Los que hoy somos adultos juzgamos con extrema dureza los gustos y expresiones de los jóvenes.
arios de los que estamos por encima de los 50 años de edad vivimos del cuento de la rebeldía de los jóvenes de los años sesenta y setenta. La tenemos a flor de piel. Es decir, en nuestras pintas. Rechazamos las corbatas, nos encantan los bluyines. Formamos parte de una generación muy pagada de sí misma que todo el tiempo se jacta con aires de superioridad moral: “¡Nosotros, los jóvenes de los sesenta y de los setenta, cambiamos el mundo!”.
Somos muy liberales para hablar del amor, de política... hasta que empezamos a juzgar a los jóvenes de ahora. Ahí se nos acaba la tolerancia y comenzamos a portarnos como lo hacían nuestros padres hace 40, 50, 60 años. ¿O no recuerdan lo que rezongaban cuando poníamos discos de Elvis, los Beatles, los Rolling Stones? “¡Apaguen ese ruidajo tan horrible! ¡Eso no es música!”. Sí, más o menos lo mismo que los cincuentones, sesentones y setentones de hoy decimos de los gustos musicales de la juventud actual.
De entrada digo que el reguetón me fastidia. Pero cuando quienes lo atacan lo hacen a nombre de la “música rebelde que cambió al mundo en los sesenta”, no dejo de sonreír al evocar canciones tan contestatarias y de la profundidad intelectual de “Boquita de chicle” o “Los zapatos pompón” de Óscar Golden. O los “Ámame”, “Ella te ama, sí, sí, sí” o “Quiero tomar tu mano” de los tiempos de la beatlemanía.
Y ya entrados en gastos, quisiera recordar algunas de las tantas cosas tan inteligentes y trascendentales que hacíamos nosotros los jóvenes rebeldes de los sesenta y los setenta: descubrimos los libros gracias a Juan Salvador Gaviota. Veíamos películas como Love Story. Coleccionábamos estampitas de Amor Es. Crecimos con las cancioncillas y las muletillas del Topo Gigio. Leíamos de manera voraz los cómics de Archie. Y ni para qué seguir con el listado, que es bien largo.
En la distancia es muy tentador idealizar a los jóvenes de los sesenta y hacer de todos ellos sinónimo de mayo del 68, Woodstock y el Sargento Pimienta. Fueron años maravillosos, y muchos jóvenes hicieron cosas notables con las que plenamente me identifico, y que jamás se volvieron a ver. Eso no se discute. Pero no olvidemos, por favor, que la gran parte de ellos fueron frívolos, anodinos y muy conformistas. Fueron las mayorías silenciosas de las que hablaba Richard Nixon cuando en las elecciones presidenciales de 1968 barrió en las urnas con los que se oponían a la guerra de Vietnam.
En estos tiempos, al igual que en los sesenta, predominan las mayorías silenciosas y conformistas. Pero también muchos jóvenes son rebeldes, profundos y contestatarios. Otra cosa es que no siempre los entendamos y en muchas ocasiones nos moleste su manera de expresarlo.
La gran mayoría de nosotros, los de los pisos cinco, seis y siete, no nos hemos tomado la molestia de intentar entenderlos. Dedicamos muchísimo tiempo a menospreciarlos y muy poco a conocerlos. Los prejuzgamos de la misma manera en que nuestros padres y abuelos nos acusaban de homosexuales y degenerados por el solo hecho de tener el pelo largo.
Ni siquiera vemos de dónde vienen. ¿Acaso no son nuestros hijos? ¿Acaso no se criaron en ese mundo que nosotros dizque cambiamos? ¿No será que ese mundo al borde de un colapso ambiental que les heredaremos ellos lo consideran un lugar horrible plagado de guerras y odios, y por eso prefieren vivir la vida a su manera?
Termino con un par de versos de Bob Dylan, el gran gurú de los jóvenes de hace medio siglo, en la canción “The Times They Are A Changing”, de 1964: “Come mothers and fathers throughout the land/ and don’t criticize what you can’t understand”, (“Vengan padres y madres de todo el país/ y no critiquen lo que no pueden entender”). (Continuará).
*Periodista y escritor. Miembro del consejo editorial de Bienestar Colsanitas.
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