquestada por sociedades secretas.

Cuando la conocí, hace cinco años, mi amiga andaba obsesionada con los reptilianos y la sociedad secreta de los Illuminati. Hoy sus pesquisas no tienen otro objeto que, como sería de esperar en una mente como la suya, el coronavirus. Buceadora obsesiva en el océano de la web, mi amiga vendría a ser lo que muchos llamamos, en tono peyorativo y caricaturesco, una “conspiranoica”, es decir, alguien que sucumbió a la “conspiranoia”. El término lo acuñó hace treinta años un sociólogo español a partir de las palabras conspiración y paranoia. Desde entonces, su uso aparece de forma intermitente entre medios de comunicación, academia y ciudadanos más o menos informados.

A juzgar por lo rápido que se mueven las teorías conspirativas, podríamos decir que el conspiranoico confía más en la información sin filtro que circula por Facebook o Youtube que en el periodismo y la evidencia científica. “El científico se toma su tiempo, en cambio el teórico de la conspiración se lanza a las redes a decir lo que se le viene a la mente y lo viraliza, porque no requiere ninguna validación por pares ni aprobación en revistas especializadas”, dice desde su casa en Delawere, Estados Unidos, el médico colombiano Francisco Sarmiento, especializado en epidemiología y asesor científico de Colombia Check, una plataforma digital de verificación de datos cuyo eslogan es No coma cuento. “Mientras el científico tarda meses en descubrir las características del contagio de un virus”, continúa Sarmiento, “el conspiranoico anuncia en seguida: ‘ya sabemos la causa: son las antenas de tecnología 5G’”.

Conspiración coronavirus

Como hemos visto en estos meses de elevada mortandad, los conspiranoicos han saltado a las redes sociales para revelar las verdaderas causas de la peste que azota al mundo. Sus llamados de alerta rezuman confusión, cuando no oscuridad. Cientos o miles de youtubers y bloggers, seguidos por millones de consumidores digitales, acumulan habladurías con un criterio no solamente especulativo, sino incluso perjudicial para la salud pública cuando, por ejemplo, llaman a la sublevación para no usar tapabocas ni guardar distancia.

Estas largas semanas de incertidumbre han sido un caldo de cultivo ideal para el revoltijo de hipótesis, falsedades y hasta menciones a profecías autocumplidas que esgrimen los conspiranoicos y tragan entero los crédulos. En Barranquilla, según un rastreo de Colombia Check, ha circulado el bulo de que hacerse la prueba de covid-19 inocula el virus. A mediados de junio, la conspiranoia global hizo eco del vaticinio maya según el cual el 21 de ese mes llegaría el fin del mundo. Otra teoría de ese talante apocalíptico afirma que la debacle a la que estamos asistiendo es un genocidio perpetrado por el Partido Comunista Chino, la OMS y el multimillonario Bill Gates para combatir la sobrepoblación del planeta.

“La metafalsedad está hecha de pedacitos de verdad, de mentiras, de especulaciones, de relaciones que no han sido probadas sino que se asumen como ciertas”, dice Sarmiento. “En una emergencia sanitaria como esta, la ciencia es la manera más seria, sistemática, rigurosa, metódica y clara de buscar información y de conocer la realidad. La especulación, en cambio, es un problema gigantesco”.

Atratapados en la paranoia

Pocos acontecimientos son más propicios a la paranoia que una epidemia. El miedo y la incertidumbre se ciernen sobre las masas con más furia que la propia peste. Al tiempo que el virus nos confina en nuestras casas, la paranoia nos confina en esa fábrica de fantasías que es la mente.

La Real Academia define la paranoia como una “perturbación mental fijada en una idea o en un orden de ideas”, y el diccionario de Oxford como “una enfermedad mental que induce a alguien a creer erróneamente que otras personas tratan de hacerle daño”. Hipócrates la equiparó a la locura y a la alienación. Freud la explicó como “una psicosis de defensa”, y Daniel Defoe alude a ella en su muy detallado Diario del año de la peste cuando ambienta “el ánimo enloquecido del pueblo, que corría tras curanderos y charlatanes, hechiceros y adivinos, hasta llegar a la demencia”, en la pestilente Londres de 1664.

Vivir una experiencia desoladora, y sentirnos víctimas de fuerzas que no controlamos, desata nuestra imaginación, la mejor aliada de la paranoia y del pensamiento especulativo. Y en ese estado mental, la tentativa de darle una explicación al caos imperante puede hacernos volver los ojos y los oídos a las explicaciones pseudocientíficas que pululan por internet.

En momentos aciagos, buscamos consuelo por diferentes vías. Desde que en marzo el mundo no volvió a ser el mismo que conocíamos, unos han hallado consuelo en la soledad, otros en el calor de la familia o en la seguridad del trabajo, y multitudes en las promesas de verdad o de salvación que entrañan los teóricos de las conspiraciones.

Siempre ha sido igual

En el siglo XIV, un sector del clero acusaba a los judíos de propagar la peste bubónica. La teoría era tan macabra como simple y llana. Un veneno vertido en los pozos por los rabinos había infestado las aguas que a su vez llevaron la infección a la gente. La verdad era otra, , se descubriría más tarde: la peste la ocasionó una variante de la bacteria Yersinia pestis. Dos siglos después, los conspiranoicos de entonces atribuían a confabulaciones caídas del cielo la maldición de una nueva plaga, mientras el pueblo enajenado era víctima de engaños “por toda suerte de hipócritas y por cualquier charlatán”, según relata Defoe en Diario del año de la peste.

Después de treinta años demoliendo mitos conspiranoicos, el periodista mexicano Mauricio Schwarz no sabe si sus propagadores se creen sus propias fábulas. “Hay unos que están tan chiflados que dices ‘este se lo cree’, y hay otros que es evidente que están haciendo negocio, nada más que son embaucadores profesionales, unos timadores”, dice Schwarz, autor del blog El retorno de los charlatanes, por videollamada de Whatsapp.

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Si una conspiración se demuestra, es porque es real. De lo contrario es conspiranoia.

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Una conspiración tiene objetivos, actores concretos y secretos específicos. “Lo otro es fantasía y novela”, dice Mauricio Shwartz. Fueron conspiraciones el asesinato de Trotsky, el Watergate en el gobierno de Nixon y el contubernio de la industria del tabaco con un puñado de científicos para impedir que se difundiera la evidencia sobre la relación entre el consumo de nicotina y el cáncer. O, en su modalidad de conjuras para llegar al poder, la Conspiración Septembrina en Colombia, que desembocó en el frustrado atentado del que Simón Bolívar escapó por una ventana.

Entre las curiosidades que nos han legado los conspiranoicos de todos los tiempos, hay un viejo libro que fue best seller en su época: Pruebas de una conspiración contra religiones y gobiernos de Europa, urdida en reuniones secretas de masones libres, Illuminati y sociedades de lectura. Su autor, el científico escocés John Robison, algo así como la versión dieciochesca de algunos médicos que niegan la evidencia sobre el coronavirus, veía tras la conspiración que denunciaba en su libro a un movimiento libertino, anticristiano, encaminado a la corrupción de la mujer, al cultivo del placer sensual y a la violación de los derechos de propiedad.

Mauricio Schwarz está convencido de que la conspiranoia es un fenómeno peligroso al que la ciencia, los gobiernos e internet han dejado crecer. “Es un monstruo que ahora está mostrando su verdadera capacidad de hacer daño”. A Schwarz le preocupa que haya cada vez más gente que se niegue a seguir los lineamientos sanitarios porque cree en las conspiraciones. “Eso va a ser un problema cuando tengamos la vacuna, porque muchos no se van a vacunar y van a contagiar a otros”.

“¿Cómo no ser conspiranoica en un planeta como este?”

Una mañana de finales de junio, cuando la curva de contagios y muertes en Colombia crecía, recibí un mensaje de mi amiga conspiranoica. “¿Sabías que somos caníbales? Si hemos recibido vacunas en los últimos años, nuestro cuerpo ha ingerido partículas de fetos, querido amigo. Buen día”. Luego del cordial saludo de desayuno, mi amiga me remitió a un texto guía sobre las vacunas y a una entrevista en video a Chinda Brandolino, una controvertida médica de profesión cuyos descargos contra “el sistema que domina al mundo” se viralizan con gran éxito. Según denuncia esta doctora argentina, Youtube ha retirado algunos de sus videos. Al presentador de radio y teórico conspiracionista norteamericano Alex Jones le fue peor: Youtube lo expulsó de su plataforma.

Madre de ocho hijos y católica practicante, la médica Chinda Brandolino sostiene que los fabricantes de vacunas incentivan el aborto y el sexo libre a fin de engrosar sus insumos: millones de fetos abortados. Ha sido desmentida por la comunidad científica y está enfrentada legalmente con algunos medios de comunicación de su país. La contactamos para entrevistarla, pero no aceptó.

Los mensajes de mi amiga llevan titulares con gancho: “Confirman chip humano 2020”, “Instrucciones para negarse legalmente a recibir una vacuna”, o “Presidente afirmó que el Nuevo Orden Mundial es un plan de dirigentes de otros planetas”.

Qanon

El primero no confirma nada, sino que reproduce una entrevista del año pasado en la que Elon Musk, creador de la marca de carros eléctricos Tesla, habla de un nanochip que está fabricando su compañía y que servirá, entre otros fines, para resolver daños críticos en el cerebro.

El segundo título no es un instructivo sino un listado de productos “cancerígenos” con los que estarían fabricadas algunas vacunas para niños, según un tal doctor Todd M. Elsner, cuyo nombre no aparece en las bases de datos de Google Académico ni en la Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos. Investigadores de la Universidad Nacional de Colombia y de la Asociación Francesa de Pediatría consultados por la agencia AFP, aseguran que es falso que estos compuestos produzcan cáncer.

El tercer titular suena muy disparatado, pero no es más que un pedazo de un discurso que en su momento pasó sin ruido en la prensa y que ahora ha sido convenientemente aggiornado a la crisis actual por los conspiracionistas. En el hemiciclo del Parlamento Europeo, un político belga asegura que “dirigentes de otros planetas nos observan desde lejos… están inquietos… yo vi y escuché a varios”. Lo que entonces fue recibido como un lapsus linguae, ya que en vez de “planetas” el eurodiputado habría querido decir “países”, adquiere hoy, a la luz de la pandemia, visos de revelación: para el conspiranoico, las palabras del político son otra prueba irrefutable de lo que estaría cocinando contra la especie humana la élite interespacial que pretende dominarla. Cuando creíamos que los supuestos nuevos dueños del mundo estaban entre nosotros, saltan raudos los teóricos de la conspiración a explicarnos que la trama es aún más perversa, porque el complot, según ellos, es de alcance extraterrestre.

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“El pensamiento de conspiración es una forma particular de cableado mental, que se caracteriza por creer que nuestras vidas son controladas por tramas urdidas en lugares secretos".

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Joseph Uscinski, un investigador del pensamiento especulativo de la Universidad de Miami, le dijo a la editora de The Atlantic en un extenso reportaje sobre el movimiento conspirativo Qanon (cuyos contenidos, según The New York Times, ha retuiteado el presidente Trump 145 veces en el último año): “El pensamiento de conspiración es una forma particular de cableado mental, que se caracteriza por creer que nuestras vidas son controladas por tramas urdidas en lugares secretos”. La premisa conspiranoica es que, aunque aparentemente vivimos en una democracia, un pequeño grupo de personas maneja todo, pero no sabemos quiénes son.

Esa certeza es la que empuja a mi amiga conspiranoica a “buscar la verdad”, como ella misma dice, para luego compartirla y ayudarle a la gente a despertar.

—Pero no sabes la cantidad de puteadas que recibo —me dijo hace poco.

“Leer esto nos puede matar más que la vacuna”, le escribió una mujer en un grupo de Whatsapp al que mi amiga envió el mismo artículo que me envió a mí sobre el supuesto contenido de las vacunas.

—No me importa —me dijo—. Yo sigo estudiando, conspirando todos los días, enviando información. Para mí es normal ser conspiranoico. ¿Cómo no serlo en un planeta como este?

Poco antes de morir, Umberto Eco recordaba en un artículo de prensa el agudo ensayo de Karl Popper sobre las teorías conspiracionistas, donde el filósofo austríaco escribió que la paranoia de la conspiración comenzó con Homero, quien nos dejó claro que todo aquello que se armó en Troya fue planeado por los dioses desde el Olimpo. Cinco mil quinientos años después, los teóricos de la conspiración en torno al coronavirus tienen sus propias teorías acerca de lo que están urdiendo los archimillonarios en este turbulento 2020. Los conspiranoicos nos exhortan a no creer en las versiones oficiales, pero lo hacen con la inmediatez y, a menudo, la ramplonería que no conoció Homero. *Periodista, escritor colombiano. Fundador del portal Cartel Urbano, ahora se dedica al trabajo independiente.

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Jorge Pinzón Salas

Fundador y exdirector de la revista Cartel Urbano, ahora es periodista independiente.