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Bienestar Colsanitas

Muerte súbita, muerte lenta

Ilustración
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En esta oportunidad, el autor reflexiona sobre la muerte y el concepto de juventud. 

SEPARADOR

A

 lo largo de nuestra vida pensamos en cómo y cuándo quisiéramos morir. Cuando se han vivido más de 50, casi 60, el tema se vuelve un tanto angustioso, y poco ayuda disfrazarse de joven a punta de bluyines y ejercicio todos los días. Los años pasan y se hacen notar.

Cuando yo tenía 18, 20 años, la muerte era una abstracción retórica. Me parecía admirable que Andrés Caicedo se hubiera suicidado a los 25 años. Yo cantaba como si fuera mi himno el verso de la canción “My generation”, del grupo The Who, que decía “espero morir antes de que sea viejo”. La consigna era “vive rápido, muere joven y tendrás un cadáver bien parecido”. El mito de James Dean, de Jim Morrison, de Jimi Hendrix, de Kurt Cobain.

El cuestionamiento morboso de “cómo quisiera morir” siempre me hizo optar por una muerte súbita. Un infarto fulminante. Un avión que explota en pleno vuelo. Una muerte sin agonía. Sin dolor. Morir sin tener tiempo para darme cuenta de que ya estoy muerto.

Obvio, la idea de morir joven se fue diluyendo. A medida que pasan los años el concepto de juventud se estira como un caucho. Los 30, los 40 y luego los 50 se vuelven “la flor de la vida”. Hasta que los achaques se vuelven recurrentes. A los amigos que uno antes encontraba en fiestas o conciertos ahora se los cruza en salas de espera y dispensarios de drogas del POS. La muerte deja de ser un tema retórico. Ya no forma parte del mundo de las ideas. Es algo tangible, palpable y que puede estar a la vuelta de la esquina.
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Hace unos meses el documental Todo comenzó por el fin, de Luis Ospina, me puso a pensar de nuevo en el tema de la muerte súbita. Porque esa película habla de Andrés Caicedo, que se suicidó; de Carlos Mayolo, que murió lentamente, y del propio Luis Ospina, quien durante la filmación sufrió una muy grave enfermedad y estuvo en peligro de morir, lo que lo convirtió en protagonista de manera inesperada.

En sus más de tres horas de duración siempre está presente la idea de la muerte súbita de Andrés Caicedo. Anunciada pero súbita. La muerte lenta de Carlos Mayolo. Una muerte que llega de manera progresiva, que se toma varios años. Y la lucha desesperada de Luis Ospina para sobrevivir en la sala de cuidados intensivos y en una habitación de la Clínica Reina Sofía. Al terminar de verla de nuevo opté por la muerte súbita. La de Andrés Caicedo. Evitar a toda costa el deterioro físico.

Pero ahora no estoy tan seguro de ello. ¿La razón? En estos últimos cuatro años he visto el rápido deterioro de seres muy queridos que, en cuestión de meses, perdieron casi por completo su autonomía, su independencia física. Deben tomar decenas de remedios, van y vienen de citas médicas, terapias, exámenes, dependen del oxígeno... De andar solos en bus a las 10 de la noche, caminar 30 cuadras o manejar de día y de noche pasaron a depender de acompañantes permanentes las 24 horas. Y es muy doloroso verlos así.

Uno pensaría que para ellos ya no vale la pena vivir. Y a veces se quejan y lo expresan. Pero mantienen casi intacta su capacidad intelectual. Conversan, se ríen, debaten, analizan, lucen tan vivos como un adolescente, así sus cuerpos ya casi no les respondan.

Un ejemplo extremo de lo que digo fue el genial físico británico Stephen Hawking, quien no necesitó de su cuerpo cada vez más atrofiado para vivir una vida envidiable, al menos en el mundo de las ideas. Al ver que la pérdida de su autonomía física no afectó casi su autonomía intelectual cuestiono mi retórica de la muerte súbita.

Esas personas me han enseñado que la vida no depende de un cuerpo saludable. La vida también ocurre en la mente, en el espíritu. Estos seres queridos me han mostrado que aferrarse a la vida y adaptarse a las nuevas circunstancias también es una opción. La insolente vejez esculca los miedos y expone nuestras miserias. Pero podemos optar por beber hasta la última gota de vida, y más cuando el alma sigue dispuesta a combatir. (Continuará).

*Periodista y escritor. Miembro del consejo editorial de Bienestar Colsanitas.

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Eduardo Arias

Periodista y escritor. Miembro del consejo editorial de Bienestar Colsanitas.