Abogado, escritor, libretista, humorista, abuelo, amante del fútbol y de la poesía, pero sobre todo, periodista. La vocación de escritor está latente en este bogotano desde que era un niño muy inquieto.
Daniel Samper Pizano era un niño de cuatro años cuando escribió su primera noticia. Y desde ese momento, dice, ya tenía un enfoque muy colombiano de periodismo porque el reportaje no era sobre un niño que cumplía años, o que había sacado buenas notas en el colegio: era la noticia, acompañada de un dibujo a lápiz, de un niño perdido: él. “Era una nota colombiana, donde las malas noticias abundan. Desde pequeño tengo una afición por las letras. Y era más bien malo para las matemáticas entonces tenía que ser bueno en algo, y ese algo era el fútbol y la escritura”.
Ha escrito alrededor de 50 libros. Sus consentidos son aquellos en los que ha convertido el humor en un puente para narrar la historia. Locos lindos, Breve historia de este puto mundo, Insólitas parejas... Todos juiciosamente investigados “como si fuera una tesis de grado de la Universidad de Harvard. Yo respondo por todos los datos que están allí”, explica.
Durante casi 25 años escribió en El Tiempo la columna “Postre de notas”, la misma que inspiró una de las series insignia de la televisión colombiana: Dejémonos de vainas. Hoy escribe para Los Danieles, una de las secciones de la revista Cambio, que hace junto a su hijo Daniel Samper Ospina, el periodista Daniel Coronell, la abogada Ana Bejarano y otros colegas y amigos.
Vive entre Madrid y Bogotá, porque como él mismo afirma, los colombianos nunca nos vamos a vivir a un sitio, “nos vamos quedando. Tampoco nos divorciamos, nos estamos divorciando, aunque ya vayamos para el siguiente matrimonio”. Bromea todo el tiempo porque es su forma de responderle a la crudeza de la vida. Ha hecho del humor su compañero inseparable.
Empecemos por su humor: ¿no le ha puesto una que otra zancadilla?
Seguramente algunas, pero me ha ayudado más de lo que me ha perjudicado. Tengo que decir que estudié en un colegio donde el buen humor se celebraba, el Gimnasio Moderno. Si alguien en una clase hacía un buen chiste, aunque involucrara al profesor, lo celebraban todos, incluso el maestro. Es un colegio donde el humor es parte de la educación. Y por eso hay varios exalumnos muy dedicados a él, como fue Klim, Antonio Caballero, mi hijo Daniel Samper Ospina. Ese colegio es enemigo de la solemnidad, amigo de la franqueza y cree en el humor. Y esas son cualidades que para un escritor resultan muy positivas.
He procurado dejarles a mis hijos algo que heredé también de mi papá, que es ser responsable. Que cuando uno diga una cosa, la cumpla. Que sea alguien confiable.
¿Usted siente que actualmente hay un camino un poco contrariado entre el humor y la corrección política?
No me cabe duda de que la corrección política, que es una de las enfermedades que de vez en cuando azotan a las sociedades, es una enemiga del lenguaje, es una enemiga de la vida normal y, por supuesto, es una enemiga del humor. Es una actitud siempre solemne, siempre falsamente respetuosa, mentirosamente respetuosa. Porque la verdad es que muchas de las prohibiciones de la corrección política no son más que cantos a una relación falsa con la gente. Yo soy un enemigo de la corrección política, pero feroz. Es más, en algunas cosas en que no era demasiado militante, me he vuelto militante solo por joder a la corrección política.
Por ejemplo, siempre me han gustado los toros. Y he leído mucho, más que ir a toros, he leído sobre toros. Estuve acompañando a César Rincón cuando triunfó en España. Y ahora veo que cuando se muere un torero las redes sociales estallan de la dicha y aplauden su muerte. La mayoría de las veces, hay cuatro toreros ricos, los demás son unos tipos que se mueren casi de hambre, que tienen muy poco dinero, que les pagan una poca plata por exponer la vida. Y eso les parece genial a muchos, que se muera el torero. Me he vuelto, entonces, mucho más taurino. Solo por contradecir a esos que no respetan la voluntad y los gustos de los demás. El problema no es que no les guste, me parece perfecto que no les guste, el problema es que quieran que nos prohíban lo que a ellos no les gusta.
¿Y cómo ve los cambios en el lenguaje según la corrección política?
En materia de lenguaje doy una pelea constante para que no nos estén vendiendo una falsa gramática que se inventaron cuatro profesores y profesoras en algún sitio, seguramente en una universidad de Estados Unidos, y que están trasladándose a nosotros. Y que se supone que si uno no utiliza ciertas fórmulas, entonces, está faltando a la corrección o está siendo machista. Eso no es así. Se es machista de otra manera y de peores maneras. Conozco muchos machistas que obran según la corrección política. Entonces, soy un enemigo de la corrección política. Lucho contra eso, contra el ahogamiento de la expresión. No caben los chistes. No caben las bromas. No cabe mamar gallo. No cabe nada. Todo tiene que ser de unas formas impecables de lo que a un grupito le gusta. No al resto de la sociedad. Sino a ese grupito. Entonces, me rebelo contra eso.
He tenido que ir a sitios muy peligrosos, he sido amenazado, me ha tocado hacer cosas aburridísimas. Pero todo eso forma parte de un oficio que me encanta.
¿Cómo cree, entonces, que el lenguaje debería adaptarse a los cambios de la sociedad?
Es que el engaño es creer que cambiando el lenguaje cambiamos la sociedad. No. Hay que cambiar la sociedad. Es decir, la sociedad no mejora porque en vez de decir “ellos y ellas” digan “ellas” o “elles”. La sociedad mejora cuando hay igualdad entre hombres y mujeres en el trabajo, en la universidad, cuando se le reconozca el trabajo doméstico a las mujeres. Ahí mejora la sociedad. Y ya veremos cómo se va a llamar. Yo acepto cualquier cambio en el idioma. Si el castellano en un momento dado recibe ciertas palabras, las procesa, como ha pasado siempre, y la gente que habla la lengua las incorpora, me parece magnífico. Esa gente es la dueña del idioma. El que habla el castellano es el dueño del español. No los académicos, tampoco los que lo quieren corregir políticamente desde un salón.
Usted ha sido testigo de muchos cambios, entre esos el de la televisión. Cuénteme qué recurso de la televisión de antes extraña y cuál es el que más valora de la manera en que se cuentan historias hoy.
Yo creo que la televisión de hoy es muchísimo mejor que la televisión de hace unos años. Incluso en comedias, aunque hay unas inmortales como I love Lucy, pero creo que la televisión ha evolucionado muchísimo, es más, ha hecho evolucionar al cine. Digo la televisión para hablar de la narrativa en televisión, de las comedias, de las series. Entonces uno mira, por ejemplo, Dejémonos de vainas y parece viejísima, tiene cosas divertidas, pero hoy en día Dejémonos de vainas no tendría ningún éxito, creo. Es entrañable por los personajes, por las anécdotas, pero el modo en que se contaba la televisión en esa época era un modo muy repetitivo y un poco obvio. Ahora es mucho más complicado, el humor es más cáustico y está más escondido. Por eso me gusta tanto la serie Better Call Saul, porque tiene un humor de una gran crueldad por dentro, pero realmente no es una serie trágica, ocurren cosas trágicas como en la vida, pero es una serie con un gran humor. Como también pasa con Los Soprano.
¿Qué le mantiene tan vivas las ganas de escribir?
Creo que eso es lo que llaman la vocación. Es parecido a las ganas de un músico que se levanta y aunque esté cansado coge su violín, no solo por razones profesionales, sino porque le gusta oír el violín, porque necesita mover las manos. A mí me pasa lo mismo, si yo no escribiera para Los Danieles estaría escribiendo algo para alguien, o para un libro, o para El Aguilucho, el periódico del Gimnasio Moderno. Pero a menudo siento la necesidad de escribir, y me gusta hacerlo, y me gusta investigar, corregir; gozo haciendo eso. Para mí no ha sido en absoluto una carga ser periodista. He tenido que acostarme muchas veces a las dos de la mañana y estar a las siete en clase de Derecho. He tenido que ir a sitios muy peligrosos, he sido amenazado, me ha tocado hacer cosas aburridísimas, me ha tocado cubrir reuniones insoportables. Pero todo eso forma parte de un oficio que me encanta.
A propósito de sus columnas en Los Danieles, hay una en la que menciona que antes de la jubilación debería prepararse a la gente para afrontarla. ¿Cómo le ha ido en esta etapa?
El enfoque que yo tengo sobre la vejez no es un enfoque ilusorio, no soy de los que dicen “que buena la vejez, ahora podré hacer lo que quiera; disfrutar mi vejez”, nada de eso. La vejez no se disfruta, la vejez es una jartera y a medida que me acerco a ella me doy cuenta de eso. Procuro hacerlo con la sonrisa en los labios, con una buena disposición; además porque sé que es inevitable, pero no me entusiasma llegar a la vejez. Me entusiasma llegar a la tranquilidad, eso es otra cosa. Pero veo tantos casos de amigos míos que me decían que por fin estaban descansando y los ha agarrado el Alzheimer y les ha dado tres vueltas, o los ha agarrado el cáncer y han muerto. La vejez no es agradable, hay que defenderse de ella como se pueda, de pronto haciendo chistes. Pero no me engaño. La vejez no es un momento feliz, es una mierda. Ahora, la vida es luchar también contra la mierda, entonces hay que estar preparado, porque a otros les tocan pruebas más difíciles, les tocan enfermedades, dificultades serias. La vejez en condiciones aceptables, quiero decir, con la cabeza en su sitio, pudiendo más o menos moverse con cierta facilidad, es tolerable.
Menciona también la importancia de tener una compañía en la vejez. ¿Quién lo acompaña ahora?
Tengo una fortuna enorme porque tengo una familia muy querida. Mis hijos y mis nietos. Somos una familia muy unida y nos llevamos muy bien. Y mi mujer, que es una santa, que me aguanta. Tengo a mis hermanos. No me puedo quejar. Yo no voy andando por este valle de lágrimas solo. Voy andando con gente que me hace reír y yo la hago reír. Y que tiene sus sufrimientos y los compartimos. No hay duda de que la soledad puede ser una carga terrible.
Muchas de las prohibiciones de la corrección política no son más que cantos a una relación falsa con la gente. Yo soy un enemigo de la corrección política.
Decía Daniel, su hijo, que de usted heredó la defensa de la libertad, el hábito de la disciplina, el gusto por la poesía y el placer de hablar de poetas y de futbolistas por igual. ¿Cómo hizo para sembrar todo eso?
Bueno, lo del fútbol fue muy fácil, el fútbol es una forma dinámica de poesía. Ahora, lo que sí he procurado dejarles a ellos es algo que heredé también de mi papá, que es ser responsable. Que cuando uno diga una cosa, la cumpla. Que sea alguien confiable. Yo nunca fallé en la escritura de mis columnas, solo una sola vez no escribí, cuando asesinaron a Luis Carlos Galán. No tenía ánimo para escribir. De resto, cumplí siempre.
¿Para usted qué es el bienestar?
Tiene que ver con mi entorno más cercano; con mi familia, la sociedad, el país, la naturaleza. Es decir, es difícil pensar en bienestar cuando se está rodeado de tantas dificultades. Puede que uno esté bien de salud y tenga medios de vida cómodos, pero cuando uno piensa cómo vive la mayoría de los colombianos no puede estar tranquilo. Yo puede que esté bien, pero no la paso bien. No la paso bien cuando leo las noticias colombianas, cuando veo la cantidad de niños que tienen que retirarse de la escuela porque no tienen más plata, niños que no comen ni almuerzan. Todos mis nietos comen y almuerzan, pero eso no me deja contento suficientemente.
¿Y cómo trata de mitigar esa búsqueda del bienestar y los problemas, la situación de Colombia, la crisis climática, todo esto que menciona? ¿Qué le puede dar un equilibrio?
Creo que lo más importante es tratar de tener una salud tolerable. No aspiro a que me salga pelo, no aspiro a tanto, pero aspiro a no sufrir mucho por cuestiones de salud. No me acuerdo quién decía que lo grave no es morirse, sino estarse muriendo. La enfermedad conduce a más enfermedad. Soy un partidario de la libertad de morir. Creo que esa libertad, la eutanasia, es una libertad tan importante como la de escoger pareja o escoger carrera. Creo que se reconocerá algún día. Por ahora no porque la Iglesia se mete mucho en estas cosas. Yo creo que hay que darle la oportunidad a las personas de hacerlo sin complicarse la vida. Sobre todo cuando es muy obvio que una persona está luchando. Si hay alguien que lucha contra una enfermedad que no le permite moverse, ¿cómo le va uno a decir que la vida de uno es de Dios? Todos entramos a la vida porque nos mandaron aquí. En mi caso, afortunadamente, a una familia buena, con ciertos medios de educación, pero por cada persona como yo, hay millones de colombianos que sufren muchísimo porque o no tienen dinero o no tienen educación suficiente. Si nadie nos pidió permiso para tirarnos a la vida, ¿por qué tenemos que tener tanto permiso para retirarnos de ella? Aunque no sé si tendría yo el valor o no para, en un momento dado, decir: bueno, salgamos de esto.
Yo no voy andando por este valle de lágrimas solo. Voy andando con gente que me hace reír y yo la hago reír. Y que tiene sus sufrimientos y los compartimos.
Por último, háganos unas buenas recomendaciones. ¿Cuáles son los tres libros que debería tener una biblioteca completa colombiana?
La Enciclopedia Británica, le meto ese gol, es una maravilla, es una síntesis de lo que más o menos sabemos. En cuanto a poesía, yo diría que la poesía de Quevedo, el gran poeta de la lengua española, el mejor poeta que ha existido nunca en esta lengua. Y en cuanto a narrativa, cambio de opinión constantemente, pero siempre tengo un lugar en mi corazón para lo que leí cuando niño, por ejemplo, Tarzán, El libro de la selva, Don Camilo de Giovanni Guareschi, Robinson Crusoe, Sandokán y las novelas de Julio Verne. Y también para lo que leí cuando estaba en la universidad, el boom latinoamericano. Para mí fue un sacudón extraordinario. Gabo, Vargas Llosa, Cortázar (el novio de mi generación)...
¿Qué le ha dado la poesía que no le han dado otros géneros literarios?
La gimnasia para escribir. Porque un periodista, particularmente, necesita leer poesía. No para hacer versos, porque hacer versos es muy difícil, sino para empezar a manejar inconscientemente el lenguaje. La poesía tiene una capacidad de transmisión en pocas palabras. Es un lenguaje que permite recibir una emoción, transmitirla por una especie de internet que se llama la lengua, y a través de eso hacerte llegar esa misma emoción.
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