Los niños no tienen por qué dar o recibir besos y abrazos en contra de su voluntad. Cualquier contacto físico debe ser consentido por ellos.
is reflejos son lentos. Lentísimos a veces. Parece, en ocasiones, que cuando siento que transgreden mi espacio personal me posee el espíritu de una zarigüeya, que en lugar de permitirme reaccionar me congela. Más fácil hacerse el muerto que defenderse. Mi poca capacidad de resistirme, de moverme más rápido para evitar una mano indeseada sobre mi persona, fue aún más evidente cuando estuve embarazada. Todas las personas, conocidas y ajenas, sentían una pulsión irresistible por tocar mi vientre abultado. Por sobar mi panza, espacio que hasta entonces solo estaba abierto a caricias de mi madre, de mi pareja y de mí misma. Nadie me preguntaba si podía hacerlo, si me gustaba, si quería. Simplemente estiraban su mano y sobaban mi panza, mientras preguntaban para cuándo era el parto y qué sexo tenía el bebé.
Luego, cuando nació Luca, descubrí que el impulso de acariciar sin permiso no era algo que se limitara sólo a las embarazadas, sino que también se extiende a los bebés. Es más, un par de veces en ascensores tuve que proteger a mi hijo de manos completamente desconocidas que se abalanzaban sobre su cabecita. “Ay pero qué bebita más linda”. “Es niño”, me limitaba a responder mientras metía mi cuerpo entre el extraño y mi hijo.
¿Por qué es nuestro instinto generalizado querer tocar y dar besos a los bebés y a los niños pequeños? ¿Por qué es un impulso incontrolable palpar la barriga de una mujer embarazada sin pedir permiso? Parece que ni los pequeños ni las preñadas tienen derecho a su espacio personal. Se espera que ellos, siempre dispuestos y sonrientes, reciban estas manos ajenas, muchas veces desconocidas, que además carecen de invitación a ese espacio.
Una cosa es enseñarles a saludar y otra muy distinta que esos saludos tengan que pasar por el contacto físico impuesto. Con el fin de proteger la seguridad de mi hijo, prefiero que aprenda que no está obligado a besar ni a abrazar a nadie que no quiera.”
Y no son solo las manos desconocidas las que buscan ser recibidas sin invitación. Entre los conocidos también se espera que, sobre todo los pequeños, estén siempre dispuestos a recibir abrazos y besos de parientes o amigos de la familia que no han visto más de un par de veces en su vida y quizás ni siquiera recuerden. Lo educado en esos casos se supone que es sonreír y aceptar con gusto las caricias de cualquiera. “Ay, pero que niño tan tímido y apegado a la mamá”, se oye si el pequeño protesta o se niega de plano a dar o recibir besos, y se esconde contra el pecho o las piernas de su madre. Y si una mujer embarazada declara abiertamente que no desea que le toquen su barriga, o se mueve de forma brusca para evitar la embestida de la desconocida en un ascensor, también se le mira de reojo y no faltan los comentarios displicentes, que casi siempre creen encontrar una explicación a ese comportamiento en las “hormonas alborotadas”.
Sí, los latinos somos cálidos, nos gusta besar, tocar y abrazar. Pero eso no justifica que a nuestros pequeños, desde su más tierna infancia, busquemos obligarlos a aceptar todas estas expresiones de confianza y amor. Una cosa es enseñarles a saludar y otra muy distinta que esos saludos tengan que pasar por el contacto físico impuesto. Como madre, con el fin de proteger la seguridad de mi hijo, prefiero que aprenda que no está obligado a besar ni a abrazar a nadie que no quiera. ¿Por qué? Pues porque hay un tema muy importante del que poco hablamos, pero que deberíamos aprender desde que somos chiquitos: el consentimiento.
Cualquier tipo de contacto físico debe ser consentido por ambas partes, quien lo ofrece y quien lo recibe. Es importante que desde pequeños sepamos que no estamos obligados a recibir caricias de nadie. ¿Por qué es importante hablar de consentimiento? Porque esto es lo que el día de mañana puede darles las herramientas a nuestros hijos para evitar un abuso sexual por parte de otro, y dar la señal de alerta. Sobre todo, porque como indican las estadísticas, los agresores las más de las veces suelen ser personas cercanas, conocidos o familiares. Entonces, al indicarles a nuestros hijos que está bien que personas cercanas y ajenas los toquen aunque ellos no quieran, les pidan besos o abrazos, no les estamos proveyendo recursos de defensa contra el abuso. Es más, si les indicamos que es un acto de buena educación, que se espera que ellos reciban estos contactos con agrado, les podemos estar mandando una señal peligrosa.
Además, los niños así sean pequeños son personas. Son individuos y deben crecer sabiendo que sus cuerpos son de ellos. Que son ellos quienes tienen el control y el poder de decisión sobre su ser. Que no es de mala educación rechazar un beso o un abrazo, una caricia que no se siente cómoda o de la que simplemente no tienen ganas en ese momento. Y los demás debemos aprender a controlar nuestros impulsos por besar y tocar bebés a diestra y siniestra. Además, como dato curioso, cuando dejamos que los pequeños vengan a nosotros sin forzarlos es más probable que luego quieran presentarnos sus juguetes, ver un capítulo de Peppa Pig agarrados de la mano y quizás, si quieren, para despedirnos nos den el beso o el abrazo que tanto quisimos desde el principio. O de pronto no.
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