Ha dedicado su vida a la investigación y a buscar en todo momento la oportunidad para descubrir un nuevo dato, un concepto que no tenía en su radar, una teoría que le hacía falta conocer. La científica rusa y colombiana ha entregado su vida a la química analítica y a sus estudiantes.
Una infancia marcada por los libros, los museos, las bibliotecas y la disciplina del deporte determinaron el curso de su vida. Y una historia de amor marcó el lugar donde Elena Stashenko se convirtió en una de las científicas más reconocidas del mundo en el campo del análisis instrumental, una área de la química analítica que se encarga de analizar la materia y las sustancias que la conforman. Para eso se vale de equipos o instrumentos que, en palabras de la misma Elena, “ayudan a los científicos a extender sus capacidades y observar las estructuras y la geometrías detrás de las moléculas; así como sus propiedades y sus interacciones”.
Elena Stashenko nació en Moscú pero lleva más de 40 años formando estudiantes de Bucaramanga, en la Universidad Industrial de Santander. Es la directora del Laboratorio de Cromatografía y Espectrometría de Masas CROM-MASS de la Universidad, y también dirige el Centro Nacional de Investigaciones para la Agroindustrialización de Especies Vegetales Aromáticas y Medicinales Tropicales (Cenivam).
Es, además, madre de dos hijas, Juliana y Laura, y un ejemplo para centenares de investigadores que han pasado por sus clases. No tiene un minuto libre, porque incluso para descansar tiene que repasar algún libro, una conferencia o un museo. No se quiere perder ningún dato.
Antes de conocer este país ya había leído la obra de Gabriel García Márquez y de los escritores del Boom latinoamericano. “García Márquez llenó mi cabeza de mariposas amarillas, pero me di un golpe duro cuando conocí el verdadero Macondo; me preguntaba ¿pero, dónde están los Buendía, Úrsula, todo eso que había descrito en sus libros?, y me di cuenta de que lo que hizo el escritor fue materializar esa nostalgia que sentía cuando vivía en París”, cuenta. Parece la misma nostalgia con la que ella escucha un audiolibro de Fyodor Dostoievski en el carro mientras atraviesa el cañón del Chicamocha, en Santander. Su vida transcurre bajo los 30 grados centígrados de Bucaramanga, pero los recuerdos de su infancia en la Unión Soviética son latentes y, sobre todo, determinantes para la científica que es hoy.
Yo nací en la Unión Soviética. Esa sociedad que algunos critican, otros alaban; lo cierto es que debo rescatar que era una sociedad del conocimiento, de cultura, de museos y teatros, porque priorizaba los bienes intelectuales sobre los materiales.
Empecemos por su infancia en Moscú, ¿cómo transcurrió su vida allá? ¿Qué tanto contacto tenía con la ciencia?
Fui una niña “normal” para la sociedad que habitaba, muy diferente a esta, claro. Yo nací en la Unión Soviética. Esa sociedad que algunos critican, otros alaban, otros no saben qué opinar; lo cierto es que debo rescatar que era una sociedad del conocimiento, de ciencia, de cultura, llena de museos, teatros, bibliotecas y librerías. Una sociedad que priorizaba los bienes intelectuales sobre los materiales, y eso fue una fortuna para mí porque me pasaba los días caminando por los museos, recorriendo los más de 100 teatros que había; el ambiente era adecuado para crecer más allá de los deseos del consumismo. Recuerdo mucho la devoción de mis profesores y mis padres por el trabajo y el estudio permanente.
¿Hay algún recuerdo específico de su infancia o de su juventud que detonó su pasión por la ciencia o por la química?
No específicamente, pero sí recuerdo la ambición de mis padres y también la mía por el conocimiento en todas las áreas, incluso en el deporte, que no se me dio tan fácilmente, y era motivo de bullying, aunque no existía esa palabra. Yo sabía que tenía que estudiar mucho, tener buenas notas pero además mi papá quería que yo practicara algún deporte. Yo quería patinaje artístico, pero mis medidas no daban para eso. Así que mi entrenadora de patinaje de velocidad sobre hielo, la recuerdo perfectamente, se llamaba Lidia Skóblikova, vio a mi papá agobiado y nos acogió. Me dijo lo que tenía que hacer y poco a poco fui mejorando la técnica, bajé de peso, hasta que llegué prácticamente a ser deportista profesional. Pero entré a la universidad y ya no me daba el tiempo para seguir patinando.
¿Qué le enseñó el deporte?
La disciplina y la intención de superarme a pesar de las dificultades. Y con el tiempo entendí todas las bondades del ejercicio físico para la mente, porque el ejercicio produce dopamina y esto genera positivismo en el carácter, es decir, lloras menos, te sientes triste por menos tiempo; entonces el deporte moldeó mi carácter.
¿Y cómo llegó a la ciencia, a la química?
Mi mamá era química, tuvo una gran influencia en mí, y mi papá era físico, pero también hizo estudios de jurisprudencia, de leyes. Era experto en balística. Mi casa tenía muchos más libros que muebles. No es extraño que yo haya escogido este camino de la ciencia. En la sociedad que a mí me tocó escuchábamos mucho a nuestros padres y les obedecíamos. Tuve también ganas de estudiar veterinaria, biología, matemática, incluso en algún momento filosofía, pero me matriculé en Química en la Universidad Druzhbi Narodov (UDN) de Moscú e hice un doctorado en la misma universidad, en Análisis Instrumental (Espectrometría de masas y técnicas de separación).
Desde niña tuvo una vida cronometrada, siempre aprovechando cada minuto. ¿Cómo se refleja eso hoy en día en su personalidad?
Yo siempre estaba ocupada. Mi infancia no fue como la de otros niños porque realmente estaba llena de actividades. Y luego en la universidad tenía que enfocarme mucho en el estudio, me gradué con diploma de honor, y bueno, eso me hizo una mujer muy juiciosa y dedicada. A veces eso me hace criticar a algunos de mis estudiantes que, por ejemplo, viven muy cerca de la universidad y llegan tarde a clase. Yo vivía en una ciudad enorme, de 16 millones de habitantes, tomaba varios tipos de transporte porque tenía que atravesar toda la ciudad, una hora y media de camino, a veces el clima no me favorecía, caía nieve, y siempre llegaba puntual. Y gracias a esas enormes distancias fue que pude leer muchísimo. En el metro es donde he leído más libros. Puede sonar como una vida aburrida para muchos, porque mientras tanto mis amigos se divertían, iban a bares, discotecas. Pero yo no, yo siempre estaba estudiando.
¿Y cómo combinó esa agenda intelectual tan apretada con la crianza de dos hijas?
No fue fácil. Cuando estaba terminando la universidad nació mi primera hija, Juliana, y luego llegó la segunda, Laura. Los hijos también te hacen comprimir el tiempo mucho más y organizarte. Y mientras ellas eran pequeñas nos fuimos a Moscú a hacer mi doctorado, y yo siempre les decía: “su mamá está estudiando, por eso ustedes no pueden enfermarse, tienen que colaborarme”. Y lo hicieron, con su juicio y cariño.
Educar a un hijo es darle la capacidad para sobrevivir en este planeta cada vez más agresivo, más difícil.
Bueno pero ahora que crecieron las hijas tendrá menos responsabilidades. ¿Al fin tiene tiempo libre?
Sí, pero lo sigo invirtiendo en aprender más, en investigar otros temas. Aunque, pensándolo bien, no tengo más tiempo libre ahora que mis hijas crecieron, porque ahora dicto clases en pregrado, maestría y doctorado, y además tenemos el Club Dilettanti, un grupo que inventamos con algunos estudiantes para aprender algo diferente a la química. Entonces estudiamos arte, política, geografía… Cada uno prepara una conferencia para que podamos intercambiar saberes y aprender un poco más. Ahora estamos creando el jardín botánico de la UIS entonces estamos estudiando filosofía de jardines, aprendiendo sobre la carga cultural que han tenido los jardines en la historia de la humanidad. La gente se vuelve experta en algo y estrecha su capacidad de conocimiento en otras áreas y yo pienso que entre más sabes y más conoces, más disfrutas la vida. Si tú vas a un museo y no sabes qué significa el arte que te están mostrando en esos cuadros entonces te aburres. Así que mi tiempo siempre está ocupado. Además el trabajo del investigador nunca termina. Cuando tú contestas una pregunta científica nacen dos o tres más. A medida que tú haces alguna investigación, descubres algo, se abre un campo inmenso de lo desconocido.
¿Cuál ha sido la enseñanza más grande que le ha dado a sus hijas?
Les he enseñado a buscar soluciones y a evitar las quejas, y todo esto a través del ejemplo. Educar un hijo es darle la capacidad para sobrevivir en este planeta cada vez más agresivo, más difícil. Y las mayores enseñanzas vienen del ejemplo. Porque uno puede profetizar y decir muchas cosas bonitas, pero si uno mismo no lo hace los niños no lo creen, ellos no son bobos. Lo que quieras que tu hijo sea debes ser tu primero. Mi mamá y mi papá trabajaban mucho, no los tenía siempre a mi lado. Fui a la guardería desde los siete meses, pero los fines de semana eran una fuente de conocimiento y de emociones inagotable. Ellos han sido un ejemplo para mí. Las madres debemos tratar de crear ambientes de conocimiento, para que los hijos se impregnen de eso, porque si en casa todo el tiempo estamos hablando del vecino, de los chismes, de las telenovelas, de las historias de las redes sociales, entonces los niños aprenden eso.
Cuando usted llegó a Colombia, ¿qué fue lo que más le impresionó?
En primer lugar el idioma, porque me tocaba imaginar todo lo que me querían decir pues no hablaba bien español y mi mente no captaba el demonio que está en los detalles; veía que la gente se reía y yo no entendía los chistes, además el humor es muy diferente en cada cultura. Inicialmente esto fue una barrera. También fue impactante enfrentarme a tantas brechas de la sociedad, gente rica y gente pobre, gente que podía educarse con gente que no podía educarse, las inmensas diferencias entre citadinos y campesinos. Además me llamó mucho la atención, positivamente, ver tantas caras distintas, ojos de todos los colores, pieles, formas corporales; era una diversidad que no veía en Rusia. Y, finalmente, la diversidad de plantas, ver que todas florecen todo el tiempo porque no hay estaciones.
El bienestar es la armonía, la homeostasis, es hallar el equilibrio entre tus deseos y la posibilidad de realizarlos.
¿Cómo concibe la felicidad?
Es tener una misión en la vida y dejar huella, pero no solo la huella contaminante. Tratar de cambiar el mundo un poco, porque los que tuvimos el privilegio de estudiar tenemos mucha más responsabilidad con la sociedad. No necesariamente hay que pensar que podemos transformar radicalmente el mundo, pero sí intentarlo.
¿Y cómo enfrenta usted las dificultades?
Las dificultades son positivas, todos las necesitamos, pero no demasiadas porque te pueden aplastar; pero los problemas son necesarios porque te generan la energía creativa para encontrar soluciones.
¿Qué cualidades tiene que tener una persona que quiera dedicarse enteramente a la investigación?
Primero que todo, abstraerse de la sociedad de consumo, porque la sociedad de consumo es muy perversa, unidimensional. Los científicos nos mantenemos en el laboratorio, modestamente vestidos, somos amantes de los libros; cosas que no son tan valiosas para la sociedad de consumo. Los científicos somos como extraterrestres, en cierto modo, porque tenemos otros valores. Y hay que tener mucha persistencia porque cuando trabajas en ciencia las cosas no salen bien al primer intento, hay que repetir hasta encontrar lo que buscas. Y eso puede desanimar a la gente, el rigor y la disciplina son necesarios para ser científica.
He tenido períodos con muy poca financiación, por ejemplo en los años noventa. Entonces también nos acostumbramos a vivir con cierta angustia sobre la continuidad de la financiación. Hacemos un proyecto y si cuando termina no hay otro, entonces el grupo de investigadores prácticamente desaparece. Con cada cambio de gobierno hay cambio de reglas y frecuentemente significa interrupción de nuestro trabajo investigativo. Por eso en la UIS organizamos nuestro laboratorio para obtener recursos para sostener el funcionamiento de los equipos. Prestamos servicios de análisis para la industria, lo que genera experiencia y es fuente de empleo para nuestros egresados.
Cuando tú contestas una pregunta científica nacen dos o tres más. A medida que tú haces alguna investigación, descubres algo, se abre un campo inmenso de lo desconocido.
¿Siente que hay más barreras en la ciencia para las mujeres que para los hombres?
Pues yo fui afortunada porque venía de una sociedad donde la mujer no era discriminada. En mi país, después de la Segunda Guerra Mundial, las mujeres fueron las encargadas de reconstruirlo. Siempre estuve rodeada de mujeres profesionales y expertas en su área. Entonces cuando llegué acá no me pasaba por la cabeza que hubiera una división tan marcada entre hombre y mujer en cuanto a sus oportunidades de desarrollo profesional. No tenía este concepto en la cabeza, así que simplemente me defendía con mis argumentos. Pero es verdad que aquí las mujeres tenemos que ser valientes para estudiar, para salir adelante, para tener independencia económica. Hay que educar a los hombres para una nueva sociedad, donde la mujer va a la par del hombre.
¿Cómo calma esa mente tan activa que tiene desde chiquita? ¿Cómo descansa?
Para mí el descanso es cambiar de actividad mental. Cuando me siento agobiada o veo que no me fluyen más ideas entonces empiezo a escuchar, o leer sobre un área de conocimiento totalmente diferente. Diseño gráfico, historia, cultura, y también me gusta bailar. Esto es algo muy bello de los colombianos, el baile, que para mí es como una terapia. He tratado de aprender, sin mucho éxito, pero por lo menos intento moverme.
¿Qué le genera bienestar?
El bienestar es la armonía, la homeostasis, es hallar el equilibrio entre tus deseos y la posibilidad de realizarlos. También lo concibo como no deber a nadie, no deber a los bancos, no deber favores, no ofender a nadie, pero sí agradecer siempre. Bienestar es ayudar a alguien y al mismo tiempo no tener dolor físico, porque el dolor nos quita mucha felicidad. Bienestar es una armonía entre lo físico, lo mental, lo espiritual, es hallar la calma, pero ojo porque de la calma no salen cosas nuevas, siempre debe haber un movimiento, una contradicción, un equilibrio dinámico, hay que ponerle tareas a la mente porque el cerebro tiende a ser perezoso y hay que activarlo. Creo también en la prevención de la enfermedad a través del ejercicio, de ser abiertos a ayudar a alguien, compartir; eso da mucha energía positiva.
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