Una mujer apasionada por todas las causas que emprende. Es bióloga, actriz, bailarina, entrenadora corporal y una mujer profundamente conectada con la espiritualidad y la naturaleza.
Ama el arte y ser artista, y se considera bastante sensible, empática y compasiva, sin que esto le impida tener su carácter muy definido y una honestidad que considera fundamental en su vida. Creció de la mano de unos padres amorosos y también artistas: su madre, Raquel Ércole, fue una de las primeras actrices de televisión colombianas, y su padre Lizardo Díaz, un músico, actor y humorista. Considera ese hogar como el tesoro más grande de su vida, y siendo la única mujer entre tres hijos, fue la consentida y recibía lo que pedía sin demoras, por lo que tuvo que aprender a desarrollar la paciencia trabajando en sus proyectos. Su refugio es su familia; su chiquitina Mía, una perrita que la acompaña a todas partes, la naturaleza, y el arte. Le encanta leer y hacerse preguntas.
En una conversación íntima, habla sobre su identidad, su amor propio, sus pasiones y su forma de ver el mundo.
¿Qué te motiva cada día a hacer todas las cosas que haces?
Estar viva ya es un propósito en sí mismo. Me levanto cada mañana con la conciencia de que estoy respirando, de que tengo mis sentidos, mi cuerpo, mis posibilidades, y eso ya es un regalo. Poder moverme, sentir, trabajar, enseñar, viajar, disfrutar de lo que me rodea, me parece un milagro.
También me motiva mucho lo que estoy construyendo, lo que proyecto con mi equipo de trabajo, y lo que desarrollo en honor a mis papás y su legado. Me llena ver a mi chiquitina (Mía) feliz en el parque, reencontrarme con mis hermanos y sobrinos, compartir con mis amigos. Me entusiasma un atardecer, tomar de vez en cuando mi guitarra y retomar esas melodías. Las clases de ballet en las que vuelvo a conectar conmigo desde el cuerpo y el arte. Me motiva profundamente mi labor como entrenadora; trabajo con bailarinas, deportistas, personas mayores, y cada uno llega con su historia, con su carga. Entrenarlos no es solo guiarlos en el movimiento, sino también acompañarlos y escucharlos.

¿Cómo es el amor propio para ti?
Para mí, el amor propio empieza por poder mirarme al espejo: reconocerme con respeto y cariño y decirme: “Aquí estoy, me quiero”. Y ese amor no es superficial, es profundo: lo practico cuidando mi cuerpo, mi mente y mi espíritu. Agradezco cada día apenas amanece, entrego todo lo que está por venir al Espíritu Santo, oro por los que amo, y me encomiendo a Dios. Esa gratitud me da una fuerza que me acompaña durante el día. También me alimento con conciencia, soy vegana porque me importa lo que entra en mi cuerpo y cómo eso se relaciona con los animales y el planeta.
Amarme es también entrenar mi cuerpo con presencia. La danza y el ejercicio, son un lenguaje con el que me hablo, me escucho, y me sostengo. Meditar con mi respiración, conectar desde adentro hacia afuera es esencial. Hago todo desde el deseo de estar bien, de estar en paz.
Y esa paz no es solo para mí. Amarme también me permite salir al mundo y no ser indiferente. No puedo ver injusticias y quedarme callada. Por eso apoyo fundaciones, denuncio la crueldad, me involucro en lo que creo. Yo creo que nos acostumbramos a ver tanta violencia que se nos convierte en paisaje, y eso no lo podemos permitir.
¿Cómo logras mantener una vida saludable en un entorno que puede ser hostil?
En todos los sectores te enfrentas a dinámicas y presiones que pueden rayar con tus principios, no solamente en el sector de los artistas, lo que pasa es que estamos más expuestos públicamente. Desde muy joven me ponían sobrenombres por ser distinta, porque no consumía sustancias, no era de fiesta larga, no vivía en ese ritmo frenético. Yo prefería madrugar, meditar, hacer ejercicio, cuidar mi conexión espiritual desde que era niña. Pero jamás me interesó complacer a un grupo a costa de traicionarme a mí misma.

Yo crecí en un hogar con valores muy claros. Mi mamá y mi papá tenían una profunda gratitud por el público y nos inculcaron la importancia de actuar con ética y puntualidad. Eso me dio un carácter firme. Nunca he necesitado entrar en la manada para sentirme segura. Incluso viviendo en Europa, disfrutaba bailar y trasnochar con mis amigos, pero nunca necesité nada externo para sentirme parte de algo.
Por eso, si algo puedo decirle a quien se sienta presionado por su entorno es que hay que aprender a ser sí mismo, amándose y respetándose. Ese camino se construye fortaleciéndose internamente, en la espiritualidad, en la mente, y en la conciencia, eso da el poder de decidir por sí mismo. No dejar que los otros decidan por su propia vida. Ser coherente con lo que piensa, con lo que dice, con lo que hace. Y sí, puede que eso aleje a personas, pero también va a acercar a quienes realmente conectan.
¿Cómo descubriste el Gyrotonic?
Cuando estaba viviendo en París entrenaba pilates, y un compañero de ballet me preguntó si había probado el Gyrotonic. Yo no lo conocía, entonces fui, empecé, y me enamoré de esta práctica. Se llama Gyrotonic Expansion System, y se desarrolla un trabajo de apertura a nivel energético impresionante. Por ejemplo con el arco abriendo tu chakra del corazón, o el chakra semilla con el piso pélvico. En esta práctica hay siete tipos de respiración.
Entreno a gente que practica triatlón, me encanta entrenar a bailarinas porque se conecta la danza con el movimiento, y también cuando vienen deportistas, porque quieren entrenar, pero les da duro porque el trabajo aquí es de dentro hacia afuera, con conciencia corporal, escuchando al cuerpo, respirando. También tengo alumnos ejecutivos, y otros muy mayores, que necesitan trabajar movilidad, balance, estabilidad, entonces el entrenamiento siempre va de acuerdo a las necesidades de las personas. Al final hacemos meditación, a los que nos gusta, siempre busco que sea un espacio de armonía.
Siento que esta práctica me ayudó a conectar conmigo misma. Pienso que quien es muy rígido en el cuerpo tiene una mentalidad muy rígida, por eso es beneficioso trabajar la flexibilidad, descomprimir la columna vertebral. Cuando me siento acelerada y necesito volver al aquí y al ahora, hago un ejercicio que se llama figura del ocho, cierro los ojos, respiro y me conecto con el movimiento, es precioso.

¿Cómo describes tu relación con los animales?
Desde niña, en una finca que tenían mis padres en los llanos, aprendí a respetar a todo ser vivo. Mi abuela, que era vegetariana, hablaba de ser compasivos con cada ser viviente porque todos tienen una función. Desde entonces supe que los animales no están a nuestro servicio, sino que compartimos con ellos un equilibrio vital.
Por eso me hice vegana, por amor y por respeto. El nivel de crueldad al que hemos llegado como humanidad en la industria alimentaria es atroz. Me duele profundamente que a los animales apenas se les haya empezado a considerar seres sintientes, como si fuera un descubrimiento reciente. ¿Cómo pueden pensar que no sienten? Cuando veo el sufrimiento de los animales en esas cadenas industriales, siento que algo muy grave se ha roto en nosotros. No es posible que sigamos mirando para otro lado.
¿Qué mensaje te gustaría dejar a través de tu trabajo artístico y humano?
Yo creo profundamente que todo lo que hagamos debe estar atravesado por el amor, la entrega y la disciplina. Para mí, el mayor legado es poder ser inspiración para otros, desde lo cotidiano, desde lo que somos. El amor y la compasión por cada ser vivo, humanos, animales, la naturaleza. Si empezamos a mirarnos y a mirar a los demás desde ahí, algo empieza a cambiar, aunque sea en un entorno pequeño. No importa si nos equivocamos, lo importante es volver a intentarlo, una y otra vez. Lo que realmente cuenta no es si los sueños se cumplen o no, sino cómo vamos construyendo el camino hacia ellos. Y ese camino es único, no se parece al de nadie más. Cada quien tiene su ritmo, sus momentos de claridad, de retroceso, de impulso. Porque la vida no es lineal: sube, baja, se curva. Lo esencial es no detenerse. Y hacerlo siempre desde el corazón.
Este artículo hace parte de la edición 201 de nuestra revista impresa. Encuéntrela completa aquí.


Dejar un comentario