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Bienestar Colsanitas

Una historia personal del bullying

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A pesar de todas las buenas intenciones, nadie sabe bien cómo manejar el bullying, o matoneo. Y mientras tanto, el problema se expande en los colegios públicos y privados.

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e asombra las dimensiones desmedidas que ha tomado la violencia escolar entre nosotros. En un colegio de Bogotá, hace un par de años, un niño de once años terminó en urgencias cuando un grupo de compañeros decidió embutirlo en una caneca de la basura en la cual no cabía. Panfletos con amenazas repartidos en colegios de Kennedy han asegurado que enderezarán “a los que están torcidos apunta de plomo y cuchillo”. Estas formas de abuso son relativamente recientes en el medio colombiano y comienzan a asemejarse a las que conozco muy bien desde hace tres décadas.

Porque en mi infancia, vergonzoso es reconocerlo, fui víctima del bullying en los colegios públicos estadounidenses donde cursé la primaria: mi padre había emigrado para terminar sus estudiosde medicina. En medio de las montañas de Kentucky en la década del setenta, hubiera bastado mucho menos que ser latinoamericano y tener costumbres distintas a las de esos montañeses para caer en redes de abuso.

Ciertamente, el abuso hoy va más allá de la montada del profesor de educación física y las burlas ante el sombrero de borrico. ¿Qué ha cambiado en nuestro medio para que aparezca este fenómeno y qué circunstancias nuevas lo acompañan? En este escrito quiero presentar una serie de perspectivas que oscilan entre la experiencia personal del abusado y la del educador, apoyada por pautas investigativas que he recogido a lo largo de 22 años en las aulas.

El bullying o matoneo, en mi percepción, es un abuso continuado por un período de tiempo entre sujetos confinados en un mismo ambiente, en el que un individuo es atormentado por otro u otros que lo toman como una especie de proyecto; es un abuso íntimo y hecho a la medida contra uno.

No aspiro a haber definido el fenómeno de una vez y para siempre; me interesa más hacer una aproximación que se adecúe a lo que está pasando en nuestro medio, que emitir una definición universal. Comencemos con el asunto del tiempo. En primer lugar, un abuso ocasional o de una sola vez, aunque forme parte de un esquema de violencia escolar, no cuenta como bullying. Se requiere un abuso prolongado durante un tiempo. Dan Olweus, investigador sueco y quizá la máxima autoridad en el tema del matoneo, en su libro Bullying at School pone el énfasis en este punto.

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Estas precisiones son importantes: no toda forma de violencia escolar sepuede caracterizar como bullying. Por ejemplo, el enfrentamiento entre pandillas o grupos, como los que pueda haber entre seguidores de distintos equipos de fútbol, aunque sea uno de los fenómenos más preocupantes de nuestros colegios, no es bullying. Cuando dos de igual fuerza —bien sean individuos o grupos— se enfrentan, podemos hablar de violencia pero no de bullying. Si bien antes se consideraba que era esencial un abuso entre pares —de la misma edad, rango o fuerza física—, lo que ha venido a descubrirse es que el fenómeno no tiene que darse entre iguales. De hecho, debe haber una desigualdad de poder entre la víctima y el victimario. Los casos de abuso en el sistema escolar japonés lo ponen de manifiesto dramáticamente. Ken Shoolland, quien estudió el sistema educativo nipón en un libro llamado El fantasma del Shogún; el lado oscuro del sistema educativo japonés, pone en evidencia que en ese medio unos de los principales matones son los maestros. He acá algunas de las sentencias con las cuales incluso han llevado a sus alumnos al suicidio: “Le aconsejo que saque un seguro de vida porque un imbécil como usted mejor está muerto”. Algunas de las sugerencias, claro, son de carácter sexual: “Es mejor que tengas sexo porque a tu música le falta fuerza. Si quieres te doy una manito…”.

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El punto que señalamos según el cual en este tipo de matoneo uno o varios se dedican contra uno es un elemento clave, también reconocido por la mayoría de los investigadores, como Olweus: “El matoneo puede ser llevado a cabo por un solo individuo o por un grupo. El objeto del abuso ha de ser un solo individuo, la víctima. En el contexto del matoneo escolar, el target por lo general ha sido un solo estudiante”.

El bullying también está ligado con el confinamiento en un ambiente. Cuando digo ambiente puede tratarse naturalmente de un espacio físico, como un colegio o un lugar de trabajo, pero no tiene que serlo. A menudo el ambiente consiste en una serie de reglas tácitas de las cuales escapar es visto como una deslealtad. Un estudio de 2012 sobre el bullying realizado entrejugadores de fútbol americano señaló justamente este aspecto al destacar que el matoneo era permitido en los equipos siempre y cuando los miembros del grupo percibieran que el abuso se adecuaba a las reglas implícitas que los demás suponían eran aceptadas por el jugador dominante del grupo. Un grupo propenso a intentar agradar a su líder sería uno susceptible a dejarse guiar por estas reglas no escritas.

Hay en este particular un punto muy interesante que parece confirmado por los desarrollos de la psicología experimental desde la década del sesenta, como la investigación de Stanley Milgram en la que se ponía a prueba hasta qué punto un ser humano estaba dispuesto a infligir padecimiento a otros mediante descargas eléctricas. Estos experimentos, llamados popularmente de “obediencia pasiva”, mostraron algo asombroso: los seres humanos estaban mucho más dispuestos a propiciarle experiencias dolorosas a otros si estaban en un ambiente en el cual suponían que esas eran las reglas y si con ello creían estar agradando al experimentador. Estas personas no eran criminales sino gente del común, pero dado el ambiente exhibían lo que algunos psicólogos llaman “un módulo de conducta” distinto al habitual.

La definición que hemos dado pone el énfasis en un asunto que considero acompaña a los casos más dramáticos de bullying, si no a todos: el carácter íntimo del matoneo. El bullying implica llegar hasta un aspecto propio de la víctima, mortificarlo con un rasgo suyo. En mi caso, se me acusaba de mexicano grasiento por llevar el pelo mojado en las mañanas, sin importar que el lustro fuera producto de las ablusivas costumbres de mi madre y del champú, y no de una brillantina adquirida más allá del Río Grande. Al matón le molestan lo que a las parejas en conflicto: la risa, la desfachatez del otro, su falta de contención, en general, su relación con el mundo; a veces aspectos de lo que el mismo matón era, es o carece.

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Por ello en el bullying hay un sutil carácter de abuso sexual que no debe ser obviado. El mismo origen de la palabra bullying lo sugiere. Cuando se mira su primera aparición en la lengua inglesa, se descubre que en el siglo XVI la palabra bully significaba curiosamente “novia”. Cien años después, como suele suceder con tantos términos, su significado se había invertido casi totalmente para significar “acosador” o “atormentador”. Siempre me ha parecido al menos una curiosidad que en Colombia los matones a sueldo, emulando sin saber la inversión de significado mencionada, para indicar que asediaron a su víctima dicen que se “enamoraron” de ella.

Esto apunta a uno de los rasgos del matoneo y que se resalta en el medio colombiano; no sólo está marcado por dinámicas escolares sino que tiene un fuerte ascendente en prácticas de todo el conjunto social, incluyendo la familia. Creo que quien mejor lo expresó fue Orlando Urroz, subdirector del Hospital Nacional de Niños en Costa Rica y uno de los mayores expertos mundiales en bullying: “El bullying no surge por generación espontánea, es un proceso de aprendizaje, de repetir los modelos de los padres”.

La Sociedad Americana de Psicología ha enfatizado también este punto, guiada por estudios que muestran que los niños que matonean a menudo reproducen patrones relacionales que sus padres establecen con sus compañeros de trabajo, sus socios comerciales y con los mismos miembros de su familia, incluyendo a sus hijos. ¿Cuáles son esos modelos que vienen del hogar? En una sociedad de profundas transformaciones sociales como la nuestra, suele ser el vértigo intoxicador del ascenso social que copian de sus padres y que emulan en la escuela. El filósofo Alain de Botton lo llama la ansiedad de estatus: la incapacidad de distinguir entre la riqueza y el valor. Es justamente esto lo que está en la base del bullying. Nosotros le cruzamos a los demás nuestro auto en la vía en señal del estatus recién adquirido. El niño lucha con sus nuevas adquisiciones que son el lenguaje y la incipiente fuerza de sus músculos; el niño matonea. Y si esto le produce algún beneficio, no lo dejará ir. Detrás del matoneo se asoma el óxido de nuestros propios sueños emergentes y excluyentes.

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¿Cuál es ese lenguaje del niño? Uno que no por casualidad llegó a Colombia al mismo tiempo que el bullying: ese que diferencia a las personas en winners y losers, ganadores y perdedores: palabras ahora comunes en la escuela y que trazan una ecuación entre el valor y el lugar que ocupa alguien en la jerarquía humana. La evidencia que presentan varios estudios, entre ellos los del mismo Olweus, es que en las sociedades con clases pronunciadas el matoneo está vinculado con el status social. Eso noquiere decir que no se matonee a los de mayor rango social; los niños, aunque calquen sus ideas de su vida familiar, no están atados a la misma jerarquía que sus padres, en ellos aún todo es posibilidad. Por eso los niños de los colegios de alta vulnerabilidad también matonean, y lo hacen emulando lo modelos dados por sus padres.

Durante años participé en el programa distrital “Qué le debo a los libros”, un proyecto en el que autores de diversos géneros hablábamos a los niños de colegios ubicados en zonas de alta vulnerabilidad de Bogotá sobre libros y lecturas. Recuerdo especialmente una intervención en un colegio de Ciudad Bolívar en la cual hablé de la importancia de los relatos de viajes y aventuras. Al final de la charla se me acercaron dos niños entusiastas, de unos doce años, y me dijeron una frase que aún me resuena en la cabeza: “Profe, lo que usted dice sobre la lectura no es cierto. Nosotros hemos demostrado que es mejor saber robar que leer”. Se trataba de una“demostración”, más de lo que yo podía haber hecho a favor de la importancia de la lectura. ¿Cómo no pedir la “prueba”? La “ñoña” de su curso, me expusieron con paciencia, era una chica que al parecer tenía un especial interés por los libros. Estos dos niños se ufanaban de haberle robado todos los días el dinero de su almuerzo, que se gastaban en dulces.“¿Si ve profe? Leer no sirve para nada”. No se me ocurrió una refutación de esa “prueba” entonces, y no se me ocurre aún. Probablemente en el ambiente en el que esos chicos viven hoy —y espero de verdad que no sea así— sea más importante la capacidad para la treta y la argucia que la comprensión.

Pero no se crea que es un problema sólo de los colegios con alta vulnerabilidad. En un reconocido colegio de estrato alto en Bogotá hace poco se hizo patente un grave caso. Un chico de 8 años había sido matoneado por provenir de una escuela pública y por no llevar ropa de marca. La gota que rebosó la copa para su madre vino cuando sus compañeros decidieron jugar fútbol con él, un bello gesto si no fuera porque el chico hacía las veces de balón y a las patadas lo introdujeron en uno de los arcos. La directora de primaria del colegio manifestó que los problemas se debían a que el matoneado tenía trabas para relacionarse con el estrato seis. Y tenía razón, pero seguramente esa inhabilidad era más bien una virtud porque si bien provenía de un colegio público, era uno en Suiza y si no sabía negociar con la clase alta era porque no conocía bien tal cosa en su país, donde raramente alguien es estigmatizado por la falta de indumentaria lujosa.

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La definición que hemos dado pone el énfasis en un asunto que considero acompaña a los casos más dramáticos de bullying. El bullying implica llegar hasta un aspecto propio de la víctima, mortificarlo con un rasgo suyo”.

 

Según un estudio de Stop Bullying Colombia, en el que se realizaron 1.500 encuestas y entrevistas a estudiantes de colegios públicos y privados, solo en el 2013 se registraron 571 casos de matoneo. El problema comienza a volverse epidémico. Las recomendaciones paternas de ignorar el matoneo o de hablar claro ante el matón tienen el mismo efecto que hablarle claro a la fiebre: aunque pueda disminuir la angustia, ciertamente no hará que desaparezca el mal. De la misma manera, los dinámicas colectivas que implementan los profesores de abrazarse y perdonarse públicamente, aunque se den con esmero y sinceridad, poco hacen contra el bullying. Los niños, como nosotros los adultos, son modulares; actuamos de una forma en un ambiente y de otra forma en otro. Así, puede que pidan disculpas y sientan con auténtico dolor haber lastimado; al chico suizo lo inundaron de cartas de amor luego de que se fuera del colegio. Pero esto en sus mentes no se asocia con evitar el volver a matonear.

No hay una forma mágica de evitar el bullying. Haremos bien en seguir recomendaciones sencillas y no hacer uso de las ideas que lo generan, algo que debe provenir del interior de la educación misma. Desestimar el uso de los términos ganador y perdedor es prioritario. Si al niño se le enseña que no hay triunfadores que van en una autopista ascendente y otros que tienen por profesión perder, se habrá dado un paso gigantesco. Es parte de una tarea más grande: la de crear un tejido emocional en el niño que disocie algo que el medio social ha fundido casi indisolublemente: el bajo estatus con falta de valor y el alto estatus con la excelencia. El ejemplo en esa enseñanza es muy valioso: Van Gogh vendió muy poco en vida y pasó sus días en un sanatorio: ¿puede considerársele un perdedor? ¿Cristóbal Colón lo fue cuando murió desprestigiado y en la pobreza? ¿Si Einstein hubiera quedado atrapado en un campo de concentración se lo hubiera merecido? ¿Todo ganador es un buen tipo?

Son ideas que nosotros mismos nos debemos recordar; que no hay “ganadores”, sino que todos vivimos en ámbitos en los cuales a veces triunfamos y, más a menudo, somos derrotados.

 

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Roberto Palacio

Escritor y profesor universitario. Colabora con Soho, Credencial y otras revistas nacionales.