Ante los problemas que ha evidenciado la cuarentena en el sistema educativo, más familias han venido contemplando la educación en casa como una alternativa probable. Hablamos con varias personas que la han puesto en práctica.
n casa de los Ochoa siempre recuerdan con gracia la manera como se enteraron de que Hazel, el cuarto de sus seis hijos, sabía leer. Tenía cuatro años, era la hora de la cena y Nethie, la hermana mayor —que tenía 12 años— , formó una palabra con las letras de una sopa de pasta. “¿Qué dice acá, Hazel?”, dijo ella molestando. Él se le acercó al oído y, con la timidez picarona de los niños, le susurró: “co ra zon ci to”. Asombrada por la respuesta, Nethie gritó la noticia “¡Hazel sabe leer!”. Todos celebraron el logro inesperado, pero lo que no se explicaban era cómo había aprendido: él nunca se sentaba a la mesa a estudiar cuando su madre les enseñaba a sus hermanas.
“Yo tampoco sé cómo aprendí, pero creo que es porque en mi casa siempre se estaba enseñando algo y uno de niño va aprendiendo de las cosas que ve en la familia, así no estés ahí sentado”, dice Hazel hoy, con 27 años. Puede ser. Algo similar a su experiencia había pasado con sus tres hermanas mayores, que habían aprendido a leer, escribir, sumar y restar antes de los cinco años, todo porque sus padres decidieron que no querían enviarlos a un colegio y prefirieron educarlos por su cuenta.
Familia Ochoa Laguado/fotografía por: David Estrada
“Yo nunca supe qué era una plana”, dice Nethie, que hoy tiene 34 años. “Cuando veía a mis amiguitas haciendo planas yo no entendía por qué tenían que repetir eso una y otra vez, sabiendo que ya lo habían entendido”. Nethie fue el primer intento de educación fuera de la escuela en su familia. Cómo llegaron hasta ese punto no fue un descubrimiento accidental, sino una conclusión.
La decisión
Como muchos colombianos de su generación, su padre solo estudió hasta sexto grado y su madre hasta noveno, porque no la pasaban bien en el colegio a pesar de que les gustaba aprender. La familia Ochoa siempre tuvo necesidades, aunque nunca faltó nada de lo esencial. Pero en aquella época la situación era bastante precaria: se habían mudado de Bogotá a Bello (Antioquia), no tenían casa propia ni conocidos, se rebuscaban la vida vendiendo artesanías, se alimentaban con lo que consiguieran en el día. Terminaron viviendo en una casa humilde que les facilitaron en zona rural de ese municipio. A pesar de la situación, Nethie creció feliz en el campo jugando con gallinas, vacas y cerdos, haciendo paseos a quebradas, trepando árboles. Muy pronto, su madre empezó a enseñarle a su manera el alfabeto, los números, los colores. Ella los aprendió perfectamente.
Un par de años después el papá de Nethie, Neyl, consiguió una casa para la familia en la cabecera urbana, pero la madre no quiso que se mudaran. La razón para ella era clara: a pesar de lo poco que tenían, llevaban una vida tranquila. La niña ya sabía leer, escribir, sumar, restar y muchas otras cosas que la mayoría de la gente nunca aprende, como sembrar una huerta, ordeñar, armar estructuras de madera, tocar la guitarra… En comparación con los niños de su edad e incluso muchos adultos, Nethie estaba adelantada. Si, además de eso, no tenía que pasar por los traumas que pasaron ellos en una institución educativa, ¿qué necesidad había de enviarla a un colegio?
Con el tiempo, Ruth Laguado, la mamá de Nethie, investigó entre leyes, cursos y expertos en educación la forma de enseñar en casa, a la vez que acudía a su recursividad doméstica. Encontró ayuda y apoyo en varios de sus tíos, que trabajaban en el magisterio pero eran críticos del sistema educativo colombiano, y ayudaron a la familia en la empresa de educar a los pequeños en casa.
Con la llegada de cada hijo el método de enseñanza fue perfeccionándose hasta basarse en una fórmula práctica: aprender según los intereses que demuestre cada niño y convertir cada una de sus preguntas y ocurrencias en una oportunidad para enseñar y aprender. Aunque la casa nunca dejó de ser humilde, lograron hacer una biblioteca con libros de todo tipo, que les donaban amigos y conocidos. Así tenían la posibilidad de investigar en los libros sobre los temas que les interesaban.
"Cuando teníamos esa sed de conocimiento, entonces tomábamos lo que más nos gustaba, y así en nuestra casa siempre fluía el saber".
“Nosotros entendimos que más que una obligación, nuestra educación era una actitud de vida en la que uno siempre tiene sed de conocimiento. Pero vos no podés programar cuándo tenés sed. Cuando te da, te tomás algo. Cuando teníamos esa sed de conocimiento, entonces tomábamos lo que más nos gustaba, y así en nuestra casa siempre fluía el saber”, explica Hazel Ochoa. Eso que hacían sin conocer ejemplos o antecedentes cercanos, pero que sin duda les funcionaba, lo llamaron “educación sin escuela”. Aprendían mucho y de todo sin un aula, sin horarios, sin uniformes, sin tareas, sin calificaciones, sin exámenes, sin regaños, sin matoneo... sin planas.
Pero ¿es legal?
Con los vertiginosos cambios de las últimas décadas en el país y en el mundo, cada vez más hogares colombianos de diferentes procedencias han llegado, por fórmulas y procesos diferentes, a la misma conclusión que los Ochoa. El término que más se ha difundido entre estas familias para dar nombre a esa alternativa educativa es el de “educación en casa”, adaptado del extranjerismo homeschooling.
En la ley colombiana, el concepto que más se acerca es el de “educación informal”, contemplado en el artículo 44 de la Ley 115 de 1994, que lo define como “todo conocimiento libre y espontáneamente adquirido proveniente de personas, entidades, medios masivos de comunicación, medios impresos, tradiciones, costumbres, comportamientos sociales y otros no estructurados”. En otras palabras, toda educación fuera de la escuela. Pero en ningún lado la ley colombiana menciona directa y puntualmente los términos “educación en casa” o “educación sin escuela”, ni para regularlos, ni para prohibirlos. Así las cosas, educarse o educar a los hijos por fuera de la institución educativa es algo perfectamente legal en Colombia. O, mejor dicho, no ilegal.
“En realidad, es como si el homeschooling en Colombia estuviera en una situación de alegalidad: como no se menciona expresamente su prohibición, hacerlo no va en contra de la ley”, explica Ana Paulina Maya, líder de En Familia, organización que difunde la práctica del homeschooling en Colombia. Ella, por ejemplo, ha educado a sus tres hijos en casa. Se interesó en el tema cuando vio un capítulo del programa televisivo Extreme Makeover en el que remodelaron la casa de una familia adaptando un espacio para que los hijos estudiaran cómodamente, porque no iban a la escuela.
"El sistema educativo parte de buenas intenciones, de eso no hay dudas, pero casi siempre se queda en eso: en intenciones”.
El tema le causó curiosidad, comenzó a averiguar en internet y se encontró con un enorme campo de argumentos y razones que la convencieron de que, seguramente, si ella se instruía en algunos temas podría educar a sus hijos mejor que en una escuela, sin exponerlos a presiones innecesarias y, además, disfrutando mucho más tiempo juntos, que era en gran parte lo que quería.
“La escuela tiene ventajas, por supuesto. Por ejemplo, se encarga de los hijos cuando las personas están trabajando, o hay estudiantes que encuentran en un profesor a una persona inspiradora… Pero el sistema educativo también tiene falencias, y son muchas. El sistema educativo parte de buenas intenciones, de eso no hay dudas, pero casi siempre se queda en eso: en intenciones”, dice Ana Paulina.
Educación y covid-19
Para encontrar un respaldo que apoye esa opinión, basta con mirar algunas cifras. Según el Laboratorio en Economía de la Educación de la Universidad Javeriana, más de la mitad de los estudiantes de colegios públicos, en el 96 % de los municipios del país, carecen de herramientas como internet o computadores; solo en 2018 se reportaron 2.981 casos de bullying grave, uno de los más altos del mundo según la ONG Bullying Sin Fronteras, a pesar del casi seguro subregistro. Para 2019, de cada 100 niños que ingresan a primaria, sólo 44 la terminan, de acuerdo con la fundación United Way Colombia. Además, si se habla de calidad, está el hecho de que Colombia obtuvo la peor calificación en las pruebas PISA de 2019 entre todos los países que hacen parte de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, OCDE.
La crisis actual por la pandemia de la covid-19 ha puesto de manifiesto todos esos problemas y, de paso, ha sumado algunos más, como la poca innovación, el nulo uso de herramientas virtuales para educar en las instituciones públicas, la escasez de recursos y metodologías pedagógicas adaptadas al presente, las constantes insatisfacciones de los profesores con sus condiciones laborales o la imposibilidad de hacer seguimiento o calificar los procesos de los estudiantes.
"La Confederación de Padres de Familia encontró, en una encuesta reciente a 30.000 hogares, que el 87 % prefiere retirar a sus hijos del actual año escolar por desacuerdos con las medidas de alternancia”.
Durante los cuatro meses de la pandemia el gobierno nacional no ha entregado soluciones reales a ninguno de estos problemas, y ha propuesto reactivar las clases a partir de agosto. Frente a este anuncio, la Asociación de Colegios Privados ha dicho que definitivamente suspenderán las clases presenciales el resto del año, después de hacer una consulta interna en la que el 89 % de las instituciones vinculadas rechazó la propuesta del gobierno. En el sector de los colegios públicos la tensión domina el clima de opinión: la Federación Nacional de Directivas Docentes ha declarado que no es viable un regreso a clases por el riesgo de contagios, ya que no hay condiciones en las instalaciones para garantizar la salud de estudiantes, profesores y trabajadores.
En medio de esa disputa, en las asociaciones de padres de familia y estudiantes, que son quienes finalmente están en el medio de la discusión, ha nacido una tendencia: retirar a sus hijos de la escuela. La Confederación de Padres de Familia encontró, en una encuesta reciente a 30.000 hogares, que el 87 % prefieren retirar a sus hijos del actual año escolar por desacuerdos con las medidas de alternancia, los métodos y recursos de los colegios para enseñar, presencial o virtualmente, y la imposibilidad de seguir pagando pensiones. La pregunta que muchos se hacen, entonces, es ¿cómo hacer para educar a los hijos en estas circunstancias? Ahí es donde el homeschooling se les ha aparecido a muchos como una respuesta tentativa.
Aunque en Colombia no hay cifras oficiales sobre cuántas personas son educadas de manera informal o sin escolarización, un rastreo en redes sociales muestra que grupos como Homeschooling Colombia, Homeschool Colombia o Soy Homeschooler suman más de 10.000 miembros. Todos con intenciones, visiones, necesidades, circunstancias y perspectivas diferentes que comparten en una constante conversación. En lo que todos están de acuerdo es en que la escuela está lejos de ser la única forma de educar, ni la mejor. Con o sin pandemia.
Detractores y entusiastas
Por supuesto, no son pocas las voces que disienten de esa idea. En el panorama colombiano, uno de los principales críticos de la educación en casa es el economista e investigador en temas pedagógicos Julián de Zubiría, fundador del Instituto Alberto Merani en Bogotá. En una reciente columna de opinión en la revista Semana, a propósito del creciente interés por esta práctica en Colombia y el mundo a partir de la pandemia, expresó diferentes puntos al respecto, uno de los cuales es la escasa preparación de los padres para formar y educar a los hijos. “La formación es una tarea en extremo compleja que demanda competencias, de las cuales carece una buena parte de los padres”, dice De Zubiría.
Muchos grupos, hogares, familias y promotores del homeschooling están de acuerdo con esa premisa. Es por eso que la primera recomendación que hacen es la indispensable e incondicional entrega de los padres, y la formación en estrategias pedagógicas y conocimientos. “Con mi esposo estamos todo el tiempo instruyéndonos sobre métodos, porque la educación en casa es una gran responsabilidad. Sin ese compromiso de los padres, supervisando, escarbando en libros, en cursos, en recursos, herramientas, en métodos, no podría hacerse bien”, dice Gladys Plata.
"Por lo general, los hogares que se dedican a la educación por fuera de la escuela tienen la oportunidad de compartir mucho tiempo con sus hijos o en familia”.
Con su esposo, César Pérez, Gladys ha recorrido un largo circuito de estudios en sus profesiones. Ella es neuropsicóloga; él, ingeniero. Justamente por toda su experiencia académica han estado convencidos desde el principio de que la escuela no era lo que querían para sus hijos.
Ambos han hecho todo tipo de cursos sobre pedagogía y han estudiado una larga lista de métodos y autores que mencionan de memoria, como Dan Coyle, Ken Robinson, Thomas Armstrong, Howard Gardner y, para mayor paradoja, el colombiano Miguel de Zubiría, hermano de Julián y cofundador del Instituto Alberto Merani, de quien se declaran admiradores. De hecho, uno de los primeros pasos que dieron antes de educar a sus hijos en casa fue matricularse en el diplomado sobre pedagogía conceptual, talento y creatividad que dicta el profesor Miguel de Zubiría. Con ese respaldo académico y bibliográfico, la educación en casa ha sido su bandera desde hace once años.
Sus hijos, Miguel Ángel de 13 años y Luz Angélica, de 10, son, como se dice, voladores sin palo. La niña es una experta cocinera, que ya contempla ese campo como una opción de vida. Durante la cuarentena ha aprovechado aún más su tiempo para especializarse en repostería. Le gusta aprender organizando sus propios horarios, y con la ayuda de sus padres programa sus actividades. Miguel Ángel, por su parte, aprende de una manera más libre, lo cual lo ha llevado a convertirse en cinturón negro de Kung Fu, tocar varios instrumentos destacándose en la guitarra y la batería, y practicar la escultura y el dibujo. Sin embargo, a lo que más dedica su tiempo es a desarmar y reparar aparatos, estructuras, objetos carcomidos por el óxido, el polvo, la humedad o la obsolescencia.
“Si un día amanezco con curiosidad sobre algo, yo mismo investigo sobre eso y si necesito algún tipo de ayuda mis papás están ahí para respaldarme”, dice Miguel Ángel. Por ejemplo, últimamente está interesado en temas de física, porque ha comenzado a practicar tiro al blanco y quiere conocer las leyes del movimiento, la potencia, la velocidad y toda la ciencia que implica ese deporte. Gladys y César, entonces, han acudido a una plataforma virtual en la materia que, en su versión gratuita, desarrolla matemáticas desde ley de conjuntos hasta trigonometría.
Miguel Ángel y Luz Angélica asisten con sus padres o por separado a actividades deportivas y artísticas, y sagradamente, todos los días, comparten un espacio de lectura en familia antes del almuerzo o la cena, donde cada uno lee lo que quiere y todos comparten ideas. Ese es otro punto en el que coinciden, por lo general, los hogares que se dedican a la educación por fuera de la escuela tienen la oportunidad de compartir mucho tiempo con sus hijos o en familia.
Educación sin escuela no quiere decir educación gratuita
Precisamente, por querer pasar más tiempo con sus hijos, en casa de Ginna Martínez y Juan Gabriel Castro se convencieron de que lo mejor era recurrir al homeschooling. Ambos la pasaron mal en el colegio y terminaron el bachillerato en instituciones de validación. Cuando se convirtieron en padres, llegó la inquietud de qué hacer con la educación de sus hijos. Los colegios públicos no eran una opción, y sentían que las instituciones privadas, por más métodos diversos que ofrecieran, siempre conducían a una educación tradicional, que obedecía a intereses del mercado y dejaba la vocación pedagógica en un segundo plano. Además estaba el asunto de los costos.
Ginna ya había escuchado sobre el homeschooling por una familia cercana a la suya en la que cinco hijos fueron educados en casa. “Yo creía que era una cosa medio hippie, porque pensaba como todo el mundo que la única forma de educación era la tradicional en un colegio, y los que no lo hacían estaban por allá apartados en una montaña”, dice. Sin embargo, ella y su esposo investigaron y se encontraron con un mundo extenso del que nadie les había hablado, y que contemplaba una opción que se parecía mucho a lo que querían: que la creatividad de sus hijos no estuviera limitada por un sistema unificador, y fuera fomentada en todo momento desde el hogar. Al mismo tiempo, podrían aprovechar algunos recursos del sistema, como las bibliotecas públicas o las plataformas de enseñanza.
"Los niños saben lo mismo que otros de su edad que van a la escuela, pero sin duda tienen mucho más tiempo libre, y lo aprovechan en actividades que les gustan”.
Bajo esa premisa, tomando ideas de métodos como el Montessori o el Reggio Emilia, en los que Ginna se instruyó, se mudaron de Bogotá a Subachoque y allá han educado a sus cuatro hijos. Pasan la mayor parte del día en familia, ya sea en casa o en algún parque. Toman algunas clases con tutores particulares, van juntos a la biblioteca pública con la mamá, o acompañan a Juan Gabriel, que es zootecnista, en una de sus jornadas en el campo. Los niños saben lo mismo que otros de su edad que van a la escuela, pero sin duda tienen mucho más tiempo libre, y lo aprovechan en actividades que les gustan.
Además, está el tema del dinero que se ahorran en matrículas y mensualidades. En Bogotá los colegios privados no bajan de 900.000 o 1.200.000 pesos, y pueden alcanzar los 3.700.000 pesos o más, sin contar que algunos exigen bonos de entrada que pueden costar 15 o 20 millones de pesos, y someten a padres y niños a procesos burocráticos desgastantes para la admisión. En caso de tener esa capacidad económica, las familias dedicadas a la educación en casa invierten ese dinero en fomentar los talentos o los intereses de sus hijos.
Las plataformas para aprender temas específicos, como idiomas o matemáticas, ofrecen lecciones avanzadas en versiones gratuitas y, de querer profundizar con algunos métodos o herramientas, su costo en promedio es de 250.000 a 300.000 pesos anuales. En el caso de las clases con tutores, los precios varían. Por ejemplo, en casa de los Pérez Plata la inversión promedio mensual por los cursos y plataformas de sus dos hijos es de 1.700.000 pesos. En el caso de la familia Castro Martínez, la inversión es, en promedio, de 400.000 pesos por sus tres hijos mayores. En cualquier caso, nunca superan los costos de la mayoría de colegios particulares más prestigiosos de la capital colombiana.
"Si bien algunos acuden a la educación en casa huyendo del sistema educativo tradicional, otros llegan a este después de ser descartados por el sistema”.
Por ejemplo, Juan Martín, el hijo mayor de Ginna y Juan Gabriel, tiene diez años y se dedica al violín y la equitación, que ha aprendido con profesores particulares. En este momento estudia astrobiología en un curso virtual de la Universidad de Los Andes, que cuesta 230.000 pesos mensuales. Lo demás lo aprende de sus padres, de sus abuelos, de sus tíos o por sí mismo. “Me gusta mucho aprender sobre arañas y resolver problemas matemáticos... todos los días leo para mis hermanas, y me gusta mucho leer la enciclopedia…También me gusta dormir con ellas y con mis papás… algunos adultos me dicen ‘¡qué extraño!’, pero mis amiguitos dicen que les gustaría algo así porque siempre tienen muchas tareas, o tienen que madrugar mucho, o no los dejan jugar tanto, o no pasan tiempo con sus papás y sus hermanos”, dice el niño.
Si bien algunos acuden a la educación en casa huyendo del sistema educativo tradicional, otros llegan a este después de ser descartados por el sistema. Es lo que pasó en casa de Melissa Uribe y Álvaro Giraldo. A ambos les entusiasmaba la idea del colegio, pero perdieron el impulso cuando ingresaron a su primer hijo al jardín: Santiago tenía solo cuatro años y la institución le puso una matrícula condicional porque lo consideraron hiperactivo y con problemas para prestar atención. “Nos pareció horrible”, recuerda la madre. Se negaron a seguir ese juego y decidieron educar a Santiago en casa. Así han pasado diez años, haciendo el homeschooling a su manera y, consideran, es lo mejor que les ha podido pasar, a Santiago y a sus hermanos menores.
Los Giraldo Uribe tienen un fuerte interés por los conocimientos académicos. Simplemente, no encajan con las dinámicas y conceptos de las escuelas gracias a episodios como el desafortunado paso de Santiago por el jardín. Por eso tienen un método más estructurado, en el que sus hijos emplean una plataforma virtual llamada Academia Homeschool para aprender determinadas lecciones y materias por ciclos, que complementan profundizando en los intereses de cada uno.
Así, por un lado validan cada año sus conocimientos en una especie de homologación con los grados escolares del sistema educativo a través de certificaciones o exámenes que en Colombia son legales y regulados, y por el otro se dedican a los conocimientos que rara vez obtendrían en un colegio y que implican una buena cantidad de tiempo.
Hoy, Santiago tiene 14 años y su rutina está lejos de parecerse a lo que comúnmente se pensaría son las capacidades de un niño con déficit de atención. Todos los días se levanta a eso de las ocho de la mañana, desayuna en familia y sagradamente se dedica cuatro horas (ya sea en la mañana o en la tarde) a avanzar en las lecciones de la plataforma, en la que ve cinco materias: español, inglés, matemáticas, sociales y ciencias naturales. En cada una debe realizar una exposición, un taller y un examen para aprobar ciclos de dos meses.
"Por más que se le dificulte un tema, nunca se demora más de dos semanas en aprenderlo y, dice, nunca se ha sentido presionado o estresado”.
Lo aprendido lo explica en videos a modo de exposición en un canal de YouTube que él mismo edita y algunas de sus publicaciones alcanzan miles de vistas, como una sobre la rima asonante y la consonante que tiene más de 11.700 reproducciones. Las horas que se ahorra por no ir a un colegio las aprovecha en lo que realmente es su prioridad: el fútbol. Cinco veces a la semana entrena cuatro horas diarias en una academia para ser arquero. Aun así, todavía le queda tiempo y se entrena en la segunda cosa que más le gusta: el piano.
Como todos los homeschoolers que entrevistamos para esta nota, Santiago coincide en que le gusta todo lo que hace y aprende, que no tiene inconformidad alguna, a diferencia de la mayoría de personas que pasan por el colegio, que siempre tienen alguna inconformidad con el sistema. “Yo no siento que algo no me guste. Todo lo que hago o aprendo me gusta. Si me parece difícil, me gusta más porque es como un reto”, dice el chico.
Más allá de eso, la familia encontró también en el homeschooling una oportunidad para fomentar un aspecto que es fundamental para ellos: la religión. Los Giraldo Uribe son cristianos y saben que, a menos de que sus hijos ingresaran a un colegio cristiano, sería difícil que una institución los educara en los valores y principios de su fe, sin los cuales, para ellos la vida carece en gran medida de sentido. Tal vez pasaría todo lo contrario si se tiene en cuenta que las creencias religiosas son, junto al aspecto físico, la condición económica y la identidad de género los motivos más frecuentes por los que se hace bullying en el país.
Otro punto en el que coinciden los hogares es en el desarrollo de la autonomía de los niños: en general son ellos quienes toman la iniciativa sobre lo que hacen y aprenden.
Aunque en el homeschooling no es completamente compartida la idea de la enseñanza religiosa, lo cierto es que todos sus practicantes sí coinciden unánimemente en que es fundamental respetar las decisiones y recursos de cada hogar para garantizar el derecho a la educación de sus hijos. Por supuesto, se pueden encontrar muchas diferencias entre uno y otro enfoque o perspectiva, pero más que generar rupturas, sirven como excusa para enriquecer la idea de que la educación sin escuela es una opción viable e incluyente.
Otro punto en el que coinciden los hogares es en el desarrollo de la autonomía de los niños: en general son ellos quienes toman la iniciativa sobre lo que hacen y aprenden. También coinciden todos los padres en decir que rara vez tienen que empujar a sus hijos para hacer algo —como despertarse a una hora, ordenar el cuarto y arreglarse, ayudar con las labores de la casa, ser amigable con otras personas— o lidiar con ellos en temas de aprendizaje, comportamiento o acatamiento de instrucciones.
Como contraste a todas esas cualidades, el cuestionamiento más frecuente a la educación sin escuela es sobre las habilidades para socializar de los niños. La pregunta es automática: si los niños crecen aprendiendo solo en el contexto del hogar, ¿no tienen dificultades para desenvolverse con el resto de la gente y del mundo? “Para que las nuevas generaciones aprendan a comunicarse de manera fluida y coherente, la escuela tiene significativas ventajas frente al hogar ya que la población es más diversa (…) El colegio supera con creces a la casa para enseñar a hablar y discutir a un grupo de jóvenes. Muy especialmente por la riqueza y versatilidad que ofrecen los descansos, los debates y las prácticas colectivas en deporte, arte y cultura”, escribe Julián de Zubiría. Ante esas palabras, los educados en casa aquí consultados no pueden creer que haya algo menos cierto.
“Mis amigos del alma, con los que todavía comparto mucho, los conocí en la adolescencia y, de hecho, por no ir a la escuela tenía mucho más tiempo para compartir con ellos y con mis hermanos… la escuela, por el contrario, es un lugar donde se reproduce la violencia social: niños maltratados que van a maltratar a otros niños”, dice Nethie Ochoa, que actualmente también educa a sus dos hijos en casa. Ella misma en un momento quiso entrar a la escuela cuando tenía ocho o nueve años. Sus padres la apoyaron y la llevaron a una escuela pública que su rectora le mostró en un breve recorrido. No se imaginaba lo que encontró: “yo no entendía por qué estaban como enjaulados y tampoco entendía esa cantidad de bulla… el ruido me parecía increíble, horrible… los niños gritando, los profesores gritando para poder explicar”, recuerda.
Hazel, su hermano, manifiesta que nunca tuvo problemas de aprendizaje y mucho menos de socialización cuando a los 19 años entró a estudiar Estadística a la Universidad Nacional en Bogotá. Pasó en el puesto 224 entre 76.000 aspirantes. De hecho, los grandes obstáculos que se encontró y por los que no pudo terminar la carrera eran propios del sistema: la falta de garantías y recursos para poder dedicarse solo a estudiar. Es decir, el pan de cada día de todos los estudiantes de universidades públicas. Hace dos años es marinero en embarcaciones colombianas y panameñas donde, desde luego, tiene contacto permanente con personas de todo tipo y de todo el mundo. Nunca ha tenido problemas de socialización o comunicación con nadie.
Santiago Giraldo, por su lado, tiene claro que tiene grandes amigos porque los unen las mismas pasiones: el fútbol y la música. Si cabe alguna duda sobre sus capacidades para socializar después de una década de educación en casa, el mismo Santiago dice enfático: “yo soy un niño muy social”. Por la forma en que lo dice, y después de dos horas de conversación fluida y sostenida a la altura de cualquier tertulia, es difícil no creerle.
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