La cotidianidad ha permitido a esta pareja coordinar el tiempo y el lugar en donde están sus hijos cada dos semanas para garantizar su calidad de vida.
Aceptar que su esposo se había enamorado de otra mujer y decidir que lo mejor para sus hijos sería tener una custodia compartida con su exesposo, son las decisiones más difíciles que Sandra González ha tenido que tomar en su vida.
Primero, porque debía aceptar que su esposo, con quien llevaba 12 años de matrimonio, y padre de sus dos hijos, de dos y seis años, tenía otra pareja.
Segundo, porque sabía que si no cedía terreno y no entendía que lo mejor para sus hijos sería compartir un tiempo igual con su padre que con ella, generaría más dolor en ellos de lo que ya causaba desbaratar el hogar que con tanto esmero habían construido.
Sandra respira, reflexiona, recuerda el profundo dolor que le causó el proceso durante meses y toma aliento para seguir contando su historia y el camino que recorrió para entender que la custodia compartida sería la mejor opción. Sin embargo, no se llegan a estas decisiones sin atravesar el tortuoso sendero de la aceptación.
Aceptar es la clave
El suyo había sido un matrimonio amoroso, con las diferencias naturales de una pareja joven y trabajadora, con dos hijos que habían sido deseados y amados. De alguna manera la vida fluía, la suya era una trayectoria vertiginosa como experta en ventas de tecnología, se repartían los quehaceres por sus constantes viajes. Pero la vida con sus vaivenes no era tan perfecta como ella creía.
Había una persona en medio de su matrimonio. Con rabia, dolor, la mezcla de los dos y mucho temor, ella lo intentó todo: terapias, acuerdos, conversaciones armónicas, otras no tanto, reproches, reflexiones. Al final, había que tomar la decisión de separarse y definir la manera de criar a sus hijos sobre la misma base que habían construido, con responsabilidades compartidas para que los niños sufrieran lo menos posible a un hecho que inevitablemente traería dolor.
Luego de un viaje de ella a Francia, durante el vuelo de regreso (tenía conexión gratuita), hablaron durante cinco horas y tomaron, como dice ella, una decisión valiente: separarse y establecer la custodia de los niños con parámetros claros, nada de fines de semana de parques y helados con el papá, y la responsabilidad de la vida cotidiana con la mamá.
Gracias al consejo de una amiga pensó que lo suyo podría ser una custodia compartida por semanas: dos en casa con mamá y dos en casa con papá.
Los niños allá y acá
Por lo general, la decisión de las parejas que se separan es que los hijos se queden con la mamá toda la semana, en la misma casa donde han vivido hasta ahora, y que los padres los vean el fin de semana. En un país en el que el promedio de separaciones es de 28 al día, según datos del Colegio Nacional de Notarios, esa suele ser la decisión de la custodia para uno de los padres, y las visitas reguladas para el otro.
Sin embargo, Sandra no quería eso para ella, ni para sus hijos. Después de consultar a su terapeuta y leer todo lo que pudo sobre el tema en informes serios al respecto, encontró que son más los beneficios de tener custodias compartidas con cargas similares, responsabilidades de tareas, médicos, crianza, deportes y familias.
Ahora bien, si la decisión de la separación fue dolorosa para los niños, la idea de estar con cada uno por separado y por tiempos iguales en casas distintas también tuvo su exigencia emocional. Con el acompañamiento de la psicóloga, tras hablarlo con las respectivas familias y anunciarlo como una decisión ya tomada que esperaban se respetara, lograron avanzar.
¿Niños nómadas?
En principio podría sonar un poco caótico para los hijos. Dos casas, dos dinámicas, dos semanas con papá (y su nueva pareja) sus respectivas familias, abuelos, tíos, primos, y dos semanas con mamá, en otro espacio y otras circunstancias.
¿Sería lo más conveniente para sus hijos estar dos semanas en otra casa y dos semanas en la suya? ¿Cómo asumirían una mudanza permanente?, ¿o se podrían sentir sin arraigo en ningún lugar? Su propuesta sonaba difícil de entender.
La conexión de sus hijos con el papá le preocupaba mucho. Tenía que aceptar que no solo no estarían con ella dos semanas al mes, sino que estarían en una nueva casa, con su papá y su nueva pareja, a quien en un principio culpó de su divorcio.
Fue un golpe emocional muy fuerte, pero tenía que pensar desde el amor y no desde la rabia o la venganza. Sin embargo, Sandra partió de un principio que analizó detenidamente con su terapeuta: “no podía convertir a mis hijos en el objeto de mi venganza”.
Ese tránsito de cambio de vida para los niños, en medio de la separación, tenía que ser lo más importante. No podía ponerlos en medio de sus circunstancias de adultos y tampoco podía convertirlos en un arma de batalla entre las familias. Por eso pesaron más sus reflexiones frente a los beneficios que trae el tener dos semanas con papá y dos semanas con mamá, en casas distintas.
Primero, porque podían compartir tiempo de calidad con su papá, tener su propio espacio en una casa nueva, arreglar los horarios de colegio y transporte, y aceptar la decisión de su padre de vivir con una nueva persona. En otras palabras, disfrutar de papá y mamá por igual. “Yo sabía que el amor y la relación se construye a través de la cotidianidad. De ese día a día de levantarse al colegio, hacer sus tareas, llevarlos a practicar sus deportes, las noches en casa, los fines de semana compartidos”. Eso, para Sandra, fue su mayor motor.
Para los padres, adicionalmente, significaba asumir sus responsabilidades de manera igualitaria y no descargarlas sobre uno de ellos, como suele ocurrir cuando uno queda con la custodia completa, generalmente la madre, y el otro con visitas o fines de semana, generalmente el padre.
Poco a poco fueron estructurando esa nueva vida. Se sentaron, hablaron con los niños y les explicaron que como adultos habían tomado la decisión de separarse, pero como padres seguirían siendo su soporte y su sustento.
Serían dos casas con espacios para cada hijo, con los juguetes, enseres y ropa necesaria para no tener una mudanza permanente. Así lo hicieron, papá compró una nueva casa adaptada y creada para que se sintieran tranquilos, sin maletas de ropa que van y vienen.
No fue fácil, claro, Sandra tuvo numerosas charlas con los niños, les explicó cuál sería el beneficio de tener a sus padres por igual; sería una ruptura de la cotidianidad menos dura, más llevadera.
Así fue. Los niños se ilusionaron al final con nuevos espacios, camas, juguetes, dinámicas. En el fondo, para Sandra la vida cotidiana es y será la base de la relación con cada uno. Su exesposo lo aceptó, lo entendió y lo apreció. Es un gran padre, reconoce Sandra.
Lo que dice la ley
Ahora bien, si asumir el divorcio, la custodia compartida por semanas y renunciar a estar tiempo completo con sus hijos eran ya tareas difíciles, el siguiente paso fue determinar la custodia compartida con todas las de la ley.
De acuerdo con el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar “La Corte Constitucional ha reconocido el común acuerdo entre los progenitores como una forma válida de ejercer legítimamente la custodia de forma compartida. Para esto, pueden consignar los acuerdos a los que lleguen (en atención a su situación particular y las necesidades propias del niño, niña o adolescente) a través de acta de conciliación o escritura pública”.
La recomendación en estos casos es hacerlo siempre a través de documentos, como dice el ICBF “En todos los casos lo recomendable es que exista un documento que respalde las obligaciones que existen frente a los hijos, una vez se realiza el divorcio o separación. Si se pretende evitar procesos largos y tediosos la mejor alternativa es acudir a una notaría y fijar las obligaciones a través de escritura pública, o a un centro de conciliación, dejando los acuerdos en acta. En muchos lugares estos trámites se pueden realizar de forma virtual para comodidad de las partes”.
Con ayuda de un abogado de familia, así lo hicieron, ante notaría y estableciendo responsabilidades, gastos y acuerdos que se respetan, ante todo.
Un espejo para otros
Ya tomadas las decisiones, y tras cuatro años de vivir la separación, la custodia compartida y una nueva vida para los niños y sus padres, Sandra reconoce que su decisión fue la mejor.
Los niños van bien en el colegio, incluso, los profesores no sabían que eran hijos de padres divorciados; todo ha sido acompañado por terapia, cuando se requiere, y siempre, sin excusa, se responden las preguntas de los chicos con total honestidad.
“No quiero que mis hijos piensen que están siendo desleales conmigo porque están con la nueva pareja del papá, ese dolor y ese duelo eran míos, así lo viví y lo resolví”.
“Todo ese proceso, duro, largo, tortuoso, me permitió entender que yo necesitaba sanar y jamás asumir a mis hijos como un arma de venganza. Me permití perdonar, aceptar, entender, y eso, al final, me permitió volver a vivir una relación de pareja”.
Aunque su decisión no fue bien vista en un principio por su familia, poco a poco, al ver la tranquilidad y la forma como se fueron adaptando los niños, la marea bajó. Hoy los niños tienen dos dinámicas claras, pero siempre a sus padres como referentes de sus procesos.
Incluso su hermano, quien también se divorció, tomó el mismo camino de la custodia compartida. Ella se convirtió en un referente del tema para otras parejas que buscan su ayuda, por lo menos su experiencia al respecto.
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