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El agua en Colombia: así estamos

El agua no es infinita; de hecho, se va agotando poco a poco. Expertos analizan la procedencia del recurso en Colombia, el tipo de uso que le estamos dando y las precauciones que podemos tomar  para preservarlo.

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osé Saulo Usma, biólogo y coordinador del programa de conservación de ecosistemas de agua dulce del Fondo Mundial para la Naturaleza —WWF por sus siglas en inglés—, tiene muy claras las cifras sobre consumo de agua: “el 98% del agua del mundo es salada, solo 2% es agua dulce. Eso habla de cuán limitado es el recurso. De este 2%, el 69% está en forma de hielo, congelada, el 30% es agua subterránea. Esto significa que todo lo que vemos es apenas el 1%, presente en ríos y lagos. De estas fuentes debe salir toda el agua que consumimos en las casas, en los procesos industriales y en la agricultura”.

En Colombia, el campo es el sector que más agua demanda, con un 70%; le siguen los procesos industriales con un 22%, y en el último lugar están los hogares con un 8%. Las cifras dejan ver que aunque preocuparse por el uso sensato del agua en los hogares es una iniciativa que apela a crear conciencia en los ciudadanos, quienes deben tomar medidas alrededor del uso del agua son los grandes productores agrícolas y la industria. “Cada que llega la escasez o que viene el fenómeno de El Niño, le dirigen mucha responsabilidad al consumidor de agua potable, pero no se enfocan en campañas para los grandes sectores: para los agricultores, que podrían tener sistemas de riego sostenibles, o la industria, cuestionándolos sobre la optimización que le dan a este recurso”, afirma Usma.

La posición geográfica de Colombia es privilegiada, todos lo hemos oído: dos cuencas hidrográficas del continente tocan el país (la del Amazonas y la del Orinoco), y además tiene una cuenca exclusiva que es la del Magdalena-Cauca, que nace y muere en territorio colombiano. Sin embargo, a pesar de contar con grandes depósitos de agua, los sitios donde nace el recurso, que son los páramos, están amenazados por la minería y la deforestación, entre otros.

Vale la pena entender la proveniencia del agua que utilizamos en el país antes de analizar los factores que la ponen en riesgo.

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El ciclo esencial

El agua proviene de las cuencas hidrográficas. Una cuenca hidrográfica es una unidad en el territorio en la que el agua que cae por precipitación se reúne y escurre a un punto común que fluye a un río, lago o mar. Algunas de las más importantes en el país son la del río Patía, en el Pacífico; la del Atrato, en el Caribe, y la del río Arauca, en el Orinoco. Muchas de estas cuencas se encuentran dentro de las áreas protegidas del país, donde están los recursos naturales que son la base para el desarrollo económico, social y cultural de las comunidades, como es el caso de los ecosistemas de páramo.

“El Sistema de Parques Nacionales Naturales de Colombia, todas áreas protegidas, contiene el 62% de los acuíferos del país, es decir, conductos subterráneos con agua, y el 7% de las lagunas y ciénagas naturales. Desde estos lugares se genera el agua para consumo de más del 50% de la población colombiana y se abastece aproximadamente el 71% de las centrales hidroeléctricas”, afirma Claudia Sánchez, de la subdirección de Gestión y Manejo de Áreas Protegidas de Parques Nacionales. Además, el Sistema de Parques es el encargado de proteger los ecosistemas que regulan este recurso y controlan la sedimentación. Por eso, la preocupación constante de las entidades ambientales por la preservación de los ecosistemas de páramo no es gratuita. En estas gélidas montañas nace el líquido indispensable para la supervivencia del ser humano.

En Bogotá, el 80% del agua que se consume se origina en el Parque Nacional Natural Chingaza, donde nacen los ríos Chuza, Guatiquía y Teusacá, en el Parque Nacional Natural Sumapaz, donde nace el río Tunjuelo, y en el Páramo de Guacheneque, que da origen al río Bogotá. El agua pasa a las plantas de tratamiento, a cargo de la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá, y finalmente llega a todos los hogares dela capital.

De igual manera funciona en las diferentes regiones del país. El acceso al agua potable es aproximadamente del 99% en el casco urbano, y alrededor del 70% en la zona rural. Sin embargo, hay departamentos donde el acceso aún es limitado. Paradójicamente la Orinoquía, la Amazonía y la costa atlántica son los que más dificultades presentan en el acceso al recurso. Muchos de estos problemas se dan por la ausencia de una infraestructura adecuada para llevar agua potable a cada casa, especialmente a las de las zonas rurales.

El cuidado de la vegetación de los páramos y las montañas, en general, resulta vital para la preservación no solo del agua sino de las comunidades que rodean estas zonas. “Una montaña sin vegetación hace que el agua ruede sin ser dosificada y arrase lo que va encontrando a su alcance. Por eso es importante mantener intacta la vegetación aledaña a las fuentes hidrológicas, porque hace que el recurso se libere de manera regulada y se puedan evitar catástrofes”, señala Claudia Sánchez, de Parques Nacionales.

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Ríos convertidos en vertederos

Pocas veces reflexionamos sobre el lugar a donde va a parar el agua una vez la hemos consumido. Los ríos no son solo el origen del recurso, también son el fin: el vertedero. En Colombia las características de los ríos varían dependiendo del territorio donde están ubicados. Por ejemplo, los andinos son de color café claro porque contienen muchos sedimentos, compuestos químicos que se convierten en materia prima para la productividad biológica de las plantaciones que se encuentran a su alrededor. Las plantas toman los nutrientes de esta agua, producen sus hojas y frutos, que a su vez sirven para alimentar a los insectos dela zona y a los peces del río, que siguen nutriendo el agua y así contribuyen a la cadena. Muchos de estos ríos funcionan como fertilizantes de los valles por su carga de nutrientes. Pero el desconocimiento del comportamiento natural del río ha hecho que algunas comunidades se asienten en las zonas bajas, muy cerca de su cauce. Ante un desbordamiento del agua las comunidades que construyen su vida en estas zonas sufren consecuencias irreversibles.

Así lo confirma el ingeniero Julio Carrizosa, una de las personas que mejor conoce el tema ambiental en Colombia, en su columna del Espectador: “hay una necesidad de que todos los colombianos comprendan más profundamente las relaciones entre el agua y nuestra sociedad, pero eso no será posible si el saber científico continúa despreciándose. Necesitamos darnos cuenta de que la climatología, la geología, la geomorfología, la hidrología, la hidráulica y la edafología no son ciencias extrañas sino fuentes de conocimientos indispensables para vivir en Colombia que deben enseñarse desde la escuela primaria. Sólo así la sociedad colombiana podría adquirir la complejidad necesaria para afrontar la complejidad de los ecosistemas que conforman nuestro territorio”.

Ese mismo desconocimiento del que habla Carrizosa nos ha llevado a convertir los ríos de las ciudades en cloacas de las que nadie se hace cargo, pero en las que todos hemos aportado una parte del gran desastre. Una cuenca como la del Magdalena-Cauca puede recibir los desechos de hasta cuatro ciudades. Y solo hablamos de lo que vierten los hogares: hay agentes mucho más contaminantes como los pesticidas de los cultivos o los químicos que arrojan las industrias, que pueden ser incluso más tóxicos que los mismos excrementos humanos. Los ríos están amenazados y los nacimientos de agua también. La minería es uno de los agentes más dañinos para el ecosistema pues atenta directamente contra los páramos.

“Las ciudades deberían devolver el agua tal como la reciben. Lastimosamente, los ríos emblemáticos de nuestras ciudades son una vergüenza, y en el recibo de los servicios públicos nos cobran este descuido. En la factura nos hacen pagar lo que cuesta recoger esa agua sucia y después volverla agua potable. Si este proceso no fuera tan dispendioso nuestro recibo sería mucho más barato”, afirma José Saulo Usma.

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¿Y qué hacer?

No valdría la pena analizar el panorama sin esbozar siquiera una pequeña solución. “Hay personas que son implacables con el agua que sale de la llave. Le meten todos los sentidos para ver si está absolutamente transparente, clara y sin un solo mugre. Si no está así la desechan sin piedad o dejan el grifo abierto hasta que salga inmaculada. Este pensamiento debe transformarse poco a poco. Hay que preocuparse también por lo que pasa con el agua cuando se va por el sifón. ¿A dónde va a parar? Generar preocupaciones nos permite ponerlas sobre la mesa, convertirlas en necesidades y trasmitirlas a nuestros políticos. Los cambios no se generan de un momento a otro, la gente empezó a cerrar la llave cuando se cepillaba los dientes con el paso de los años, no de un día para otro. Si no somos conscientes de la red hídrica que conformamos, no vamos a poder garantizar que este tema entre en la agenda política”, afirma el biólogo Usma, quien además precisa que la guerra por el agua ya empezó. “Todos los pueblos en Colombia que se resisten a la incursión de la minería o la explotación petrolífera en sus regiones, están protegiendo el recurso natural. Zaragoza en el Valle del Cauca, Santurbán en Santander, La Colosa en el Tolima, solo por nombrar algunos. Esa es la guerra por el agua, y apenas está comenzando”.

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Pequeñas acciones producen grandes cambios

Si cada uno de los integrantes de una familia se comprometiera con una labor específica que garantice el uso responsable del agua, podríamos notar cambios en unos cuantos años. Aquí les dejamos algunas recomendaciones muy sencillas con las que se puede contribuir.

• Utilizar dispositivos ahorradores en todas las llaves de agua.

• No echar desechos de comida en los desagües. Por ejemplo, el aceite de cocina que queda después de freír debe pasarse a una bolsa plástica y dejarlo con la basura orgánica.

• Si es posible, recoger agua lluvia que pueda usarse para actividades en casa como lavar el trapero, regar las matas o lavar el carro.

• Cerrar las llaves de agua durante las actividades de higiene personal. No excederse bajo la ducha.

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